22 de diciembre del 2024
 
Hola volante que circuló en Bogotá el 8 de noviembre de 1903
Septiembre de 2016
Por :
Enrique Santos Molano

PANAMÁ: EL ÚLTIMO AÑO

Aunque la separación de Panamá venían cantándose desde mediados del siglo XIX, el golpe final se gestó entre noviembre de 1902 y noviembre de 1903. 

“La mesa está puesta”

Al concluir la guerra civil colombiana conocida como Guerra de los Mil Días (1899-1902, v. edición No. 173 de Credencial Historia), el departamento de Panamá estaba devastado por el conflicto. La importancia estratégica de Panamá había llevado a los líderes de uno y otro bandos a la creencia atinada de que quien dominara el Istmo tendría ganada la guerra. Así, una semana después de iniciada la contienda, se libró en territorio panameño, el 24 de octubre de 1899, la batalla fluvial de Los Obispos, entre las flotillas liberal y conservadora, que concluyó con la destrucción de la primera y la ocupación de Panamá por los conservadores. Desde octubre de 1899 hasta mayo de 1902 hubo en panamá, por mar y tierra, más de sesenta combates, doce de ellos verdaderas carnicerías. Es muy significativo el hecho de que la paz se hubiera firmado el 21 de noviembre de 1902 en la bahía de Panamá –escenario de cuatro combates marítimos decisivos—a bordo de un navío de guerra estadounidense enviado por el Presidente Teodoro Roosevelt por si había necesidad de intervenir.
Los Estados Unidos venían estudiando el asunto del canal por cincuenta y cinco años, a partir de la fecha en que firmaron, en 1846-1848, el tratado Mallarino - Bidlack, para “garantizarle” a Colombia (entonces Nueva Granada) la soberanía sobre el Istmo. Habían medido todas las posibilidades para abrir un canal por Nicaragua, por México, por Panamá, por el Atrato, y para 1870 tenían claro que la única vía factible de comunicar el Atlántico con el Pacífico era a través del istmo de Panamá. La guerra civil colombiana los animó a firmar con Inglaterra un nuevo tratado en sustitución del Bulwer - Clayton de 1850, por lo cual el Secretario de Estado John Hay, por los Estados Unidos, y lord Pauncefote, por Su Majestad Británica, firmaron en mayo de 1901 el convenio que lleva sus nombres y que suprimió de tajo la soberanía colombiana en el Istmo, al cual se le dio el estatus de “zona de importancia internacional”.

A la izquierda: José Manuel Marroquín, Oleo de Ricardo Acevedo Bernal. Al centro: James Monroe, Biblioteca del Congreso de E.U. A la derecha: Teodoro Roosvelt, Biblioteca del Congreso de E.U.

 

Que las posibilidades de perder Colombia el Istmo estaban, al terminar el siglo XIX, más cerca de lo que se pensaba, ya lo había previsto el general Uribe Uribe, muchos meses antes de comenzar la guerra, en un artículo de su diario El Autonomista del 13 de mayo de 1899, en el que dice que “por persona respetable que acaba de llegar de Panamá después de haber recorrido casi todo aquel departamento, sabemos que desgraciadamente son ciertos los rumores que aquí circulan sobre el deseo que tienen muchos panameños de anexar el Istmo a los Estados Unidos del Norte”, y agrega que la mesa de la separación “ya está puesta”.

Concha - Hay: el tratado inconcluso

Marroquín, presidente de Colombia desde el 31 de julio de 1900, intentó con Estados Unidos negociaciones que permitieran salvar la soberanía del país en el istmo, y envió como Ministro en Washington a Carlos Martínez Silva quien, luego de conocerse el tratado Hay – Pauncefote, le escribió a don Rufino José Cuervo, en mayo de 1901, que veía con mucho pesimismo el futuro de Colombia en relación con Panamá, lo cual lo condujo a renunciar. Marroquín envió entonces a Washington a José Vicente Concha, el más preparado e inteligente de los conservadores de la época, y quizá también el más inspirado en un alto sentimiento patriótico.

Concha, como Martínez Silva, tendría que enfrentar a un congreso estadounidense poco o nada dispuesto a hacerle concesiones a Colombia, salvo por el temor de que eventualmente los colombianos mandaran al diablo la doctrina Monroe y se echaran en brazos de Alemania, la superpotencia militar y económica que había manifestado, a raíz del fracaso de Lesseps, serio interés en financiar, en su totalidad, las obras del canal de Panamá, con prescindencia de los Estados Unidos. Cuando Concha presentó al secretario Hay los primeros borradores de un tratado entre Colombia y los Estados Unidos para la construcción del canal de Panamá, la oferta alemana era aun muy vaga, y en cambio el senado de los Estados Unidos acaba de aprobar el bill Spooner, por el cual se adoptó, para el canal interoceánico, la ruta de Panamá, y se autorizó al Presidente Roosevelt a pagar a la Compañía francesa dueña de los derechos, una suma no mayor de cuarenta millones de dólares, y a obtener de Colombia la concesión a perpetuidad sobre una faja de tierra de seis millas de latitud.

A la izquierda: José Vicente Concha. A la derecha: Tomás Herrán

 

Concha rehusó semejante propuesta, advirtió que la soberanía de Colombia en el istmo no estaba en discusión, y propuso, entre otras condiciones, el aumento a diez millones de dólares de la suma de siete millones ofrecida a Colombia para otorgar a Estados Unidos la concesión del Canal una vez que la compañía francesa hubiese aceptado la venta de sus derechos. El congreso y parte de la prensa de Estados Unidos catalogaron a Concha de “embrollador vulgar”. La proclividad de Marroquín para otorgar a los Estados Unidos las condiciones que exigieran, provocó la renuncia de Concha, a principios de diciembre. Marroquín nombró enseguida para reemplazarlo a don Tomás Herrán, y en ese momento se tuvo noticia de que la propuesta de Alemania estaba en firme. Herrán jugo esa carta con gran habilidad, tanta que el 22 de enero de 1903 se firmó el tratado Herrán – Hay, que no solo concedió a Colombia cuanto había solicitado Concha en su tratado inconcluso, sino que agregó algunas ventajas más para nuestro país.

A la izquierda: Facundo Mutis Durán. Al centro: Alfredo Vásquez Cobo, Palacio de San Carlos. A la derecha: José Domingo de Obaldía

 

Nones del Congreso colombiano al Herrán – Hay

Encabezados por el hiper magnate financiero, J. Pierpont Morgan, un grupo de banqueros estadounidenses tomó medidas económicas para el caso de que, como se rumoraba, el Congreso de Colombia no ratificara el tratado de 22 de enero firmado por Colombia y Estados Unidos para la construcción del canal interoceánico en el Istmo de Panamá. Los directores de la Compañía del ferrocarril de Panamá compraron la buena voluntad de varios pro hombres Panameños y del jefe de la Guardia colombiana, general Esteban Huertas. Las discusiones en el congreso nacional comenzaron en febrero de 1903. En julio, un hermano de Alfredo Vásquez Cobo, Ministro de Guerra de Colombia, el jefe militar de Panamá, José Vásquez Cobo, dio un golpe en el Istmo y depuso al Gobernador, doctor Facundo Mutis Durán. Marroquín, en lugar de sancionar al golpista, nombró gobernador al más reconocido de los separatistas panameños, José Domingo de Obaldía.

A la izquierda: Esteban Huertas. A la derecha: Pablo Arosemena

 

Mientras tanto en el Senado el expresidente Miguel Antonio Caro, cabeza de la oposición al Gobierno de Marroquín, y orador elocuente e implacable, atacó con vehemencia el tratado Herrán – Hay y convenció a las mayoría, del congreso y de la opinión, de que dicho tratado era lesivo para los intereses y la soberanía de Colombia. El 12 de agosto Caro presentó una ponencia por la cual el Congreso en pleno de Colombia improbaba en todas sus partes el tratado con los Estados Unidos; el 18 de agosto la abrumadora mayoría de senadores y de representares votaron a favor la ponencia de Caro y el tratado no fue ratificado por Colombia. 
La decisión del Congreso colombiano desató un escándalo mundial, llovieron críticas de todas partes, y se activó el plan de los banqueros estadounidenses para apoyar la independencia de Panamá, comenzando por una invasión armada, el 27 de octubre, de unos cuantos mercenarios que entraron por Penonomé.

Sin embargo el gobierno de Marroquín permaneció impasible ante las alarmas que sonaban estrepitosas en la prensa, en los corrillos, en las legaciones. Bastó un telegrama despachado de Ciudad de Panamá por don Pablo Arosemena, en el sentido de que la normalidad en Panamá era absoluta, para que Marroquín se tranquilizara y el general Vásquez Cobo ensalzara la lealtad de la Guardia Colombiana con sede en Panamá. Dicho telegrama se publicó en Bogotá el 3 de noviembre de 1903. El mismo día, en las primeras horas, un movimiento de los dirigentes panameños, apoyados por parte de la población, proclamó la Independencia y constituyó la República de Panamá, que los Estados Unidos reconocieron al día siguiente y con la que establecieron relaciones el día 6 de noviembre, en que llegó a Bogotá la noticia de la separación, y Marroquín pudo recordar, al escuchar los alaridos de la multitud que rugía su dolor en la plaza de Bolívar, los versos filosófico jocosos que había escrito en sus días de poeta: “es vana sobremanera/ toda humana previsión/ pues en más de una ocasión/ sale lo que no se espera”.   "Cómo quedará reformado el escudo de la vieja Colombia" Caricatura publicada en el semanario El Duende el sábado 12 de diciembre

El pesimismo de Martínez Silva

A la izquierda: Carlos Martínez Silva. A la derecha: Rufino José Cuervo

 

El 11 de mayo de 1901, tres días después de firmado el tratado Hay-Pauncefote entre estados Unidos e Inglaterra, el ministro colombiano en Washington, Carlos Martínez Silva, le escribió a su amigo Rufino José Cuervo, el gran filólogo colombiano residente en París, una carta de la que destacamos los fragmentos pertinentes a la situación en Panamá:
“Me tiene usted aquí empeñado en una obra superior a mis fuerzas y cuya responsabilidad me agobia. Son tantos, tan complicados y tan fuertes los intereses que están en juego en este asunto del Canal, que desespero de poder llegar a un resultado satisfactorio. Los norteamericanos lo quieren todo; mis paisanos tienen la delicada susceptibilidad de los hidalgos empobrecidos; las potencias europeas gruñen, pero nada hacen; la Compañía francesa carece de fondos para acabar la obra; y mientras tanto en Colombia, todo y todos mueren de asfixia ahogados en papel moneda, sin esperanza de remedio o siquiera de alivio.
“La paz, que me parece ya asegurada, algo hará; pero temo que ninguno de los gravísimos problemas, políticos y económicos, que tenemos pendientes, halle solución acertada. No hay un hombre capaz y superior, no se encuentra un punto de apoyo sólido; y sobran muchos héroes, muchos ideólogos, muchos caballeros cruzados y muchos fanáticos de toda especie, sin contar con los que, so capa de religión y de moralidad, piensan sólo en su propio negocio. Perdóneme, amigo mío, estos desahogos; pero mi alma está llena de tristeza y todo lo veo oscuro”. 
Carlos Martínez Silva