19 de noviembre del 2024
 
Septiembre de 2019
Por :
Sandra Reina Mendoza*Arquitecta, Magister en Historia y Teoría del Arte y la Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia. Ganadora del Premio Carlos Martínez Jiménez en la XXII Bienal Colombiana de Arquitectura (2010) y Mención de Honor en la XIX Bien

SANTA CRUZ DE LORICA

Santa Cruz de Lorica no es ni ha sido una ciudad aislada, espectadora. Ha sido protagonista de la historia del Caribe colombiano y ha cumplido papeles cruciales en cada uno de los diferentes momentos históricos que la región ha experimentado. Territorio híbrido entre el mar y la tierra, con la bendición del agua y al tiempo víctima de los embates de la fuerza de la naturaleza, Lorica representa esos territorios complejos y dinámicos que han tenido la capacidad de adaptación y transformación.

Río Sinú frente al centro histórico de Lorica

El origen de la población de Lorica probablemente está en la encomienda de Francisca Baptiste de Bohórquez en la segunda mitad del siglo XVII, en un sitio al otro lado del río Sinú, frente a la actual Lorica. En 1740 fue creado el Partido del Sinú, y Lorica cumplía la función de centro del partido y Capitanía a Guerra, es decir que desde esa población se ejercía control militar, fiscal y policial complementario al que era impartido desde las ciudades y las villas cercanas sobre sus respectivas jurisdicciones administrativas. A diferencia de otras zonas del actual territorio colombiano, muchos de los colonos no se sometieron al sistema colonial de haciendas ni a sus exigencias tributarias, sino que terminaron viviendo en “sitios” o en “palenques” para negros cimarrones, al margen de un orden institucional. Fue solo a finales del siglo XVIII cuando se reagruparon estas familias en ciudades asociadas a actividades productivas, agrícolas, artesanales o ganaderas.

Iglesia Central de Lorica

Hacia 1754 existía en el antiguo lugar una capilla de paja con campana y, en 1772, se estaba construyendo una capilla en piedra, madera y teja, pero Antonio de la Torre y Miranda convenció a los habitantes de trasladarse al actual lugar en 1776, menos expuesto a inundaciones. De la Torre ejecutó el proyecto borbón que reordenó el territorio de la Provincia de Cartagena, que buscaba convocar a las gentes a la lealtad y entregarles derechos sobre las tierras, al tiempo que se formalizaba el poder del estado sobre los territorios. Este impulso coincidió con el momento en el que Cartagena comenzó a mirar hacia su territorio continental, debido a la necesidad de buscar nuevos medios de abastecimiento más próximos que disminuyeran su dependencia del tráfico marítimo, plagado de piratas.

La región se vio golpeada por el aislamiento en que quedó tras las guerras de independencia, particularmente intensas en las provincias del Caribe. Desde 1824, Lorica fue capital de cantón y la población sinuana más dinámica durante el siglo XIX, por la posición estratégica en el trayecto entre Cartagena y el interior a través de la navegación por barco desde el mar por el delta del río Sinú. Desde 1870, vapores como Bolívar, Sinú, María, Mercedes, Colombia o Damasco realizaban el viaje Cartagena-Tolú-Coveñas-Lorica-San Pelayo-Cereté, dos veces al año, con una duración de 25 horas. Las ciudades en las cuales los vapores hacían escala se convirtieron en poblaciones con un comercio activo en las riberas del Sinú.

Edificio La Isla (1919), a laizquierda

fue un lugar atractivo para las personas y el desarrollo de actividades comerciales. De hecho, de tener 5.750 habitantes en 1870 pasó a 19.150 en 1912. Durante la segunda mitad del siglo XIX, las condiciones de la guerra en Líbano, Siria y Palestina, la escasez de tierras, la dificultad para el comercio y la persecución a cristianos y judíos generaron procesos masivos de emigración, preferiblemente a América. Algunos de estos emigrantes encontraron las ciudades del litoral caribe colombiano atractivas para desarrollar sus actividades comerciales, por lo cual decidieron asentarse allí. Lorica recibió un gran número de inmigrantes, quienes tenían en esa población todo lo necesario para progresar: fluida comunicación a través del río, cercanía a centros de comercio, grandes fortunas de hacendados que aseguraban la demanda de los productos que ellos podían importar o comercializar, clima agradable y una gran acogida por parte de la población oriunda, que compartía con parte de los recién llegados valores y modos de vida.

Edificio Josefina Jattin de Manzur (1890)ÓSCAR BERROCAL

Así mismo, los inmigrantes y sus descendientes han logrado, en cuatro generaciones, incorporar aspectos de su cultura de origen en los nuevos territorios, hibridación que constituye hoy en día parte esencial de la cultura sinuana. Lorica debe mucho de su época de mayor prosperidad, entre 1870 y 1930, a la numerosa población árabe que acogió. La publicidad comercial en los años treinta del siglo XX difundida por el periódico loriquero Vanguardia presenta una muestra de los productos que los sirio-libaneses comercializaban. Jorge Yabrudy, dueño del almacén Helena, ofrecía una copa de licor y un cigarrillo a sus clientes; Ricardo Char recomendaba comprar en su almacén Chaljub; la fábrica de bombillas Venus figuraba como propiedad de los hermanos Jattin; el jabón Angelito era promocionado por Checry Fayad; también aparecían los almacenes con “renovado surtido de mercancías, medicinas, cacharrería, ferretería y toda clase de artículos”, de Moisés Jattin, o las telas finas que surtía Miguel Amín, comerciante y ganadero.

Lorica fue protagonista del desarrollo industrial de la región atlántica. Hacia 1910, cuando la Standard Oil Company, compañía petrolera norteamericana, llegó a Puerto Zapote, generó en la región loriquera la creación de fábricas de refrescos, de curtiembres y de arroz. De hecho, en los años treinta y cuarenta del siglo XX, el delta del Sinú y los alrededores de Ayapel fueron los grandes proveedores de arroz de Colombia.

Casa en el centro histórico

Para el año 1900 destacaban en el perfil de Lorica, desde el río Sinú, la espadaña de su iglesia y el mercado público, que servía de puerto y que sucumbió al incendio de 1919. El nuevo mercado fue terminado en 1929 y hoy constituye uno de los valores patrimoniales inmuebles más apreciados de la ciudad. Para ese año también se encontraban terminadas la residencia de Ana C. Bersal, el edificio de los hermanos Jattin y la casa Afife Matuk. La construcción del Puente Veinte de Julio (o Puente Viejo sobre el caño Chimalito), en 1910, inició la expansión de la ciudad hacia el norte, que se fortaleció con el puente sobre el caño Aguas Prietas (1957) y sobre el caño Chimalito, en el barrio Paraíso (1957).

Las dificultades empezaron entre 1935 y 1942, cuando el río Sinú desvió su curso original para desembocar, ya no en la bahía de Cispatá, sino en boca Tinajones. Esta situación afectó de manera dramática el papel que Puerto Zapote cumplía en la relación Lorica – Cartagena. Puerto Zapote era una verdadera extensión de Lorica. Afectado el puerto, la ciudad se veía perjudicada también. A ello se suma el hecho de que el mismo fenómeno hídrico cambió los niveles de sedimentación del Sinú y su capacidad de permitir el paso de barcos grandes durante todo el año.

La bonanza de principios de siglo encontró más obstáculos debido a la apertura del Canal de Panamá, que desvió la atención hacia el puerto de Buenaventura; a la construcción de nuevas formas de comunicación como la red ferroviaria y de carreteras, y a la designación de Montería como capital de un nuevo departamento (Córdoba).

Los incendios de principios del siglo XIX coincidieron con una sociedad influenciada por las ideas modernas de progreso y cambio y de rechazo a las formas tradicionales de construcción en madera y palma. Estas ideas tuvieron eco gracias a la bonanza económica, sobretodo después de la guerra de los Mil Días, y fueron auspiciadas por la presencia de inmigrantes comerciantes con dinero y estaban inspiradas en los avances de las grandes ciudades marítimas. La imagen que se quería para la ciudad se basó en los nuevos lenguajes arquitectónicos que se difundían en ciudades como Barranquilla, en gran parte como consecuencia de la importación de materiales producto de la revolución industrial, como concreto, hierro o zinc, que llegaban por barco a los puertos. Fue frecuente en las primeras construcciones que se modernizaban la incorporación rasgos que recordaban a los inmigrantes sus lugares de origen. De allí la frecuencia de columnas toscanas, salomónicas, con capiteles elaborados, el gusto por las balaustradas en las fachadas, la placas con inscripciones en los frontones y un alto sentido de la ornamentación.

Debido a las inundaciones, cobraron importancia las obras de tipo civil, así como las discusiones por el ancho de las vías, cuyas reducidas dimensiones facilitaban la expansión de incendios de unas manzanas a otras, al igual que las cotas de las construcciones y de los espacios públicos, con lo cual se procuraba evitar su inundación. Con el tiempo, las manzanas menos propensas a las inundaciones atrajeron a los comerciantes más ricos, que invirtieron en las construcciones con lenguajes y materiales modernos.

Edificio González (1929)

Lorica, que hoy cuenta con más de 128.000 habitantes, conserva un patrimonio material e inmaterial de gran valor. Se destacan las celebraciones de su fundación, el 3 de mayo; la de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, y la fiesta del barrio Remolino, del 8 de diciembre, que se ha extendido a toda la población. También se destaca el conjunto de casas de madera en el centro histórico, que corresponde a ese boom que después de la construcción del Canal de Panamá, a principios del siglo XX, inundó el país con casas en madera prefabricadas de factura norteamericana. Si bien estas casas loriqueras pueden ser construidas en sitio, la madera responde al auge maderero norteamericano y a la moda que resultó de la disposición de tablas horizontales superpuestas e impermeabilizadas que caracterizaba estas importaciones.

El loriquero, desde sus más antiguos ancestros, ha construido una cultura que ha sabido desenvolverse entre la tierra y el agua, entre la sabana y la ciénaga, entre el camellón y el río, entre la tierra adentro y el mar. Mezcla única de ancestros indígenas zenúes, conocedores del medio y responsables de la más sofisticada adaptación agrícola de la Colombia prehispánica; con españoles que introdujeron su mentalidad urbana basada en centros de poder eficientemente conectados con redes de caminos; con los negros cimarrones, que participaron en el mestizaje y control del territorio en los primeros años de poblamiento ibérico; con inmigrantes árabes, hábiles en las actividades mercantiles y en el impulso industrial. Tan rica mezcla cultural y racial, así como las condiciones geográficas y el acontecer histórico de la región, explican las particularidades de los sinuanos.

Referencia bibliográfica

  1. Adriano Ríos Sossa, Luis Puche Morales, Pedro Martínez López, Santa Cruz de Lorica. Siglo XX. Historia visual, Alcaldía de Santa Cruz de Lorica, Bogotá, 2007.
  2. Joaquín Viloria de La Hoz, Lorica, una colonia árabe a orillas del río Sinú. Cuadernos de historia económica y empresarial n.º 10, Banco de la República / Centro de estudios económicos regionales, Cartagena, 2003, p. 6.
  3. En una primera época, alrededor de 1870, la primera fuerte inmigración fue de italianos, que fue pronto superada en número por la de los sirio-libaneses. David Arias Silva, El río Magdalena como eje de modernización. Magangué, Calamar y El Banco, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2009, p. 87.
  4. “Plan Especial de Manejo y Protección del Centro Histórico de Santa Cruz de Lorica, Córdoba”. Consultoría Ana María Rojas. Ministerio de Cultura, 2010