19 de noviembre del 2024
 
Laureano Gómez Castro. Oleo de Guillermo Camacho M., 1974. 100x68 cm. Comisíon III del Senado, Bogotá.
Noviembre de 2016
Por :
César Ayala Diago

LAUREANO GÓMEZ CASTRO

Las historiografías liberal y de izquierda construyeron la imagen del Laureano Gómez que tiene hoy la mayoría de los colombianos. La memoria colectiva ha guardado tan sólo el recuerdo de un Laureano culpable de la violencia de mitad de siglo. Otra mirada, sin la pasión del militante, sin la animadversión liberal y sin prejuicios, nos coloca frente a un Laureano vigente, actual, histórico y estadista.

Gracias al comportamiento político de Laureano Gómez, los ideólogos liberales diseñaron la contrapropaganda de su partido. Gómez sirvió en la vida lo mismo que después de muerto para convocar y unir las masas liberales en momentos de dispersión. Los avances de Laureano o del futuro laureanismo fortalecían, como por encanto, al adversario histórico. Sin advertir las consecuencias, constituyó una pieza fundamental en la caída de la hegemonía conservadora. Los historiadores contemporáneos afirman que fueron las indecisiones de la Iglesia colombiana, al no definirse por uno de los dos candidatos conservadores, lo que en 1930 condujo al partido conservador a perder el poder. Al listado de causas, suelen agregar la represión conservadora de la huelga bananera y se remata con la crisis económico-mundial de 1929. Lo que no advierte la historiografía es el papel de Gómez en el desmoronamiento de la hegemonía. Fue él, precisamente, quien en 1928, desde el interior de su partido, cuestionó a voz en cuello el régimen y anunció su caída. Las distintas interpretaciones de las celebres conferencias de Gómez en el Teatro Municipal en junio y agosto de 1928, se detienen en sus aspectos negativos. Los apartes puestos a circular en la gran prensa liberal y en la historiografía forjaron el personaje que sus adversarios necesitaban. Sin embargo es allí donde están los esbozos del Laureano Gómez estadista. Si de diplomático en la Argentina primero, de dinámico ministro de Obras Públicas del presidente Pedro Nel Ospina y como fogoso parlamentario se había mostrado ya como hombre de Estado, son sus intervenciones del Municipal las que mejor lo revelan como tal.

En ellas defendió la política no como el arte de procurar la prosperidad de un grupo a costa del bienestar colectivo sino como el de labrar la grandeza de una República. Desmostrando que el país estaba podrido desenmascaró las supuestas bondades del sistema político imperante: el parlamento, los partidos tradicionales, las instituciones. Gómez dejaba señalado que la actividad colectiva del país sufría una parálisis y que los estímulos intelectuales habían desaparecido por las intrigas, la eficacia del caciquismo y la preponderancia de las roscas. En la medida que el nuevo establecimiento viraba hacia una nueva hegemonía, ésta de tinte liberal, Laureano fue convirtiéndose en fiscal de la política colombiana y defensor de la sobrevivencia del conservatismo. En el proceso violento de liberalización del país expresado en fraudes electorales, en enfrentamientos con los conservadores en la provincia por negarse éstos a entregar los poderes municipales, sus copartidarios encontraron en él no sólo el baluarte de la doctrina sino además el protector de sus vidas.

En esta época, la actividad política de Laureano recuerda la que años más tarde habrá de desarrollar Jorge Eliécer Gaitán. Un trascendental discurso de Gómez preparado para una Convención regional en Málaga, Santander, prohibida por el gobierno liberal, tiene similitudes extraordinarias con la famosa oración del silencio de Gaitán. En el discurso que Gómez leería en enero de 1933, el líder de la oposición ofreció acatamiento de las leyes y a las autoridades legítimamente constituidas a cambio de libertad, equidad, justicia, respeto a los derechos individuales y a la vida de los conservadores.

En los comienzos de su gobierno (1950-1953) amainó la violencia. Un buen ambiente para gobernar caracterizó los primeros días. La impresión general en la sociedad era la de una administración seria, serena, reflexiva frente a los problemas nacionales. Vino luego un repunte de la violencia que no impidió, sin embargo, que el presidente adelantara una serie de iniciativas que los distinguen como hombre de Estado: la introducción al país de la planeación a través del Comité de Desarrollo Económico, integrado por miembros de los dos partidos tradicionales y que tuvo el asesoramiento de Lauchlin Currie. Con su gobierno se identifican los planes: vial nacional, de construcción de oleoductos, de comunicaciones (ferrocarriles) y puertos marítimos; creación de Ecopetrol, del Banco Popular y del Ministerio de Fomento. El país avanzó en el desarrollo del campo. Los índices económicos señalaron avance y bonanzas en la economía.

Más adelante, el papel de Laureano como protagonista en los pactos que condujeron al Frente Nacional fue decisivo. Su oposición a la dictadura de Rojas, desde su exilio en España, lo fortaleció a tal punto que su corriente política salió vencedora en las elecciones legislativas de 1958. Lo que, a su vez, le dio derecho a escoger el candidato a primer presidente de la coalición bipartidista. Declinó a favor del jefe liberal Alberto Lleras Camargo cuando se esperaba que seleccionara a una figura de su propio partido, agravando con ello y sin retorno la división de partido. Fue por poco tiempo socio mayor del Frente Nacional. De allí fue expulsado en 1960, a raíz de una votación que favoreció a sus enemigos del mismo partido, los ospino-alzatistas. Murió el 13 de julio de 1965, llevándose el laureanismo que forjó en vida. El que dejó, como herencia e imaginario político, tuvo la magia de restarle votos al conservatismo y aumentárselos al liberalismo!