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26 de Diciembre de 2017
Por:
Redacción Credencial

Querían ser invisibles, que las balas no los tocaran, que las autoridades no los atraparan. Varios miembros de las autodefensas usaron rezos, conjuros y amuletos para protegerse en el combate. No fueron los únicos. Una sentencia de Justicia y Paz plantea la necesidad de estudiar el tema.

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Brujería, ¿un arma de guerra?

Ese viernes de octubre, al regresar a su casa, en San Martín, Cesar, Javier Antonio Quintero Coronel se acordó de las llaves. Ya había cumplido la orden. Ya había disparado contra tres hombres. Los tres, igual que él y su acompañante, eran miembros de las autodefensas.

Tenía que recuperar las llaves. Una de las víctimas las tenía entre su ropa. Debía repetir el trayecto, esta vez de regreso al municipio de Río de Oro. Regresó a la zona del crimen. Ya habían llegado las autoridades. Trabajaban en el levantamiento de los tres cuerpos. Una camioneta funeraria esperaba. Él tenía que recuperar las llaves. Todos lo vieron. Todos corrieron. La camioneta quedó sola. Se acercó y esculcó. Encontró las llaves. Regresó a su casa en San Martín. No tuvo miedo. No pensó que podía ser capturado.

Javier Antonio Quintero Coronel nació en Aguachica en 1970. Estudió hasta quinto de primaria. Prestó servicio militar. Trabajó como mecánico en el taller de su padre. Cuando tenía 24 años, ingresó a las autodefensas. Perteneció a un grupo urbano. Lo llamaron ‘Pica Pica’. Fue patrullero, conductor, radioperador y sicario. Perteneció al frente Héctor Julio Peinado Becerra. Se convirtió en comandante. Sus operaciones se centraron en San Martín, Aguachica, San Alberto y Río de Oro, en Cesar. También actuó en Ocaña, Gamarra y Abrego en Norte de Santander.

En 2006, cuatro años después de ese viernes de octubre, se desmovilizó voluntariamente. Nunca lo capturaron. Fue postulado del proceso de Justicia y Paz. En 2012, compareció ante la sala de conocimiento de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Bogotá, con presencia de representantes de la Fiscalía, la Procuraduría y las víctimas, y confesó sus crímenes.

En una de sus declaraciones, seis años después de su desmovilización, la sala preguntó por qué creía que nunca había sido capturado. Pero él evadió la pregunta. La sala insistió. Entonces él se rio: “Hice pactos con una señora que se llamaba Olga. Ella era la que nos cruzaba”.

Los invisibles

La guerra entre “Urabeños” y “Buitragos” tiñó de rojo los Llanos colombianos. Se libró especialmente en los departamentos de Meta y Vichada. Dejó 2.000 víctimas. La sentencia en contra del Bloque Centauros y Héroes del Llano y del Guaviare del 25 de julio de 2016 recoge los detalles.

Dice que, según los postulados de Justicia y Paz, ‘Los Buitragos’ (autodefensas del Casanare) eran invencibles. Que el Bloque Centauros (integrado por los llegados de Urabá) los atacó con intensidad. Que la ofensiva no era suficiente. Que ‘Los Buitragos’ contaban con la influencia de una bruja.

Los postulados narraron que Miguel Arroyave, comandante del Bloque, ordenó buscar a la pitonisa para que sus hombres también fueran protegidos. La bruja hizo sus rituales. Los hombres quedaron cruzados. Las balas no penetrarían sus cuerpos.

Hace tres años, en una audiencia, Manuel de Jesús Pirabán, exintegrante del Bloque Centauros, contó los efectos que los rituales tenían en sus compañeros. “Se creían intocables. En un solo día murieron 78 muchachos debido a sus creencias. Supuestamente a ellos los rezaban y no morían”.

La Sala de Justicia y Paz quiso saber las razones por las que los combatientes confiaban en la brujería. Pirabán dijo que por protección. “Para no correr ningún riesgo, se opta por esa seguridad. Pero no puedo asegurar si era cierto que no les entraban las balas”.

Néstor Pardo, lingüista, profesor universitario e investigador del tema de la brujería, dice que la gente acude a este tipo de prácticas en situaciones límite. “Imagínese lo que es estar en un conflicto armado, enfrentándose a la muerte. Es una situación extrema diaria”.

Según sus investigaciones, la primera razón por la que los militantes de los diferentes grupos armados acuden a la brujería es por protección. “Oficiales del Ejército me contaron que, durante un combate, habían enfrentado a una guerrillera encargada, ella sola, de detener a la tropa. Los detuvo durante media hora disparándoles, y a pesar de que recibía muchos impactos, no moría. Hasta que por fin. La mujer tenía cocida bajo la piel una cruz en el hombro derecho. No es que uno de los bandos crea y el otro no. No. Todos creen por igual”.

La sugestión, señala el profesor, se magnifica ante la dificultad de la situación, lo que hace que el brujo se involucre hasta el punto de convertirse en un instrumento de la guerra. “Por ejemplo, un brujo les dijo a unos guerrilleros que los iba a volver ninjas invisibles. Que tenía una pócima secreta que impedía que los soldados los vieran. Los guerrilleros planearon el operativo para atacar una base militar y estos tipos, siendo guerrilleros experimentados, ejecutaron el ataque sin precauciones. Mataron a varios de ellos; los capturados contaron la historia”.

El pollo que dormía serpientes

La sentencia de Justicia y Paz del 25 de julio de 2016 tiene 1.187 páginas. Dedica dos párrafos al tema de la brujería. Menciona que, según los testimonios de los postulados, algunos hombres de las estructuras armadas practicaban ciertos ritos antes de combates. Menciona a alias ‘Pollo Roger’.

Manuel de Jesús Pirabán contó que lo conoció. Que le tenía miedo. “Cuando él estuvo en el entrenamiento en 1999, como comandante yo estaba pendiente de los entrenamientos. A las 11 de la noche me levantaba y lo encontraba con una serpiente. La cogía y la dormía. Hacía unos ritos raros. Yo no podría decir si son vainas satánicas porque yo no lo hacía”.

Pirabán recordó que una vez ‘Pollo Roger’ salió con otros compañeros a la zona de San Pedro de Jagua a robarse unos camiones con comida. Llegó la policía. Los enfrentó. Él recibió ocho tiros. Ninguno entró. “Él decía que no le pegaban, no le entraban las balas al cuerpo porque estaba rezado”.

La última vez que vio a ‘Pollo’ fue en Barranca de Upía. Tuvieron una reunión. Necesitaba saber qué pasaba con él. Ya no cumplía órdenes. Lo encontró preocupado. Estresado. Se sentía muy mal por una señora a la que había torturado antes de asesinar. Temía por su vida.

Manuel de Jesús Pirabán contó la conversación: “le dije: ‘usted está muy enfermo. Tiene que tomar tratamientos. Deje tanto temor’. Él me respondió que si yo llevaba el médico, me recibía. No quería ver a nadie más”. Al día siguiente, le llevó el médico. Le dieron suero y vitaminas. Sin embargo, los comandantes tomaron la decisión de matarlo.

Amuletos, rezos y contras

Verónica Portillo, sicóloga clínica de la Agencia Colombiana para la Reintegración en Santander, asegura que las consecuencias sicológicas de este tipo de prácticas se refuerzan porque hay un alto índice de estrés postraumático y de episodios sicóticos. “Esto trae alucinaciones visuales, auditivas y olfativas que hacen que se refuercen las creencias en santería y cosas de otra dimensión. Según los síntomas del trastorno o episodio sicológico por el que están pasando, van a creer que están en una brujería o pasando por algún maleficio”.

Los desmovilizados, en su mayoría de los grupos guerrilleros –según la sicóloga–, cuentan que ven a los amigos muertos. Que les disparan y las balas no les entran porque tienen contras y amuletos. Que escuchan voces del más allá.

“Al parecer se sentían bastante protegidos porque hay algunas historias que relatan que en ciertos eventos fueron salvados por el amuleto, el rezo o la contra. Puede ser coincidencia”, cuenta Portillo, quien añade que estos temores y creencias disminuyen a medida que avanza el proceso de reintegración.

La sentencia del 25 de julio de 2016 señala: “… la Sala propuso conocer si la brujería fue considerada arma de guerra en los Llanos Orientales, en la medida que en audiencia fueron dados a conocer los ritos que algunos de los hombres de estas estructuras practicaron antes de los combates. Caso particular el de alias ‘Pollo Roger’. Por ser un tema que excede el propósito de esta decisión, quedará planteado para que sea objeto de valoración por sociólogos o antropólogos, interesados en el tema”.

El investigador Néstor Pardo está de acuerdo: “sí, sería bueno saber hasta dónde se llegó en ese camino de intentar imponerse al enemigo. Hasta dónde se llevó la creencia”.

Para la magistrada Alexandra Valencia, ponente de la sentencia, ahondar en estos temas oscuros y subterráneos del conflicto llevará a cumplir con una de las obligaciones de la justicia transicional: la no repetición. “Una de las garantías para la no repetición es someter al debate público lo que ocurrió en la guerra, para que los individuos de la Colombia profunda y real sepan que no vale la pena”.

Javier Antonio Quintero Coronel contó que confió en Olga; que ella también ofreció sus servicios a otros comandantes; que los protegió; que les hizo baños y oraciones. Dijo, además, que les avisó de los retenes del Ejército. Que la información fue certera: “ese poder se lo daba el diablo y ella nos lo transmitía a nosotros”.

La sentencia del 11 de julio de 2016 condenó a Javier Antonio Quintero Coronel por concierto para delinquir agravado, homicidio en persona protegida, desplazamiento forzado, secuestro, tortura y otros crímenes.

Por agüero, por protección, por superstición o por si acaso, lo cierto es que la brujería ha rondado a los grupos armados. Para algunos esta práctica fue una herramienta de guerra, para otros fue solo una creencia. Más allá de responsabilidades jurídicas, el profesor Néstor Pardo insiste en que el país merece conocer el límite de estas prácticas y sus responsabilidades sociales. Y pregunta: “¿cuál es la diferencia moral entre alguien que quiere asesinar a una persona a través de la brujería y quien contrata a un sicario?”.

 

 

*Publicado en la edición impresa de octubre de 2016.