La telegrafía: Una revolución en las telecomunicaciones de Colombia: 1865-1923
“El telégrafo es como los ferrocarriles, un elemento de la industria, que ésta debe crear como negocio y debe sostener con los recursos que la industria aplica a la creación y al expendio de sus productos”. Memoria de Hacienda, 1882
Una revolución tecnológica
La introducción de la telegrafía eléctrica por conducto de un alambre, desarrollada por Samuel Morse y Alfred Vail (1844), y luego la inalámbrica o radiotelegrafía de Guillermo Marconi (1897), entre otros muchos nombres que llevaron a la ciencia hasta esas innovaciones, propició avances sustanciales en diferentes órbitas de la actividad humana. La posibilidad de comunicarse de forma inmediata entre lugares apartados por cientos o miles de kilómetros e incluso pasando los océanos, como se logró primero con la telegrafía y luego con la telefonía, y su derivación posterior en la radio, influyó de manera notable en diferentes campos de la vida del siglo XIX y buena parte del XX. Su impacto positivo se sintió en la industria y el comercio, dinamizó el acceso a la información y amplió la oferta cultural, facilitó la correspondencia entre las personas, generó información estratégica en las guerras internas e internacionales y, en fin, constituyó un aspecto vital de la comunicación que solo llegaría a tener un símil contemporáneo con la aparición de las modernas tecnologías de la información y las comunicaciones, entre ellas la más revolucionaria, internet.
A las 5 de la tarde del 1 de noviembre de 1865 se transmitió por primera vez en Colombia un telegrama, y así se inició el desarrollo de las redes telegráficas en el país que permitieron la comunicación inmediata entre lugares distantes del territorio nacional y años después con el resto del mundo. La telegrafía dio lugar, además, a los primeros avances en la introducción de la electricidad en el país. Desde 1832 Samuel Morse (1791-1872) había hecho una serie de experimentos para la aplicación práctica del telégrafo eléctrico, pero solo hasta 1844 realizó una demostración pública y exitosa de su invento cuando el 24 de mayo de ese año hizo una transmisión desde el Capitolio en Washington hasta Baltimore, Maryland, una distancia de 60 kilómetros. En aquella ocasión su amiga Annie G. Ellsworth le transmitió: “¿Qué ha hecho Dios?” (“What hath God wrought?”), siendo este el primer mensaje telegráfico, cuyo contenido es altamente simbólico. Por esa época en otros lugares del mundo se experimentaba con diferentes formas de transmisión telegráfica, pero el telégrafo eléctrico de Morse presentó mayores ventajas y se expandió de inmediato por el planeta, no exento de problemas judiciales por las patentes. Dos décadas después el telégrafo eléctrico llegó a Colombia.
Algunos antecedentes
Desde tiempos remotos la humanidad ha utilizado diferentes tipos de símbolos para transmitir mensajes distantes con rapidez. En general, se trató de mecanismos rudimentarios asociados con el sonido y la óptica que permitían ganar tiempo en la comunicación, superando la velocidad de los mensajeros, postas o, en el caso andino, chasquis. El sonido de tambores y el humo de hogueras hasta señales visuales como banderas y reflejos de espejos se utilizaron por siglos. El mayor avance en las comunicaciones a distancia antes de Morse lo logró el francés Claude Chappe (1763-1805) quien en 1792 puso en servicio el sistema de telegrafía óptica que consistía en una serie de torres en las que en su parte superior se instalaba un sistema de brazos móviles, llamado semáforo, cuyas diferentes posiciones significaban las distintas letras y símbolos. Los mensajes pasaban de torre en torre en la retransmisión que hacían los operarios.
Samuel Morse era un consagrado pintor y su notoriedad le permitió incursionar también en la vida política con sus posiciones antiinmigrantes y anticatólicas. Tenía inquietudes alrededor de los desarrollos de la electricidad e indagó al respecto, pero su formación profesional no había sido en ese campo. Sin embargo, al volver de un viaje por Inglaterra en 1832 conversó en el barco con Charles T. Jackson sobre las posibilidades de la conducción eléctrica por un alambre. Eso lo hizo reflexionar alrededor de la manera de utilizar ese tipo de mecanismo para llevar mensajes, es decir, para transmitir el pensamiento a distancia y de manera inmediata. Así, ideó el código Morse, un sistema que permitía codificar el alfabeto mediante la apertura y el cierre, corto o largo, de un circuito eléctrico. Entonces, se expandió a gran velocidad por el mundo el telégrafo eléctrico, por alambre, uniendo los extremos de cables que fueron interconectando los continentes. Incluso las barreras transoceánicas fueron cubiertas a partir de 1858 cuando Cyrus West Field (1819-1892) promovió la Atlantic Telegraph Company que tendió un cable aislado con gutapercha y comunicó a Irlanda con la isla canadiense de Newfoundland el 16 de agosto de ese año con un mensaje en código Morse enviado por la reina Victoria al presidente James Buchanan de los Estados Unidos. Otros desarrollaron sistemas telegráficos en la primera mitad del siglo XIX, y el de Charles Wheatstone y William F. Cook fue uno de los más reconocidos, pero terminó por imponerse el de Morse.
Los primeros pasos del telégrafo en Colombia
Desde los tiempos del correo colonial y a lo largo de buena parte del siglo XIX un mensaje entre Bogotá y Cartagena podía tardar alrededor de quince días. De Cartagena a Estados Unidos ocho días y de Cartagena a Europa al menos quince. En 1865, luego de veinte años de la primera transmisión pública de Samuel Morse y del gran desarrollo de la telegrafía a nivel mundial a Colombia no habían llegado las ventajas de esta tecnología, a pesar de la línea telegráfica privada que instaló en 1855 Mateo Klein para la Panama Railroad Co. con el propósito de comunicar las ciudades de Colón y Panamá. Al menos hubo tres intentos antes del exitoso de 1865: el promovido muy temprano, en 1847, por el presidente Tomás Cipriano de Mosquera que no obtuvo respuesta de los inversionistas; la concesión otorgada en el gobierno de José Hilario López a Ricardo de la Parra para que por un tiempo de 40 años construyera y explotara las líneas telegráficas del país, que tampoco fue realizada; y una invitación hecha en 1859 por el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez para presentar propuestas de concesión con el objetivo de comunicar al país por líneas telegráficas en un lapso de 25 años, que no tuvo interesados. Manuel Murillo Toro fue ministro durante el gobierno de José Hilario López (1849 – 1853) y tuvo ahí su primera aproximación a la idea del telégrafo para el país. Luego, como embajador en los Estados Unidos (1862-1864), tuvo cercanía con el presidente Abraham Lincoln, gran promotor del telégrafo en ese país y quien lo utilizó de manera estratégica durante la guerra de Secesión.
Se conocen dos acciones adelantadas en el primer gobierno de Murillo Toro (1864–1866), en torno al telégrafo. La primera, en cierta forma utópica y sin avances, y la segunda que dio inicio a este sistema de comunicación en Colombia. En cuanto a la primera, se trató del interés de este gobierno por buscar la interconexión del país con una línea telegráfica promovida por un norteamericano de apellido Collins que pasó de Rusia a Alaska y siguió por Canadá, Estados Unidos, luego Colón, Cartagena y Santa Marta, para luego ir a Venezuela, Brasil, Argentina y Chile. De Valparaiso se proyectaba que iría a Panamá. Tal iniciativa, aunque no llegó a Colombia, da buena cuenta del interés visionario de integración que promovió el telégrafo. Todavía tardaría un buen tiempo la consecución de ese tipo de comunicación para el país.
La segunda acción, esta sí exitosa, se dio con el concurso de un discípulo de Samuel Morse, el señor Guillermo Lee Stiles. Mosquera encomendó al cónsul de Colombia en Nueva York, Fernando Párraga, para adelantar las gestiones orientadas a identificar interesados en emprender la construcción del sistema telegráfico en los Estados Unidos de Colombia. Con ese propósito, Párraga suscribió un convenio en Nueva York el 27 de mayo de 1865 con los señores Enrique I. Davison, Guillermo Lee Stiles y Guillermo W. Woolsey, propietarios de la firma Davison, Stiles y Woolsey. Los empresarios se comprometieron a construir y a “poner en operación mecánica, práctica y eficaz, una línea de alambre telegráfico, erigida y sostenida sobre postes, que comunique desde Bogotá hasta Nare”, proveyendo además los aparatos telegráficos y baterías para su funcionamiento. Para cubrir ese trayecto, de 150 millas, se optó por la ruta de Bogotá a Honda, luego Ambalema y seguir por la orilla del río Magdalena hasta llegar a Nare, puerto muy importante para la época en el Estado Soberano de Antioquia. Se dispuso también que las operaciones estarían a cargo de una empresa que se creaba en ese momento, la Compañía Anónima Colombiana del Telégrafo (The Colombian Joint Stock Telegraph Company). Dispuso también el convenio que al concluirse las obras de la línea telegráfica entre Bogotá y Nare esta sería entregada al gobierno. El costo de la obra se estimó en $45.000, siempre y cuando no pasara de 150 millas. Si superaba esa distancia se pagaría a los contratistas $300 por cada milla adicional.
Para conseguir los fondos requeridos para financiar los trabajos se optó por abrir a la inversión de los particulares la Compañía del Telégrafo Eléctrico Colombiano, nombre con el que se formalizó la empresa. Para esa inversión se le reconoció a los particulares el 7% anual sobre el capital. El capital establecido para la empresa fue de $50.000, del cual $25.000 los asumió el gobierno nacional, $12.500 los contratistas y los restantes $12.500 comerciantes y capitalistas colombianos.
En 1865 la situación de orden público en el país era relativamente estable luego del marasmo de la reciente guerra civil que llevó a la Constitución de 1863 en la que se establecieron amplias libertades individuales, un régimen federal y un contexto propicio para la inversión privada en iniciativas empresariales. La del telégrafo, era una innovación bastante atractiva. Fue así como el gobierno, en gestión adelantada por el secretario de hacienda y fomento, Tomás Cuenca, designó en julio de 1865 a las firmas bogotanas Camacho Roldán Hermanos, Obregón Hermanos, Ujueta y Posada y Muñoz y Compañía para buscar los inversionistas que estuvieran dispuestos a participar en la obra. Llegado el mes de marzo de 1866 se habían colocado 63 acciones, pero de ellas tan solo se habían pagado 36 que correspondían a una suma de $1.800, muy exigua para los requerimientos de la empresa que esperaba recaudar $12.500 de los particulares.
El telégrafo cruza los Andes colombianos
Una vez llegaron a Bogotá 300 bultos con los materiales necesarios para el comienzo de los trabajos, durante el segundo semestre de 1865 se avanzó en el tendido de la línea telegráfica. El momento solemne de aquellos trabajos se produjo el 1º de noviembre de 1865, al cruzarse los dos primeros telegramas transmitidos en los Andes colombianos y quedar así inaugurado el telégrafo en los Estados Unidos de Colombia. A las cinco de la tarde de ese día el contratista y administrador de la Compañía del Telégrafo Eléctrico Colombiano, Guillermo Lee Stiles, envió al presidente Manuel Murillo Toro un mensaje que, de manera inmediata, recorrió por el alambre los 20 kilómetros de distancia entre Bogotá y Cuatro Esquinas, actual población de Mosquera en Cundinamarca: “El telégrafo eléctrico ha subido a los Andes colombianos, y envía su primer saludo al digno Presidente de esta República…”. Murillo Toro respondió con emoción a Stiles agradeciendo la labor del “compañero y discípulo del inmortal Morse”: “El nombre de usted será grabado con buril eterno en los anales de nuestra patria, como importador de uno de los más notables inventos de este siglo”.
Diez días después, el 10 de noviembre, la línea llegó a Facatativá y a las once y media de la mañana Stiles telegrafió a Salvador Camacho Roldán: “La comunicación entre Bogotá y Facatativá está abierta, y establecida ya aquí una oficina telegráfica”. A este, siguieron telegramas de regocijo del gobernador de la Provincia de Facatativá, señor Mateus, para el Presidente de la República y del Estado de Cundinamarca.
A medida que el telégrafo avanzaba hacia Honda, a donde llegó en marzo de 1866, y se continuaba con el tendido de la línea a Nare, el gobierno nacional invitó al del Estado Soberano de Antioquia para que siguiera la línea hasta Medellín. En desarrollo de lo autorizado por la Ley 67 del Estado de Antioquia, ese estado se comprometió, en enero de 1866, a costear las tres cuartas partes de la línea de Nare a Medellín; la tercera parte restante estaría a cargo de los promotores del telégrafo en Colombia, Davison, Stiles y Woolsey. La comunicación con Honda dinamizó la información sobre los vapores que llegaban y salían de ese puerto, eje del comercio en aquellos años. La continuación de la línea telegráfica a Nare, por la orilla del río Magdalena, enfrentó muy pronto graves dificultades. Las crecientes del río se llevaban con frecuencia postes y alambres y además no era fácil trabajar en el terreno selvático, de manera que la continuación del telégrafo a Nare se consideró inoficiosa. Optó entonces el gobierno por modificar el trazado de la línea telegráfica.
Redefinición de las líneas telegráficas
El 26 de mayo de 1866 el secretario de hacienda y fomento, Próspero Pereira Gamba, firmó la resolución en virtud de la cual se suspendió en Honda la construcción del telégrafo eléctrico. Si se tiene en cuenta la estructura federal del país, estableció esta resolución que “la única línea telegráfica nacional” era la de Bogotá a Honda. A su vez, la línea que comunicaría a Honda con Manizales estaría a cargo del Estado del Tolima; la de Manizales a Medellín sería responsabilidad del Estado de Antioquia; y la de Manizales a Buenaventura del Estado del Cauca. Se concibió así el inicio de la interconexión telegráfica del país y en ese sentido se dispuso que las líneas que se construyeran del Magdalena al Atlántico y al nor-oriente pertenecerían a los estados por donde pasaran, es decir, Bolívar, Magdalena, Panamá, Cundinamarca, Boyacá y Santander. La sustitución de la línea Medellín-Nare por Medellín-Manizales dio lugar, además, a la iniciativa de la que empezó a construirse entre Honda y Manizales. Se estimó que la línea entre esas dos poblaciones, de una distancia de 82 millas (131 kilómetros) y un costo de $24.792, sería más benéfica para los intereses mineros y comerciales de Antioquia que la que se proyectó en un comienzo por Nare, que hubiera pasado por vastas regiones despobladas y selváticas.
Un arte diabólico
Además de las dificultades asociadas con la geografía de las regiones por las que pasaban las líneas telegráficas que pretendían cubrir el país, se presentaron todo tipo de obstáculos de tipo cultural. Una innovación que para la época parecía de fantasía no dejó de ser vista con recelo por amplios sectores de población, totalmente ajenos al avance de la ciencia. Para unos, eso de poder enviar un mensaje a distancia y que se recibiera de inmediato era algo diabólico y, para otros, los alambres y postes de las líneas telegráficas que podían tomar a su antojo por los campos, les eran muy útiles para hacer cercas e incluso para leña. Otros cuantos se divertían con el vandalismo contra el telégrafo. El gobierno debió tomar medidas de diversa índole para detener los prejuicios culturales que atentaban contra esa piedra angular del progreso.
Las numerosas quejas que recibía el gobierno de parte del director de la Compañía del Telégrafo Eléctrico Colombiano llevaron a que el presidente Tomás Cipriano de Mosquera pidiera, en agosto de 1866, que se hiciera “comprender a los pueblos las ventajas que del establecimiento de la línea telegráfica se derivan, y de que se aprovecharán todos los que se consagran a ocupaciones industriales. Los peones de las haciendas, los cebadores y conductores de ganados, los arrieros, los dueños de labranzas en pequeña escala y los que proveen a los pueblos y a la capital de comestibles, así como todos los demás ciudadanos que se hallan dedicados a una industria cualquiera, reportarán beneficios de la conservación de este medio de comunicación instantánea, que está por lo mismo en sus intereses conservar”. El conducto escogido para informar a las gentes sobre los beneficios del telégrafo fueron los curas y los maestros de las escuelas. Por ejemplo, en noviembre de 1866 el secretario de hacienda del Estado de Cundinamarca, José María Baraya, envió una circular a los alcaldes de los diferentes pueblos adjuntándoles un escrito de Guillermo Lee Stiles, quien firmó con el pseudónimo “Un norteamericano”, en el que hizo una exposición histórica y técnica sobre el telégrafo. Le pidió Baraya a los alcaldes que entregaran copia de ese escrito al cura, al maestro y a las personas de mayor influencia para así popularizar el conocimiento sobre el telégrafo y destruir “las preocupaciones y errores que se han difundido contra él, por las gentes ignorantes o a favor de la ignorancia de nuestras masas populares”, de manera que no siguiera la guerra contra el telégrafo derribando postes, alambres y aisladores y “haciendo creer a las gentes sencillas, que es un arte diabólico, cuando es por el contrario, una verdadera revelación del poder divino, en uno de los más importantes descubrimientos de la ciencia”.
El arzobispo de Bogotá, Vicente Arbeláez, envió en septiembre de 1868 una circular a los curas para que en sus sermones informaran sobre el telégrafo, amonestaran a los vándalos e inspiraran a los feligreses de Fontibón, Serrezuela, Facatativá, Guayabal, San Juan, Beltrán, Ambalema, Piedras e Ibagué para que adquirieran “sentimientos favorables a la conservación del telégrafo”.
En cuanto al contenido de los telegramas, en el informe del director general de correos y telégrafos en 1877, Flavio Pinzón, se consideró que como el telégrafo era un elemento de progreso y de civilización, y por tanto de moralidad, y ante algún mal uso que se había dado, era “tan moral como lógico prohibir el que se admitan telegramas en que se insulte a las personas a quienes se dirijan, o en que se comuniquen hechos que pequen contra la moral o la decencia, o que contenga palabras obscenas”.
El telegrafista: Una nueva profesión
A la par con el avance de las líneas se establecían oficinas del telégrafo en diferentes poblaciones y se capacitaba a los encargados en la destreza de operar los aparatos telegráficos. Las llaves para transmitir y los impresores y luego sonantes para recibir las señales, exigían conocimientos especializados. El mismo Stiles impartió las primeras lecciones para aquellos que se iniciaron en el complejo y cerrado mundo al que accedían los telegrafistas, conocedores de un lenguaje propio, el Morse. Entre los nacientes telegrafistas está Ricardo Balcázar Olano quien llegaría a ser un competente profesor del ramo. Él y Juan N. Restrepo fueron los primeros directores de la Escuela Nacional de Magnetismo, Electricidad y Telegrafía establecida por Murillo Toro en Bogotá durante su primer gobierno, institución que graduó cerca de 400 telegrafistas y que otorgó el primer diploma a Enriqueta González Borda. Balcázar tradujo y publicó en Bogotá, en 1873, una versión resumida del afamado Manual de telegrafía de Frank L. Pope, socio de Thomas Alva Edison, que circulaba ampliamente por Estados Unidos en la época.
En pocas décadas cientos de telegrafistas consagrados a esta naciente y próspera profesión se instalaron en las poblaciones a las que llegaba el hilo telegráfico, de manera que con razón se considera que fue una de las empresas que más empleo generó en el país durante un largo tiempo. Algunos se destacaron particularmente por su habilidad en la operación de las llaves telegráficas y la decodificación a oído de las señales. En 1883, por ejemplo, Dionisio Piedrahita, calificado como “el más competente de los telegrafistas que tiene el país y por añadidura un mecánico entendido”, desarrolló innovaciones entre ellas la conocida “electricidad Piedrahita”, invento que permitió mantener la intensidad de las señales en distancias largas. Ya en el cambio al siglo XX se destacaron el telegrafista Roberto Ramírez B., autor de varios textos teóricos y prácticos; y Francisco J. Fernández, que promovió el gran salto tecnológico al pasar de la telegrafía de alambre a la inalámbrica de Guillermo Marconi.
De manera rápida, el telegrafista o la telegrafista, porque además se trató de una profesión que le abrió un importante campo laboral a la mujer, se convirtió en un profesional de prestigio. Dos afirmaciones coloquiales así lo atestiguan: la primera, según la cual los tres personajes más importantes de un pueblo eran el alcalde, el cura y el telegrafista; y la segunda, el dicho de que en la Colombia de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX el único cargo para el que se necesitaba conocer el oficio era el de telegrafista, los demás los podía ejercer cualquiera.
El Decreto del 20 de agosto de 1869, firmado por el presidente Santos Gutiérrez y su secretario de hacienda y fomento, Januario Salgar, formalizó el “destino de telegrafista” y sus responsabilidades. Para el de Bogotá se estableció una remuneración anual de $384. Este Decreto dispuso lo relativo a la organización y administración de las oficinas telegráficas. Se señaló, además en él, un elemento esencial de esta profesión, la total reserva y confidencialidad que debían tener los telegrafistas sobre los mensajes: “Es absolutamente prohibido a los empleados del telégrafo comunicar a otra persona que a la que se dirija un parte, el contenido de él, o descubrir el contenido de los partes que se dirijan a otras oficinas, quedando el empleado sujeto no solo a la inmediata pérdida del destino sino también al juicio de responsabilidad que pueda sobrevenirle por los delitos…”. Este aspecto de la confianza en torno a los telegrafistas fue vital en tiempos de turbulencias políticas y guerras civiles, momentos en los que la utilización de la telegrafía tuvo un gran valor estratégico en las comunicaciones y la circulación de las decisiones. El telegrafista, una suerte de intérprete, debía gozar de la total confianza del público y de los dirigentes políticos. La figura del telegrafista de confianza en niveles mayores del Estado, como en el caso del Palacio Presidencial, era de la mayor significación.
En la Memoria de Hacienda y Fomento de 1872, suscrita por Salvador Camacho Roldán, se recomendó traer de Francia o Bélgica profesores de telegrafía y darle prioridad a las mujeres en este aprendizaje por cuanto “la naturaleza de su organización es más a propósito para los trabajos sedentarios, minuciosos y delicados de la telegrafía”. A lo que se agregó: “El trabajo de las mujeres es por otra parte más barato, más sumiso, más inteligente en las obras delicadas y ofrece mayores garantías de estabilidad”.
Un mal balance
Llegados los años 1871 y 1872 el secretario de hacienda y fomento, Salvador Camacho Roldán, expresó duras críticas sobre lo que se había hecho en materia de telégrafos. Se lamentó que luego de construir 455 kilómetros de línea telegráfica entre Bogotá y Honda y de Ambalema a Manizales y después de cuatro años, no se hubiera podido enviar un solo mensaje de Manizales a Bogotá. Además, señaló en 1872, que “el telégrafo de Bogotá a Ambalema no funcionaba la mitad de los días del año; el de Ambalema a Honda quedó absolutamente destruido seis meses después de inaugurado; el de Ambalema a Ibagué no funcionaba cincuenta días en el año; el de Ibagué a Cartago sólo envió un despacho en cerca de dos años; y el de Cartago a Manizales apenas funcionó treinta días en año y medio”.
Los problemas en esos trayectos eran muy delicados, de manera que se dispuso mejorar notablemente los materiales utilizados y se crearon los cargos de guardas de la línea, inspector y ayudante. Camacho Roldán, consciente de la importancia del telégrafo, expresó además la urgencia de avanzar en las iniciativas para conectar al país con los telégrafos submarinos que llegarían a Colón y a Panamá, los que permitirían la comunicación con las Antillas, Estados Unidos y Europa y con las costas de Ecuador, Perú y Chile.
Conexión con el telégrafo submarino
A poco de inaugurado el servicio telegráfico, se hicieron los primeros contactos con miras a obtener permiso para conectar las líneas nacionales con las que, por vía submarina, construían diferentes empresas extranjeras. En enero de 1867 se concedió privilegio exclusivo por diez años a Antonio Ferro, apoderado del norteamericano Juan Carlos Beales, para establecer y conservar un telégrafo submarino en Colón que se conectaría con América Central, Jamaica y Cuba, iniciativa que no avanzó, pero años después, en 1880, el mismo Ferro, representante de la Central and South American Cable Company, obtuvo el permiso y logró la conexión con el cable del Atlántico. Otro norteamericano, Warren C. Foster, buscó en vano autorización para conectar Panamá con los puertos del Pacífico. El colombiano Ramón B. Jimeno, en nombre propio y de Edward B. Webb, de la West Indian and American Telegraph Company, promovió un plan frustrado para ligar el país por cable submarino con las Antillas y Estados Unidos. También en 1867 Carlos Rebello, apoderado de la Compañía Oceánica Telegráfica Internacional de Nueva York, pidió permiso para establecer comunicación telegráfica submarina entre Colombia y Estados Unidos, proyecto que tampoco prosperó.
Las leyes de 4 y 16 de marzo de 1870 autorizaron, finalmente, al Presidente de los Estados Unidos de Colombia para “permitir la comunicación telegráfica del territorio de la República con otras naciones” y así fue como se concedió permiso a Bendix Koppel, apoderado de la Compañía Limitada del Telégrafo entre las Indias Occidentales y Panamá, para conectar el país con las líneas submarinas que llegaran al Atlántico y al Pacífico.
En junio de 1870 el gobierno invitó a los interesados en la construcción de una línea que partiera de la que ya había llegado a Cartago para que la continuara por Tuluá, Buga, Palmira, Cali hasta Buenaventura. Con ella se propiciaría la conexión con el cable submarino que llegara a Buenaventura. El contratista asignado fue Demetrio Paredes. El 2 de octubre de 1882 comenzó el servicio de la oficina del cable submarino en Buenaventura, con la posibilidad de enviar despachos a Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Irlanda, Francia, Alemania, México y Centro América. En este mismo año se contrató también con Frulich Murphy & Co. el establecimiento del cable submarino entre Panamá y Callao, pasando por Buenaventura.
El obstáculo de sortear las aguas de los ríos también tuvo dificultades y para ello se instalaron cables subfluviales. Los primeros de este tipo se tendieron en 1875 en Sitionuevo y en la ciénaga de Santa Marta para comunicar a esa ciudad con Barranquilla, pero funcionaron pocos meses. Luego, en 1887, Demetrio Paredes instaló un cable subfluvial para el telégrafo entre Magangué y Ocaña en el brazo de Mompox. En 1896, existían cuatro en el Magdalena: en Bodega Central, Doña Juana, Magangué y Calamar. El empresario Francisco J. Fernández sustituyó, a finales del siglo XIX, los pasos subfluviales con un avanzado sistema de torres para evitar los frecuentes daños que ocasionaba la corriente del río.
Otras líneas telegráficas
El 30 de marzo de 1873 se abrió la línea de Bogotá a La Mesa y el 29 de noviembre de ese año la de Bogotá a Zipaquirá. En mayo de aquel año se concluyó la de Cartago a Buenaventura. En septiembre se restableció la de Bogotá a Medellín, línea telegráfica que tenía como enemigos a los comerciantes de cacao “que rompen el alambre entre Cartago y Manizales, a fin de que en la última de esas ciudades no se tenga noticia del precio corriente de aquel artículo”, según se registró en la Memoria de Hacienda y Fomento de Aquileo Parra en 1873. El año fue de bastante actividad en materia de telégrafos y también se contrató, con Demetrio Paredes, la línea de Zipaquirá a Bucaramanga, pasando por Nemocón, Ubaté, Chiquinquirá, Puente Nacional, Vélez, Suaita, Oiba, Socorro, San Gil y Piedecuesta, con una bifurcación en Puente Nacional a Moniquirá y Tunja. El secretario de hacienda y fomento, Aquileo Parra, tuvo gran interés en este medio de comunicación y señaló en este año la urgencia de otra serie de líneas telegráficas: La Mesa-Neiva, Tunja-Cúcuta, Cali-Popayán, Colón-Santa Marta, Cartagena-Magangué, Santa Marta-Barranquilla. Fueron avanzando así diferentes trayectos que se unieron para establecer el entramado de líneas del sistema telegráfico del país. El 12 de febrero de 1882 se enlazó la línea telegráfica colombiana con la de Venezuela por primera vez.
De los 20 kilómetros de línea telegráfica que conectaron las 2 oficinas telegráficas inauguradas en 1865, se pasó, 10 años después, a 2.190 kilómetros que cubrían 53 oficinas. En 1892 se contaba con 273 oficinas unidas por 9.680 kilómetros repartidos en 5 líneas telegráficas y en 1898, antes de la guerra de los mil días, 520 oficinas y algo más de 14.000 kilómetros en servicio por 10 diferentes líneas.
Hacia la telegrafía inalámbrica
Se estima que luego de la guerra de los mil días quedaron apenas unos 6.000 kilómetros de línea telegráfica, con un servicio deficiente. En esas circunstancias, el gobierno del presidente José Manuel Marroquín contrató, el 12 de febrero de 1903, con Francisco J. Fernández Bello, entre otros, la reconstrucción del telégrafo en el país. A esta labor le daría un gran impulso el gobierno de Rafael Reyes (1904–1909).
Para 1908 las instalaciones telegráficas recorrían 16.632 kilómetros, pasando por 524 oficinas a las que llevaba el telégrafo 13 líneas. Fernández consagró sus energías, además de otras actividades empresariales, al avance del telégrafo. En 1909 introdujo en el país los primeros telégrafos de tipo Hugues, fabricados por Siemens & Halske, que instaló en Bogotá y Socorro. Con ellos los telegramas salían impresos automáticamente en tiras de papel y se evitaba la copia a mano. Además de los logros que alcanzó en la reconstrucción y expansión de las líneas del telégrafo de alambre, fue también el promotor de la telegrafía inalámbrica en la que había venido trabajando el italiano Guillermo Marconi (1874-1937). El 12 de diciembre de 1902 Marconi recibió la primera transmisión inalámbrica entre Europa y América, utilizando ondas de radio, la letra M enviada desde Poldhu, Cornwall, Inglaterra y escuchada en Saint Johns, Terranova, Canadá.
En sus viajes por Europa y Estados Unidos Francisco J. Fernández, en compañía de su hijo Agustín Fernández Parra (1879-1908), conoció a Marconi. En su revista El Telégrafo, Fernández informó sobre el desarrollo de sus actividades alrededor del telégrafo e introdujo en Colombia el interés por las ondas de radio. En 1910 promovió la instalación por parte de una firma alemana de una estación inalámbrica en el cerro de La Popa en Cartagena. En 1911 la United Fruit Company estableció algunas estaciones inalámbricas en Santa Marta, Cartagena y San Andrés para tener comunicación entre sus instalaciones del Caribe y Estados Unidos y los barcos.
Desde los años setenta del siglo XIX Fernández había estado vinculado, de diferentes maneras, con el desarrollo del telégrafo y en octubre de 1912 realizó en su casa de la hacienda El Cedro al norte de Bogotá, los primeros ensayos propios con el telégrafo inalámbrico, labor para la que contó con la colaboración de Jorge Caicedo Abadía, Adolfo Concha y Eliseo Ortega. En ese mismo año se contrató el montaje de una estación Telefunken y al año siguiente, 1913, la Marconi Wireless Telegraph Company inició el servicio público inalámbrico en Bogotá, Medellín y Buenaventura. Como ocurrió durante el siglo XIX, ahora empezaron a multiplicarse las estaciones inalámbricas en las diferentes poblaciones del país y comenzó a superarse la fragilidad y las limitaciones de la transmisión por cable. Los operadores pasaron a ser radiotelegrafistas, que trabajaban con un sonido diferente en la recepción al cambiar del cliqueo del sonante a los tonos del receptor y a depender ya no del estado de los cables sino de las condiciones de propagación de las ondas por la atmósfera.
Con el inicio de la telegrafía inalámbrica se ampliaron los hitos en la historia de la telegrafía colombiana. Si bien la primera guerra mundial (1914-1918) frenó la dinámica que se iniciaba en el país en materia de comunicaciones inalámbricas, asunto en el que además influyó la política de neutralidad de Colombia en ese conflicto, de todas formas en 1915 la All America Cables and Radio conectó a Buenaventura con Ecuador y Panamá. Seguirían después de la guerra desarrollos importantes: en 1920 entró en servicio la estación inalámbrica de Puerto Colombia. La conexión inalámbrica con el mundo se dinamizó en los años veinte. La Ley 31 de 1923 creó el Ministerio de Correos y Telégrafos y el 12 de abril de ese año el presidente Pedro Nel Ospina inauguró la Estación Internacional de Morato en Engativá. En aquella ocasión el presidente Ospina envió por el sistema inalámbrico mensajes al Rey Jorge I de Inglaterra, al presidente Harding de los Estados Unidos y a Guillermo Marconi. Para estas instalaciones inalámbricas el alemán Karl Klemp trajo a Colombia los avances de la época y adelantó ensayos a bordo del vapor “Hércules” para establecer comunicaciones inalámbricas en buques y aviones. Se contó también con el empuje de la misión belga (Jacobs, Roggeman y Toch) que en 1924 modernizó el sistema telegráfico del país. Hacia la mitad de los años veinte la red de telegrafía de alambre llegaba a 25.000 kilómetros.
En pocas décadas cientos de telegrafistas consagrados a esta naciente y próspera profesión se instalaron en las poblaciones a las que llegaba el hilo telegráfico, de manera que con razón se considera que fue una de las empresas que más empleo generó en el país durante un largo tiempo.
En 1943 se nacionalizaron las comunicaciones y el gobierno compró los intereses de la Marconi Wireless Telegraph Company en el país, dando lugar a la creación de la Empresa Nacional de Radiocomunicaciones, la cual fusionó en 1950 todos los servicios de comunicaciones al crearse TELECOM.
Con el correr de la segunda mitad del siglo XX se fue suprimiendo la utilización de la telegrafía. Por último, en 1999, se canceló oficialmente su empleo en los barcos, uno de sus últimos refugios. En la actualidad solo se conserva en el entrenamiento militar táctico para situaciones de emergencia, pero día tras día se escucha en el éter a miles de radioaficionados que la utilizan en el mundo siguiendo, de manera nostálgica, las huestes de Samuel Morse. ]
Bibliografía
- Cisneros, Ruy. “Primeros días del telégrafo en Colombia”, en El Gráfico, No. 639. Bogotá, abril de 1923.
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- Memoria de Hacienda y Fomento. Diferentes informes del siglo XIX.
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- Revista Postal y Telegráfica. Varios números.