22 de octubre del 2024
La Ciegga cuenta con más de 77 mil seguidores en su cuenta de Instagram y, al momento de esta publicación, tiene su agenda cerrada para nuevas citas. Foto: cortesía El Inkgeniero
La Ciegga cuenta con más de 77 mil seguidores en su cuenta de Instagram y, al momento de esta publicación, tiene su agenda cerrada para nuevas citas. Foto: cortesía El Inkgeniero
8 de Octubre de 2024
Por:
Zamira Caro Grau

Los tatuajes pasaron de ser marginales a ser normales en todos los espacios de la vida, incluso el laboral. ¿A qué se debe este cambio y cómo se relaciona con ellos la sociedad de hoy? 

Del tabú al tattoo

“CONSIDERO QUE cuando uno se tatúa, le hace homenaje a un momento de la vida”, explica María Mónica Salamanca, La Ciegga en redes sociales, una de las tatuadoras más conocidas y solicitadas de Colombia. Y quizás ahí, en esas palabras, está escondido el mayor motivo de por qué, desde hace ya unos 20 años, los tatuajes han cambiado de ‘uso’, en cierta medida: pasaron de ser símbolos asociados a grupos sociales marginales —incluso a bandas criminales— a convertirse en una forma de expresión común y corriente, casi masiva y totalmente normalizada.


No es reciente esto de que el ser humano quiera dejar un registro en su piel. Tattoo, en inglés, viene de la palabra tatau, de Tahití, una isla en el archipiélago de Samoa que el capitán y explorador James Cook visitó en el siglo XVIII.

Sin embargo, según investigaciones arqueológicas, los humanos se han tatuado desde hace más de cinco mil años. En ese entonces, los motivos variaban dependiendo de la comunidad: en muchas de ellas se trataba de un acto ceremonial bien fuera relacionado con jerarquías sociales o con creencias asociadas a la protección contra enfermedades e incluso contra entes malignos. Sin embargo, una de sus “malas famas” comenzó cuando los marineros, en el siglo XIX, regresaban de sus largos viajes —que duraban meses o años— con tatuajes, y como esa era una ocupación común entre las clases más bajas, los burgueses asociaron la práctica con poca sofisticación y con la población de bajos recursos. Luego, un hito multiplicó los tatuajes en el mundo: la creación de la máquina eléctrica para tatuar a finales de ese mismo siglo; en 1891, el tatuador Samuel O’Reilly la desarrolló, ajustando un diseño de Thomas Edison para una pluma eléctrica que replicaba documentos y dibujos a mano.


El desarrollo hizo que la cultura del tatuaje permeara otros grupos sociales. Es el caso de miembros de bandas criminales, que llevaban un símbolo distintivo en su piel para identificarse; presos, mafiosos, traficantes, y en general, el mundo de violencia, la clandestinidad y la informalidad. ¿Qué ocurrió, entonces, para que hoy tanto gerentes como jóvenes en toda Colombia —sobre todo pertenecientes a la generación Z— se tatúen y lo muestren con orgullo?

 

EL COMPONENTE GENERACIONAL

Yo tengo 26 años. Y sí he percibido un cambio en la cultura del tatuaje a medida en que mi generación ha llegado a la adultez. Pero sobre todo, noto el contraste con la idea  que generaciones anteriores tienen de esta práctica. Cuando decidí hacerme el primero, la que más sufrió fue mi madre, pese a que me tatué las coordenadas de la casa en la que ella creció: era un homenaje a ella. A mi parecer, estas últimas generaciones —los millennials, los Gen Z e incluso los Alfa— tienen más normalizado el concepto.

Puede ser porque crecimos viendo programas icónicos como Miami Ink, un show que se estrenó en 2005 y se centraba en el proceso de varios artistas en un estudio estadounidense, desde que el cliente llegaba con la idea en la cabeza hasta que se la llevaba para siempre en su piel. Tal fue el impacto de aquel programa que La Ciegga lo recuerda como uno de los motivos por los que decidió comenzar a tatuar, hace ya ocho años.

También podría ser porque somos hijos de finales de los 90 y, justamente, en esa época comenzó una ola de aceptación por este tipo de arte en el mundo hollywoodense: en el frente de la moda, Jean Paul Gaultier sacó su colección Les Tatouages, en 1994; en la música, Justin Timberlake se tatuó una cruz en el brazo, un ícono noventero; Mariah Carey, otra estrella del pop, también debutó su tatuaje de una mariposa en su espalda baja, lo cual llevó a que cientos de mujeres la copiaran.

Otro de los aspectos que motivó a los millennials —que, por cierto, son la generación más tatuada hasta el momento, según una encuesta realizada por Statista— a normalizar los tatuajes fue la rebelión. “Nuestra generación fue muy reprimida y eso la tornó desafiante. Entonces, si a mí me decían que los tatuajes eran mal vistos y que si lo hacía me echaban de la casa, automáticamente me tatuaba”, explica riéndose La Ciegga. Y entonces, si usted se pregunta por qué ahora parece haber más profesionales con tatuajes, la explicación puede estar en que los millennials crecieron y ahora ocupan esos puestos de poder.

Sin embargo, La Ciegga no lo ve desde un lado exclusivamente generacional, sino que encuentra en esta reciente aceptación de los tatuajes dos aspectos importantes. El primero tiene que ver con la bioseguridad que ahora rodea esta práctica: “Esta nueva era de tatuadores está derrumbando la idea de que quien te atiende es una persona que te fuma un ‘porro’ encima mientras te está tatuando, porque así pasaba antes”, explica mientras limpia rigurosamente la zona en la que atenderá a su próxima clienta. “Somos muy conscientes de que nuestro trabajo es como una microcirugía en la piel, por lo que es necesario que nuestro espacio sea muy seguro y que, además, tengamos presente que la preparación para tatuar bien toma años, no es un juego”, agrega.

El segundo aspecto llega con las nuevas técnicas, pues anteriormente la más usada era la tradicional, que se caracteriza por líneas gruesas y negras, colores fuertes sin degradé y tatuajes grandes. Sin embargo, ahora hay opciones mucho más minimalistas como el microrealismo, en el cual se espe- cializa La Ciegga: “Son tatuajes más delicados que se adaptan a diferentes públicos como empresarias o doctores. Además, se pueden hacer en lugares más escondidos porque tienden a ser más pequeños”, explica. Esta técnica, como su nombre lo indica, es reco- nocida por líneas delgadas o incluso puntos que permiten un nivel alto de detalles.

Para ella, que ha tatuado a personas de hasta 80 años de edad en su estudio La Recta, de Bogotá, la “mala fama” que aún conservan los tatuajes tiene que ver con un aspecto social. En países europeos, por ejemplo, la cultura alrededor de los tatuajes se explora muchísimo más, por lo que es usual ver a todo tipo de personas luciendo sus tatuajes sin mayor problema: “Está muy normalizado ver adultos tatuados, incluso de la tercera edad, eso le abre mucho la mente a los demás”, comenta María Mónica.

El panorama, por supuesto, es diferente en Colombia, un país conservador y religioso. Este último aspecto es relevante cuando se tiene en cuenta que en el libro Levítico 19:28, de la Biblia, se menciona: “No haréis sajaduras en vuestro cuerpo por un muerto ni imprimiréis en vosotros señal alguna”, lo cual, para los más de 40 millones de seguidores que tiene el catolicismo en el país, puede ser un mensaje que, abierto a interpretación, está en contra de los tatuajes.

Esta es una de las razones por las que en el país todavía sorprende ver a personas como Marcelo Catalgo, expresidente de Tigo Colombia, con sus brazos completamente tatuados.

¿QUÉ SERÁ DE LOS TATUAJES?

Así como en algún momento fueron símbolos sagrados, actualmente tienen una carga emotiva importante para quienes buscan llevar en su piel un momento significativo. “Es como un puente que ayuda a homenajear, finalizar ciclos o reafirmar quién eres. No lo pierdes de vista nunca y te permite llevar contigo momentos específicos de la vida”, explica La Ciegga, que eligió este nombre artístico porque considera que este proceso de creación junto a sus clientes requiere de cerrar los ojos y sentir más allá.

Dentro de su estudio ha inmortalizado familiares y mascotas que se han ido, recuerdos específicos de un paisaje que solo estaba en la memoria, personajes de películas, creaciones propias, en fin. Eso sí, tantos siglos después de los primeros registros de la práctica, siguen siendo lo mismo: símbolos, bien sea para el entendimiento de la persona o de la comunidad, con la excepción totalmente válida de aquellos diseños sin mayor trascendencia: pueden parecernos bellos y ya está.

Ahora que muchos millennials ya son padres, estos ven que el panorama cambia: en palabras de La Ciegga, quien tiene una hija que hace parte de la generación Alfa —nacidos del 2010 en adelante—, ya no ven tan llamativa la idea de tatuarse. “Lo tienen tan normalizado que incluso, para muchos de ellos, pierde ya el sentido”, explica. Esto se respalda en el hecho de que los Gen Z aún no superan a los millennials como la generación más tatuada hasta el momento.

En ese sentido, “el tatuaje tendrá que durar lo que tenga que durar”, como dice La Ciegga, pero teniendo en cuenta que el ser humano lo ha llevado consigo por más de cinco mil años, no parece que se vaya a ir.