Nuestro patrimonio artesanal es cosa seria
Las artesanías no son meros objetos utilitarios ni decorativos. Si definirlas nos resulta difícil porque quizá la oferta plástica contemporánea nos parezca —y lo es— demasiado abundante, puede que la siguiente descripción resulte útil: son expresiones materiales de patrimonios inmateriales. Manifestaciones físicas, perceptibles por nuestros sentidos, de la manera en que las comunidades han sentido y pensado por décadas, siglos y hasta milenios.
Retratan no solamente la historia de dichos grupos humanos, sino que también revelan cómo es su relación con el ecosistema que les es inmediato. Son, en fin, pequeñas muestras de su personalidad colectiva. Colombia tiene cinco ecorregiones diametralmente diferentes en biodiversidad. Y, a su vez, estas han sido escenario de innumerables mestizajes humanos. He ahí la complejidad colombiana: el lenguaje —verbal y no verbal— de un llanero no es el mismo del de un chocoano, un costeño, un indígena andino u otro amazónico. Nuestros oficios tradicionales han recibido esa diversidad durante siglos y, por eso, no es exagerado pensar en nuestro país como uno de los más ricos del planeta en el frente artesanal. Para la muestra, basta haber visitado alguna vez los exuberantes pasillos de Expoartesanías, la feria anual que organiza Artesanías de Colombia, que está entre las más grandes de su tipo en el continente y cuya más reciente edición tuvo lugar este mes.
Pero hay otro hito de Artesanías de Colombia al que REVISTA CREDENCIAL quiere hacerle un homenaje: el sitio web de Colombiaartesanal.com.co, lanzado a principios de 2022. Es didáctico, oportuno y fácil de explorar, y hasta tiene con una versión en inglés. Se trata de un proyecto digital en el que se mapea el patrimonio de oficios tradicionales del país en —por ahora— 15 rutas turísticas enfocadas en los artesanos, sus talleres y sus productos. En cada una —Amazonas, Atlántico, Antioquia, Bogotá, Bolívar, Boyacá, Cundinamarca, Eje Cafetero, La Guajira, Putumayo y Santander, entre otras—, una serie de portadores de tradición cuentan sus historias, describen cómo les fue legado el oficio y le dan cara humana al patrimonio nacional. Estos son solo cinco ejemplos.
TERESA JACANAMEJOY Y EISENHOWER RAMOS
Tejeduría, enchapados y recubrimientos. San Francisco, Sibundoy, Putumayo.
Eisen habla como todo un sabio, pero apenas está en sus veintes. Será la experiencia que da pertenecer a una familia Kamsá. Cuenta que la naturaleza de esta comunidad indígena es la de compartir y conservar la lengua, pero también la de curar: curarse a uno mismo y a su familia, que es la comunidad misma, como un gesto de pensar en el otro. Allí, tejer es usar las manos desde el “ainanokan”, desde el corazón. En el tejido se conectan las personas y las ideas, se aprende y se enseña. Se recuerdan y continúan las historias. Se enaltecen las memorias y se proyectan futuros. Esta es la misión que estableció con su familia al fundar, en 2016, el espacio Curarte. Allí, los procesos de sanación tienen lugar con la medicina, el “remedio” del yagé, la música y la artesanía en chaquiras.
RUBÉN DARÍO AGUDELO
Guarnielería. Jericó, Antioquia
Detrás del saber de este hombre cálido podemos descubrir la historia del arriero, conquistador y andariego. Todo ello está contenido en una sola pieza: el carriel. El “escaparate paisa”, como lo llama Rubén Darío; un elemento que trasegó cuando se andaba a caballo, y cuando los hombres, por meses fuera de casa, guardaban allí —dice Agudelo, heredero y transmisor de su oficio— “el aguardientico, el tabaco, las agujas para arreglar los aperos, los clavos de herrar, las cartas, la peinilla, el espejito, el escapulario, la camándula, la libretica donde anotar lo del mercado, el lápiz y el tintero, la navaja…”
LETICIA GUTIÉRREZ
Joyería/bisutería. Mompox, Bolívar
Leticia, junto a Ana y José Luis, son los herederos de una tradición ininterrumpida que inició su abuelo, Teófilo María Gutiérrez Villanueva. Los Gutiérrez tienen el privilegio de haber sido testigos de la consolidación de la orfebrería, un oficio que ha hecho brillar a Mompox a lo largo de los años. Asimismo, han visto casi que desaparecer técnicas orfebres como el estampado, el colador y el vaciado: su taller está entre los pocos que las preservan. En su casa cuentan con un inventario de más de 500 modelos de estampes que todavía hoy, con sus figuras en moldes macho y hembra, producen piezas únicas. Una de ellas es el icónico pececito momposino, un “señor” róbalo de 600 escamas, cada una de ellas hecha a mano. Tiene cinco tamaños distintos y movimiento propio: el secreto mejor guardado de la familia y otro de sus orgullos.
SERGIO TRISTANCHO
Forja. Nobsa, Boyacá.
Apenas transita sus cincuenta años de edad pero carga con una tradición de más de dos siglos en la sangre: la de hacer campanas. Su tatarabuelo, Eufrasio Tristancho, quien vivió 102 años, fue el iniciador de este oficio traído de España en plena colonia. Los siguientes relevos generacionales tuvieron lugar de hombre a hombre, hasta que Sergio le legó el conocimiento a sus propias hijas, Adriana Lucía y Alejandra. Presenciar la manera en que Sergio elabora las campanas se siente como estar frente a un druida y alquimista.
DIEGO VIVIESCAS
Cestería. Barichara, Santander.
Diego se sabe afortunado de haber estado desde 2008, cuando era apenas un quinceañero, detrás de su abuelo, Nicodemus Viviescas. A él le aprendió todo lo que sabe sobre la cestería; acerca de ese bejuco de flores moradas cuya fibra le permite hacer los potentes canastos que hoy son una marca de Barichara. El joven es ya todo un maestro. Habla con conocimiento de causa del proceso de tejido y describe las exploraciones que su familia hizo para descubrir cuál sería la materia prima más apropiada para trabajar: indagaron con el bejuco de corral, con el guaiquillo o cucharillo y con la espuela de gallo. Pero dieron, finalmente, con una ideal que, además, tiene nombre propio: Pedro Alejo. Este artesano tiene ambiciones empresariales que le permitirán al oficio seguir vivo.
*Periodista de cultura y editor de Revista Credencial