16 de noviembre del 2024
 
Museo Nacional de Colombia (antigua penitenciaria de la provincia de Bogotá, estado de Cundinamarca). Foto Marta Ayerbe.
Octubre de 2018
Por :
J. Alexander Pinzón R Historiador. Magíster en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad. Investigador independiente.

MUSEO NACIONAL DE COLOMBIA

Aparte del palacio de Gobierno (hoy Capitolio Nacional de Colombia), el arquitecto inglés Thomas Reed (1817-1878) diseñó en 1849 el proyecto para la Penitenciaria del Estado de Cundinamarca (hoy Museo Nacional de Colombia). Entre otras prisiones proyectadas por Reed, se encuentran la Cárcel de la Guaira en Venezuela (1845) y la Penitenciaria de Quito en Ecuador (1870-1875). Para el trazado de sus propuestas Reed tenía conocimiento de los sistemas penitenciarios que se habían creado hasta la primera mitad del siglo XIX, tales como el irlandés, celular, Auburn o mixto, panóptico y las colonias penales. Estos sistemas de prisiones fueron identificados por Reed durante su formación como arquitecto en Europa, sus viajes a Estados Unidos y en obras literarias como el libro del filántropo inglés John Howard El estado de las prisiones en Inglaterra y Gales (1777), autor que es citado por Reed en su programa para la construcción de tipo “filadélfico” de la penitenciaria de Quito.

Según Reed, el sistema más recomendable para tener en cuenta en el diseño de una prisión era el mixto, también llamado ecléctico, es decir, el sistema en que se toman tanto elementos de la organización en “aislamiento” como las condiciones del sistema de “silencio”: celdas separadas para dormitorios, talleres, cuartos de instrucción, patios de ejercicios que pudieran servir en común y la imposición de un silencio más o menos riguroso.

 

Penitenciaria. Vista exterior. Corte según AB. Corte según CD. Reconstrucción planimétrica de JoséAlexander Pinzón. Bogotá, 2017.

 

 

En el caso de la Nueva Granada (hoy Colombia), diversas cárceles que se habían erigido durante el periodo colonial presentaban, a mediados del siglo XIX, un mal estado de conservación en las diversas capitales de provincia. La necesidad de adecuarlas para un mejor servicio se hizo presente en el Informe de 1849 rendido por el gobernador de Bogotá, Vicente Lombana, ante la Cámara de la ciudad. La situación de hacinamiento y otras difíciles condiciones de insalubridad que vivían los reclusos (mujeres y hombres), hicieron que se prestara especial atención a la urgencia de construir una prisión adecuada. En respuesta, Reed trabajó el plano de “un vasto edificio que satisfaría completamente las necesidades de la capital en este punto”[1]. La ejecución de este inmenso proyecto para los estándares constructivos de la época era muy costosa y, para llevarla a efecto, no solo se tuvo en cuenta la ayuda de todos los Cabildos del Circuito sino, también, el producto de la venta de las cárceles existentes. Aunque los planos originales los trazó Reed hacia el final de la primera administración de Tomás Cipriano de Mosquera, el primer contrato para la construcción del presidio se firmó el 9 de febrero de 1853.

 

 

 

Todas las condiciones arquitectónicas, medidas, materiales y características técnicas y constructivas se publicaron por primera vez en noviembre de 1853 bajo el título “Contrata para la construcción de la Penitenciaria”. Iniciativa que buscaba, entre otras cosas, “al mejor postor” que ejecutará la obra en un contrato con el gobierno y por el término máximo de cuatro años. Al encontrarse autorizado el poder Ejecutivo –por medio de la Ley 27 de mayo de 1853– y en facultad de contratar la construcción del edificio, se invitó a las personas (arquitectos, maestros, albañiles) a presentar sus propuestas ante el Despacho de Relaciones Exteriores para ser sometidas a examen y la posterior adjudicación del contrato. El contratista ganador debía ceñirse a las condiciones estipuladas en el pliego de cargos siguiendo los planos de Reed. En general, la implantación cruciforme de la prisión estuvo rodeada de una muralla hexagonal de cinco varas de altura y construida en piedra y cal; aunque se desconoce si este cerramiento poligonal posterior de la prisión se erigió como se planteó inicialmente, pues no existen imágenes que lo ratifiquen, y de existir, en algún momento su rastro se extravió en medio de las instalaciones posteriores que se erigieron con edificios como el Colegio Mayor de Cundinamarca.

 

 

 

Entre los diferentes espacios que conformaron la penitenciaria original, se encuentran: en el primer piso o basamento se erigió la habitación del gobernador, la habitación del proveedor, la guardia, almacenes, cuatro celdas para presos de Estado (espacios 4,5 veces más grandes que las celdas “comunes”), dos albercas, una escalera circular central que ascendía hasta el tercer nivel, letrinas ubicadas al final de los tres brazos del edifico y debajo del segundo tramo de las escaleras (es de anotar que en los otros dos niveles no hubo letrinas, lo que probablemente condujo a que los presos de los otros niveles descendieran hasta el basamento para hacer uso del baño), talleres, dos cocinas, área de recreo o jardines, y la muralla perimetral. En el segundo piso o primer alto se construyeron 102 celdas para presos “comunes” con ventanas de arcos de medio punto, enfermerías, galerías, otras cuatro “celdas para presos de Estado” y se repitió la escalera en espiral. El tercer piso o segundo alto (de 1.745 m2) contó con una capilla para asistir a la homilía, otras 102 celdas individuales, galerías o espacios de circulación a la salida de las celdas con un vano central desde el que era posible observar los accesos a las celdas y galerías del segundo piso. La prisión contó en total con 212 celdas repartidas en los tres niveles. El espacio general incluyendo los tres brazos del edificio y el volumen central octogonal-irregular de la capilla abarcó un área de 6.584 m2. En general, la prisión ocupó un área de 11.490 m2, incluido el perímetro de la muralla. Los tres pisos ocuparon un área de 6.584 m2 y todo el conjunto abarcó 165 metros de frente (146 varas) por 130 metros de fondo (110 varas). El volumen que sobresale en la fachada contó con 58 metros de frente por 12,40 metros de fondo.

 

En 1853, el secretario de Relaciones Exteriores rendía informe al Congreso de la República en el que daba a conocer las razones del provecho que se obtendría con la materialización del proyecto de la penitenciaria, entre las cuales se buscaba asegurar que los delincuentes fueran castigados y se continuara avanzando en las medidas que el gobierno adelantaba en procura de alcanzar la abolición de la pena de muerte en todo el territorio neogranadino. El edificio de Reed, gestado al final de la primera administración Mosquera, era otra de las ideas producto del pensamiento liberal y progresista, que año tras año, desde 1849, había empezado a encontrar impedimentos que obstaculizaban su anhelada ejecución. En noviembre del mismo año, el Ejecutivo hizo pública la licitación para la construcción de la penitenciaria y en respuesta, la Secretaría de Relaciones Exteriores publicó en la Gaceta Oficial (remitiendo los planos anexos en la “Invitación”) la contratación de la construcción de una “Casa de Penitencia”. Los planos debían “manifestarse” a las personas que quisieran “consultarlos para cualquier fin”. Para entonces, el presidente de la República, José María Obando, deseaba que el proyecto de la penitenciaria tuviera toda la publicidad posible y obtener con esto la mayor participación de quienes se hallaran con el “ánimo y recursos para acometer la empresa”. A la invitación se presentaron contratistas como el comerciante inglés Patricio Wilson, ofreciendo la ejecución de la obra por un valor de 195.000 reales. Esta propuesta fue aprobada y el 9 de febrero de 1854 se firmó el contrato de construcción del edificio. Sin embargo, dos meses después “El mismo Senado negó en primer debate un proyecto sobre cambios, pendiente desde 1853, y otro sobre obras públicas diversas. [...] en el que los representantes dejaron para tercer debate un proyecto que disponía lo conducente al establecimiento de una penitenciaria”. Nuevamente se postergaron las obras.

Planos del basamento y del primer alto de la Penitenciaria de Bogotá. Reconstrucción planimétrica de José Alexander Pinzón.
 

 

 

Pasados ocho años, en 1862, el alcalde del cuartel de Las Nieves, José Cenón Padilla, levantó un plano de los solares de los padres de San Diego. Para entonces, los solares habían sido desamortizados y se disponían a su remate. Se proyectó que la penitenciaría ocuparía buena parte del “primer sector” del solar que abarcaba de norte a sur entre las calles 2ª o “Carrera de Mosquitero” y 3ª o “Calle Maturín”, e incluía parte del solar de la antigua carnicería, que abarcaba el área entre la calle 10 o “Carrera Jamesa” y la calle 12 o “Carrera de Vélez”.

Hacia 1871, Carlos Sáenz, director de la Casa Penitenciaria, manifestaba públicamente sobre la falta de seguridad de esta cárcel y “la fuga de algunos presos”. En consecuencia, propuso al Gobierno “la construcción de una penitenciaria panóptica en las afueras de la ciudad en las colinas situadas al oriente del antiguo convento de San Diego”. El entonces gobernador de Cundinamarca, Julio Barriga, resolvió iniciar la construcción en 1872, otorgando a Sáenz los inicios de las obras, quien obtuvo del discípulo de Reed, Ramón Guerra Azuola, una copia de los planos de su maestro. La iniciativa de Sáenz también fue bien acogida por el presidente de la República, Manuel Murillo Toro, quien participó en la gestación del proyecto con la consecución del solar mencionado.

En marzo 1873, el gobierno nacional expide la Ley 11, por la cual cede al Estado de Cundinamarca “cuatro hectáreas de tierra de las correspondientes a predios desamortizados, en el punto que el Gobierno de Cundinamarca designe de las del alto de San Diego en la ciudad de Bogotá”, para lo cual el gobernador de Cundinamarca, Eustorgio Salgar, colocó el primer sillar del edificio, el primero de octubre de 1873.

La República estaba embarcada en la definitiva construcción de una “prisión-modelo”, primera en todo el territorio, a una escala enorme que para todos implicaba una inversión coordinada de varios recursos, tanto capital humano como económico. Primero se avanzó en el descapote, la nivelación del terreno, la excavación de las zanjas para los cimientos y se preparó piedra extraída de una cantera “inmediata”. Con la intención de economizar en los gastos de albañilería, el estado de Cundinamarca contó con la mano de obra de los mismos reos y se pagaron trabajos como los prestados por hábiles canteros. Según el informe de Sáenz, los dineros adquiridos del remate de una parte del convento de San Francisco permitieron costear las primeras obras del penal. Las obras se terminaron en 1874 y la edilicia se empleó como prisión hasta marzo de 1946, año en que el Ministerio de Educación Nacional cambió su uso por el de Museo Histórico Nacional.

 

Patio norte del primer brazo del Museo, estado actual. Fotografía: Alexander Pinzón.

 

Bibliografía

 

  1. Diario oficial, año IX, No. 2848, 9 de mayo de 1873, p. 1. Ley 44 de 1873 (mayo 04).
  2. Lombana, Vicente. Informe de 1849. Bogotá, Imprenta del Neo-granadino, 1849.
  3. Pérez Sarmiento, José Manuel. Reminiscencias liberales, 1897-1937. Bogotá, El Gráfico, 1938.
  4. Revista Cromos, N° 1387, vol. LIV, 8 de agosto de 1942, Bogotá.
  5. Sáenz, Carlos. Informe del director de la casa de penitencia. Estados Unidos de Colombia. Estado Soberano de Cundinamarca - Número. Bogotá, 31 de agosto de 1874.
  6. Saldarriaga Roa, Alberto; Pinzón Rivera, José Alexander y Ortiz Crespo, Alfonso. En Busca de Thomas Reed. Arquitectura y política en el siglo XIX. Bogotá, IDPC, 2005.
  7. Segura, Martha. “Itinerario del Mueo Nacional de Colombia 1823-1944”, tomo II. En Historia de las sedes. Museo Nacional de Colombia Bogotá [primera edición]. Bogotá, Publicaciones Cultural, 1995.