Francisco de Paula Santander: una personalidad compleja
La figura pública del General de División Francisco de Paula Santander y Omaña (1792-1840) ha sido motivo de un escrutinio sin par, tanto en vida como a lo largo de la República. “Apodos soeces, burlas, sarcasmos, dicterios, epigramas, versos satíricos, todo lo mas bajo y ruin se empleaba contra él y a todo respondía con una chanza ligera, con una sentencia, con una sonrisa de menosprecio…” anotó su biógrafo, don Manuel Uribe Ángel. En efecto, del general Santander se repiten infinidad de juicios, la mayoría adversos. Se le ha tildado de traidor a Bolívar, de ladrón del primer empréstito internacional, de sanguinario en las ejecuciones de sentencias a muerte y de haber sido un hombre avaro, rencoroso, enemigo de los venezolanos y solo amigo de sus amigos. “Hacienda de los amigos del general Santander” rebautizó la hacienda Hatogrande donada por el Libertador y que perteneció al español Pedro Bujanda. En un juego de tresillo en la hacienda Boitá, en la que Bolívar resultara ganador de la apuesta, exclamó aquel “al fin me tocó algo del empréstito” La hacienda Hatogrande había sido adjudicada mediante un decreto que Bolívar sugirió a Santander, se hiciera con fecha anterior (12.09.1819) a su firma. Fue esta la primera torcedura al pescuezo de la ley hecha por Santander y Bolívar.
“Casandro” apoda Bolívar a Santander, “Trabuco” le dicen los bogotanos y “soldadito de pluma” lo llaman los llaneros venezolanos. La aversión a su figura se ha perpetuado en las aulas, en los conventos y en los hogares de algunos liberales y conservadores. “La historia de Colombia ha transcurrido en una serie de contrapuntos de rencor. Santander y Nariño. Santander y Bolívar. Mosquera y Obando. Nuñez y Santiago Pérez. Y nos detenemos en la enumeración en el umbral del siglo XX”, sentenció magistralmente Abelardo Forero Benavides. Entre algunas de las más controvertibles situaciones de su vida entresacamos algunos episodios, con el riesgo de estereotipar aún más su anecdotario.
Ejecuciones de prisioneros, militares criminales y conspiradores
Después de la Batalla de Boyacá Santander fue ascendido a General de División, encargado del poder ejecutivo; a escasas tres semanas de marchar Bolívar a Venezuela, el 11 de octubre, la Plaza Mayor de Bogotá se torna en un escenario republicano de muerte. “Ahí viene el que los va a enderezar”, grita desde el altozano de la Catedral, Juan Francisco Malpica, un furibundo chapetón, al presenciar el desfile de los 38 oficiales realistas que ha ordenado el Vicepresidente “pasar por las armas”. En el acto, Santander convierte a Malpica en oficial, pues sin formula de juicio lo hace poner en fila con los dos últimos militares que serán fusilados. Sus detractores no ven en este fusilamiento acto interpuesto a una fuga masiva que planeaban los prisioneros, auxiliados por damas bogotanas que llevaban a prisión ropas femeninas y eran grandes admiradoras de Barreiro, mas conocido como el Adonis de Bogotá. Otros ven en el número de ajusticiados españoles un ajuste de cuentas por los soldados que a mansalva en el paso de La Ramada sobre el río Sogamoso le asesinaron las tropas de Barreiro, en la Campaña Libertadora.
Sus detractores inspirados en las “Cartas de los sin cuenta”, atribuidas a su enemigo Eladio Urizarri, repiten como un rasgo de crueldad del general el haber hecho retardar la ejecución mientras concluía su almuerzo, cuando de hecho la ejecución se realizó a partir de las siete de la mañana. Tampoco le perdonaron que mientras corría un riachuelo de sangre realista por la calle once, se hubiera montado el Vicepresidente en corcel para entonar con el pueblo, las coplas patriotas “Las emigradas” del doctor Merizalde, cuya segunda estrofa dice:
Ya salen las emigradas
Ya salen todas llorando
Detrás de las tristes tropas
De su adorado Fernando.
Algún político conservador tildó a Santander en el siglo XX de “chacal que se lamía la sangre en los patíbulos.” Barreiro había pedido entrevistarse con Santander y hasta le envió el pasaporte y las insignias masónicas, -anotó el historiador J.M. Groot, también masón¬- y la respuesta de Santander fue “la Patria por encima de la masonería”. Amor obseso que le hizo exclamar, próximo a morir: “Ojala hubiese amado a Dios como amé a mi patria!”
Lo cierto de las cuentas, es que las ejecuciones durante sus 13 años de gobierno, llegaron a 60, sumando a los 39 de la primera, otras de militares, criminales y conspiradores confesos; algunas tan cuestionadas como la muerte de Mariano París, que atormentaron sus recuerdos, al punto de dejar descargos en su testamento de 1838.
Vida palaciega
Los más agudos apuntes sobre la vida republicana fueron de diplomáticos, militares y viajeros que tuvieron encuentros con Santander: Hamilton, Gosselman, Mollien, J. Hanksh, Codazzi. Casi todos cumplieron ritualmente con la visita los domingos al despacho del Vicepresidente que recibía con sus ministros y oficialidad, sentado ¬bajo un dosel, en una silla extrañamente tallada, que conserva Enrique Dávila de Heredia en Chía. El único sirviente que se veía, a excepción de los mal vestidos húsares, era un mulato que calzaba alpargatas, sin medias y estaba al servicio del general, observó Gosselman en 1825.
Para los actos oficiales, se esforzaba el Vicepresidente en ofrecer abundantes y variados platos en los banquetes y ponía todo el entusiasmo a los bailes en el Coliseo o Palacio, “donde deberá concurrir todo el mundo en traje de ceremonia y los hombres en media y zapato” (1820). Se danzaban contradanzas, valses y minués. Los cronistas extranjeros coincidían: “el general es un buen bailarín y le gusta mucho divertirse” “…es un hombre de buena figura, atento y caballeroso y con las maneras de hombre de mundo”.
Diariamente Santander recorría el trayecto desde la plaza de San Francisco hasta la plaza mayor, donde despachaba. El contacto con el pueblo era cotidiano, se detenía en las tiendas de la Calle Real, intercambiaba saludos con las damas. Le gustaba pasearse en las tardes por el atrio de la catedral, –en cuyo subsuelo se enterraron los primeros españoles– para auscultar la opinión de sus amigos.
Para el inglés John Potter Hamilton las viandas de un banquete de 1824 fueron muy agradables (puchero santafereño) aunque el pescado fue servido en último lugar, a la inversa del ceremonial inglés y “… como de costumbre en el intermedio de los platos dábamos cortos paseos y después renovábamos el ataque a las aves y a los dulces, que eran de sabor excelente y muy agradables a la vista. Oí decir mas tarde que los dulces con los pasteles le habían costado al vicepresidente 400 dólares (80 libras esterlinas)…”
Otro diplomático describe, cómo en cierto banquete palaciego el Ministro de Hacienda de Colombia colaboraba en servir los postres a los extranjeros y a las altas autoridades invitadas al ágape, seguido de los obligatorios brindis. “Expertos en brindis -anota Hamilton- los criollos tienen un feliz acierto para expresar mucho en pocas palabras en sus brindis y su lenguaje es en general elegante y apropiado”
Un anónimo legionario irlandés registra en sus memorias War of extermination. London, 1828, el primer banquete ofrecido por Bolívar después de Boyacá. Fue invitado a sentarse al lado del Libertador “en la mesa oblonga, formada por planchas de madera sostenidas sobre caballetes y que no cubría ningún mantel…Los platos que servían eran mas sustanciosos que delicados, y para nada malos… Por momentos la fiesta se tornaba más ruidosa y frívola, y todos los convidados iban cayendo en el tema de conversación más frecuente y favorito de los hombres de Colombia, es decir la galantería y las aventuras amorosas. Cada nativo, desde el presidente y su íntimo amigo y consejero, el general Santander, hasta el más joven oficial de la guardia, trataban de asombrar a los otros con sus magníficas “performances” amorosas. Y de creer todo lo que ellos decían, lo que contaban, sería cosa de pensar que no había dama de nota en todo el virreinato, que hubiera podido resistir a aquellos veteranos al servicio de Cupido…” y cuenta que los brindis se multiplicaban y los varones estrellaban las copas, siguiendo el ejemplo de Bolívar.
Diariamente Santander recorría el trayecto desde la plaza de San Francisco hasta la plaza mayor, donde despachaba. El contacto con el pueblo era cotidiano, se detenía en las tiendas de la Calle Real, intercambiaba saludos con las damas. Le gustaba pasearse en las tardes por el atrio de la catedral, -en cuyo subsuelo se enterraron los primeros españoles- para auscultar la opinión de sus amigos.
Guaquería inconclusa
Personalidad compleja, racionalista, libre pensador, a veces lo trastornaban atavismos mágicos. Buscador de tesoros o guaquero por inclinación, se asoció con don José Ignacio París en la empresa de desecar la laguna de Guatavita, sin éxito, pues fallaron los movimientos de tierra y se precipitaron los derrumbes. Años mas tarde, en San Antonio de Tena, se enfrentó a otra laguna, la de Pedro Palo. Hizo reunir y lanzar a sus profundidades sesenta cargas de sal, como un conjuro contra el mohan, espíritu protector de tesoros submarinos, ofrendas en oro y esmeraldas de las etnias muiscas. La tradición no recogió los resultados de esa aventura, ni en su testamento quedó registro. Sólo menciona en aquel la donación de su bastón de mando con empuñadura de oro y esmeraldas al San Bartolomé, su colegio, y una edición de la Enciclopedia Británica en inglés; se conserva la segunda y se ignora la suerte del primero.
De amores y vástagos
En sus lances amatorios Santander fue cinco veces padre, engendrando tres varones y dos hijas. Las ocañeras Ibáñez ligaron sus corazones, Bernardina al de Bolívar y al de Santander Nicolasa, esposa más tarde de Antonio Caro, madre de Rafael y José Eusebio y abuela de Miguel Antonio, uno de los más apasionados detractores del general Santander.
Soltero empedernido tuvo amores tempranos con una mariquiteña y engendró a los 19 años a Manuel, quien en Quito dijo haber nacido en 1811, hijo del general, -cuando era secretario de la Comandancia de Armas de la provincia de Mariquita. También engendró en 1832 en mujer soltera a un segundo varón, Francisco de Paula, a quien reconoció como hijo natural. Años después, como su padre, llegó a general de la Republica.
Al comenzar 1836, con 44 años decidió terminar su soltería, contraer nupcias con doña Sixta Pontón, dama de 21 años, de ancestro antioqueño. Así la describe a Josefa, hermana del General, un mes antes de la boda: “Ella tendrá defectos: no me importa. Lo que yo aprecio en ella es que pertenece a familia honradísima, que tiene modales, talento y sabe manejar una casa. Yo ya no estoy para buscar bellezas. Su orgullo se le acabará y espero que me cuide en mis males...” Muy controvertible la belleza atribuida a doña Sixta cuando se miran sus retratos con atuendos monjiles. Casaron en el templo de Soacha, el obispo de Antioquia, su íntimo amigo Juan de la Cruz Gómez Plata, ofició la ceremonia y el de Bogota, Manuel José Mosquera, actuó de testigo. En el brindis sentenció “…Hoy he pagado con toda mi voluntad este obsequio (matrimonio) a la naturaleza y un homenaje a la religión católica y a la moral publica” para luego invitar a seguir su ejemplo. El 20 de diciembre de 1836 nació su primogénito y le siguieron dos hijas: en noviembre de 1837 nace Clementina Mercedes Digna Rosa Francisca Manuela Josefa y en febrero de 1839 Sixta Tulia de la Concepción Francisca de Paula Juana Manuela Agustina Valeria. Su primogénito Juan murió a pocas horas de haber nacido y optó el general Santander por sepultarlo en los ejidos de la ciudad, donde había dispuesto lote para cementerio civil.
El cuerpo de Juan Santander sería el primero en ser inhumado allí. Con Bolívar intentaron cambiar por higiene pública, las prácticas coloniales de entierro de cadáveres en los templos, donde se mostraba la prominencia económica y social del muerto, por la cercanía al altar. Destinó también lotes para enterrar a los extranjeros no católicos.
Sus biógrafos no han podido entender aquel matrimonio con doña Sixta, que deja por fuera a sus dos amantes: Nicolasa Ibáñez y Paz Piedrahita Sanz, madre de su hijo Francisco. No se muestra como una elección de entusiasmo; pareciera más de conveniencia Así le confirma a su hermana Josefa: “Hace dos meses que no voy donde la madre de Pachito. Esas relaciones no me podían convenir. He sufrido infinitamente con ellas. Pero, gracias a Dios, se acabaron y es necesario no ser más loco…”
Los amoríos con Nicolasa de Caro, su amante de siempre, fueron largos, intensos y complejos. Le motivaron a enviar al exilio diplomático a su marido Antonio Caro para que editara en Europa una versión bilingüe de la constitución, ya publicada. Enviudaría en 1830. Es muy conocida también una anécdota de celos iracundos cuando encuentra a José Ignacio de Márquez en la casa de Nicolasa (que le había escriturado Santander) el día en que su querida cumplía años y entonces nace allí una enemistad que trasciende a lo político . Es esta mujer aguerrida quien más influye ante Bolívar, para que no se ejecute a Santander por la causa del 25 de septiembre. Nicolaza fue cuidandera de los bienes de Santander, con Arrubla, durante el exilio político. Por su culpa sufre celos enfermizos la señora Pontón de Santander, al punto de despedir a Delfín el fiel esclavo, porque conocía de la dilatada vida amatoria de Nicolasa con su marido. Nicolasa, en 1836, devuelve a Santander la casa y la quinta Santa Catalina, para terminar sus días en Paris (1873), envuelta en ideales libertarios, por los que siempre luchó. Doña Sixta a la muerte del general, se torna educadora y promotora de una seudo-comunidad conventual.
Viajero del mundo
Su anhelado viaje por Europa lo hace no en misión diplomática sino como exilado político. Recorre medio Europa en un coche que ha alquilado, acompañado de un par de amigos y de un criado, José Delfín Caballero esclavo a quien le dará libertad a su regreso a la Republica de Nueva Granada, y quien contrastaba en su fenotipo con la comitiva del expresidente. En su diario por Europa y Estados Unidos y en sus cartas registraba sus actividades y lo que veía. Muerte del Papa, visitas a los centros de estudio, museos, salones de ópera, bibliotecas, galerías, panópticos. En múltiples soirées, cenas y visitas a personajes aprende las maneras de la mesa y da una versión de sus desavenencias con Bolívar. Trae de su viaje un billar, unas copas y muchos libros, folletos y mapas.
Al regreso se hace acompañar de un sobrino de Napoleón, el mozalbete Pedro Bonaparte. Le atormentan, no las comodidades de habitación o de higiene que puedan ofrecerse a su noble huésped en Bogotá, sino las comidas. La etiqueta de la mesa. Siempre ha sido en Bogota motivo de prestigio atender bien la mesa. Le escribe a su hermana Josefa, cómo se debe servir, le recomienda, como señora de la casa, que debe permanecer sentada y le indica el orden en el cual deben ser servidos los alimentos. Tres tipos de carnes, etc. En resumen le señala el protocolo que se debe implantar en ese ceremonial gastronómico. A esta preocupación social se suma otra: “saber como se maneja doña Nicolasa”
Bibliografía
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- Luis Javier Caicedo (Compilador). (1996) Santander La República. Sociedad Santanderista de Colombia, MEN. Bogotá: Disloque editores.
- Javier Covo Torres (1989) Santander (para constituyentes… primarios) Bogotá: Ancora editores.
- Abelardo Forero Benavides. (1988). Francisco de Paula Santander. El hombre de las Leyes. Madrid: Ediciones Anaya, Biblioteca Iberoamericana.
- Pilar Moreno de Ángel (1989). Santander. Bogotá: Editorial Planeta.
- Horacio Rodríguez Plata. (1976). Santander en el exilio: proceso, prisión, destierro.1828-1832. Bogotá: Academia Colombiana de Historia. Biblioteca de Historia Nacional Nº 135.
- Presidencia de la República. Fundación Santander (1988-1990); Cartas Santander-Bolívar. (1813- 1830). Seis tomos. Bogotá.
- Francisco de Paula Santander (1988). Escritos Autobiográficos. Bogotá: Biblioteca Presidencia de la República, Fundación Francisco de Paula Santander Colección Documentos. Vol I.
- Francisco de Paula Santander (1953-1956). Cartas y Mensajes del General Santander. Academia Colombiana de Historia. Compilación Roberto Cortázar. Ed. Voluntad. 10 volúmenes.