¿China y Rusia conformarán un bloque contra Occidente?
LAS NOTICIAS del mundo parecen sugerirnos que vivimos una era de gran turbulencia geopolítica. La guerra en Ucrania ha vuelto a poner en lados opuestos a las potencias occidentales y a Rusia, mientras las tensiones entre China y Estados Unidos por la isla de Taiwán parecen no relajarse. Los hechos podrían hacernos pensar que estamos ante la consolidación de un bloque sino-ruso enfrentado al mundo occidental.
Pero ¿hasta qué punto es esto preciso? ¿De verdad conforman China y Rusia un bloque en contra de Occidente? En realidad, esta puede ser una idea simplista en un escenario mucho más complejo. En efecto, ambos comparten ideas de lo que debería ser el orden internacional, y cooperan estrechamente en varios campos, pero están lejos de constituir un bloque monolítico. Cada uno actúa persiguiendo sus intereses nacionales.
En el orden global de la ‘posguerra contra el terrorismo’ existen elementos que unen a estas dos naciones. Estados Unidos surgió como la única superpotencia tras la Guerra Fría, pero para la década del 2020, su poder relativo ha disminuido frente al progresivo crecimiento de Rusia y China. Ambos Estados buscan la transformación del orden internacional hacia un mundo multipolar, en el cual los parámetros mundiales no sean dictados desde Washington y Bruselas.
En esta vía, ambos ponen en duda el sistema de valores políticos y sociales occidentales como normas universales. La idea de que solo la democracia liberal, con el progresismo y su garantía por los derechos individuales funcionan como modelo sociopolítico es ampliamente discutida. De ahí su carácter autoritario, sancionatorio y crítico sobre lo que conciben como “excesos de libertades” en Occidente.
Pero más allá de los principios, su cercanía se motiva también por la coyuntura estratégica. Por su invasión a Ucrania, Rusia ha sido objeto de varias sanciones por parte de Estados Unidos y otras potencias occidentales. Los lazos comerciales y de asistencia militar con países como China e Irán representan algún alivio para su economía, y le permiten navegar la coyuntura de la guerra. De hecho, la OTAN, que realizó en julio la cumbre de conmemoración por los 75 años de su fundación, fue firme al criticar directamente a China por este apoyo militar. Beijing rechazó la declaración y criticó a las potencias occidentales por tener una “mentalidad de la Guerra Fría”.
Incluso en la competencia por la proyección del poder hacia el espacio tienen objetivos comunes. En 2021, los dos gobiernos firmaron un memorando de entendimiento para la construcción conjunta de una base lunar para 2036. Pero, de nuevo: ¿confirma todo esto la existencia de un bloque contra Occidente? Sería un error minimizar esta alianza en el orden geopolítico actual. Pero en el momento de evaluar qué tan lejos están dispuestos a ir por su aliado surgen las dudas. ¿En una eventual guerra de la OTAN contra Rusia, estaría China dispuesta a rescatar a Moscú? ¿En una confrontación por la isla de Taiwán, asumiría Putin un rol directo?
No solo la asistencia militar de Irán es clave para la campaña de Putin en Ucrania: también lo es el intercambio comercial con la China de Xi Jinping. Foto: Creative Commons.
A diferencia de la OTAN, entre Rusia y China no existe un mecanismo de defensa mutua. El Artículo 5.o de la Carta de Constitución de la OTAN obliga a los países miembros a responder conjuntamente ante alguna agresión externa. Si bien existe la Organización de Cooperación de Shanghái como mecanismo de apoyo en asuntos de seguridad, sus miembros, incluyendo a China y Rusia, no están obligados a responder en bloque en la eventualidad de un ataque. Este tipo de decisiones sensibles obedecen más al interés nacional de cada uno, en la coyuntura específica.
En el caso de la guerra en Ucrania, China no asumió automáticamente una posición de defensa de Rusia, manteniendo incluso un silencio durante meses. Si bien ahora existe alguna cooperación militar, Beijing ha sido cautelosa en asumir posiciones más directas frente a las partes.
A diferencia de Rusia, China no mantiene una relación tan conflictiva con la mayoría de países europeos.
Es necesario aclarar que la OTAN no está en guerra con Rusia. Varios países miembros de la Alianza contribuyen con material y recursos para el combate, básicamente porque Rusia se percibe como una amenaza para la estabilidad europea y para el territorio de esas naciones. El escalamiento al punto de involucrar a la OTAN genera temores para todos los actores, quienes tratan de evitarlo.
Pero, si el escenario terminara involucrando directamente a esta organización, ¿estaría China en realidad dispuesta a entrar en una guerra contra las potencias occidentales? ¿Sacrificaría sus relaciones positivas con países europeos por el interés nacional de Rusia? ¿Enfrentaría a las fuerzas militares más poderosa del mundo? Esto es bastante dudoso.
A diferencia de Rusia, China no mantiene una relación tan conflictiva con la mayoría de países europeos. Desde el Gobierno de Hu Jintao, Beijing ha venido implementando una doctrina de política exterior conocida como “la emergencia pacífica”, hoy conocida como “el desarrollo pacífico”, que propone una actuación internacional basada en el poder blando, la economía y el comercio. De hecho, China no asumió posiciones activas en las guerras de Afganistán, Siria, Gaza y Libia, como sí lo hicieron Rusia, Estados Unidos y varios Estados europeos. ¿Realmente estaría dispuesta a romper esta posición por ayudar a su aliado en Moscú?
Países como Italia, Portugal, Austria, Grecia, Lituania, Letonia, Estonia, Polonia, Chequia y Eslovaquia son miembros de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el ambicioso proyecto geopolítico con el cual China busca expandir su influencia a nivel global. Otros, como el Reino Unido, Alemania, Francia, Canadá y los países escandinavos, son parte del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, con sede en Beijing. Gobiernos como el de Emmanuel Macron siguen manteniendo sólidas relaciones con Xi Jinping: así lo demostró la visita del manda- tario chino a París, en mayo. Todo esto puede ser más valioso para el interés nacional chino que acompañar a Rusia en una guerra.
Por otro lado, China viene realizando algunos actos de soberanía, considerados como agresivos, sobre varias islas en disputa en el Pacífico, como las Senkaku/ Diajou, las Spratly y las Paracelso. La región es un polvorín geopolítico con tensiones que contraponen a Japón, Corea del Sur, Vietnam, China, y Filipinas, entre otros, con Estados Unidos como garante de seguridad de algunos. Esto se suma al caso de Taiwán, isla que ha mantenido una autonomía histórica y con voces de separatismo, con la que Estados Unidos mantiene un compromiso de defensa. Más exactamente, es una doctrina de “ambigüedad estratégica”. Es decir, no se sabe si en el evento de una invasión china, Washington respondería militarmente de forma directa. Sin embargo, la advertencia de una respuesta militar ha estado presente por décadas.
Dado el improbable caso de que estos escenarios escalen a una guerra directa entre China y Estados Unidos, ¿realmente estaría dispuesta Moscú a sacrificarse por su aliado en Beijing? Un jugador como Putin podría tomar el riesgo de ganarlo o perderlo todo, dada la coyuntura con su guerra en Ucrania. Pero si esto llegara a darse, obedecería más al interés del presidente ruso, de acuerdo con su propia coyun- tura, que a un compromiso y una simpatía con su aliado. Sería como poner todas sus fichas restantes en una mano de póker, esperando maximizar sus ganancias.
En suma, Rusia y China están alineadas en varias dimensiones por sus objetivos de ser más poderosos e influyentes en el sistema internacional, retando a Estados Unidos. El alineamiento es claro en lo político y en lo discursivo, y se construye a partir de valores y objetivos comunes: la consolidación de un mundo multipolar en el cual los ideales occidentales no se consideren universales. Sin embargo, al pensar en posibles guerras directas con potencias en Occidente, la idea de un bloque parece languidecer. Los costos y el sacrificio que implicaría ir a la guerra en apoyo del otro, especialmente contra Estados Unidos, puede no satisfacer su interés nacional.
¿Y LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS?
Para Rusia y China, en el interés de aumentar su poder en el sistema internacional, el debilitamiento de Estados Unidos termina siendo un factor positivo. La polarización, la violencia interna, la división de la sociedad estadounidense y la sensación de que el país va por mal camino son elementos que favorecen a Moscú y Beijing. Sembrar división y dudas sobre el sistema democrático termina siendo útil para sus intereses. Por eso no es sorprendente que los rusos hayan intervenido en repetidas ocasiones en los procesos electorales, especialmente buscando manipular las narrativas de la opinión pública por medio de bots y trolls en redes sociales. Más aún, en procesos presidenciales recientes, candidatos como Donald Trump han generado incertidumbre sobre el compromiso de su país con los aliados de la OTAN y la defensa de Ucrania. Esto es altamente estratégico para Moscú. No debe sorprender que Putin busque intervenir cada vez más a fondo, de forma subrepticia, en los debates electorales de Estados Unidos.
* Profesor asociado de Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario. Ph. D. en la London School of Economics.