17 de noviembre del 2024

La invención de un pasado común: la enseñanza de la historia en Colombia en la primera mitad del siglo XX

Con la promulgación de la Ley 39 de 1903, en Colombia se le asignó a la enseñanza de la historia una función formativa tanto en la escuela primaria como en la enseñanza secundaria. Esta se articulaba con la necesidad de dotar al país de un relato de unidad nacional que superara los efectos devastadores de las confrontaciones bélicas ocurridas durante el siglo XIX. Después de la Guerra de los Mil Días, la función formativa asignada a este saber escolar articuló por lo menos cuatro componentes: la adopción oficial de textos escolares producidos por miembros de la Academia Colombiana de Historia, la formulación de planes de estudio orientados por la invención de un pasado común, la promoción de métodos de enseñanza basados en técnicas mnemónicas que buscaban preservar el legado cultural y la tradición patriótica e hispánica y el desarrollo de un quehacer docente circunscrito a los márgenes de la guía y el ejemplo.

 

A partir de ese momento, la narrativa histórica impartida en las escuelas, las conmemoraciones patrióticas celebradas en los meses de julio y agosto y la gestión cultural del patrimonio –entendida como la preservación del legado de los padres de la patria, los próceres y los hombres ilustres– se convirtieron en los pilares de una identidad nacional. Esta se caracterizó por el culto al pasado y el sacrificio por la patria, más que por “la conciencia de pertenecer a una nación o a un país”[1]. Los miembros de la Academia Colombiana de Historia, procedentes de la élite intelectual y política de ambos partidos, publicaron textos escolares que devinieron en los libros de mayor circulación de la entidad durante la primera mitad del siglo XX. Los manuales más relevantes fueron el Compendio de la historia de Colombia para la enseñanza en las escuelas primarias de la República y la Historia de Colombia para la enseñanza secundaria, escritos por Jesús María Henao (1870-1944) y Gerardo Arrubla (1872-1946). Dichas obras habían sido premiadas durante la conmemoración del centenario de la Independencia en 1910 y fueron adoptadas por el Ministerio de Instrucción Pública como textos oficiales desde el 27 de octubre de 1910[2].  

 

[1] Portada del texto titulado Compendio de la Historia de Colombia, para la enseñanza de las escuelas primarias de la República de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla miembros
de número de la Academia Colombiana de Historia. Esta imagen corresponde a un ejemplar de la decimoctava edición publicada en
1941 por la Librería Colombiana Camacho Roldán.

[2] Carátula del texto titulado Historia de Colombia para la enseñanza secundaria de Henao y Arrubla. La fotografía muestra la quinta edición publicada en 1929

 

La estructura temática, el contenido y las imágenes que acompañaron a los textos del Compendio y de la Historia, constituyen una narrativa secuencial que privilegia los relatos biográficos y los hechos emblemáticos del Descubrimiento, la Colonia, la Independencia y la República, así como prácticas culturales basadas en la herencia hispánica y en los principios de la Iglesia Católica. La secuencia narrativa presenta una cronología inalterable iniciada con la llegada de Colón a América y que concluye con los periodos presidenciales en el siglo XX. Esta promovía como objetivo formativo el patriotismo y los valores heredados de España, en particular la lengua castellana y religión católica, y le asignaba a la historia como saber escolar la función de educar en lecciones morales y cívicas provenientes del pasado común que configuraba la herencia cultural sobre la cual se creó una ficción de unidad nacional.

 

 

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[3] Delio Ramírez (1892- 1968)
Gerardo Arrubla y Jesús María Henao 1943, óleo sobre tela 119 x 109 cm
Colección de la Academia Colombiana de Historia 

 

La Academia también promovió textos de cívica publicados por Roberto Cortázar (1884-1969) y Eduardo Posada (1862-1942)[3]. En estos manuales la secuencia temática se basada en nociones elementales referidas a la familia, la patria, la geografía, la historia, el comportamiento ante la ley, las instituciones eclesiales, gubernamentales y republicanas y la estructura del Estado. Ello en una secuencia narrativa que articulaba la instrucción cívica con la educación religiosa para formar buenos ciudadanos y patriotas. Después de su adopción oficial, estos textos fueron distribuidos por el Ministerio de Instrucción pública junto con otros manuales como el Catecismo de la Doctrina Cristiana del padre Astete y la Cartilla antialcohólica de Martín Restrepo Mejía y otros materiales de uso escolar como cartillas con el himno nacional y facsimilares del Acta de la Independencia[4].

 

Veinte años después de la promulgación de la Ley 39 de 1903, el escaso progreso de las instituciones escolares se convirtió en objeto de debate público. Pedagogos como Agustín Nieto Caballero (1889-1975) planteaban que las escuelas estaban fosilizadas y mantenían la población en la “ignorancia” y la “incultura”[5]. Este diagnóstico fue ratificado por la Misión Pedagógica contratada durante el gobierno de Pedro Nel Ospina (1922-1926), la cual encontró un nivel rudimentario en la formación de maestros, salarios precarios para la actividad de enseñanza, ineficiencia y escasez de recursos en la administración y el mantenimiento de los locales educativos y carencia de saberes científicos y modernos en los planes de estudio[6].

 

La Misión Pedagógica produjo un proyecto de ley que se constituyó en un insumo fundamental para la reforma del magisterio entre 1930 y 1946. Este propuso la transformación de las escuelas normales, la renovación de los planes de estudio y los textos escolares y la incorporación de los postulados pedagógicos de la escuela activa[7]. Durante esos años la enseñanza de la historia se transformó en todos los niveles educativos. En la escuela primara, la historia se agrupó en un área llamada ciencias sociales junto con la geografía y la instrucción cívica. Asimismo, empezó a considerarse como un saber útil para entender el presente y el progreso humano de manera distinta a los contenidos épicos y marciales de la historia patria convencional[8]. Sin embargo, no se abandonó completamente la memorización de datos históricos y biográficos ni el culto a la patria y la bandera[9]. En bachillerato, los cursos de historia y educación cívica se fueron reduciendo hasta que en 1939 solamente se programaba un curso de historia y otro de geografía. Mientras tanto, aparecieron nuevas asignaturas como historia y antropología de Colombia y antropogeografía de Colombia.

 

 

 

[4-5] Carátula y página del texto de segunda enseñanza titulado Compendio de Historia de Colombia.
El autor de este manual fue José Alejandro Bermúdez (1886-1938), quien se desempeñó como vicepresidente de la Academia Colombiana de Historia. Estas imágenes corresponden a la cuarta edición, publicada en 1937 por la Librería del Mensajero en Bogotá, y permiten apreciar la simplificación del pasado. Este se presentaba como datos ubicados en cuadros sinópticos que servían como recursos mnemotécnicos para el aprendizaje de la historia. 

 

 

Las transformaciones promovidas en los métodos de enseñanza, los planes de estudio y los textos escolares no lograron arraigarse como nuevas prácticas. Esto debido a que la reglamentación de las labores de inspección escolar mantuvo “la costumbre de indagar por los contenidos que los niños aprendían y no por su comprensión de las situaciones de su entorno o por su participación en los problemas de su comunidad”[10]. Los principales obstáculos para consolidar las reformas liberales provenían del clero y algunos sectores políticos que consideraban perjudicial la nacionalización de la educación y las nuevas iniciativas emprendidas en el campo pedagógico. Al finalizar el periodo de los gobiernos liberales, la Academia Colombiana de Historia recuperó el protagonismo del que había gozado en los primeros treinta años del siglo XX. Entonces se restableció la importancia de las técnicas mnemónicas en la enseñanza, ello en detrimento de los métodos activos para la divulgación de relatos épicos de la patria. Esto se hizo particularmente evidente después del 9 de abril de 1948, cuando se reeditó el interés por formar ciudadanos para la unidad nacional con el propósito de contener la protesta social.

 

 

[6] Desfile de escuelas en la plaza de Bolívar el 16 de julio de 1936. “Fiestas patrias en Bogotá”. Cromos: revista semanal ilustrada, Bogotá, 16 de julio de 1936

 

 

 

A partir de ese momento y durante los años cincuenta, el Ministerio de Educación Nacional y la Academia Colombiana de Historia promovieron la exaltación del pensamiento de Simón Bolívar mediante la Cátedra Bolivariana[11] y la publicación de la Revista Bolívar[12]. Además, incidieron en la formación moral de los ciudadanos mediante la promulgación de contenidos que legitimaban la democracia cristiana y el panamericanismo, pero que excluían ideas políticas contrarias al bipartidismo. Ello se aprecia en los libros de texto publicados por la comunidad de la Salle, en particular los del Hermano Justo Ramón[13], quien mantuvo la cronológica tradicional de los textos de Henao y Arrubla. Ramón afianzó relatos parciales de la historia, en los cuales calificó procesos políticos complejos con apelativos como el de “patria boba” y presentó proyectos políticos como el liberalismo radical del siglo XIX como “males que fueron corregidos” por la Regeneración[14].  

 

A partir de 1958, la Academia de Historia se transformó en una entidad privada por disposición de la Ley 49. Sin embargo, su incidencia se mantuvo en la edición de textos escolares y en la dirección de la coordinación de la Sección de Estudios Históricos creada por el Ministerio de Educación Nacional que dispuso que su director fuera miembro de número de dicha entidad[15]. Aunque la profesionalización de la historia y la oferta de programas de licenciatura transformó su enseñanza en la segunda mitad del siglo XX, particularmente después de los años ochenta, aun persisten prácticas que simplifican el pasado y le restan a la historia su potencialidad para debatir los problemas del presente.

 

* Profesora titular de la Universidad Pedagógica Nacional. Licenciada en ciencias sociales, magister en historia de la educación y la pedagogía y doctora en historia. srodríguez@pedagogica.edu.co.

 

 

 


 

Bibliografía:

[1] Sandra Patricia Rodríguez Ávila, Memoria y olvido: Usos públicos del pasado en Colombia, 1930-1960 (Bogotá: Universidad del Rosario-Universidad Nacional de Colombia, 2017), 308.

2 “Decreto 963 de 1910 (octubre 26) por el cual se adoptan unos textos de enseñanza de la historia de Colombia”, en Compendio de la Historia de Colombia, para la enseñanza de las escuelas primarias de la República, de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla (Bogotá, Librería Colombiana Camacho Roldán, 1937).

3 Eduardo Posada y Roberto Cortázar, Instrucción cívica, para las escuelas y colegios (Bogotá: Librería Colombiana Camacho Roldán y Tamayo, 1913).

4 Rodríguez, Memoria y olvido, 308.

5 Agustín Nieto Caballero, Sobre el problema de la educación nacional. Selección Samper Ortega de literatura colombiana (Bogotá: Minerva, 1935), 46-47.

6 José Ignacio Vernaza, Memoria del Ministerio de Instrucción y Salubridad públicas al Congreso de 1926 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1926), 5.

 

7 Inspección Nacional de Educación, Programas de ensayo para las escuelas primarias, 1933 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1933).

8 MEN. El texto de los programas de primera y segunda enseñanza (Bogotá: Imprenta Nacional, 1935). 

9 Santiago Gutiérrez Ángel, Programas, orientaciones y disposiciones para las escuelas rurales. 1943 (Manizales: Imprenta del Departamento, 1943).  

[10] MEN, Régimen de la enseñanza primaria de Colombia 1903-1949 (Bogotá: Imprenta del MEN, 1950), 102-133.

[11] Hermano Justo Ramón, Bolívar, reseña biográfica y piezas antológicas para la cátedra bolivariana de Colombia (Bogotá: Librería Stella, 1956).

[12] Iván González Puccetti. «La revista Bolívar y el discurso conservador sobre hispanidad y nación». En: Rubén Sierra Mejía (editor). La restauración conservadora, 1946-1957. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, 2012, 371-408.

[13] Escribió varios textos de historia y geografía, junto con los hermanos Estanislao León, Silvestre del Campo y Sebastián Félix ingresó la Academia Colombiana de Historia en 1948 como miembro correspondiente.

[14] Hermano Justo Ramón, Historia de Colombia. Significado de la obra colonial, independencia y república. Para autodidactas, consulta de profesores, y realización del programa de historia en sexto año de bachillerato (Bogotá: Librería Stella, 1960), 326.

[15] Alberto Lleras, “Decreto 1168 de 1959 (abril 22) por el cual se señalan las funciones de la Sección de Estudios Históricos”, Diario Oficial, No. 29938, mayo 2, 1959.