21 de noviembre del 2024
Foto: cortesía NASA
Foto: cortesía NASA
23 de Febrero de 2024
Por:
Amira Abultaif Kadamani

Que esta ingeniera aeroespacial se haya convertido en directora de vuelo de la NASA es medida de su valentía. Caleña de nacimiento y “marciana” de corazón, nos ofrece una enseñanza: incluso en las circunstancias más adversas, las primeras barreras por superar son las que impone la mente. 

Diana Trujillo, la guerrera galáctica

 

CALI, DÉCADA DE 1980: furor del narcotráfico en Colombia durante la denominada “década perdida” en América Latina. Infancia trémula entre el fuego cruzado de la guerra contra las drogas. Hilachas de machismo en el entorno familiar y voces femeninas que se sentían menospreciadas. 17 años, un viaje a Estados Unidos con 300 dólares en el bolsillo y padres divorciándose. Mamá en ruinas y con dos hijos menores, además de Diana. Papá decidido empezar una nueva vida, sin resquemores por su pasado. Miami. Ni una sola sílaba en inglés. Soledad apabullante. Trabajos varios, entre ellos, limpieza de casas particulares y asistencia en una panadería. Necesidad inmediata: paliar el hambre suya y la de su hogar materno. Dos años y medio arañando la supervivencia, y en la brega de aprender el idioma local en Miami Dade College. Y justo cuando tenía que decidir a qué carrera inscribirse, una revista lo cambió todo.

Así lo recordó en una entrevista para The Adrenaline Zone: Diana avanzaba lentamente en una fila eterna de aspirantes, sumida en las cavilaciones sobre el devenir. Pisó la sala de espera de la oficina donde informaría su decisión y, de repente, vio una revista sobre una pequeña mesa. Era una publicación de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, en inglés), que aún conserva, en la que se perfilaban las mujeres astronautas que habían trabajado en la agencia. La estaba ojeando cuando llegó su turno de entrar y, como una epifanía, dio su veredicto: “Quiero estudiar ingeniería aeroespacial”. En ese instante, sus inquietudes quedaron conjuradas con una chispa que encendió su corazón y su mente. No cundía la menor duda.

Luz al final del túnel. Revelación evidente para una mujer con la convicción de que no hay coincidencias, sino “diosidencias”. ¿Por qué había escogido eso? Por una combinación de factores. En el colegio le gustaban las matemáticas y se destacaba en la materia, y quizá por eso se sentía más afín a los niños que a las niñas. El espacio empezó a orbitar en su cabeza temprano, hacia los ocho años, como refugio del mundo aturdidor que bullía en las calles por cuenta de la violencia que se vivía en el país, particularmente, en la ciudad que en aquellos tiempos se desvanecía como “sucursal del cielo”.

Inmersa en ese escenario atroz, ella solo quería yacer boca arriba sobre la tierra, mirar la bóveda celeste explayada ante sus ojos y soñar.

Así se empezó a tejer esa constelación inconsciente para Lady Diana Trujillo, bautizada así para que la “princesa de la casa” llegara lejos. Pero a decir verdad, como lo delata en The 2019 Makers Conference, ella se sentía mucho más cercana a una guerrera galáctica que a una princesa de cuento de hadas cuyo principal deseo era conseguir a su príncipe consorte y formar un hogar. Para esta Lady no existió la conversación sobre “¿cuál quieres que sea tu futuro profesional?, ¿qué te gustaría estudiar?”. Y eso, aunado a su contexto familiar, hizo mella atmósfera adentro: dudó mucho de sí misma, de sus capacidades, de si tendría la inteligencia suficiente para aplicar a la univesidad, de si pasaría derecho por el colador que implicaban los estudios superiores —como le advertían tantos a su alrededor—, de si podría llegar a conquistar un título y ser exitosa.

"Les digo a mis hijos: «Te quiero por lo que eres, no por lo que haces»".

Solo después de que la vida la puso contra las cuerdas y ella se curtió en solitario en un país ajeno, pensó en estudiar lo más difícil que se le ocurriera para darle una lección a quienes no le tenían confianza. El boicot propio y externo se hizo evidente, por ejemplo, al término de sus cursos de inglés, según comentó para The Adrenaline Zone: por esos días, había decidido no mirar sus notas para no desilusionarse, pese a que sentía que lo estaba dando todo. Su profesora de lectura le preguntó si no había considerado tomar clases avanzadas dadas sus calificaciones de 4.0. Trujillo le respondió que no, sin saber siquiera si ese puntaje era bueno o malo. Cuando su papá le pidió que le enviara las notas, lo primero que hizo fue ofrecerle disculpas porque no creía que fueran buenas; no obstante, volvió adonde la maestra y ella le explicó que eran en verdad sobresalientes. En ese punto, se reconoció inteligente.

De hecho, gracias a eso obtuvo una beca en la Universidad de la Florida para estudiar ingeniería aeroespacial, donde uno de sus docentes la animó a que se postulara al programa de formación de la Academia de la NASA. Aplicó, fue seleccionada — la primera mujer latina en lograrlo— y designada en el Centro de Vuelo Espacial Goddard, en Maryland, donde además conoció a su esposo, William Pomerantz, con quien forma un hogar de dos hijos. Fue el mejor verano de su vida, una pa- santía en la que se vislumbró como cien- tífica de la icónica agencia. Se mudó en- tonces a la Universidad de Maryland para terminar sus estudios en 2007, se graduó y un año después se vinculó a la NASA.

Allí ha desempeñado distintos cargos en diversas áreas. Una de ellas es en el Laboratorio de Propulsión a Chorro (en inglés: JPL), donde se construye la mayoría de las naves no tripuladas. Integró el equipo de fabricación del brazo robótico del rover robot Curiosity hasta ser jefa de la misión, cuyo objetivo era determinar si en Marte existieron las condiciones bioquímicas para albergar vida, incluidos vestigios de agua. Ese explorador todoterreno aterrizó en el planeta rojo en 2012, y sus hallazgos fueron positivos.

Eso catapultó la creación de una nueva misión, Mars2020, orientada a responder la pregunta de si hubo vida y de qué tipo. Se creó entonces el rover Perseverance, dotado de nuevos instrumentos y tecnología mucho más sofisticada, para el cual Trujillo trabajó como supervisora técnica del grupo de planificación de secuencia y ejecución, y como jefe táctica de misión. Se trata de un riguroso trabajo de arqueología espacial que explora la superficie y la atmósfera de Marte.

Este robot se lanzó el 30 de julio de 2020 y arribó el 18 de febrero de 2021, día en el que millones de hispanohablantes vieron a la colombiana por televisión mientras dirigía la primera transmisión directa en español de un aterrizaje planetario. Tras años de insistencia, esa también fue una de sus cosechas: acercar a la comunidad latina hacia las ciencias espaciales y, ojalá, encender la llama de la curiosidad en las niñas y jóvenes que quieran investigar el universo. De hecho, su historia personal es relatada en un libro de ciencia para niños, y entre las diversas iniciativas en las que participa para inspirar a los jóvenes se destaca su liderazgo y mentoría en el programa Brooke Owens Fellowship, que anualmente selecciona a 40 alumnas de pregrado y les concede pasantías pagas en compañías de la industria aeroespacial, así como talleres de capacitación con expertos en múltiples campos.

Para advertir la trayectoria de Trujillo solo basta ver sus cuentas de redes sociales: @FromCaliToMars (y en Instagram, @FromCaliToMar). Esta confesa “marciana” sueña con que el ser humano pise el planeta rojo, al igual que lo hizo en 1969 en la luna. Y para esa hazaña se quiere repetir la osadía de volver a nuestro viejo y conocido satélite, razón por la cual la NASA creó la misión Artemis, que también es supervisada por la colombiana. Su compromiso es tan febril que la agencia la promovió, junto con otras seis personas, como directora de vuelo, cargo que refleja una sorprendente capacidad de ser zorro y erizo a la vez, conforme lo dibuja la fábula del poeta griego Archilochus: tener una gran perspectiva y saber para qué sirve el conocimiento (zorro) y tener contenido detallado para saber hacer algo muy bien (erizo). Esto, junto al trabajo en equipo, hace de la directora de vuelo una coordinadora orquestal cuya batuta pone en armonía a varios grupos de controladores encargados de distintas variables y fases para lograr una sinfonía perfecta.

Aunque las clases de ballet de su infancia le imprimieron su perfeccionismo, esta caleña que mantiene las trazas del lenguaje materno que la vio crecer y configuró en ella un alma rebelde (“mijita”, “verriondo” o “berraquera” son palabras que discurren fácilmente cuando habla en español), aprendió que las fragilidades de la vida, también, hacen parte de su belleza. El temor a convertirse en lo que no quería ser le acuñó una determinación de hierro para ir tras su destino. ¿Y cuál es? Estar a la altura para develar los misterios universales.

¿Cuál fue su contexto familiar de infancia?

Crecí en Cali en los años ochenta y había mucha dificultad por lo que estaba pasando con el narcotráfico. Para muchos fue muy difícil crecer en ese entorno. Para mí, entender la posibilidad de ser científica o ingeniera, de trabajar en el espacio o algo que no fuera lo que mis padres, tíos, primos o vecinos estaban haciendo es algo que me marcó mucho, porque no se pensaba en las posibilidades, sino en los modelos por seguir. Ahora me siento muy feliz porque veo a mis hijos y sé que podemos tener esa conversación. 

Su mamá estudiaba medicina y tuvo que dejar su carrera, pero ¿cuál era la tendencia en la familia?, ¿qué hacían sus papás o tíos? 

Mi papá estudió contaduría, mi tío abogacía, mi abuelita no fue a la universidad porque no terminó el bachillerato. Yo no tuve conversaciones con las mujeres en mi familia sobre cuáles eran las carreras que habían estudiado, y la universidad no era algo fácil para poder aplicar.

 

Diana fue una de las cabezas técnicas de la misión en la que el robot Perseverance llegó a Marte para hacer un meticuloso trabajo de arqueología espacial. Su experticia y carisma es apreciada en ámbitos académicos, incluidos los escolares. Foto: cortesía NASA. 

Además del gusto por las matemáticas, ¿qué otra cosa se cocinó en su escolaridad para prever cosas distintas que la sacaran de esa trayectoria familiar?

No vi un cohete ni un vehículo espacial; no puedo decir “estas cosas pasaron”. En los ochenta teníamos que suscribirnos para tener 15 minutos en el computador usando el Internet, así que nunca me senté a buscar fotos de la Nasa o algo semejante. La razón por la que el espacio entró en mi visión fue más que todo porque a mí me gustaba mucho pintar y dibujar, y encontraba que las fotos del espacio en las enciclopedias eran súper lindas: me gustaba ir a la bi- blioteca a verlas. Eso fue lo más frecuente que me encontré sobre cosas del espacio. Recuerdo que todo el mundo decía que la universidad era un colador, y yo pensaba: “Estoy segura de que me van a colar a mí, estoy segura de que no entro”. Cuando vine acá la cosa fue diferente porque me di cuenta de las posibilidades que había y lo que podía hacer si de verdad le ponía empeño [...]. Lo único que tenía que hacer era aplicar a cosas distintas para saber cuál de todas esas oportunidades era la que iba a salir mejor.

En su infancia y adolescencia, ¿cómo pasó de tomar clases de ballet privadas con una instructora cubana a tener dificultades para comer?

La forma en que hice esa transición fue al llegar a Estados Unidos. No sabía inglés, tenía dinero limitado y debía hacer algo para ayudar a mi mamá en Colombia; entendía que estaba corriendo la carrera de mi vida, pero no tenía ningún control de las cosas. Pasar de un lugar a otro fue entender que no estaba establecida, no tenía la forma de estudiar ni algo sobre lo que me pudiera sostener. Como muchas personas, cuando no hay, no hay. Entonces empecé a aprender inglés y a trabajar, pero sentía que había algo que faltaba, y en ese momento pensé: qué puedo hacer que sea difícil y pueda demostrarme que, aunque muchos me hayan dicho que no puedo, que no soy esto o lo otro, lo logre y empiece a creer más en mí.

¿Quién la impulsó a ir a Estados Unidos?, ¿tenía algún referente?

Mi papá quería que yo estudiara inglés y salió con la idea de que me podía mandar a Estados Unidos a aprender, pero a la misma vez mis padres se estaban divor- ciando y mi madre estaba en una situación muy difícil, entonces irme a este país implicó buscar la forma de surgir, ayudar a mi mamá y hacer otras cosas diferentes. Mi impulso era ayudarle a ella porque era muy difícil encontrar trabajo en Colombia.

 

¿Cuando llegó a Estados Unidos, alguien la acogió?, ¿cómo se movía una adolescente de 17 años en ese entonces?

Obviamente no fue fácil, sobre todo conocer personas. [...] Pero por esas vainas colombianas que uno tiene de ser amiguero con todo el mundo y de cruzar las barreras sociales —que están allí, pero que en verdad no están—, uno puede reconocer que las personas alrededor están tratando de hacer lo mejor que pueden. Es difícil cuando lo describes como una joven que llega y no está rodeada de la familia, pero al mismo tiempo, resultó siendo más fácil de lo que pensé. Mi mente estaba enfocada en encontrar personas que me quisieran ayudar. [...] Primero, estuve en varios lugares tratando de poder pagar la renta cerca del community college, y cuando fui a la Universidad de la Florida, estuve alojada con compañeros colombianos. Terminamos conformando un grupo colombiano y todos nos ayudábamos. Después, cuando me mudé a Washington D.C., encontré a mi esposo, William, y las cosas cambiaron.

¿Por qué migró a Maryland?

Cuando estaba en la Universidad de la Florida apliqué al programa de la academia de la NASA y entré haciendo la pasantía de verano en Goddard Space Flight Center. La persona con la que estaba trabajando me dijo que si quería seguir lo podía hacer, pero tenía que mudarme. Entonces lo hice: me fui a la Universidad de Maryland para seguir en Goddard.

Ha tenido una vida profesional en ascenso a la par de la maternidad. ¿Cómo la ha vivido, a qué retos se ha enfrentado?

Una madre tiene que hacer mucho, pero a la vez, las preguntas tan simples que nuestros hijos nos hacen lo llevan a uno a pensar: por qué lo compliqué tanto. Me gusta esa simplicidad en ellos. “Mami, ¿por qué la luna es de ese color?; mami, ¿por qué el sol sale de esta forma, ¿por qué llueve y me siento así?” Todo eso es ciencia. La maternidad me ha hecho visualizar la complejidad de lo que hago y darme cuenta de que, al final del día, no sabemos mucho. Que sabemos muy poquito de lo que tenemos alrededor y que la idea es entender qué hay afuera, desde la humildad.

¿Qué prioridades le han enseñado sus hijos?

La noción de cómo vamos a dejar el planeta tierra a las personas que vienen detrás de nosotros. También, que cada cosa que hagan tiene que ser con intención, sin divisiones. Y a hacer las preguntas más simples y de la manera más directa.

¿Y cuáles son las lecciones fundamentales que quiere inculcarles?

Que crean en ellos y en lo que están haciendo, porque van a encontrar mil personas en la vida que les dirán que no o que hay que hacer las cosas de otra forma. Les insisto en que hablen cuando alguien les diga algo que ellos sepan que no es así; que digan lo que ven, cosa que me costó mucho entender. Y también les digo mucho: “Te quiero, no importa lo que hagas. Te quiero por lo que tú eres y no por lo que haces”.

¿De dónde nació esa capacidad de análisis y proyección del presente y el futuro?

Me estoy riendo porque no tengo ni idea de qué hablas...

Será que proviene de la bisabuela, la abuela, la mamá o de que todas en conjunto le enseñaron a ser altanera, curiosa, perseverante...

Creo que salió de que me cansé de sentirme mal.

¿Por qué?

Porque todos te dicen algo: todo el mundo tiene una opinión acerca de lo que estás haciendo. De hecho, uno como mamá se deja afectar por ello todo el tiempo: “Ay, si hubiera estado en la casa no habría pasado esto; si yo lo hubiera recogido no tendría este problema”. Es una gran lista que nos han puesto en la cabeza de todo lo que no haces bien.

¿Hubo un hecho en particular que la sacudiera de ese cúmulo?

Lo que me hizo caer en cuenta de esta lista es el espacio. Cuando te pones a pensar que no entendemos de dónde venimos, de cuándo empezamos ni cómo es que todo esto pasó... Tenemos ideas, expectativas, pero nada con la muestra exacta. Hay tantas cosas que ignoramos, que solo hay dos posibilidades: pensar simple y descartar las cosas que no ayudan. La pregunta de si estamos solos en el universo no es fácil. Es tan compleja que tengo que buscar formas de hacerla simple para poderla contestar. Y es que cuando ves la foto de otro planeta por primera vez, eso te marca. Si te marca ir a otra ciudad de paseo o a otro país al que nunca has ido, ¡cómo no va a pasar con otro planeta!

¿Cómo se simplifica una pregunta tan compleja?

Con humildad. Si uno piensa que debe ser Einstein, Galileo, Kepler, Marie Curie y todas estas personas combinadas, uno se pregunta: “¿Por qué voy a tener el privilegio de descubrir vida en el universo?”. Pero cuando piensas que tu trabajo es entender lo poquito que tienes y cómo lo puedes usar, entiendes que eso podría contribuir a contestar la pregunta de la mejor forma posible, así la respuesta sea mínima. Me gustaría ir a Marte a hacerlo yo misma, pero no se puede, entonces hago lo que mejor puedo hacer. Es como cuando vine a Estados Unidos, y tuve que hacer lo mejor que pude con muy poquito.

Usted es una mujer creyente. ¿Cómo dialoga en usted la ciencia con la fe?

De la misma manera de lo que estamos hablando. [...] Rezo todos los días y le pido a Dios que me abra el camino y me ponga las cosas que tengo que hacer, que encuentre a las personas que tienen que estar en mi vida para que me puedan ayudar a ver la forma en que él piensa que debo actuar. También así veo la exploración: tengo un rover que mira para donde yo lo dirija, y si le pongo atención a lo que le estoy tomando foto y estoy presente en lo que estoy haciendo, encuentro que las pistas están ahí. Lo que pasa es que, a veces, uno no se da cuenta. Por eso le pido a Dios que me ponga las pistas.

La ciencia y la fe suelen remover inamovibles; hacer posible lo que se creía imposible. ¿Qué es lo más asombroso que esas dos esferas le han mostrado?

Lo más asombroso que la ciencia me ha dejado ver es que haya habido agua líquida y sólida en Marte, ríos y lagos, basados en ciertas fotos que hemos tomado. En las dos situaciones en las que he estado con el rover, he visto dónde el agua pudo haber estado.

Pero la imagen que más me removió fue una que trajo un científico como un mes y medio después de tomada. Al verla detenidamente no podía ver la diferencia entre las rocas del río Pance y las de la foto. Me recordó cómo, de chiquita, iba y me sentaba en las rocas de ese río y me tiraba al agua en una llanta. Eran rocas grandes, suaves y redondas, y al ver esa foto con una serie de rocas redondas, reconocí que el agua es la única que puede hacer eso. Para mí fue tenaz porque yo sabía que era así, pero es que, en ese momento, lo estaba viendo. Nunca me imaginé que iba a llegar a hacer lo que estoy haciendo, y entendí que lo que llegó en mi dirección era lo que tenía que venir; que esto era lo que tenía que hacer sin preocuparme de cómo mover las fichas, sino simplemente pedirle a Dios que me pusiera en este camino. Y aquí resulté.

Una flor sideral

 

Esta es la Lepanthes dianatrujilloana, una de las ocho orquídeas descubiertas recientemente en el Parque Nacional Natural Farallones, en el Valle del Cauca. 

Colombia es, junto con Ecuador, el país con mayor diversidad de orquídeas en el mundo, y la naturaleza en este rincón el planeta sigue asombrando con sus floridos portentos. Los más recientemente añadidos son ocho nuevas especies de orquídeas del género Lepanthes, halladas en el Parque Nacional Natural Farallones, el cinturón montañoso que rodea a Cali. Una de ellas es Lepanthes dianatrujilloana, nombre que le rinde honor a la célebre ingeniera espacial. “Desde hace más de 300 años, cuando empezó

la taxonomía de plantas y animales, la eponimia ha privilegiado a los hombres, dejando a la mujer siempre a la sombra. Aunque en el siglo XX las mujeres incursionaron en la ciencia y distintos campos del saber de forma decidida, aún sigue pasando. De ahí que nuestro grupo de investigación decidiera hacer algo diferente: dedicar estas nuevas especies a mujeres destacadas en distintas disciplinas para que la gente, si no las conoce, al menos busque quiénes son y entienda la importancia de su trabajo”, recalca Juan Sebastián Moreno, biólogo botánico y primer autor del artículo científico publicado a finales de diciembre pasado por Harvard Papers in Botany en el que se detalla la descripción de estas flores.

Las especies del género Lepanthes son muy particulares porque son orquídeas miniatura —de menos de un centímetro de envergadura—, por lo que detectarlas en campo y trabajarlas en laboratorio requiere ojos aguzados y manos delicadas. La Lepanthes dianatrujilloana, cuyas hojas varían entre verde y rojo, fue identificada en el cerro Tokio de los Farallones, a 1.800 metros de altura.