Antes de que las cosas desaparezcan Museo, colecciones, ciudadanos
Entre el 25 de septiembre y el 25 de octubre del año 2015 se llevó a cabo en el Museo Nacional de Colombia una exposición temporal que tenía un título inquietante: “Antes de que las cosas desaparezcan”. El origen del mismo provenía de la preocupación que arqueólogos y etnógrafos manifestaron en sus tareas iniciales de recopilación de testimonios materiales de grupos indígenas en algunos lugares de nuestro país, en los primeros años del Instituto Etnológico Nacional, institución que luego daría forma al Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH). Ese ejercicio de recopilación cuidadosa e informada fue conformando paulatinamente las colecciones etnográficas del ICANH, uno de los cuatro pilares del acervo patrimonial del Museo Nacional de Colombia: las colecciones de arte, historia, arqueología y etnografía.
En esa frase se resumía una voluntad que ha marcado el ejercicio del coleccionismo en cualquier institución pública: garantizar que esas piezas se encuentren debidamente albergadas en un lugar cuya función, además de conservarlas, implica investigarlas y facilitar su circulación. Esto permite que sean objeto de análisis, curiosidad, interrogación y especulación intelectual por parte de expertos y de la ciudadanía en general.
Ese título también fue seleccionado con el interés de presentar algunos de los momentos clave en la conformación de las colecciones del Museo Nacional. La muestra informaba que el conjunto de objetos que hoy se encuentra en el museo inició como una especie de gabinete de curiosidades, donde se agrupaban piezas por su rareza y curiosidad. El recorrido continuaba con lo que denominamos una “curiosidad organizada”, cuando esa especie de gabinete comenzó a analizarse, con los primeros catálogos y guías descriptivas, mediante miradas disciplinares diversas. La exposición finalizaba con la sección titulada “Museos en prisión”, la cual remitía al momento cuando el museo encontró su sede definitiva en el panóptico y volvió a reunir sus colecciones dispersas (imagen 1).
[2] Sala Memoria y Nación © Marta Ayerbe Posada
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Esa exposición reiteraba que las piezas exhibidas habrían corrido el riesgo de desaparecer si no hubiera existido una voluntad de agruparlas en diferentes categorías, así como de organizarlas y catalogarlas según sus características físicas, orígenes y vinculaciones a individuos o comunidades. Sin embargo, en esos momentos iniciales del devenir histórico de la institución, la mayoría de objetos estaban permeados por otras tres grandes categorías: la rareza, la reliquia o el tesoro. Esa tríada marcó la valoración de los conjuntos patrimoniales durante gran parte de la existencia del museo. En primer lugar, primaba la curiosidad del objeto por su constitución física. Igualmente, se le valoraba por ser un testimonio material relacionado con protagonistas de nuestra historia, lo cual le signaba una especie de aura religiosa y santificada. Finalmente, por su excepcionalidad y calidad única, lo que hizo que algunos comenzaran a ser vistos como “tesoros”. En el Museo Nacional de Colombia, a punto de cumplir 200 años, hoy en día el elemento determinante para justificar el hecho de coleccionar es otro: esos testimonios materiales reunidos a lo largo de su historia deben ponerse al servicio de los ciudadanos.
El ejercicio de coleccionar es una tarea ineludible y que no puede decaer en ningún momento, ello debido a que es parte de los procesos museológicos constituyentes de nuestras entidades. Sin embargo, también debe considerarse la manera en que esta práctica ha sido analizada por muchos investigadores, tales como el filósofo Walter Benjamin. Esto nos conduce a la siguiente pregunta, tal vez obvia pero necesaria: ¿Coleccionar, para qué?. No se colecciona por el simple hecho de acumular y sumar, una de las consideraciones más comunes con las que se relaciona el acto de adquirir, acción que termina siendo interminable e inagotable. Esta actividad debe estar estrechamente vinculada a las razones de ser de instituciones públicas como el Museo Nacional de Colombia. Este debe velar por mantener viva la memoria del país y por hacer relevantes esas colecciones para los ciudadanos, quienes dan sentido al conjunto social que nos identifica como actores y participes de una comunidad.
No obstante, esto no se logra de la noche a la mañana. Todavía es muy común en el imaginario considerar al museo como receptor de innumerables elementos guardados con celo, pero que parecieran llenar espacios sin ningún tipo de relación o sentido. Es decir, aún es concebido como un contenedor de colecciones estáticas detenidas en el tiempo y que no proyectan interés alguno en los visitantes, más allá de las características mencionadas previamente de rareza, devoción o excepcionalidad. Sin embargo, debemos reconocer que una de las características del mundo actual es la tremenda dinámica manifiesta en todos los frentes de la actividad humana. En ese vértigo, sumamos otra pregunta a la razón de coleccionar, ¿cómo responde el museo a esa tremenda dinámica social de constantes cambios y transformaciones? Hasta hace algunas décadas nuestras instituciones no habían dado respuesta alguna a ese interrogante, prefiriendo permanecer ajenas al movimiento externo. Esto condujo a que se nos viera como entidades ancladas en un pasado remoto, sin compromiso con la sociedad en la que estábamos inscritas y faltas de compromiso con quienes debían servirse y atenderse de manera ineludible: los ciudadanos.
Esto nos hizo pensar que el museo debía comenzar a reaccionar con rapidez ante los problemas de la sociedad que lo circunda. Para ello no bastaba la observación pasiva, en cambio, debía buscarse la adaptación activa a esos cambios y transformaciones. Asimismo, el museo debía buscar superar la pretensión decimonónica de reunir la “esencia” de las artes, las ciencias y la cultura en general, ello, precisamente, debido a que el concepto de cultura se ha transformado y ampliado en su dimensiones representativas e interpretativas.
Allí donde se hablaba de edificios para albergar colecciones, ahora se imagina un vasto territorio de fronteras expandidas. Las mismas colecciones hoy son consideradas más allá de sus antiguos valores de rareza, devoción o excepcionalidad, convirtiéndose en conjuntos patrimoniales de orígenes plurales y enorme variedad.
[3] Sala Tierra como recurso © Marta Ayerbe Posada |
[4] Sala Tiempo sin olvido: diálogos desde el mundo prehispánico © Marta Ayerbe Posada
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Finalmente, el visitante devino en un componente central de su razón de ser y función. Este hace parte de una comunidad, así sea imaginada, en un lugar denominado la nación, donde su rol como ciudadano se asume a partir de sus múltiples posibilidades de activación de su sentido crítico por medio de la participación. Por lo tanto, actualmente el sentido de la acción de coleccionar se ha transformado para permitirle a ese ciudadano activo y crítico encontrar diversas maneras de interactuar con los acervos. Ya no sólo se busca que experimente la pertenencia a un conjunto social determinado, sino también que revise y revalore sus propias historias individuales. Ahora ejemplificaremos lo que el Museo Nacional de Colombia ha adelantado en las últimas décadas con respecto a esta tarea de revitalización de sus colecciones en función de la ciudadanía.
[5] Sala Ser territorio © Marta Ayerbe Posada |
[6] Sala La historia del museo y el museo en la historia © Marta Ayerbe Posada
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UN NUEVO MUSEO PARA UN NUEVO PAÍS
El museo adelanta un proceso de renovación integral con miras a su Bicentenario en el año 2023 (imágenes 2 a 6). Este no obedece únicamente a una transformación cosmética, estando basado conceptualmente en las grandes premisas de la Constitución de 1991, a saber: la diversidad, la multiculturalidad y la participación activa de los ciudadanos en esa gran puesta en escena de lo que hoy reconocemos como la nación colombiana. En este proceso se han retomado algunas de las premisas del anterior montaje, como el reconocimiento de que el museo tiene su origen en tres grandes pilares: la ciencia, el arte y la historia. Por ello, actualmente el diálogo entre las cuatro colecciones es una constante, la cual da forma a los contenidos de cada sala de manera dinámica y transdisciplinar (imagen 7). Algunas voces críticas cuestionan la mezcla y combinación de elementos, tal vez porque quisieran ver todavía un museo segmentado acorde al canon decimonónico en capítulos esenciales de las artes, las ciencias o la cultura en general. No obstante, nosotros insistimos en mostrar unos universos variados y diversos. Esto es consecuente con nuestra razón de ser, derivada de la carta política que nos rige y de nuestro sentido como una nación inscrita en la globalidad del siglo XXI.
[7] Sección “Valoraciones en disputa” de la sala Tierra como recurso © Marta Ayerbe Posada En este espacio se percibe el diálogo entablado entre piezas de las colecciones de arqueología, historia y arte.
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[9] Visitantes en la sala Hacer sociedad © El Tiempo / Claudia Rubio |
SI LO TIENE TRÁIGALO
En el año 2009, la Curaduría de arte e historia propuso que los ciudadanos fueran protagonistas en el incremento de las colecciones del museo. Tras una juiciosa revisión de los fondos patrimoniales, la curaduría identificó una serie de vacíos temáticos para ser llenados con la ayuda de los ciudadanos, quienes así también se convertían en narradores de circunstancias de orden cultural e histórico. Los tres campos identificados fueron los movimientos sociales, los procesos de participación política y la historia de la industria nacional, ello en el marco temporal del siglo XX y comienzos del XXI. En otro momento, esta metodología participativa también permitió recibir un gran conjunto de piezas relacionadas con el Instituto Colombiano de Cultura, antecesor del Ministerio de Cultura.
LOS MUSEOS COTIDIANOS
Unos años antes, y sólo cuatro después de la promulgación de la Constitución de 1991, el Museo Nacional se había embarcado en un proyecto patrocinado por la Alcaldía Mayor de Bogotá. Este se llevó a cabo en los ámbitos urbanos circundantes al museo y fue liderado por la División Educativa y Cultural y la Curaduría de Arqueología y Etnografía. Ese proyecto, que tuvo enorme vigencia e impacto, buscó crear un amplio reconocimiento sobre la apreciación y cuidado de lo patrimonial. Entonces, más que protagonista central, el museo fue un mediador para los individuos y sus comunidades en la tarea de valoración de la cultura material. La inspiración central del proyecto surgió de las reflexiones de Néstor García Canclini. Este aduce que la validez de un trabajo cultural de esta clase consiste en contrastar la manera en que tradicionalmente se han presentado los patrimonios en un espacio museal –ligados tradicionalmente con acontecimientos y personajes emanados de la historia oficial–, con la experiencia generalmente invisibilizada de otros actores igualmente relevantes y constituyentes del variado tejido social que conforma una comunidad. Entonces, niños, jóvenes y adultos mayores identificaron lo que consideraron más relevante en sus propios patrimonios personales. Posteriormente, esta materialidad fue puesta en diálogo con las colecciones del Museo Nacional mediante variadas dinámicas de intercambio e interacción, ello tanto en sus entornos familiares y urbanos como en el mismo espacio museal.
[8] Grupos estacionales. Conchero de Puerto Chacho, departamento de Bolívar Vasija de Puerto Chacho 3100 a.C., cerámica, 26,5 x 37 (diámetro) cm Cod ICANH 92-XII-83, Instituto Colombiano de Antropología e Historia © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra
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Esos museos cotidianos surgieron del valor afectivo que cada participante otorgó al conjunto de objetos seleccionados, con lo que, al visitar el museo, la experiencia de apropiación y reconocimiento cobró dimensiones insospechadas de gran contraste, significado y relevancia. Uno de los momentos más significativos fue cuando una mujer adulta mayor, del barrio de La Perseverancia, observó con atención la Vasija de Puerto Chacho, una de las piezas más antiguas conservadas en el Museo Nacional (imagen 8). Al recibir la información sobre la datación del objeto, reconstruido pacientemente por el trabajo de arqueólogos y conservadores, ella nos preguntó ¿Y cuántas vidas podrían ser 3000 años? En su momento esa pregunta fue el motor de nuestro trabajo, así como todavía lo es la tarea de darle sentido social a las colecciones. La apropiación y el reconocimiento se activan realmente cuando el ciudadano se cuestiona sobre ese objeto que observa, le otorga sentido propio a partir de su propia experiencia cotidiana, comparándolo sensiblemente con lo que ha sido su propia vida y en asociación con la tarea investigativa realizada por el museo. Por ello, y antes de que las cosas desaparezcan, se colecciona no sólo para la institución, sino para que los ciudadanos se vean reflejados en esos acervos desde su dimensión histórica sensible de memoria individual y colectiva (imagen 9).
Bibliografía:
1 “El coleccionista, dice Benjamin, despoja a la mercancía de su valor de uso, la sustrae de su función práctica, suspende su circulación, para incorporarla en un espacio ordenado y artificioso, impulsado por un imposible y nunca resignado deseo de totalidad”. Beatriz Sarlo, Siete ensayos sobre Walter Benjamin (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2000), 36.
2 Se usa aquí el concepto explorado por Benedict Anderson en su libro Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo (México. Fondo de Cultura Económica, 1993).
3 Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad (México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Grijalbo, 1989), 187.