De cómo Walcott se enfurecía leyendo a García Márquez
Dereck Walcott siempre pensó que la poesía era una pieza ingrata, pero amaba a los jóvenes que luchaban por ella. Cuando tenía 18 años, su madre le regaló docientos dólares para que publicara su primer libro. Lo vendió en las calles de Santa Lucía. Hablaba de los jóvenes curiosos e inocentes porque él fue uno de ellos. Así empezó a enamorarse de la escritura, así empezó a convertirse en poeta.
El hombre que alababa el lenguaje caribeño, también alababa el lenguaje que Shakespeare le regaló a Próspero y a Calibán, esos recordados personajes de La Tempestad. Pocas veces hablaba de otros autores, más bien, sus discursos ahondaban en su obra. Otra vida (1973), El reino del caimito (1979), El testamento de Arkansas (1987) –su obra cumbre– y Omeros (1990), un poema basado en la Odisea, fueron algunas de sus publicaciones.
Sin embargo, Walcott, considerado como uno de los principales poetas de habla inglesa, se refirió a uno de los suyos, nadie menos que Gabriel García Márquez, en una conferencia magistral que se llevó a cabo en México como pieza de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, en el año 2000. Esto fue lo que dijo:
“Una frase de García Márquez funciona en dos niveles: el nivel del narrador, que en una mitad, o incluso un tercio de la frase, asume el papel omnisciente del narrador minucioso de Flaubert; luego la frase se desliza, desde la presencia de una voz, no la del narrador, sino la de un entusiasmado testigo que imagina una acción en el idioma corriente, la cual se lee, de entrada, como una exageración. Al principio García Márquez me enfurecía, pero luego mudé de oído, y aprendí a acomodar otras voces, a menudo simultáneas, dentro de una frase. En un caso alguien es herido y la sangre cruza la calle y entra en una tienda o en una casa; esta metáfora exasperó mi realismo lógico, que es la naturaleza del idioma inglés; éste argumentaba que la sangre no cruza la calle, ni se arrastra ni entra en una casa. No obstante, yo al principio no comprendía el punto extremo de la exageración que sirve para componer un suceso, una frase, no surreal sino real en el sentido de que así es como la gente narra los acontecimientos, sin cambiar los sustantivos, donde la acción es sustituida por la sangre, y ésta se convierte en el relato de un testigo tranquilo o entusiasmado, en un tiempo verbal, pues dos tiempos se juntan: el pasado de lo que ocurrió en un relato fáctico que solía ser la voz del narrador, y el tiempo presente que prosigue el contexto del suceso, el contenido íntegro con sus dos voces; así, la primera mitad de la frase es la ficción oficial, y la segunda, la parte al parecer exagerada, es la ficción oral o tribal, cuya entonación, en la novela o el relato corto, es el rumor.
Toda obra imaginaria se funda en el rumor, en sucesos que el novelista, o el narrador de relatos cortos, confirma. Comprendo esto ahora porque he prestado oídos a la segunda voz, eso que sobrepasó la barrera o el meridiano de la frase, su censura oculta; entonces escuché el sonido del colombiano, de manera que la voz tribal de Macondo pasó a ser asimismo la de cualquiera de los pueblos costeros de mi propia isla; y así nada me pareció más natural y, también más ineludible, que la prosa de García Márquez.”
Derek Walcott
Un caballero que no se acalora
Conferencia magistral de la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar
en Guadalajara el 9 de marzo de 2000.
Traducción de José Luis Rivas
Tomado del blog - Calle del Orco