18 de diciembre del 2024
Archivo particular.
6 de Diciembre de 2011
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Este mes se inaugura en Cartagena una exposición de esculturas monumentales de esta elegante y bella artista griega. Pero ¿cuál es la historia que se esconde detrás de la mujer que desde hace más de treinta años es la compañera de Fernando Botero? En Nueva York, reconstruyó junto a Margarita Vidal su apasionante vida. 

Por Margarita Vidal.

Sophia Vari: "Me siento más colombiana que nunca".

Tiene una carrera profesional como pintora y escultora reconocida internacionalmente desde hace más de tres décadas. Es culta, cosmopolita y sofisticada, dueña de una silueta talla dos, a la que cualquier prenda se adapta con el chic requerido, y de un glamour natural, que termina envolviéndola en un halo de perfección y elegancia, desde el pelo hasta los zapatos, pasando por un maquillaje acentuado y moderno, definido por ella misma y sobre el cual no tiene secretos.

Nació en Atenas, en 1940, de madre húngara ―famosa por su belleza― y padre griego. La familia paterna de Sophia, cuyo apellido real es Canellopoulos, era acaudalada, conservadora, de industriales y políticos, uno de los cuales llegó a ser primer ministro de Grecia.

 "Me enamoré de la persona. Después conocí su obra y también me enamoré de ella, o sea que me he enamorado de Fernando dos veces (risas)". (Fotografía AFP).

Poco le gusta hablar de estos temas porque descree de la política, que causó por años el destierro de su familia. Prefiere contar ―en un español disparejo que se esfuerza por mejorar cada día (habla cinco idiomas)― las peripecias que la obligó a hacer una cultura machista como la griega, antes de que ella encontrara el camino de su vocación

Sophia Vari (tomó su apellido de un pequeño pueblo cercano a Atenas) me cuenta un poco su historia. Habla con sencillez, sentada en un sofá de cuero negro, en su apartamento de Park Avenue en Nueva York.
Está feliz porque su exposición en la galería de Nohra Haime, en la Quinta Avenida, ha sido un éxito y porque este diciembre la misma galería presenta una muestra de sus esculturas monumentales en lugares estratégicos de Cartagena. 

Es una mujer de carácter, que sabe ser, a la vez, alegre, cálida, familiar y querendona, y, por qué no, en ocasiones, poética, como cuando recuerda cómo se enamoró de París, y cómo, después de ensayos, frustraciones y dudas, descubrió su vocación por la pintura y la escultura, dos canales de expresión que terminaron por cooptar su trabajo y que han sido ejes importantes en su trayectoria vital. 

Los otros son su hija Ileana y su nieto de 20 años, Pierre, que estudia Física Nuclear. Y el gran amor de su vida: el pintor colombiano Fernando Botero, el maestro de maestros con quien comparte una vida de ensueño, y, sobre todo, de trabajo arduo y constante, desde hace más de tres décadas.

Una biografía de esta artista, escrita por el crítico Justin Spring, revela que a través de los años y por medio de las relaciones y contactos de su familia, Sophia conoció y se hizo amiga de grandes personajes. Destaca que María Callas, la superdiva de la ópera, siempre la animó a dedicarse al arte y a seguir su destino. Y que sir Winston Churchill, el premier británico, seducido por su inteligencia y carisma, dedicaba tardes enteras a hablar con ella sobre pintura y sobre la técnica de la acuarela, que él dominaba con maestría.

Sophia cuenta que tenía tres meses de nacida, en plena Segunda Guerra Mundial, cuando sus padres tuvieron que salir de Grecia y establecerse en Suiza, donde vivieron casi once años. Cuando regresó a su país no sabía ni una palabra de griego. Aprendió la lengua materna como una extranjera y dice que por eso la habla con un acento muy fuerte. 

De nuevo en Grecia, vivió con su madre (que se había divorciado) en 'Varkiza', la casona familiar confiscada por el gobierno, que sólo el temple indomable de su abuela Sophia logró recuperar. Siete años después la mandaron a estudiar inglés a Inglaterra. Regresó a Atenas a los 18, para casarse, porque su padre había arreglado la boda, como era de usanza en la época.

 Muchos dicen que es una de las mujeres más elegantes del mundo. Nadie como ella para llevar elementos colombianos con estilo. (Archivo particular).

¿No pensó que debía enamorarse primero?
-No. Nunca me pasó por la cabeza. Ya sé que hoy parece increíble y a veces me pregunto cómo podía sentirme tan feliz de que mi padre lo organizara todo. Era la costumbre en mi país, y a mí me parecía completamente normal.

¿Cuánto duró ese matrimonio?
-Me divorcié cuando mi hija Ileana tenía 18 años.

¿Su pasión tan temprana por el arte se debe a algo en el ADN familiar?
-No había artistas en la familia. Por parte de mi padre eran industriales y políticos, pero yo me crié con mi abuela materna, a la que adoraba; se llamaba Sophia, como yo. Era una mujer muy especial, fanática de la música y de todas las artes y me inculcó todo su amor por la cultura. Al mismo tiempo era muy estricta; para ella el estudio y la disciplina eran lo primero, aunque también sabía ser afectuosa.

En su primera etapa griega esa influencia fue definitiva. ¿Cuáles otras tuvo?
-Es posible que el traslado de una Suiza impecable, a una Grecia en la época horrible después de la guerra, los cambios que impuso el conflicto, las restricciones, el ambiente opresivo, el divorcio de mis padres, toda esa mezcla de cosas, me hicieran pensar que la única manera de poder expresarme era a través del arte. Muy joven, quise escribir, aprender ballet o piano… ¡Pero resulté un desastre! Lo que me salía medianamente bien era dibujar, de modo que volqué mi interés en la pintura. Pero como los milagros en el arte no existen, lo que siguió de ahí en adelante fue lento, duro, a veces frustrante. Comprendí rápidamente que tenía que estudiar, aprender a través de los viajes, de ver mucha, muchísima pintura, y de ensayar una y otra vez. De perseverar. El camino del arte es el ejercicio de una larga paciencia y de saber observar con detalle todo lo que nos rodea.

 Con Ileana, su hija, y Pierre, su nieto, que ahora tiene veinte años. (Archivo particular).

¿Estar casada y tener una hija no lo hacía más difícil?
-Sí, pero yo había llegado, también, a la certeza de que el ser humano necesita un motor poderoso que justifique la existencia y le permita encontrar una manera de expresarse. Con esa convicción empecé, con mucho esfuerzo y sin ningún éxito al principio, pero feliz, porque sabía que había encontrado mi camino.

Como Grecia no era el sitio para aprender pintura, decidió irse a París…
-Sí. Después de casarnos fuimos a vivir a Francia. Mi marido de entonces tuvo la inteligencia y la sensibilidad de permitirme ir a la École des beaux-arts. En París tenía un taller donde me dedicaba a pintar al óleo, aunque recuerdo que dentro de mí sentía la necesidad del volumen y que las grandes influencias culturales me llevaban a la escultura, a la que llegué después de diez años.

Resulta curiosa la coincidencia entre su concepción de la escultura monumental y la concepción de gran volumen en la obra de Botero.
-De la cultura griega me venía el concepto de los grandes volúmenes, vivían en mí de una manera natural. Cuando conocí a Fernando, es claro que tuve una influencia enorme de su obra, por la que siempre he tenido una gran admiración, por su técnica, por la calidad que le imprime a cada trabajo, por la forma tan apasionada como se entrega a su oficio. Pero pasado un tiempo entendí que aunque el figurativismo es un paso indispensable para todo pintor, no era mi camino y que podía expresarme mucho más libremente a través de la abstracción.

Y a propósito, ¿cómo conoció a Fernando?
Lo conocí en París, en una comida en casa de una amiga mitad colombiana, a la que mi primer marido conocía. No hay nada extraordinario en ello, ¿cierto? Casi todo el mundo se conoce en una comida (risas).

¿El romance comenzó esa noche?
No, porque yo no estaba totalmente separada y no era el momento.

¿Conocía ya su obra? ¿Qué la atrajo de él?
-Fue algo muy especial. Me enamoré de la persona. Después conocí su obra y también me enamoré de ella, o sea que me he enamorado de Fernando dos veces (risas).

¿Entre ustedes hay algún tipo de intercambio, consejos, crítica?
-Nos respetamos mutuamente como artistas. A pesar de los defectos enormes que yo pueda tener, nunca, en todos estos años, Fernando me ha hecho sentir una diferencia entre lo que es él y lo que soy yo. Siempre habla como si estuviéramos al mismo nivel y algunas veces, al hablar de cuestiones de negocios, tengo que decirle: “Fernando, debes recordar que yo no soy Botero” (risas). Claro, cuando observamos el trabajo del otro, siempre hacemos comentarios, porque es importante ver la propia obra con los ojos de otra persona que conozca tu camino y tu esfuerzo. Tenemos una conversación permanente respecto a nuestros respectivos mundos artísticos, al punto de que a veces son uno solo, que hemos convertido en una manera de vivir.

Dividen el año entre las casas que tienen en París, Pietrasanta, Mónaco, Atenas, Nueva York, Bogotá y Rionegro. ¿No le resulta muy complicado administrar tantas casas al tiempo que trabaja?
-Aparte de la de Grecia, nuestras casas no son muy grandes. Tienen un tamaño normal para dos personas y no tenemos espacio para invitar amigos. Nos gusta salir todas las noches a cenar, porque las jornadas de trabajo son muy largas. Por otra parte, disfruto mucho ir de una parte a otra: cada vez se entra en un universo diferente y tiene uno la impresión de que es un nuevo comienzo. Eso resulta muy estimulante. Los cambios son excelentes para el proceso creativo.

¿También hace sus esculturas en Pietrasanta?

-Sí, siempre vamos en el verano. En ese lapso hago alrededor de diez esculturas y las dejo reposar unos meses. Regreso en noviembre para calibrar el trabajo y mirarlo con ojo crítico, ya a una cierta distancia. Es como tener un espejo en el que tú puedes mirar las cosas y verlas al revés. En ocasiones encuentro que no funcionan y las descarto. Poner distancia por un tiempo hace que la obra se decante y se mire como si no fuera tuya.

¿En qué momento decide darle, o no, monumentalidad a una escultura determinada?
-No toda escultura puede ser monumental. Depende de la composición y de unas reglas determinadas. Una escultura chiquita puede contener en sí un concepto de monumentalidad en su composición, mientras una de cuatro metros puede resultar poco monumental. En el efecto final intervienen también aspectos como el entorno, si es una calle, un jardín, un campo abierto o un edificio.

¿Una escultura grandiosa debe dominar el entorno?
-Dominarlo pero sin destruirlo, la armonía es importantísima.

¿Cómo llegó al capítulo de sus hermosas joyas?
-En realidad, fue algo accidental: un día entré al estudio, vi una pequeña maqueta que había hecho y se me ocurrió experimentar. El resultado fue fantástico y muchas de mis amigas empezaron a pedirme que elaborara pequeñas esculturas en oro para ellas. Pero nunca me aparto del terreno artístico, porque mi intención no es hacer ‘joyas’, dentro del concepto corriente del término. Yo hago pequeñas esculturas.

Su mamá fue hija única, usted también lo es, tiene una hija única, quien a su vez tiene un hijo único. Por el contrario, Fernando tiene una familia numerosa con hijos, nietos, nueras y yernos. ¿Qué significan para usted las vacaciones con todos en Pietrasanta, durante el verano?
-El regalo más grande que me ha hecho Fernando son sus hijos y su familia porque yo siempre añoré tener una familia grande. No lo logré por mi divorcio y por la salud. Tuve únicamente a mi hija Ileana, a la que adoro, pero ahora tengo la oportunidad de tener otros hijos con sus familias maravillosas, con quienes disfrutamos encuentros muy gratos, momentos felices, compartiéndolo todo.

 Las esculturas de Sophia son abstractas, monumentales, femeninas y sensuales.

Ahora pasan más tiempo en Colombia…
-Mi madre era húngara de la montaña, y le cuento que cuando estoy en Antioquia, me siento feliz en medio de esas montañas maravillosas. Adoro la casita campesina que tenemos en Rionegro. Tengo la sensación de que he vivido allí desde siempre y que ella me cuenta cómo era la infancia de Fernando en esas tierras, con sus padres y hermanos. Me encantan la comida colombiana, las arepitas al desayuno, la vida cotidiana. También allá estamos siempre tranquilos en nuestros estudios, trabajando.

Aparte de Rionegro y de la comida, ¿qué más le gusta de Colombia?
-Primero conocí a Colombia a través de los cuadros de Fernando y la vi de una manera tan poética que ya la adoraba, sin conocerla. Recuerdo que una vez vine acompañada de una amiga a la que le había descrito las montañas colombianas como “maravillosas esculturas colosales, posadas en la tierra”. Cuando salimos de Colombia, ella me dijo: “Sophia, ¿por qué nunca vimos las montañas que tú me describiste?”. Allí entendí que yo miraba a Colombia de una forma muy particular (risas).

Ahora tienen una casa flotante, La Paloma, el barco de Fernando. Como buena griega, ¿es usted marinera?
-Mis experiencias en barco no habían sido muchas. Ahora es diferente con La Paloma, que me seduce mucho porque Lina Botero hizo allí un trabajo maravilloso. También ahí trabajamos porque no servimos para la vida contemplativa. No soy persona de tumbarme al sol horas de horas, me pongo nerviosa en diez minutos porque quizá soy demasiado energética. En el barco la paz es total, lejos de los teléfonos y de la comunicación con el mundo exterior. Es un espacio fantástico de libertad y eso es lo que más me gusta.

¿Usted cree que, además del componente estético, en el arte deben intervenir otros aspectos, como los sociales o la política?
-Odio la política, le tengo una antipatía casi visceral. Como artista, creo que es mejor no tener una posición al respecto, salvo cuando se trata de temas muy grandes y delicados que afectan a los pueblos. Frente a la obra de Fernando, por ejemplo, yo siempre había pensado que sus temáticas eran un pretexto para la composición y el color. Pero lo he visto sentar protesta, como en el caso de las torturas en Abu Ghraib, frente a las que experimentaba una gran rebeldía. Otro proceso increíble lo vivió cuando Pablo Escobar ponía bombas y acababa con su ciudad, Medellín. Creo que pintando, Fernando lograba exorcizar su angustia, su rabia y su dolor.

¿Cuál es su posición frente al arte contemporáneo?
-No tengo ninguna influencia del llamado arte contemporáneo. No se trata de una crítica porque al fin y al cabo cada quien hace lo que quiere. Pero sí pienso que hoy el arte vive una decadencia porque en general lo que se hace no perdurará en el tiempo. Creo que lo de hoy es puro happening, una modalidad que no entiendo ni me gusta.

¿Es cierto que usted organiza las enormes exposiciones de Botero?
-Bueno, en realidad uno necesita de otros ojos cuando se trata de montar una exposición. Yo conozco su obra perfectamente. La tengo en mi cuerpo. Me gusta muchísimo el montaje de una exposición de Fernando, especialmente cuando es en un museo y me siento libre de mirar los cuadros uno por uno, de pensar cuál va mejor frente o al lado del otro, etc. Desde luego nunca he hecho un montaje que no haya sido aprobado por Fernando. En realidad lo hacemos juntos.

Él dice que usted es la que se encarga de todo.
-Me encargo de la cosa aburrida (risas).

¿Cómo analiza el privilegio, que ningún otro pintor ha tenido en la historia, de exponer en ciudades y lugares emblemáticos del mundo?
-Fernando es un artista colosal. Por eso nada de ello es extraño. Dime el nombre de algún otro artista que tenga sus esculturas listas, perfectas, con esa monumentalidad, dignas de exponerse en los más bellos lugares públicos del mundo. No existe. Por eso Fernando es único.

Y usted no se queda atrás. Le gusta ser modesta, pero hay que decir que también es una artista reconocida internacionalmente. ¿Cómo es la exposición que inaugura en Cartagena?
-Son quince esculturas llenas de color, que irán muy bien con la alegría cartagenera. Espero que se conviertan en parte del sabor de esa tierra incomparable. Tengo una gran emoción porque es la primera vez que se hace en Cartagena una exposición de escultura monumental. Creo que va a ser algo lindo y peligroso a la vez, porque es una ciudad un poco caótica con sus restaurantes, almacenes, ventas callejeras y cientos de turistas. Exponer en ese caos alegre, simpático e informal no es fácil porque no hay un lugar donde se puedan poner muchas esculturas juntas. Tengo un poco de miedo, pero ¡no se puede pedir todo! Siempre me he sentido colombiana a través de Fernando, y hoy me siento más colombiana que nunca.