LAS COLECCIONES DE PINTURA, ESCULTURA Y MOBILIARIO DEL MUSEO COLONIAL
Toda colección implica muchos olvidos: al elegir un objeto se dejan cientos de lado. Lo que coleccionamos hace referencia a nuestro gusto, intereses políticos y necesidades de representación de ausencias. En el caso del Museo Colonial, basado originalmente en la idea de una Colonia idílica, estos intereses fueron acompañados del aroma de la nostalgia. Al querer recuperar unos dibujos encontrados al azar (imagen 1), como los atribuidos a Gregorio Vásquez (1638-1711), rendirle homenaje a un ser querido, recordar un viaje o presumir ante los amigos, se realiza un ejercicio de identificación con el objeto elegido que busca inmortalizar la experiencia vivida en el pasado. En esa identificación media una atracción subjetiva qué seduce mediante la percepción de las formas, materiales, colores, estilo y funciones de los objetos. Asimismo, esta provoca el surgimiento de sensaciones, pensamientos y sentimientos agradables creadores de un confort identitario. Así, múltiples identidades se gestan en relación con las tendencias de moda marcadas por el contexto histórico de cada período. Aquellas de la élite gobernante colombiana de la década de 1940, se articularon con la intención política de integrar el pasado colonial a la nueva narrativa nacional. Esto en clave del linaje patrimonial, hispano y católico presente en la creación del Museo.
Comencé evocando el acto de coleccionar y su incidencia en la configuración de identidades individuales, porque muchos elementos presentes en la formación de las colecciones privadas también nutren la constitución de las públicas. El Museo de Arte Colonial fue formado con objetos coloniales pertenecientes a integrantes de la élite bogotana, cuyas familias los habían comprado a instituciones eclesiásticas desde el siglo XIX. A partir de inicios de la década de 1940, algunas piezas fueron donadas al Museo por sujetos como Eduardo Santos (1888-1974) o Beatriz Osorio (1912-1947). Otras fueron remitidas por el Ministerio de Educación, que las compró a coleccionistas como Carlos Pardo (f. 1942) y Pablo Argáez (1880-1945), y la Universidad Nacional, que adquirió piezas a Inés Rubio Marroquín. De ahí el carácter mayoritariamente devocional y religioso de gran parte de la colección. Otras piezas seculares como la serie de los virreyes, por ejemplo, fueron trasladadas desde el Museo Nacional por resoluciones firmadas en 1946 y 1948.
La pintura, la más representativa
A lo largo de los 78 años de historia del Museo, su colección más representativa ha sido la de pintura, conformada actualmente por 320 obras. La organización fundacional de esta colección se basó en el primer catálogo de la obra de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, publicado en 1926 por Roberto Pizano Restrepo (1896-1929). Este texto contribuyó a perpetuar el mito sobre el pintor colonial, continuando así el legado de José Manuel Groot (1800-1878), cuya biografía sobre Vásquez apareció en 1859, y Alberto Urdaneta (1845-1887), quien lo entronizó como el artista fundacional de la historia del arte en Colombia en la Primera Exposición de Bellas Artes de 1886.
Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (1638 - 1711) Simbolo de la Trinidad S. XVIII, óleo sobre tela, 66 x 48 cm Reg. 03.1.061.
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Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (1638 - 1711) - atribuido Otoño Ca. 1675, óleo sobre tela, 124 x 162 cm. Reg. 03.1.036
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En el Museo se conservan setenta y cinco obras atribuidas a Vásquez y siete firmadas de su mano, las cuales fueron declaradas Monumento Nacional en 1988. Sin embargo, también es cierto que el 55% de las pinturas coloniales del Museo fueron pintadas por manos anónimas. Estas se elaboraron en talleres cuya forma de trabajo y enseñanza conducía a que una misma obra resultara del esfuerzo conjunto de maestros, oficiales y aprendices. Gran parte de la colección pictórica del Museo fue producida en talleres locales, asociados durante los siglos XVI y XVII a pintores como los Figueroa, con obradores en Mariquita y Santafé de Bogotá, o el italiano Angelino Medoro (ca.1567-ca.1631), quien para 1587 ya había montado taller en Tunja. Medoro fue el autor de la Coronación de la Virgen del Rosario (imagen 2), obra donada al Museo en 1958 por Álvaro Montejo Matiz. Del siglo XVIII, se cuenta con la mencionada serie de los nueve retratos de los virreyes de la Nueva Granada, seis de los cuales se atribuyen a Joaquín Gutiérrez (s. XVIII) y dos a Pablo Antonio García del Campo (1744-1814). El Museo también posee algunas pinturas del siglo XIX, como un San Lorenzo de Máximo Merizalde (ca.1818-1880) de 1875, y otras del siglo XX, como un retrato ecuestre de Gregorio Vásquez atribuido a Roberto Pizano.
Las imágenes representadas en la colección de pintura desempeñaron diversas funciones en los procesos de conquista y colonización, sucedidos entre los siglos XVI y XVIII. Por ejemplo, la devoción regia a Nuestra Señora de la Antigua(imagen 3) hizo que esta advocación sevillana, símbolo del triunfo sobre los musulmanes, actuara como protectora de Vasco Núñez de Balboa (ca.1475-1519). Este le dio su nombre a Santa María la Antigua del Darién, ciudad fundada en 1510 en un territorio que actualmente pertenece al departamento del Chocó. Una pintura alegórica atribuida a Vásquez, El Símbolo de la Trinidad (imagen 4), pintada en el siglo XVII, desempeñó la función de comunicar este dogma a los colonizados. Posteriormente, esta imagen sufrió ocultamientos a causa de la censura eclesiástica, al considerarse como herética su iconografía. Esta fue adquirida por el Ministerio de Educación en 1958. Otra pieza alegórica, el Otoño (imagen 5), incluye símbolos de Cristo y de los poderes de la Corona y la Iglesia. Esta obra hizo parte de la serie Las cuatro estaciones y perteneció consecutivamente a Alberto Urdaneta, Carlos Pardo y Antonio Cancino, siendo vendida en 1950 por este último al Museo. En 1944 el Otoño había sobrevivido un accidente en el puerto de Calamar, departamento de Bolívar. Entonces, cuando regresaban de una “Exposición Artística” itinerante en Cartagena y Barranquilla, se quemaron la Primavera y el Estío.
Pedro LABORIA (S.XVIII) San Joaquín y la Niña María 1746, madera tallada y policromada, 180 x 84 x 60 cm. Reg. 03.11.009
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La de escultura, la más fragmentaria
La colección de 239 esculturas, formada por fragmentos de programas iconográficos que fueron escenificados para devoción de los fieles, está integrada en su mayoría por piezas del siglo XVIII. Resalta una de las pocas esculturas firmadas: San Joaquín y la Vírgen Niña (imagen 6). Esta pieza, adquirida en 1970 al Monasterio del Carmen, fue elaborada por Pedro Laboria (s. XVIII), escultor andaluz, cuya maestría quedó inmortalizada en el realismo, movimiento y gracia de los personajes representados. Una buena parte de este conjunto de piezas corresponde a figuras de pesebres quiteños (imágenes 7 y 8) compradas en 1943 a Inés Rubio Marroquín. Estas pequeñas piezas, producidas para satisfacer la amplia demanda de los conventos y familias coloniales, son joyas de la colección. Ello debido a que representan a sujetos carentes de medios para que su efigie se conservase de alguna otra manera: blancos pobres, afrodescendientes esclavizados, indígenas y mestizos del común. Adicionalmente, portan el conocimiento de las técnicas enseñadas en la Escuela de Artes y Oficios de San Andrés, fundada a mediados del siglo XVI por los franciscanos Jodoco Ricke (1498-1575) y Pedro Gosseal en el Convento de San Francisco de Quito.
Anónimo quiteño - atribuido India y hombre negro con tricornio. S. XVIII, madera tallada y policromada, 19 x 8,5 x 7 cm / 21,8 x 9,7 x 4,5 cm . Reg. 03.11.043 y 03.11.060.
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Más de la mitad de la colección de escultura del Museo proviene de Quito, centro de enorme producción durante el siglo XVIII. Allí, la influencia de las tradiciones escultóricas sevillana y flamenca fue notable, tal como puede apreciarse en otras obras de la colección del Museo como la Inmaculada Concepción (imagen 9) del taller de Bernardo Legarda (ca.1700-1773). Esta imagen fue muy importante por su función de intercesora en las diferencias sostenidas entre los criollos y sus subalternos. Alrededor de la inmaculada se creó una comunidad moral de culto, la cual trascendió el fenómeno religioso para convertirse en antecedente de comunidades sociales seculares en un orden colonial encabezado por los criollos. Su tipo iconográfico corresponde a la Virgen de la Apocalipsis, vestida de sol y luchando contra el dragón, el cual en el siglo XVIII simbolizó el triunfo del catolicismo sobre las herejías. Estas imágenes desempeñaron una función importante en la conformación de la sociedad colonial, sirviendo de modelo para los roles familiares y consolidándose como mediadoras y amigas de los fieles devotos.
Taller de Learda - atribuido Inmaculada Concepción S. XVIII, madera tallada y policromada, 55 x 19 x 33 cm. Reg. 03.11.023.
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La de mobiliario, la más desconocida
Las 218 piezas que forman la colección de mobiliario también fueron producidas mayoritariamente durante el siglo XVIII. Sin embargo, y a diferencia de las esculturas, estas se elaboraron en talleres neogranadinos después del establecimiento del Virreinato, periodo de paulatina consolidación y desarrollo local del oficio de la carpintería. La colección está compuesta en su mayor parte por sillas, entre las que sobresale debido a su carácter suntuario la silla de manos donada por Sophy Pizano de Ortíz (1896-1958) en 1946 (imagen 10). La austeridad de este tipo de mueble de distinción probablemente se debió a la Pragmática Sanción promulgada por Felipe V en 1723, la cual prohibía el adorno de dichos vehículos para la ostentación.
El Museo también cuenta con un conjunto de cajas, categoría que abarca costureros, cofres, arcas y los famosos escritorios o bargueños. Uno de los más emblemáticos de la colección es un escritorio de estrado del siglo XVIII, hecho en madera recubierta con barniz de Pasto y apliques de plata (imagen 11). Este escritorio, que probablemente guardó algunos secretos, se usó en el ámbito privado de un estrado femenino, lugar donde se reunían las mujeres a bordar, leer, escribir y educar a los hijos. Pieza maestra del sincretismo cultural, aunque el origen de esta clase de mueble es europeo, su forma trapezoidal es propia de América. Condensa, además, los diseños de los bordados de seda chinos y los saberes indígenas del barniz de Mopa-mopa. Otras dos piezas maestras de esta colección están vinculadas al maestro Pedro Caballero (s. XVIII). Este firmó una mesa muy elaborada (imagen 12), vendida al Museo en 1948 por Inés Rubio Marroquín y que probablemente perteneció a su abuelo, el expresidente José Manuel Marroquín (1827-1908). Luis Alberto Acuña (1904-1994), quien fuera director del Museo entre 1955 y 1964, también le atribuyó a este maestro ebanista la portada con dosel virreinal (imagen 13).
Anónimo neogranadino Silla de manos S. XVIII, madera pintada forrada en cuero y tela con apliques de hierro, 143 x 72 x 79 cm. Reg. 04.17.006. |
Anónimo neogranadino Escritorio de estrado S. XVIII, madera con barniz de Pasto y apliques de plata, 26,8 x 44,5 x 40,7 cm. Reg. 04.7.007.
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Pedro Cabellero (S. XVIII) Mesa 1788, mader tallada con apliques de hierro, 83 x 103,5 x 95 cm. Reg. 04.14.009.
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Conclusión
Detrás de la formación de colecciones de objetos culturales, hay siempre una voluntad de poder y un universo de mundos, conocimientos y saberes, los cuales se concretan a través de su materialidad. Minerales, plantas y animales contribuyeron, muchas veces con su vida, con los colores y soportes necesarios para la elaboración de piezas pintadas sobre lino, talladas en madera o manufacturadas con cuero, marfil, carey o hueso, las cuales llegaron hasta nosotros tras muchas peripecias. Asimismo, en cada pieza están presentes las valoraciones e interpretaciones que sobre ellas hicieron los sujetos que las manufacturaron, usaron, adquirieron y heredaron hasta que finalmente fueron vendidas o donadas al Museo. Pintores, obradores, carpinteros, orfebres, artesanos, artistas, escritores, historiadores, presidentes, directoras de museo y benefactores contribuyeron a enriquecerlas con sus experiencias. En este contexto, y acorde con nuestra misión institucional, los objetos patrimoniales que forman parte de la memoria colonial de Colombia son hoy oportunidades para la conservación, restauración, investigación y divulgación de los procesos culturales sucedidos entre los siglos XVI y XVIII. Ello de cara a las problemáticas de nuestro presente.
Pedro Caballero (S. XVIII) - atribuido Portada con dosel S. XVIII, madera tallada y policromada, 400 x 350 x 120 cm. Reg. 03.13.040.
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Bibliografía:
1 María Constanza Toquica Clavijo, “Mediciones, avatares e interpretaciones de la colección de pintura del Museo Colonial”, en Catálogo de Pintura Museo Colonial. Vol. I: Pintura, (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2016), 12-15.
2 Perteneció al Museo de Bellas Artes de la Universidad Nacional. El 4 de agosto de 1942, en el contexto de su remisión al Museo por parte de la Universidad Nacional, fue avaluada en 2000 pesos.
3 Alexandra Kennedy Troya, “La escultura en el Virreinato de Nueva Granada y la Audiencia de Quito,” en Pintura, escultura y artes útiles en Iberoamérica, 1500 -1825, coordinado Ramón Gutiérrez (Madrid: Cátedra, 1995), 247.
4 Valeria Coronel, “Pensamiento político jesuita y el problema de la diferencia colonial,” en Radiografía de la piedra. Los jesuitas y su templo en Quito, editado por Jorge Moreno Egas (Quito: FONSAL, 2008), 129-130.
5 Catálogo Museo Colonial. Vol. III: Mobiliario, (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2018), 90
6 María del Pilar López, “Del taller de oficio a las estancias seculares y espacios sacros: los muebles y sus usos en la vida cotidiana neogranadina”, en Catálogo del Museo Colonial Vol. III: Mobiliario, (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2018), 79
7 López, “El taller del oficio”, 68-69.