Donald Sutherland: “Lo que me interesa es mantenerme con vida”
*Artículo publicado originalmente en octubre de 2022.
DONALD SUTHERLAND (Nuevo Brunswick, 1935) se aferra a su bastón plateado. Sentado en un sillón de un enorme y pomposo salón de hotel de lujo, su melena y barba blanquecinas parecen un punto de luz en la penumbra. Su voz retumba con un saludo, tras ponerse de pie con cierta ligereza.
A sus 84 años y con una cifra descomunal de roles asumidos, Sutherland no tiene ningunas intenciones de bajar la marcha, mucho menos de “jubilarse”, una palabreja que hasta evita mencionar. Pocos actores de su edad y gruesa trayectoria artística han logrado pertenecer a la cultura popular de diferentes generaciones y este canadiense está muy consciente de que ese es su caso.
“¿Usted fuma?”, pregunta y se dirige a ese sillón que cruje sin misericordia al sentarse. “De ser así, le ruego que tome asiento lejos de mí, y le pido disculpas”. Este es el preámbulo de la anécdota que sigue a continuación, cuando en 1983 se le desató una alergia feroz hacia el tabaco. “Estaba en medio de un rodaje, tuvimos que parar la película por mi culpa, hasta estuvimos a punto de perder la póliza de seguro. Al volver al set, prohibieron el tabaco terminantemente”, relata con esa voz de mucha autoridad, pero a la vez amable, que recuerda a todos y cada uno de sus personajes. “Detecto el olor del tabaco de inmediato, así sea a una distancia considerable”, concluye, y da pie a abrir fuego con las preguntas.
A estas alturas de su carrera, ¿qué le motiva al aceptar un rol?
Es más bien una combinación de cosas, como la veracidad de la historia y el amor hacia el material, así como también el personaje en sí, su honestidad. Cuando lees un guion te enamoras o no. Basta sentirme encantado, pero luego tienes la esperanza de que la gente que va a rodar ese filme sienta el mismo amor que te ha despertado a ti.
¿Se puede pensar que sus intereses han cambiado, que ya no son los mismos de hace treinta años?
En realidad no me importa mucho lo de hace treinta años. A mí lo que me interesa hoy en día es mantenerme con vida. Antes solía pensar que viviría para siempre, pero ahora estoy consciente de que existe un límite. De allí proviene mi ansiedad de dar lo mejor de mí.
Últimamente ha trabajado en proyectos muy diferentes entre sí, y con directores y colegas actores muy diversos. ¿Qué sensación le han dejado esas experiencias recientes?
La más maravillosa fue –sin duda– con Susanne Bier, Nicole Kidman y Hugh Grant [en la serie The Undoing]. Ya ves que tan solo con mencionar el nombre de Hugh me río. ¡Lo amo de verdad! Como también quiero mucho a Nicole, son personas maravillosas, y ni hablar de Susanne, ¡es estupenda!
¿Siente que evalúa de una manera distinta sus nuevos filmes?
Quizás los atesoro y aprecio un poco más. A veces pienso: “me pregunto si esta película será la última que haga...”.
A muchos de sus colegas no les ha bastado con actuar, algunos se han dedicado a la fotografía como Dennis Hopper, o a la pintura como Anthony Hopkins. ¿Tiene usted guardado otros talentos?
¡No! Yo ya tengo un trabajo que es la actuación, y lo adoro.
Recientemente coincidió con Mick Jagger en The Burnt Orange Heresy (de Giuseppe Capotondi), lo cual no se da con tanta frecuencia.
¡Es un gracioso pillín! (se ríe) Mick es un hombre adorable, me encantó tenerlo en el rodaje, así como también compartir con él en Venecia, en la Mostra de Venecia donde este filme tuvo estreno mundial. La verdad es que llevaba años sin verlo, en 1976 habíamos tomado juntos un plato de sopa.
¿Cómo surgió lo del plato de sopa?
(Se ríe) ¡No lo sé! Ambos queríamos una sopa y terminamos sorbiendo un caldo al unísono.
En The Burnt Orange Heresy no tuvimos escenas juntos, aunque sé que originalmente tenía una escena llevando un vestido, algo parecido a Marlon Brando en The Missouri Breaks (Arthur Penn, 1976) pero al final no quiso. Cuando estábamos rodando en el Lago di Como, nos sentamos a conversar en uno de esos banquitos viejos, parecíamos dos compadres en una residencia de ancianos (se ríe). Fue muy agradable y bonito. ¡Lo adoro! Me hubiera gustado trabajar con él.
¿Solía escuchar a los Rolling Stones en su tiempo?
¡Por supuesto! I can’t get no satisfaction es mi mantra (se ríe).
En el pasado usted entabló relaciones muy estrechas con directores. De hecho, dos de sus hijos llevan sus nombres (Redford, por Robert Redford, y Roeg, por Nicolas Roeg). ¿Cree que ha cambiado ese tipo de relación entre un actor y su director?
No sabría decir si ha cambiado. Entablé una relación extraordinaria con Susanne (Bier), así como con Francis (Lawrence, director de las secuelas de Los juegos del hambre, 2014 y 2015); sin embargo, mi participación en esos filmes ya no fue en la primera línea, y tal vez allí esté la diferencia. De todas maneras, los directores son los que siguen gobernándome.
Hay muchas versiones de cómo llegó usted a participar en la saga Los juegos del hambre, ¿recuerda cómo fue el proceso?
Mis agentes siempre me envían guiones solo porque disfruto mucho de la lectura. Uno de ellos era el de The Hunger Games. Recuerdo que me lo
mandaron con una nota: “Te va a encantar”, de manera que lo leí, y luego les escribí cartas a mis agentes con mis reflexiones al respecto. No conocía los libros de Suzanne Collins, en los que está basada la historia, como tampoco tenía información sobre ellos o su autora; al leer el guion hasta pensé que se trataba de una película de animación, y ni siquiera sabía que sería una saga.
Me pareció que esa historia podría movilizar políticamente a los jóvenes en Estados Unidos, que les conmocionara tanto como para que finalmente movieran sus traseros y fueran activos en la política. Eso me entusiasmó. No funcionó como me lo esperaba. En cuanto a Coriolanus Snow, que es un personaje que adoro, creo que fallé: al contrario de la percepción generalizada, yo no lo veo como un villano, más bien me parece que es un político interesante y muy pragmático.
Otro aspecto en la carrera de un actor son las críticas. ¿Qué tanto lo han influenciado?
Las críticas son importantes, aunque pienso que los críticos tienen problemas para ver seriamente una película. En general escribir crítica es una labor intelectual, pero lamentablemente en lo que respecta a las cinematográficas y de artes escénicas se han convertido en una labor emocional, tal vez esa no sea la mejor manera. Cuando tienes gente diciéndote a lo largo de tu vida que eres feo, tienes que encontrar las maneras para sobrevivir.
No es que no me importen las críticas, me importan mucho. Pero en lo posible intentas asumirlas objetivamente, si es que estás en capacidad de hacerlo. Estamos hablando de un proceso muy doloroso. Como actor intentas abrir tu corazón y exponer tu verdad, pero te das cuenta de que la gente tiene otras intenciones, otro plan de vida.
La industria cinematográfica ha cambiado mucho. ¿Qué percepción tiene de un actor como Brad Pitt, con quien trabajó recientemente en Ad Astra, como ejemplo de una estrella cinematográfica actual, que produce y arriesga en proyectos propios y ajenos?
Brad es un buen actor, y en Ad Astra está muy bien. Está haciendo cosas increíbles como productor, por eso espero y elevo mis oraciones para que esa película haga dinero y se justifique el gran esfuerzo tanto de él como de su director.
Bette Davis le escribió una carta a Meryl Streep donde le decía que era la mejor actriz de su generación. ¿A quién le dirigiría usted una carta similar?, ¿acaso a Brad Pitt?
(Se ríe a carcajadas) ¡No va a haber manera de que me pongas en esa situación tan comprometedora!
*Esta periodista íberovenezolana acude a múltiples festivales de cine alrededor del mundo para charlar con los protagonistas de la industria.