Niños intensamente ansiosos
DISNEY LO SABE muy bien: en su idílico mundo no todo es idílico ni ilusorio. No por nada, de una veintena de emociones y sentimientos considerados para su más reciente película, Intensamente 2, la protagonista escogida es la ansiedad, esa agitación, nerviosismo y tensión que, desbordada, causa pánico, angustia y sensación de peligro inminente. Se caracteriza por el aumento del ritmo cardíaco, la respiración acelerada, la dificultad para concentrarse y controlar las preocupaciones, problemas para conciliar el sueño y malestar gastrointestinal.
Inmersos en la corriente de la emergencia permanente y el entretenimiento como fin, el sosiego y la complejidad son fútiles. Y ese es el estado que embarga a muchos niños
y jóvenes hoy. El célebre psicólogo social de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt, lo define como La generación ansiosa, su libro publicado en marzo, en el que explica cómo
y por qué las redes sociales están ‘recableando’ el cerebro de los menores, causando una epidemia de enfermedades mentales, siendo la ansiedad y la depresión las cabezas de la lista.
Para la psiquiatra española Marian Rojas Estapé, las redes han frenado la maduración de la corteza prefrontal porque fueron diseñadas de manera meticulosa para aliviar y otorgar placer instantáneo, y estamos intoxicados de dopamina y cortisol, conocidas y sin matices como el neurotransmisor de la felicidad y la hormona del estrés, respectivamente.
En la Encuesta de Salud Mental de 2015, la última realizada por el Ministerio de Salud en Colombia, 52,2 % de los adolescentes entre los 12 y 17 años presentaba un síntoma de ansiedad; entre tanto, 44,7 % de niños y jóvenes entre los 6 y 24 años tiene indicios de algún problema de salud mental y 2,3 % sufre trastorno por déficit de atención. Y esto crea la densa bruma para el desenlace más vergonzante y aterrador de todos: el suicidio de 280 niños y adolescentes en 2023, y los 99 registrados entre enero y abril de 2024, según Medicina Legal.
Ante ese desolador panorama, en el Congreso colombiano cursa un proyecto de ley para crear la ruta integral de prevención y atención para la salud mental de niños y adolescentes desde las instituciones de educación básica y media, conforme lo establece la Ley 1616 de 2013. En esa vía se orientan las medidas adoptadas por varios colegios privados en el país, en el sentido de prohibir o restringir el uso de dispositivos tecnológicos durante la jornada escolar.
La intimidad humana es un claroscuro que pasa por el cedazo de las creencias, los pensamientos, las emociones, los sentimientos y el comportamiento. Pero ante la impotencia de gestionar y regular ese acervo que configura el ser, ese claroscuro encandila o eclipsa. Conversamos sobre el tema con el psiquiatra de infancia y adolescencia, Germán Casas, docente e investigador de la Universidad de los Andes.
¿Son necesarias y útiles las emociones no agradables como la ansiedad, rabia, envidia, tristeza, vergüenza, apatía o aburrimiento?
Claro que sí, todas tienen una función y un ser humano que no las experimenta es patológico. Existen para aprender a modular mis reacciones en la interacción con otros. Pero todas tienen una fase buena y una mala. La ansiedad, por ejemplo, es positiva como función adaptativa cuando nos enseña a protegernos de situaciones amenazantes como un atracador al acecho, nos motiva a enfrentar otras que pueden ser necesarias,―como un examen escolar, o nos genera curiosidad y necesidad de conocimiento y exploración. La ansiedad mala es la que paraliza, aísla, genera pánico y termina convertida en trastorno.
La respuesta ansiosa en el cerebro humano es la liberación de cortisol, el cual produce adrenalina y esta hormona nos prepara para la respuesta de huida, ataque o protección. Cuando uno tiene una cantidad importante de ansiedad que no desfoga, sino que paraliza, el cortisol aumenta y genera daños en los circuitos neuronales, es tóxico y en los niños altera los tiempos de aprendizaje y la liberación de la hormona de crecimiento, además de causar insomnio.
¿Qué tan prevalente es la ansiedad en su consulta?
Es el trastorno mental más frecuente en los niños, después del trastorno por déficit de atención. La Encuesta Nacional de Salud Mental muestra unos índices de ansiedad mayores que en países de la región como Ecuador, Brasil, Venezuela y México, algo relacionado con el conflicto armado y situaciones de violencia intrafamiliar. Y hay otra cosa muy preocupante: el consumo de alcohol en menores en Colombia es mucho más alto y temprano que en otras naciones latinoamericanas. El alcohol es un ansiolítico negativo, y es muy probable que su consumo tenga que ver con el control de la ansiedad.
¿Pueden las redes sociales ser más adictivas que sustancias psicoactivas como la heroína o los cigarrillos?
No solo son las redes sociales, también la adicción a internet o a los videojuegos. No hay que satanizar la comunicación por internet, pero sí es cierto que pueden hacer mucho daño porque despiertan un comportamiento adictivo en el cerebro, especialmente los mensajes rápidos, gráficos y corporales, como los que se ven en Tik Tok y otras plataformas, que generan patrones de identidad que no son ciertos y dan una idea efímera de un desconocido, solo a partir de la imagen que proyecta.
¿Es la interacción en las redes la que genera los daños nocivos o la simple visualización también resulta perjudicial?
Lo patológico es que no muestran una interacción real porque uno no puede ser amigo de alguien a quien no conoce. Pero los jóvenes que siguen a desconocidos comienzan a imitar comportamientos que, además, son llamativos, y eso los impulsa a hacer cosas cada vez más raras y locas para lograr una interacción virtual ficticia. Las niñas no se vuelven anoréxicas por ser adictas al Tik Tok o Instagram, sino porque encuentran allí una imagen que deben seguir. Los adictos a los videojuegos tienen otros problemas. Por eso, sí pienso que las redes deben tener una advertencia, como los cigarrillos, y debe haber unas condiciones mínimas para su uso, como la edad, claramente no para menores.
¿Estos efectos son los mismos si se cambia el dispositivo tecnológico para acceder a las redes?
Es peor un dispositivo móvil porque acompaña a la persona permanentemente. Estoy completamente de acuerdo con el proyecto de prohibir los celulares en los colegios, y
no es por el celular, sino por el acceso a las redes sociales. Soy consciente de que hoy en día no poder acceder a internet y a la educación interactiva que brinda es una limitación, pero hay que controlar mucho qué ven niños y jóvenes para evitar el sexting, las páginas de suicidio, formas de cutting... todo lo que está pasando hoy en día. Lo que tenemos es que enseñar y reglamentar esa interacción con internet. Debe tener, como en la televisión, horarios, clasificación de contenido e interdicción del mismo para menores de edad. Las redes que no dejan rastro no deberían existir porque generan la sensación de que lo que yo haga no tiene consecuencias.
¿Hay efectivamente causalidad entre el uso de redes y los desórdenes mentales o solo correlación?
Hay una causalidad clarísima. Las redes a veces son un disparador de los trastornos o a veces un complicador. No todos los desórdenes mentales se deben a las redes, pero en el incremento de trastornos mentales entre los 10 y 16 años, que es una epidemia brutal, las redes sociales inciden de manera crucial. La satisfacción inmediata y sin esfuerzo a través de un clic no te enseña la capacidad de espera, dificultad para tener satisfacción, tolerancia al fracaso ni la sutileza de las interacciones reales, sino que todo lo que está ahí está rápido y fácil, y no hay lóbulo prefrontal que aguante eso, no se desarrolla.
¿Las tecnologías digitales están ‘recableando’ el cerebro de los jóvenes?
Los nativos digitales sí tienen una forma diferente de conectar su cerebro, y capacidades interactivas con los aparatos muy diferentes a los no nativos digitales.
Hay especialistas que dicen que el problema no es el celular, sino la falta de diversificación de bienes culturales y habilidades sociales, porque si un niño o adolescente pasara varias horas del día leyendo o escuchando música también sería un problema. ¿Son equiparables esos escenarios?
No. Ahora, la postura extrema de que vamos a quitar la tecnología a los adolescentes porque les hace daño tampoco está bien porque los perjudica, pues la tecnología brinda muchas oportunidades, y tampoco me gusta poner de culpable al objeto sin hacer responsable al sujeto que lo usa.
¿Qué otras variables están causando que los jóvenes estén particularmente ansiosos?
Esta generación tiene una gran intolerancia a la frustración, no la hemos frustrado suficientemente y hay que promover eso en la infancia y la adolescencia, no para causar dolor emocional, sino para pensar mejor cómo evitar esa situación de privación. La globalización ha generado una serie de universalidades falsas, a partir de la cual todos queremos ser iguales, y las diferencias culturales son vistas como una limitación y no como un enriquecimiento. Eso lleva a que los padres críen hijos preformados, prefabricados, un prototipo de hijo con ideas como “mi hijo tiene que ser perfecto”, “no creo que tenga ningún problema”, “no le creo a los profesores cuando dicen que tiene dislexia porque los brutos son ellos”, “consigo soluciones fáciles para problemas sencillos”. Es el tipo de papá intolerante que piensa que todo lo que le hacen a su hijo es malo.
El rector de un reconocido colegio privado de Bogotá me dijo hace poco que aunque vivía feliz en Colombia no podía seguir trabajando aquí por razones éticas, pues no podía seguir empleando más tiempo y energía en contratar mejores abogados que en vincular mejores profesores para su institución; y era un gran maestro. Los padres le están comprando facilidad a sus hijos, y detrás está alguien vendiendo algo, la sociedad de consumo empujando. Ese, entre otros cambios en los patrones de crianza, está derivando en trastornos mentales muy grandes y graves en adolescentes.
¿Estamos los papás forjando minusválidos emocionales?
Estamos formando incompetentes emocionales; personas con bajísima inteligencia emocional.
¿Por sobreprotección, sobreestimulación o por qué?
Por eso y porque la crianza se volvió un bien de consumo, un producto. Antes de tener un hijo yo tengo que tener el seguro educativo, garantizar que se vaya a Harvard, comprar
el baby Einstein, no comer gluten... todo es: “Mi hijo es perfecto y va a ser perfecto”. Se acabó la incertidumbre, que era lo mágico de la crianza. Los papás hacen un libreto de ese hijo conforme lo que ofrece el mercado y eso les permite imaginar el hijo perfecto y hacer un montón de cosas para tenerlo. Y cuando nos damos cuenta de que los hijos no son perfectos, nos frustramos, nos desilusionamos de nosotros mismos y negamos la situación.
El hijo, hoy en día, es una prolongación del narcisismo de los padres, y por eso nadie tolera la diferencia ni la considera una posibilidad. La gente termina separándose porque no logra entender que hay una dificultad y que debe manejarla, porque todo tiene que ser perfecto, y eso causa una insatisfacción enorme que le imprime mucha ansiedad a los niños, que terminan siendo satisfactores de sus padres. Es una conjunción entre el acceso a las redes sociales, la globalización y la no tolerancia con la diferencia.
*Periodista y escritora colombo-libanesa. Ha trabajado para Discovery Channel, National Geographic y PBS