'Coco' Chanel, la rebelde de la alta costura
La vida de una mujer que comenzó como muy infortunada y solitaria, terminó siendo un hito en la Historia universal. Los ires y venires de una pionera por naturaleza, que con su atrevimiento y determinación marcó un antes y un después en la moda y en el empoderamiento de la mujer, son definitivos. Una niña que quedó huérfana de madre a los 11 años y fue abandonada a su suerte por su padre en un orfanato de monjas, resultó sacando de las adversidades su mayor fuerte: la valentía.
Gabrielle Chanel nació el 19 de agosto de 1883, en el seno de una familia humilde y problemática. Poco se podía apostar por el futuro de esa frágil chica que, debido a su prematura desgracia, tuvo que aprender a coser, a bordar a mano y a planchar a la perfección. Ese arte, instruido por las religiosas que cuidaron de ella hasta que cumplió los 18 años, fue el que la forjó y su amigo fiel hasta el fin de sus días. No sabía dibujar, no hacía bocetos de sus creaciones. Creaba sobre el maniquí, el accesorio o sobre su cliente.
Coco Chanel se apropió de ese sobrenombre en sus noches de cabaré, cuando se ganaba la vida como ayudante en sastrería y cantaba (bastante regular, pero con gracia) para los soldados que frecuentaban el café La Rotonde, de Moulins, una comuna de Francia. Cada noche repetía la canción ¿Qui qu’a vu Coco? (¿Quién ha visto a Coco en el Trocadero?).
Nunca tuvo miedo a innovar. Cuando nadie creía en ella y no tenía ningún recurso propio tomó riesgos y compró más de una docena de sombreros canotiers en Galerías Lafayette y los decoró a su gusto. Esta primera colección de accesorios se vendió toda. A partir de este momento, en 1910, fue financiada por uno de sus amantes, el más representativo de su vida: Arthur (Boy) Capel, quien abrió la primera Mansión Chanel en el 21 de la rue Cambon.
Fue su mentalidad disruptiva la que, sin duda, le aseguró el éxito. Rompió normas y mitos como una guerrera en medio del combate. El primero, muy recordado y agradecido, fue la eliminación del asfixiante corsé que debían usar las mujeres. En 1913, cuando abrió una casa de modas en el suntuoso balneario de Deauville, las playas normandas más frecuentadas por la aristocracia de la época, incluyó por primera vez una línea de ropa femenina.
El estilo cómodo, funcional y sencillo que diseñó le dieron renombre y sus primeras ganancias. Además, la Primera Guerra Mundial, en lugar de perjudicar su oficio, fue una oportunidad para crecer en su ruta creativa. Comprendió que las mujeres, en ausencia de sus padres y esposos, debían trabajar y moverse sin restricciones. Por eso introdujo tejidos de punto, como el jersey, materiales que se consideraban de uso exclusivo para la ropa interior masculina, y los utilizó para crear prendas maravillosas. Se atrevió a emplear pantalones para montar a caballo, y fue un escándalo. El vestido camisero tipo talego también fue su invención, otro llamado más a la sociedad de que las mujeres estaban exhaustas de estar incómodas con prendas ajustadas y que la elegancia no era esquiva a la comodidad.
En 1916, con motivo del lanzamiento de su primera colección de otoño, sus chaquetas deportivas aparecieron en la revista Vogue. No tardaron en llegar sus prendas a las grandes tiendas por departamento de Estados Unidos. Para 1921, cuando registró su marca como couturiére (costurera) e inauguró una boutique de moda que ofrecía ropa, sombreros, accesorios y, más tarde, joyas y perfumes, se convirtió en una de las diseñadoras más importantes del mundo. Fue un año determinante, además, porque lanzó al mercado su primera fragancia: el legendario Chanel No. 5. Ivette Lagos, directora de relaciones públicas de la marca para Latinoamérica, relata que ella le encargó a Ernest Beaux “un perfume de mujer con olor a mujer”. “El perfumista le presentó una serie de pruebas numeradas del 1 al 5 y del 20 al 24, y fue la botella número 5 la que cautivó a Chanel. Este líquido tenía aldehídos, un compuesto sintético muy poco usado en ese entonces, así como jazmín, vetiver, neroli y otros 80 componentes”. Desde entonces es un ícono de feminidad y elegancia, y el pilar económico del imperio. En una entrevista para la revista Life, el 7 de agosto de 1952, la actriz Marilyn Monroe reveló cómo dormía. “Marilyn, ¿qué es lo que llevas en la cama?”, le preguntaron. “Yo solo me pongo Chanel Nº 5”, respondió.
Pese a su estricta personalidad, su corazón sufrió varios desconciertos y sus creaciones se vieron influenciadas por esas circunstancias. Su amado Boy le rompió el corazón casándose con la aristócrata Diana Wyndham. En represalia decidió cortar su pelo al estilo garçon. Fue un arrebato emocional que se convirtió en tendencia inmediata, siendo la pionera de la androginia en su generación que caracterizó el ‘look’ de las mujeres en la década de los veinte. Otro episodio desgarrador, la muerte prematura de Boy después de regresar a sus brazos, originó la creación de una de las prendas más importantes de su historia: el vestido negro (Little black dress). Según Jeremy Wallis, en su biografía Coco Chanel, en 1926 transformó el negro, que era un color de luto, en el “vestidito negro”, que imperó con éxito desde entonces y que no puede faltar en el clóset de las mujeres hasta hoy. El luto que decidió llevar desde este episodio fue el eje central de la paleta de color de la Casa Chanel: negro y blanco.
Su legado va más allá de su noción de lujo y simplicidad. Atuendos como el Chanel suit, conjunto de falda y chaqueta, de manga larga y en lana cardada, son obra suya, y siguen reinventándose continuamente. La bisutería es otra de sus magníficas ideas. Al copiar una joya de la familia Romanov lanzó la moda de los collares largos de varias vueltas, porque como ella misma dijo “lo que importa no es el quilate, sino la ilusión”.
Sin duda, encontró inspiración en el armario de varios de sus célebres amantes, proponiendo para la mujer trajes de tweed. El famoso bolso Chanel negro con la cadena dorada fue uno de sus retoños, y el zapato de punta redonda y tacón ligeramente bajo, cuando los de punta y tacón altísimo eran la sensación, fue un lanzamiento revolucionario en la década de los cincuenta.
Debido a las guerras y a supuestas alianzas de mademoiselle Chanel con altos mandos del régimen nazi, Gabrielle abandonó París en 1945 y regresó casi 10 años después con el único objetivo de reabrir su casa de moda. Murió en su habitación del Hotel Ritz en 1971, a sus 87 años, millonaria, solitaria y valiente. Sus últimas palabras, que le susurró a la sirvienta del piso fueron: “¿Ves? Así es como se muere”. Hasta en sus últimos momentos dio una lección.
Luego de varios años, gracias al ingreso del alemán Karl Lagerfeld a la casa Chanel como director creativo, la marca recobró su grandiosidad y es, sin duda, un referente de glamour práctico, de novedad en lo clásico y de elegancia en lo cotidiano.
*Publicado en la edición impresa de agosto de 2018.