El planeta se derrite pero no es nuestra culpa
No alcanzó Donald Trump a rematar el discurso con el que, basado en su lema de campaña, “Hacer de nuevo grande a Estados Unidos”, se desmontó del Acuerdo de París contra el calentamiento global, cuando le contestó su homólogo francés, Emmanuel Macron: “Les aseguro que Francia no abandonará la lucha. Tendremos éxito porque estamos comprometidos completamente, porque no importa dónde vivamos o quiénes seamos, todos tenemos la misma responsabilidad: hacer de nuevo grande a nuestro planeta”.
Fue como si Trump hubiera pateado el tablero de ajedrez, meticulosamente organizado durante 20 años, desde el Protocolo de Kioto, para que Estados Unidos, hasta hace poco el más grande emisor de gases de efecto invernadero, se comprometiera, por fin, al lado de 194 países, a participar en la lucha contra el calentamiento global. A pesar del asombro y la decepción de los líderes europeos –y de los propios alcaldes estadounidenses, que respaldaron en masa el Acuerdo de París–, Trump no hizo sino cumplir con lo que había prometido, de acuerdo con sus convicciones sobre el tema, a saber: la falta de evidencia de que la industrialización basada en el carbón sea la causante del calentamiento de la Tierra; la certeza de que todo ese montaje alrededor del cambio climático no es sino un truco para intentar restarle productividad a los Estados Unidos.
Al sol que más caliente
No es un invento de él. Ni siquiera es nuevo. Frente al consenso científico casi unánime acerca de que el hombre ha participado crucialmente en el calentamiento global, existe una fracción de expertos que lo ponen en duda. El más destacado, quizás, es Richard Lindzen, del Instituto Tecnológico de Massachusetts. El meteorólogo estadounidense sostiene que los modelos computarizados con los que se ha intentado demostrar el calentamiento global por el aumento de gases de efecto invernadero, en realidad han sobrevalorado el potencial de tales gases. En otras palabras, en vez de medir objetivamente lo que sucede con el clima, los modelos están cargados hacia la idea de comprobar la incidencia de los gases de efecto invernadero producidos por el hombre en el calentamiento.
Graduado en Harvard en Física de la Atmósfera, Lindzen fue uno de los científicos que participó en el documental La gran farsa del calentamiento global (2007), dirigido por el productor de televisión británico Martin Durkin. El documental, bastante polémico por algunas imprecisiones que tuvieron que ser corregidas o retiradas, y porque algunos científicos se sintieron tergiversados en sus apreciaciones, defiende que no hay evidencia de que el hombre sea el causante del calentamiento global. Más todavía, riega la sospecha de que todo es una patraña de los ambientalistas, en su afán de aumentar exponencialmente los presupuestos de investigación en los países desarrollados. “Antes de Bush padre, afirma Lindzen en el documental, la asignación para la ciencia del clima en Estados Unidos era de 170 millones de dólares. Ahora el presupuesto sobrepasa los 2.000 millones de dólares al año. Si no nombras el clima, no tienes presupuesto”. Conclusiones como esta le han caído como ‘anillo al dedo’ a conspiracionistas como Donald Trump.
En los primeros minutos del reportaje, el científico Tim Ball, de la Universidad de Winnipeg, afirma: “Creo en el calentamiento global, pero no creo que el CO2 lo esté causando”. Esa es, básicamente, la posición de los llamados “negacionistas”. Afirman que el calentamiento obedece a ciclos naturales del planeta. Es un fenómeno natural que, además, es el verdadero causante del aumento del dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, y no al contrario. Según sus observaciones, el aumento exponencial de CO2 en el aire en el siglo XX, sucedido entre 1940 y 1975, coincide con un periodo de descenso de las temperaturas durante este mismo período, lo cual contradice lo sugerido por los ambientalistas: que a más CO2, mayor temperatura. En cambio, estas variaciones de temperatura (enfriamiento entre 1940 y 1975, aumento a partir de entonces) coinciden con la menor o mayor actividad del Sol, de acuerdo con la observación de las manchas solares. En últimas, es el Sol el que está afectando la temperatura del planeta y no los gases de efecto invernadero. Y es este aumento de temperatura producido por el Sol, el que ha incrementado la presencia de CO2 en la atmósfera. Los negacionistas afirman que el ser humano es apenas un espectador pasivo de un fenómeno que se repite de manera cíclica.
Atizando la hoguera
José Daniel Pabón es profesor asociado del Departamento de Geografía de la Universidad Nacional, en Bogotá. Además de docente, dirige el programa “Tiempo, Clima y Sociedad”, que rastrea las consecuencias del cambio climático en Colombia y las soluciones frente al fenómeno. Suficientemente curtido en el tema del escepticismo científico frente al calentamiento de origen humano, adopta la paciencia del maestro para explicar el problema desde cero:
El efecto invernadero es una de las propiedades que tiene la atmósfera de retener cierta cantidad de energía que llega al planeta y que debería devolverse al espacio. Gracias a esos gases de efecto invernadero, que retienen el calor, el planeta ha mantenido una temperatura promedio que ha permitido la evolución de todo. En la medida en que se incremente o se disminuya la cantidad de gases de efecto invernadero, habrá un efecto en la temperatura media global del planeta y en el clima.
En la actualidad, estamos asistiendo a un calentamiento global que, ya está demostrado, es del orden de entre 0,6 y 0,8 grados Celsius. Y esa tendencia se ha incrementado. El ritmo del calentamiento se viene acelerando a partir de la segunda mitad del siglo XX. Nadie ha negado que hay ciclos naturales. Hay periodos de enfriamento y calentamiento global. En este milenio tuvimos un calentamiento global entre el año 900 y el 1200, y un enfriamento entre 1500 y 1800. Al ritmo de estos ciclos, estamos asistiendo ahora a un ligero calentamiento. Pero es un hecho comprobado que el calentamiento se fortalece en la medida en que se acumulan gases de efecto invernadero por la actividad humana. Y esa actividad humana, utilizada para producir energía, es la quema de madera, de carbón y de combustibles fósiles, que liberan gases de efecto invernadero.
Desde la primera mitad del siglo XVIII, cuando empezó la revolución industrial, hasta nuestros días, ha habido un incremento sustancial de producción de gases de efecto invernadero: de 280 ppm (partículas por millón) a más de 400 ppm, y eso no se debe a un proceso natural.
“Aquellos que lo negaban ya no lo pueden hacer porque las evidencias son contundentes –afirma el profesor–. Los escépticos se centran en criticar que el calentamiento que producen los gases de efecto invernadero no es tan fuerte como lo muestran los científicos del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático, de las Naciones Unidas, que produjo el Acuerdo de París). Que se exagera el potencial de calentamiento que tienen los gases de efecto invernadero, producidos por el hombre, en los modelos. Pero en los últimos 20 años los modelos han ganado bastante en representar los procesos que intervienen en el clima: atmosféricos, oceánicos, de la biósfera. Y hace unos 10 años se hizo un experimento en el que 30 modelos de diferentes centros del planeta simularon el clima mundial del siglo XX. Sacaron el promedio y lo compararon con los datos reales. Ambos coincidían: el clima se comportó como lo habían simulado los computadores. Eso demostró que los modelos funcionan si los tomamos en promedio. Luego, a esos modelos les quitaron las emisiones de gases de efecto invernadero por actividades humanas y se encontró que, sin esas emisiones, el calentamiento disminuía. Esto quiere decir que, evidentemente, hay un calentamiento natural, pero nosotros le estamos echando combustible para aumentarlo”.
Los gases de efecto invernadero tienen un potencial de calentamiento bastante alto. No solo por dióxido de carbono sino por gas metano, que tiene mucho más poder que el dióxido de carbono. “El calentamiento está derritiendo el permafrost en Canadá, en el norte de Rusia y en Siberia –continúa el profesor–. Y el proceso químico que se deriva de ese derretimiento está liberando metano”.
Las consecuencias del calentamiento progresivo y acelerado por el hombre son ya conocidas: variaciones en el ciclo de lluvias y sequías; desbalance en el equilibro hídrico del planeta; aumento de la acidificación de los mares; afectación de los suelos aptos para la agricultura; incremento del nivel del océano en los litorales. Si esto es así, ¿por qué hay quienes, junto con Trump, siguen negándolo?
Posiciones amañadas
Según señala el profesor Pabón, científicos norteamericanos descubrieron recientemente que muchas industrias estadounidenses, liberadoras de gas metano, producían más emisiones que las que en realidad reportaban a la EPA (Agencia de Protección Ambiental), y que dichas emisiones superaban en mucho el nível crítico permitido. “Esas empresas, que son de energía, son las que financian a un montón de investigadores para que concluyan que los gases de efecto invernadero son prácticamente inofensivos”.
John Cook, profesor investigador del Centro de Cambio Climático de la Universidad George Mason, en Estados Unidos, llegó a esa conclusión por diferente camino. Hizo una encuesta en la que mostró a los participantes un consenso de 97 por ciento entre los científicos que reconocían la participación del hombre en el calentamiento global, y encontró que los que menos confiaban en este consenso eran personas conservadoras, defensoras del libre mercado y de la no intervención.
Creer o no creer se ha convertido, así, en una posición política: la de defender un modelo económico basado en la explotación de combustibles fósiles. Y eso ha quedado más que demostrado con la decisión de Trump de alejarse del Acuerdo de París.
*Artículo publicado en la edición impresa de junio de 2017.