Trump II
EL EXPRESIDENTE Donald J. Trump obtuvo un triunfo amplio e inobjetable en la elección presidencial. Se demostró que, desde 2016, viene avanzando en la sociedad americana un talante populista; uno en el que, de manera espontánea, se rechazan ciertos valores y políticas que han prosperado desde la llegada del presidente Obama en el año 2009. El mejor intérprete de todo ese fenómeno social es el expresidente Trump.
Con ocasión de esta elección, dicho fenómeno se radicalizó. El Partido Demócrata no supo descifrar la forma de responder al reto de formular políticas públicas para corregir los problemas y desequilibrios de los cuales se nutre el populismo. Además, la escogencia de Kamala Harris resultó ser una equivocación advertida: cuando se anticipaba la posible renuncia del presidente Biden a su candidatura, muchos analistas advirtieron que la vicepresidenta no era la persona idónea para enfrentar a Trump y abogaban por celebrar una convención abierta. Su asociación a la Administración Biden y ser una mujer negra implicaban riesgos difíciles de superar en la sociedad americana. Como si fuera poco, Harris tenía una larga trayectoria como exponente de las políticas progresistas de la izquierda demócrata.
Pues bien, aun cuando en un principio la vicepresidenta logró remontar la ventaja que había conseguido Trump mientras Biden fue candidato, no consiguió borrar las percepciones del electorado. Harris hizo una campaña valiente, en la cual mostró a Trump como obsesionado por sus odios y sus pasiones. Lo señaló como un delincuente acosado por la justicia, abusador de mujeres, un político aliado a intereses oscuros vinculados a los adversarios de los Estados Unidos, un gobernante incompetente criticado severamente por muchos de quienes fueron sus inmediatos colaboradores. En resumen, un individuo no apto para presidir a la nación más rica y poderosa del mundo.
Más de 140 millones de personas votaron en las presidenciales de 2024. El día de las elecciones, el resultado se asomó relativamente pronto: en la noche del 5 de noviembre y la madrugada del 6, Trump había ganado los votos electorales de Georgia, Carolina del Norte y Pensilvania, tres Estados péndulo. Foto: Agencia EFE
Nada de eso surtió el efecto que buscaba la campaña demócrata. El electorado acogió ampliamente a Trump con todos sus defectos y todas sus manchas. Votaron por él los hombres, los jóvenes, los hispanos; en fin, obtuvo el respaldo de sectores que se esperaba apoyaran a la candidata demócrata. En cambio, a pesar de los llamados de Harris a las mujeres a salir a defender sus derechos, ellas no le dieron el respaldo contundente que requería ni pudo rebatir los constantes y agresivos ataques del expresidente. Trump logró atribuirle la responsabilidad del fracaso de las políticas del Gobierno que, según él, tiene postrados a los trabajadores y a la clase media americana, acosados por una invasión de inmigrantes que
les quitan sus empleos y que han expuesto a muchas comunidades a una inseguridad rampante que les ha hecho mucho daño.
Los ataques de Trump sobrepasaron todos los límites. En ello, transgredió reglas consensuadas de tiempo atrás para contrarrestar el racismo y las discriminaciones en la sociedad americana. Le gritó a Harris ignorante, estúpida, incompetente y otras ofensas que nadie se había atrevido a formular en una campaña presidencial. Pero han podido más los sentimientos del electorado contra lo que representa la señora Harris. Los votantes evidentemente optaron por restarle importancia al carácter y al comportamiento antisocial de Trump. No se puede explicar de otra manera que, por primera vez en muchos años, el candidato republicano consiga ser elegido con una mayoría del voto popular.
La estrategia de Trump consistió en exagerar sus logros y repetir hasta el cansancio que el Gobierno Biden ha sido el peor en 200 años, que la situación económica de los ciudadanos es desastrosa y que solo él tiene la fórmula para devolverles el bienestar a los americanos. El foco de su campaña fue, desde luego, criticar las políticas de la administración en todos los sectores; se concentró principalmente en la economía y en la inmigración, pero se ocupó también de la seguridad, de la salud y del medioambiente. En el escenario internacional, Trump descalificó como débiles y pusilánimes las intervenciones del Gobierno y llegó a culparlo de que Putin hubiera invadido a Ucrania y de que Hamás se hubiera atrevido a atacar a Israel.
El triunfo de Trump es un reto para la sociedad americana. No hay que olvidar que el sistema de controles y balances que consagra la Constitución, particularmente el poder judicial, deben operar como un dique sólido para neutralizar los excesos en que pretenda incurrir el presidente. No obstante, todo indica que el Partido Republicano conseguirá la mayoría en ambas cámaras legislativas, lo cual le dará a Trump un margen de maniobra para imponer su agenda, que otros gobernantes no han tenido. Por último, contará, además, con una cómoda mayoría en la Corte Suprema, para darle piso legal firme a sus prioridades.
El mundo esperó expectante los resultados de estas elecciones. Hoy, Europa está ante el dilema de si debe replantear las relaciones en el seno de la OTAN para entenderse con la nueva administración. Y seguramente, reflexiona sobre cómo abordar con Trump el problema de Ucrania. Por su parte, China y otros socios comerciales de Estados Unidos saben que están ante la amenaza de un brote proteccionista que podría imponer barreras muy severas para el ingreso de productos al mercado de ese país.
Otra cosa es cierta: las nuevas políticas de la administración Trump no solo impactarán a la sociedad americana. Todo parece indicar que desencadenarán una crisis sin precedentes en el multilateralismo internacional, incluido el sistema de comercio mundial.
El dilema migratorio: ¿vendrán deportaciones masivas?
Por Ildiko Szegedy-Maszák
Ph. D., Directora de Maestría en Derecho Económico Pontificia Universidad Javeriana
“Creo que, en el frente migratorio, veremos las peores y más severas actuaciones por parte del segundo Gobierno de Donald Trump. Y la razón es la siguiente: como candidato, el republicano generó tantas expectativas e hizo tantas promesas relacionadas con ello —basadas en mentiras—, que no tiene de otra, sino aprovechar lo que en inglés llaman low-hanging fruit: es decir, tendrá que llegar a actuar rápido y de manera teatral, porque eso es lo que esperan los estadounidenses que lo eligieron y que son más de la mitad de los votantes. Dicha teatralidad y severidad será visible en dos frentes.
Por un lado, en las deportaciones que prometió como masivas: al menos en los primeros meses, él tiene que demostrarle a su electorado esos resultados numéricos. Y por el otro, en el comercio exterior, que también se verá permeado por todo ello. Es muy posible que Trump imponga una serie de aranceles —que, según él, lo arreglan todo— a México, a países de Centroamérica y quizá, incluso, a Colombia, con el argumento de que esta región emite o deja pasar migrantes hacia Estados Unidos; lo usará para presionar a que dichas naciones actúen al respecto.
Y a esto hay que añadirle otra cosa: el Gobierno colombiano no estará dentro de los cercanos y predilectos de Trump. Recordemos, además, que Trump tendrá una enorme influencia institucional: en el poder Ejecutivo para actuar de inmediato; en las altas cortes, de manera que estas no lo detengan, y en el Congreso, con lo que podrá sacar adelante las iniciativas legislativas y presupuestales que requiera para ejecutar esas políticas migratorias severas, vistosas y agresivas. Dicho eso, allí tienen que mantener la división de poderes y el mismo Trump debería estar interesado en ello: de lo contrario, desataría una serie de debates políticos e institucionales que él no desea”.
El comercio con Colombia
Por María Claudia Lacouture
Presidenta de la Cámara Colombo Americana, AmCham Colombia
“La reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos representa tanto desafíos como oportunidades. Es importante destacar que este político republicano tiende a manejar las relaciones internacionales con una visión transaccional, en la que temas como la reducción de la producción de drogas y el control del flujo migratorio hacia Estados Unidos serán prioridades.
El enfoque ʻAmérica primero’ volverá a ser central en la política comercial, con un posible aumento del proteccionismo y la imposición de aranceles. No obstante, Trump también buscará fortalecer las alianzas estratégicas con países afines en términos geopolíticos y geográficos, lo que puede representar una oportunidad para Colombia de consolidarse como socio estratégico en la región. Esta cooperación podría convertirse en un contrapeso a otras potencias globales, como China, en iniciativas comerciales internacionales.
Las políticas de ‘América Primero’ de Trump priorizan la protección de industrias y empresas estadounidenses consideradas críticas para la seguridad nacional. Sin embargo, dado que Colombia no realiza importaciones significativas de estos bienes sensibles, su vulnerabilidad a estas medidas es limitada.
El acuerdo comercial vigente entre Estados Unidos y Colombia ofrece un marco de seguridad jurídica que restringe la imposición de barreras unilaterales por parte de Estados Unidos hacia Colombia. Este acuerdo tiene el potencial de mantener el comercio y la inversión entre ambos países en un estado de relativa estabilidad, incluso en el contexto de posibles tensiones políticas entre los presidentes Trump y Petro.
Por otra parte, Trump intensificará las políticas de control migratorio, incluyendo medidas más severas en cuanto a deportaciones y restricciones fronterizas. Colombia deberá prepararse para abordar estos desafíos a través de estrategias de cooperación que permitan gestionar el impacto en las comunidades afectadas y proponer soluciones conjuntas con Estados Unidos.
La estrategia de Colombia, tanto a nivel nacional como regional, debe enfocarse en proponer acciones concretas que se alineen con los intereses compartidos, manteniendo un objetivo claro de fortalecer la cooperación para fomentar el crecimiento económico, social y democrático”.
Macro y micro: los vientos económicos
Por Ricardo Ávila
Exdirector del diario Portafolio y consultor senior de El Tiempo
“El inmenso déficit fiscal que tiene Estados Unidos es una preocupación fundamental. El nivel de endeudamiento público allí no se ha detenido, y nada hace pensar que Trump quiera reducirlo más allá de que los republicanos consideren que el gasto público debería bajar. De hecho, también queda la duda de si logran cumplir aquella promesa que hizo Elon Musk de recortar lo que, supuestamente, es el desperdicio en la administración; una controversia que viene desde antes, pero que no parece tener solución.
Una segunda inquietud está relacionada con las promesas de Trump en geopolítica y cómo estas puedan afectar la economía. Su actitud hacia el Medio Oriente, y en particular frente a Israel, cargan con la posibilidad que el mundo árabe decida endurecer su posición en el suministro de petróleo. Además, está de por medio el apoyo a Ucrania y la posibilidad de que Rusia acabe triunfando en esa guerra, con todo lo que ello implicaría en términos de seguridad —no solo física, sino también para la inversión—.
A ello se suma otra gran preocupación: las promesas de Trump de aumentar los aranceles de manera sustancial para encarecer las importaciones que llegan a Estados Unidos y con ello —en teoría— proteger la producción nacional. Una de las consecuencias de lo anterior es que, posiblemente, los productos que allí llegan desde el resto del mundo se encarecerían, lo que redundaría en un aumento inflacionario e incluso en un alza en las tasas de interés. Y si estas últimas suben, el endeudamiento que también mueve la economía se vuelve más costoso, con lo que habría un doble golpe: uno desde el punto de vista comercial y otros del punto de vista financiero.
Todas estas eventualidades afectarían, además, las exportaciones de países como Colombia, y también las finanzas de quienes no vivimos en Estados Unidos, a causa, por ejemplo, de un aumento del valor del dólar: esto encarecería los productos importados en nuestros países.
Internamente, la economía del hogar fue determinante en la elección de Trump: en Estados Unidos existe la percepción de que, en ese sentido, se está peor que hace cuatro años. Y muchos consideraron que el republicano era más capaz que su rival en el frente económico. Uno puede debatir esa idea, pero lo cierto es que la percepción es determinante”.
Ucrania y Oriente Medio bajo Trump
Por Dorian B. Kantor
Ph. D., Profesor Asistente de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Javeriana
El primer mandato de Trump debe servir como guía para el segundo. Como presidente de 2017 a 2021, abandonó el Acuerdo de Asociación Transpacífico y también a la OMS durante la pandemia; inició una reducción masiva de las tropas estadounidenses en Afganistán que condujo a la catastrófica retirada bajo Biden; ofendió a sus aliados y se arrimó a Kim Jong-un y a Vladimir Putin; comenzó una guerra comercial con China que provocó un aumento de los precios para los estadounidenses y socavó la posición de liderazgo de Estados Unidos en el escenario mundial. A nivel nacional, también, causó un gran daño a la democracia y a la confianza en las instituciones, y contribuyó a lo que se denomina “deterioro de la verdad”.
Durante su segundo mandato, lo más probable es que Trump presione a Ucrania para que haga concesiones territoriales que pongan fin a la guerra con Rusia. Pero los ucranianos no quieren ceder más territorio a un Putin cada vez más agresivo, y esto crearía un mal precedente en el derecho internacional, que prohíbe la agresión territorial como herramienta de política exterior. También, dejaría a Rusia virtualmente “recompensada” por sus flagrantes violaciones de sus obligaciones internacionales. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad, se supone que es un guardián del sistema internacional y, sin embargo, ha estado librando una guerra no provocada que ha dejado 3,7 millones de desplazados internos, 6,5 millones de desplazados internacionales y 14,6 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria. Si la ayuda militar de Estados Unidos se agotara, Ucrania perdería el acceso a defensas aéreas avanzadas, tanques, misiles y municiones. Simbólicamente, una Ucrania sin ayuda estadounidense significaría, también, el abandono a una nación democrática por parte del país que, se supone, es el guardián de la democracia. Asimismo, daría alas al “eje contra la democracia” liderado por Rusia, China, Corea del Norte e Irán.
Europa ya ha hecho planes para llenar el vacío que supondrá la presidencia de Trump. Lo hizo mediante un programa de apoyo plurianual, lo que es una buena noticia para los ucranianos. Pero Europa no tiene capacidad industrial para proporcionar mucha munición por sí misma, por lo que el esfuerzo de dos años para salvar a un aliado podría llegar a un final que señalaría la incapacidad de Occidente para proteger la democracia de la agresión autoritaria.
Oriente Medio es otro motivo de preocupación. Benjamin Netanyahu ha intensificado el conflicto a pesar de las advertencias del presidente Biden de que la concesión de más ayuda militar estaría condicionada al respeto de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario en Gaza y —cada vez más— en Líbano. Mientras tanto, Israel ha proseguido sin descanso sus operaciones militares contra Hamás y Hezbolá, incluso cuando el Consejo de Seguridad ha respaldado un alto al fuego inmediato. Trump ha dicho a Netanyahu que “haga lo que quiera”. En una llamada telefónica con el primer ministro israelí en octubre, Trump dijo que estaba impresionado con la operación de los buscapersonas y las operaciones militares que Israel ha llevado a cabo en Gaza.
Los republicanos ya han logrado el control del Senado y de la Casa Blanca; la Cámara de Representantes aún está en juego. Si los demócratas no consiguen hacerse con la mayoría en la cámara baja, Trump no tendrá ninguna barrera efectiva sobre su poder. El Tribunal Supremo ya ha eliminado la mayor parte de las barandillas que tradicionalmente han limitado el poder presidencial, como la amenaza de un posible proceso judicial por cometer actos ilícitos, por lo que el único control restante podría ser la Cámara de Representantes. Un Senado controlado por los republicanos dará a Trump el mando total sobre las nominaciones judiciales, así como sobre los nombramientos para cualquier puesto que requiera la confirmación del Senado.
Trump ya ha tenido tres oportunidades de nominar jueces para el Tribunal Supremo de EE. UU., convirtiéndolo en el tribunal de extrema derecha más radical en un siglo. Si algunos de los miembros más antiguos del Tribunal se jubilan estratégicamente durante el segundo mandato de Trump, sus designados controlarán el Alto Tribunal durante una generación.
*Exembajador de Colombia ante los Estados Unidos