19 de noviembre del 2024
 
Entierro de un niño en el Valle de Tenza. Acuarela de Ramón Torres Méndez, ca. 1850, grabado por Víctor Sperling, Leipzig, 1910. Colección Banco de la República, Bogotá.
Octubre de 2016
Por :
María Himelda Ramírez

MUERTE, SALUD Y BENEFICIENCIA

Los rituales mortuorios en Santafé de Bogotá 

La escritura de los testamentos fue el ritual por excelencia que contribuía a preparar a los moribundos y a sus familias para afrontar los decesos en el pasado colonial. En ese documento se expresaba la última voluntad, se definían las preferencias sobre el atuendo funerario y el ceremonial. Se disponía sobre la distribución de los bienes y la cancelación de las deudas, el reparto de limosnas y la destinación de los recursos para la celebración de los actos piadosos que contribuirían a la salvación del alma.

La proximidad de la muerte era además una ocasión para conciliar a los antagonistas y saldar las deudas con la sociedad. Los matrimonios en artículo de muerte, producían efectos espirituales y materiales, ya que no se moría en el pecado y se legitimaba la descendencia procreada en uniones no sacramentalizadas. El inventario de las deudas, implicaba un compromiso público con los acreedores. El hábito de San Francisco fue una de las prendas predilectas en los usos funerarios. La iconografía de las abadesas revela la costumbre de encargar el retrato del cadáver ataviado con lujo para el encuentro con el esposo divino.

Velorio o baile del angelito. Grabado en acero sobre un dibujo de M. Sainson. "Voyage pittoresque dans les Amériques", de Alcide D'Orbigny, París: L. Tenre, 1886. Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá.

 

Las mujeres rodeaban y atendían a los enfermos y a los moribundos en el ámbito familiar como parte de las funciones domésticas y a causa de la incipiente atención institucionalizada a las enfermedades. El historiador Pablo Rodríguez menciona que el cuidado de los enfermos y el alivio de los moribundos figuraban entre las funciones de las beatas durante la Colonia (ver Credencial Historia, Nº 68, agosto de 1995). Las mujeres también atendían la mayoría de los partos, acontecimientos que se proyectaban hacia la recepción de la vida y representaban también una gran proximidad de la muerte por los riesgos de las complicaciones en el momento del alumbramiento, tanto para la madre como para la criatura. La morbilidad y la mortalidad infantil, tan frecuentes en aquellos tiempos, concernía a las madres, a las nodrizas y a las criadas. Las vigilias para observar las variaciones del estado de los enfermos, el mantenimiento de la higiene, la aromatización de los espacios en los que yacían los enfermos, requerían una gran dedicación. La preparación de los cadáveres, se realizaban también en la casa.

Los registros parroquiales revelan la diferenciación social en el momento de la muerte. Los de Las Nieves y Santa Barbara de Bogotá, informan que los difuntos enterrados de limosna por causa de la pobreza eran numerosos. Entre 1755 y 1759, de 326 occisos registrados en las Nieves, dato equivale al 85 por ciento del total del quinquenio, el 49 por ciento de los sepelios, es decir, los de 160 fallecidos, fueron celebrados de limosna, tal como ocurrió en el caso de los sepelio de Antonia, sirviente en casa de Ana de Orejuela, o en el de Francisca, criada de Isabel Bautista. El abandono de los cadáveres en los altozanos de las iglesias fue una práctica más bien común, que se explica por los costos económicos que exigían los funerales. En el año 1800, la joven María Rosalía Pineda, criada libre de una mujer pobre residente en una pieza del barrio de La Catedral, falleció en circunstancias oscuras después de unos azotes a los que la sometió su patrona. Ésta huyó y sus vecinas abandonaron el cadáver de la joven en la iglesia de La Candelaria.Los registros parroquiales revelan el anonimato de las gentes del común. El uso de los diminutivos, tales como "una indiecita", "una chinita" o "una mulatica" era usual cuando se trataba de infantes de los grupos sectores populares. A veces para referirse a ellos se utilizaba la denominación "los angelitos".

Los niños desamparados. Grabado de Ricardo Moros urbina sobre dibujo de Alberto Urdaneta. "Papel Periódico Ilustrado", No. 86, marzo 1 de 1885.

 

El 23 de noviembre del año 1756, el párroco de Santa Bárbara anotó: "... di sepultura eclesiástica a una moza llamada María, no supe su apellido, murió en casa de las Amésquitas. Se hizo entierro de limosna por ser pobre". El 20 de agosto de 1775, se sepultó "...una mujer mosa la que encontraron a las orillas de la Sequia de Fucha que no hubo quien la conociera, ni quien dixera cómo se llamaba, haogada...". El 19 de enero de 1779 se registró el deceso de "... una negra que dixeron se llamaba Juana, la que murió en el camino trayéndola a curar en el convento de hospitalidad...". El 2 de febrero del año 1752, se registró: " Una india que se halló muerta en la Sabana; no se supo del nombre ni de donde era". En dos de Diciembre de mil setecientos y sinquenta y tres, di sepultura...al cuerpo difunto de una tullida pobre que murio en casa de Rosalía viuda de Molina...". Durante las epidemias aumentó la cifra de los cadáveres de abandonados "...En 1 de Noviembre del 756 di sepultura eclesiástica a una muger forastera, me digeron era de Velez, no supe si era casada, o soltera, murio en la esquina de Belen en la primera tienda. Se hizo de limosna porque no se hallo cosa alguna". Numerosos hombres y mujeres fueron registrados sin mención del apellido. Sin embargo, se anotaron con precisión los datos de las personas a las que estaban ligadas por lazos de servidumbre o de esclavitud e inclusive por parentesco: el 4 de junio de 1750 murió María Agustina "esclava de Juan de Mendoza, a quien bauticé en caso de necesidad por ser esclava Bozal... ". En junio 15 de 1759 murió María, esclava de doña Catharina Ramírez. El 22 de abril de 1760 murió Francisca, mulata esclava de Isabel Flores. En junio 12 de 1756, murió una hija o entenada de Felipe Rico. Las muertes repentinas y ciertos accidentes como el ahogamiento fueron las causas de muerte anotadas como dato excepcional. El 15 de junio de 1751, "Ignacio y su muger ambos murieron de repente", lo mismo que María Bravo y Elena en el año 1752. Esa misma circunstancia se anotó en el registro de María, párvula de seis años, hija legítima de Matías de Silva y Thomasa López, fallecida en el año de 1758. En 1750, murió Alfonsa Castiblanco casada con Marcelo Gomez: "Se hallo haogada en una poso de la casa". En el mes de noviembre del año 1752, María Teresa, india soltera del pueblo de Tabio se ahogó en el río de Fucha. La misma suerte corrió Antonia Villarraga, viuda de Simón de Arévalo, ese mismo mes y año. En junio del año 1757, en el acta de defunción de Juana Ardila, se informa que se cayó de un caballo en Fucha. Las muertes por causas violentas aparecen anotadas de manera eventual. Por lo regular hacen referencia a hombres asesinados en la calle o en el monte, como le ocurrió a Juan de Dios Herrera a quien: "...se le administró el Sacramento de la Extrema Unción por aber sido la muerte aselerada de puñaladas que le dieron...".

A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, se intensificaron las campañas de higiene pública para la prevención de las diversas enfermedades que afectaban a la población. La prevención de las viruelas se privilegió en la ciudad de Santafé con diversas medidas. Renán Silva, en su obra Las epidemias de viruela de 1782 y 1802 en la Nueva Grananda, al referirse a la Real Expedición Filantrópica de la vacuna, trata la organización y la significación de las campañas de inoculación. La fundación de hospitales como el de Las Aguas, en los que se atendía a los que padecieron las viruelas, muestra el desarrollo de unos espacios aislados para tratar esa enfermedad que tantos estragos causaba. Los legredos, unos sitios de reclusión de las gentes procedentes de las provincias antes de su ingreso a la ciudad, pretendian proteger a los habitantes de la ciudad de los contagios. Por aquella época el hospital cambiaba una tradición milenaria que acogía para el bien morir y se proyectaba a la curación. Los hospicios aspiraban a erradicar la pobreza.