19 de noviembre del 2024
 
Octubre de 2019
Por :
Katherine Bonil Gómez* Historiadora, Antropóloga y Magister en Historia, Universidad de los Andes, y Doctora en Historia, Johns Hopkins University (Estados Unidos). Profesora Asistente, Universidad del Norte, Barranquilla.

MARIQUITA

La plata siempre estuvo ligada a la historia de esta ciudad, atrajo la atención de los colonizadores europeos, significó la destrucción de sus pobladores nativos, trajo la consolidación política, económica y cultural de la ciudad y determinó sus periodos de auge y crisis. 

San Sebastián de Mariquita está localizada a escasos 18 kilómetros del río Magdalena, a unos 400 metros de altitud sobre el nivel del mar, en los flancos de la Cordillera Central. Esta zona, particularmente las riberas de los ríos Lagunilla y Sabandija, es muy fértil, apta para la agricultura y rica en yacimientos argentíferos. Fueron justamente las noticias que de estos últimos llegaron a la recién fundada Santa Fe (1538) lo que atrajo el interés colonizador de los españoles. Desde ese entonces, expediciones enviadas desde Santa Fe exploraron la zona y, en 1551, las autoridades decidieron fundar un poblado que sirviera como punta de lanza para conquistarla y base para organizar la explotación minera. Gracias a estos yacimientos, la ciudad de Mariquita se convirtió en punto neurálgico del aparato político-administrativo y económico del Nuevo Reino de Granada durante los siglos XVI y XVII.

 

Así como la mayoría de poblaciones fundadas por los españoles en este territorio, su nombre mezcló el santoral católico y el nombre del cacique o del grupo indígena que allí habitaba: los marquetones. Según los españoles, este grupo pertenecía a los panches, un conjunto de pueblos que habitaba las dos riberas del río Magdalena, en lo que actualmente son los departamentos del Tolima y Cundinamarca, y a los cuales les atribuían rasgos considerados altamente barbáricos, como la ausencia de una autoridad fija y centralizada, el uso flechas envenenadas como principal arma y la práctica del canibalismo. Estas descripciones reflejan más los prejuicios de los españoles que las características sociales de los habitantes nativos. Lo que sí podemos afirmar, gracias a las investigaciones arqueológicas, es que se trataba de un conjunto de pueblos políticamente independientes que establecían alianzas militares temporales de acuerdo con las necesidades, que aprovechaban los abundantes recursos hídricos y que compartían ciertos rasgos culturales.

 

Privincia de Mariquita. Minas de plata de Santa Ana. Henry Price, Comisión Corografica, 1852 Biblioteca Nacional de Colombia.

 

 

Cuando los españoles llegaron a la zona, los panches mantenían relaciones hostiles con los muiscas del altiplano cundiboyacense y, así mismo, opusieron una fuerte resistencia a la dominación española. Varias décadas después de la fundación de Mariquita seguían haciéndolo. Para los españoles, sin embargo, era urgente su sometimiento, con el fin de utilizar su fuerza de trabajo en las minas de plata. Finalmente, la guerra continua, las enfermedades y los trabajos forzados en las minas terminaron desestructurando estas sociedades.

Ruinas de la casa en que murió Gonzalo Jiménez de Quesada, José María Gutiérrez de Alba, 1874. Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República.

 

 

El entusiasmo causado por la plata de Mariquita, el mismo que originó el exterminio indígena, llevó paradójicamente a la consolidación de la ciudad. Según los cronistas y algunos reportes oficiales, los yacimientos de Mariquita estaban dentro de los más grandes descubiertos hasta entonces. Las esperanzas de riqueza de particulares y de la administración colonial se focalizaron allí durante los tres siglos de dominio español. Esta había sido la principal razón para asentar la ciudad en ese sitio y por la cual adquirió importancia política, económica y cultural.

 

En cuanto al papel político, desde su misma fundación en 1551, se estipuló que la ciudad de Mariquita sería la capital de una nueva provincia, que de hecho recibió el mismo nombre. Esta provincia fue constituida en corregimiento –y por un corto periodo de tiempo gobernación– y abarcó los territorios del actual Departamento del Tolima (hasta el río Saldaña), la parte occidental de Cundinamarca y parte del Departamento de Caldas, sobre el río Magdalena. Su máximo gobernante, el corregidor, residía en Mariquita y, desde allí, ejercía el gobierno sobre las ciudades de Ibagué, Tocaima y, posteriormente, la villa de Honda. Desde su fundación, entonces, la ciudad de Mariquita estuvo llamada a jugar un papel central en la administración de todo este territorio. Fue sede del gobierno, desde donde se dictaban políticas relativas a estos territorios y donde residía la más alta instancia de justicia de la provincia. Fue por esta razón que, durante el periodo independentista, allí se firmó el Acta de Independencia del que se constituyó como el “Estado Libre de Mariquita” en 1815, que muchas décadas después daría forma al Departamento del Tolima.

 

En materia económica, las minas de la jurisdicción de Mariquita ocuparon un lugar muy importante en la economía del Nuevo Reino de Granada, que, si bien giraba en torno a la minería del oro, tuvo en la plata de Mariquita una fuente de considerables ganancias durante los siglos XVI y XVII. Esta riqueza le dio un carácter especial a su sociedad. Encomenderos, indígenas traídos desde el altiplano cundiboyacense e incluso de los Llanos Orientales para trabajar como mitayos en las minas y posteriormente africanos esclavizados dieron lugar a una población muy diversa. Igualmente, las edificaciones coloniales que aún sobreviven expresan tal importancia.

 

El siglo XVIII, sin embargo, trajo una crisis para la ciudad. El descenso de la producción de plata hacia finales del XVII fue empobreciendo a algunos de sus vecinos. En ese momento, algunos migraron hacia la vecina villa de Honda, que, en cambio, comenzaba su auge económico y acumulaba más poder político que la misma cabeza de provincia. De hecho, las instituciones de gobierno de Mariquita comenzaron a debilitarse en ese periodo, su cabildo se quedó sin suficientes miembros y el corregidor ya no residía en Mariquita sino en Honda. Las familias que decidieron permanecer reorientaron, con relativo éxito, las actividades productivas hacia la agricultura, lo cual produjo que los cultivos de maíz y la caña de azúcar se multiplicaran.

 

Vista de Santa Ana desde el río Magdalena (Provincia de Mariquita). Henry Price. Banco de la República. 

 

 

A pesar de la crisis, la plata siguió ubicando a Mariquita en el centro de los intereses virreinales, al punto de convertirla en sede de dos de las empresas científicas más importantes del siglo XVIII en la historia colombiana. Si bien la ciudad había decaído en importancia, las altas autoridades mantenían las esperanzas vivas con respecto a la reactivación de la minería. Sucesivos virreyes elogiaron las riquezas mineras de la ciudad y aconsejaron retomar su explotación. Efectivamente, con todo el impulso de las ideas ilustradas y de los nuevos conocimientos sobre minerales se promovió un proyecto para reactivar su usufructo. En 1783 se instaló allí una de las empresas más ambiciosas de minería, que se creía podría poner el virreinato a la altura de México. Dicha empresa estuvo a cargo del ingeniero y mineralogista español Juan José D’Eluyar, quien fue encargado de revivir el laboreo y ensaye de la plata, por medio de la incorporación de nuevos métodos de amalgamación recién desarrollados en Europa.

Habitantes de los llanos de Mariquita, con vista del Nevado del Tolima, del Nevado del Ruiz, o Mesa de Herveo, provincia de Mariquita. Henry Price, Comisión Corográfica, 1852. Biblioteca Nacional de Colombia. 

 

 

D’Elhúyar había sido enviado a Mariquita por sugerencia de otro español que había llegado a la zona en 1777 para laborar una de las más famosas minas de plata, el Real del Sapo. Se trataba del celebre José Celestino Mutis, naturalista español que dirigió una de las empresas científicas más importantes en la historia del país, que justamente tuvo sede en Mariquita:  la Expedición Botánica. Esta empresa, encargada directamente por el rey Carlos III, tuvo por objetivo identificar y describir especies de plantas para fomentar el desarrollo de la ciencia y robustecer la colección del Gabinete de Historia Natural y del jardín Botánico de Madrid. La Expedición logró describir 20.000 especies. 

José Celestino Mutis, 1732. Retrato atribuido a Pablo Antonio García del Campo. Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República.  

 

 

 

Fray Cristóbal de Torres, fundador del Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, Oleo de Figueroa. FOTO JAIME BORJA, 2019.

 

 

Gaspar de Figueroa Saucedo (1594 ca. - 1658), uno de los pintores más importantes del período colonial, nació en Mariquita. La destreza en la representación de la anatomía humana hace que la obra de Figueroa ocupe un lugar central en el conjunto de la producción visual del Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVII. Por esa razón, su legado hace parte de la historia del arte que ha sido ejecutado en el territorio que hoy es Colombia. El padre de Gaspar, Baltasar, también era pintor y estuvo a cargo de formar a su hijo en los talleres que estableció en Turmequé y Mariquita. Gaspar de Figueroa Saucedo tuvo su propio taller en Santa Fe y fue maestro, entre otros, de Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De esta manera, la plata siempre estuvo ligada a la historia de esta ciudad, atrajo la atención de los colonizadores europeos, significó la destrucción de sus pobladores nativos, trajo la consolidación política, económica y cultural de la ciudad y determinó sus periodos de auge y crisis. En la actualidad, la vida de los pobladores gira alrededor de otro tipo de actividades, como el Festival Nacional de Bandas Músico Marciales Princesa Luchima, que se celebra desde 1986. Al encuentro, que tiene lugar durante el segundo semestre del año, acuden bandas de colegios, universidades y otras instituciones de todo el país.

 

Santuario de la Emita, Mariquita. FOTO JUAN CARLOS ESCOBAR, 2011 / EL TIEMPO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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