De Curití a Nueva York
Mientras viajaba a África, Carlos Vera perdió a la mujer que amaba. Una víspera de Navidad, un 24 de diciembre, luego de hacer escala en Venezuela, Dieppa trató de despertar a Silvia Pérez, pionera de la industria textil en Colombia, pero fue inútil. Había muerto de un infarto. En sus brazos se fue la persona que le enseñó a amar el diseño. La empresa en ese momento se llamaba Kumare, el mismo nombre de una fibra vegetal del Amazonas con la que él fabricaba tapetes que luego remataba en cuero.
Carlos Vera Dieppa era un “loco” para quienes lo conocieron en su natal Barranquilla. Era un “emprendedor” para los campesinos de Curití. Era un “curioso” para sus hijos Tomás y Cristina, fruto de su primer matrimonio, con ‘Tuty’ Gutiérrez de Piñeres. Para Colombia fue un hombre que revolucionó la industria textil, uno que transformó los costales de papa en lujosos tapetes que ahora se venden por miles de dólares y adornan apartamentos en el Central Park de Nueva York o en mansiones de Londres.
‘La laguna secreta’
Vera había recorrido varios lugares de Colombia al lado de Silvia en busca de fibras. Viajó al Amazonas, a los Llanos, al Putumayo. Conocía perfectamente la costa Caribe, pero en ningún lado encontraba algo que le permitiera hacer tapetes solo como él quería hacerlos. Su hijo Tomás recuerda que alguna vez en una entrevista hecha a su padre, este contó que había encontrado un lugar al que llamó ‘La laguna secreta’. Lo llamó así porque no quería que nadie se enterara de qué era y en dónde se ubicaba.
En realidad era Curití, un pueblo ubicado a dos horas de Bucaramanga que apenas aparece en el mapa. En 1997, Carlos empezó a investigar más sobre ese pueblo. Supo que existía una planta que en esa época solo crecía silvestre en patios y montañas de los campesinos de la zona. Esta fibra, famosa por ser utilizada principalmente para hacer costales o lonas de papa, era parte de las artesanías típicas de Santander. Y aunque los campesinos la manejaban para ese tipo de productos, Carlos sospechó que podía hacer más.
Un “tapetico”
Tomás, su hijo, recuerda que una vez Carlos llegó a casa tan emocionado que saltaba de alegría. En sus manos cargaba un pequeño tapete que parecía un saco de papa. A simple vista, no era mayor cosa. Lo que Tomás no entendía era que ese tapete revolucionaría la industria especializada gracias a su padre. De ese pequeño tapete saldrían historias, oportunidades y reconocimientos.
Carlos había descifrado la técnica con la que se hacían los famosos costales de papa. Sin embargo, esa técnica era casera, parecida a muchas otras que ya eran comunes en las artesanías santandereanas. Se sentaba horas con los campesinos de Curití a intercambiar técnicas, ideas, intentos fallidos, aciertos y decepciones.
Finalmente, supo que la diferencia entre los costales de papa y los tapetes de Nueva York podía ser el color y la manera en la que se tratara la fibra desde la extracción hasta el tejido. De a poco, consiguió telares que le permitieron agrandar esos “tapeticos”. Los primeros daban una producción de tapetes de 2 x 3 metros. Cada tapete tenía un nombre, dependía de su color. Por ejemplo, uno de tonos azules recibía el nombre de ‘San Andrés y Providencia’ porque ese era el mar preferido de Vera; otro, ‘Rojo Atardecer’ porque le encantaba cuando el Sol desaparecía en las tardes.
El proceso
Desde que Carlos comenzó a conocer el fique hasta la empresa que han formado sus hijos en su honor, el proceso se ha modificado respetando los parámetros que dejó el papá. “Los telares del año 45 se han reconstruido porque ya no se consiguen. Los marcos, los tambores, la estructura y las piezas específicas, como poleas, se mantienen en perfecto estado”, asegura Tomás. La diferencia es que ahora se pueden hacer tapetes de hasta cuatro metros y medio de ancho.
Las matas crecen en el monte, pero ahora hay 18 familias que las cultivan organizadamente. Desde la siembra, con alrededor de 5.000 colinos (matas de fique), pasan cuatro años antes de que aparezcan las primeras producciones. Al fique se le aprovecha el 6% o 7% de la totalidad de la planta. El resto es material desechable. Se extrae manualmente con un ‘campo’ (dos hierros amarrados a un palo) y se pasa la hoja en medio de estos. Así se desecha la pulpa.
En los ranchos campesinos de Curití, la fibra se extiende, se seca, se separa cada una con puntillas, se tintura (el fique absorbe hasta 50 tonos diferentes) y se vuelve a secar. Luego se hila.
“La técnica básica es ancestral, de hace más o menos 100 años. Pero desde que llegó Carlos Vera, se aplica en diferentes productos. Antes solo eran costales para cargar papa. Desde 1996, gracias a él, hay diversificación”, cuenta Carmelo Sequera Delgado, un campesino de 46 años que ha dedicado su vida a la producción de este producto.
Verdi Design
Luego de la muerte de Carlos Vera en 2010, su hijo Tomás dejó su carrera de Administración para seguir con el legado que le había dejado su padre. Continuó con una herencia reinventada. Hace tres años, en 2013, nació Verdi Design, nombre que hace honor a los apellidos de Carlos y que además recuerda una idea que nunca dio frutos. Vera Dieppa quería, entre sus locuras, una compañía de ultralivianos que se llamara “Verdi Airlines”. Resultó que los tapetes, así como los aviones, también viajarían a diferentes partes del mundo.
Los nombres siguen siendo curiosos, el último se llamó ‘Azul Tayrona’. La técnica de tejido sigue siendo totalmente artesanal, todo se hace a mano. “Lo único que no está hecho a mano es el logo que se imprime”, cuenta Tomás.
Las fibras que viajan de Curití a Bogotá empiezan a ser tejidas en los enormes telares halados con poleas. Pero hay un elemento clave que define a Verdi y lo diferencia de cualquier otro tapete. El uso del cobre, un material que su padre había empezado a utilizar en el 2000. El metal y el fique se vuelven a unir: barrotes de hierro que en la primera etapa del proceso quitan la pulpa de la hoja, ahora son reemplazados con cobre, que se entreteje con las fibras hiladas de fique. Cualquiera que vea el tapete, no imagina que esté hecho de estos dos materiales.
Verdi, con Tomás y Cristina a la cabeza, ahora exporta sus productos a Nueva York, Miami, Los Ángeles, México, Panamá, República Dominicana, Londres y Madrid, a precios que han alcanzado los 17 mil dólares.
*Publicado en la edición impresa de noviembre de 2016.