Gabo y su obra cumbre
En el número 48 de la revista Casa de las Américas, publicada en mayo de 1968, el poeta cubano Reinaldo Arenas escribió: “La primera impresión que deja la lectura de Cien años de soledad es la de que acabamos de abandonar una región encantada, poblada por el constante estallido de los fuegos artificiales. Cerramos el libro y estamos deslumbrados. Pero esta primera impresión puede ser fatal en una obra literaria si no tiene otra trascendencia que la del deslumbramiento momentáneo: al otro día pudiera ser que sólo quedase en nuestra memoria la barahúnda de una fiesta deliciosamente superficial, o el estallido de algún cohete que se va dispersando en la noche.
“De modo que la novela, como toda obra de importancia, reclama una segunda lectura, la cual nos reflejará que estamos en presencia no solamente de un espectáculo espléndido, sino también ante una de las novelas más importantes de la nueva narrativa latinoamericana, sin que tengamos que llegar por eso al abstracto y gastado calificativo de genial, ni a las comparaciones delirantes con los clásicos de todos los tiempos”.
Medio siglo después de publicada, está claro que las comparaciones con los clásicos no resultaron tan delirantes. Cien años de soledad es considerada la más prodigiosa obra escrita en castellano desde El Quijote. Lo intuyó antes que nadie Carlos Fuentes, uno de los primeros lectores del manuscrito, cuando le escribió a Julio Cortázar, a comienzos de 1967: “He leído el ‘Quijote’ americano, un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un Quijote enclaustrado que por eso debe inventar al mundo a partir de cuatro paredes derrumbadas. ¡Qué maravillosa recreación del universo inventado y re-inventado! ¡Qué prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en discurso literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y a lo imaginario”.
Del génesis al apocalipsis
A partir de entonces han llovido monólogos y monólogos de tinta sobre la novela, empezando por la anécdota de su composición: los 18 meses de encierro a cal y canto en la casa de Ciudad de México, durante los cuales, dijo García Márquez, la novela fluyó a chorros y sin tropiezos hasta su consumación; la verticalidad de su esposa Mercedes para sostener sin un peso a la familia mientras el escritor escribía; la fatalidad de poder enviar a Buenos Aires, donde Editorial Sudamericana iba a publicarla, solo la mitad de la novela porque no tenían con qué pagar el correo del mamotreto completo. Desde entonces han llovido a cántaros análisis sesudos sobre aquel “vallenato de quinientas páginas” en el que críticos, académicos y estudiantes en trance de redactar la tesis de grado han encontrado más claves literarias que el propio autor; intentos por desentrañar el ánima de la obra que llevaron al propio García Márquez a concluir: “Lo que pasa es que se tragaron el cuento”.
Pero quizás la más grande de las virtudes de Cien años de soledad sea esa sensación de totalidad de la que hablaron Vargas Llosa y Selma Calazans, el carácter bíblico que va moldeándose desde el origen mismo del mundo en la Macondo de las piedras prehistóricas donde aún no se ha enterrado ningún muerto, hasta el apocalipsis en el que Aureliano se lee a sí mismo en el “espejo hablado” de los pergaminos de Melquiades. Es la recreación del universo que puede ser también un nuevo descubrimiento de América, una nueva crónica de Indias. Cada lectura de Cien años de soledad es nueva y la misma a la vez, como solo ocurre con la Biblia, El Quijote o Las mil y una noches. En palabras de la escritora Carolina Sanín, “es la misma antes de que se hubiera escrito”.
La novela cumple cincuenta años y es como si no cumpliera ninguno. Como el galeón español descubierto por José Arcadio Buendía adornado de orquídeas sobre un lecho de piedra, a kilómetros del mar, Cien años de soledad permanece en un ámbito propio, vedada a los vicios de tiempo y a las costumbres de los pájaros.
¿Qué tal ha madurado la novela?
Carolina Sanín
Escritora, doctorada en literatura española y portuguesa en la Universidad de Yale. Autora de Todo en otra parte y Los niños.
Es una de las cuatro o cinco grandes obras de la humanidad. Y de las dos en castellano. Creo que no es de ninguna época. Creo que es la misma que antes de ser publicada y la misma, incluso, que antes de que se hubiera escrito (pues ya estaba en Hesiodo, en Lucrecio y en la Biblia). Creo que su único contexto es la condición humana y la sociedad humana.
Ricardo Silva
Escritor, autor de Historia oficial del amor
Es extraño que Cien años de soledad esté cumpliendo cincuenta: su logro principal, su logro más extraño al menos, es justamente el de habernos convencido desde la primera vez que fue publicado de que había existido siempre, como la Biblia o Las mil y una noches, y desconcierta, por decir lo menos, la noticia de que se trata de una novela que apenas tiene medio siglo. Cien años de soledad no ha envejecido ni un solo día porque nació vieja, única, sin rastros de los sesenta ni tics del siglo XX. Habría que agregarle un cero a su edad para que su influencia sobre la literatura que le siguió sea verosímil.
Andrés Hoyos
Fundador de la revista El Malpensante
Cien años de soledad ha envejecido bien: sus personajes siguen siendo poderosos, su prosa libidinosa y sorprendente, su estructura certera y nostálgica, pero lo que ha envejecido mejor es su influencia. Ya pasaron los años en los que muchos mediocampistas de segunda división, de los que está llena la mala literatura, querían poner muchachas a volar en medio de la ventisca y en general se dedicaban al contrabando narrativo, precavidos de una supuesta patente de corso que Gabo nunca les quiso extender. En cambio, no se nos puede olvidar que esta novela fue esencial a la hora de evitar un descarrilamiento en el arte literario parecido al sufrido en otras artes. En efecto, los nihilistas del nouveau roman francés, tras una humillación militar a la que no le encontraban salida, quisieron convertir su vieja y benemérita tradición narrativa en un submundo de fantasmas sin esencia, en un puro juego verbal. Para todo lo que ellos preconizaban, Cien años de soledad fue un antídoto letal. Luego, los buenos escritores siguieron por su camino, haciendo cada uno sus propias reglas, como tiene que ser.
Darío Jaramillo Agudelo
Poeta, novelista, exdirector de la Biblioteca Luis Angel Arango
Hace poco volví a leer Cien años y sigue manteniendo su carácter de clásico: mantiene fresca su capacidad de seducción, resiste la relectura manteniendo el gozo de quien la lee, proporciona nuevos descubrimientos, nuevas sorpresas. Sigue siendo un gran, un grandísimo libro.
*Publicado en la edición impresa de abril de 2017.