LUIS EDUARDO (LUCHO) BERMÚDEZ: EDAD DE ORO DE LA MÚSICA BAILABLE EN COLOMBIA
Nacido en Carmen de Bolívar, el 25 de enero de 1912, se inició precozmente en la música con un familiar director de banda, y al comenzar su adolescencia ya tenía algunas composiciones e interpretaba varios instrumentos (flautín, piano y clarinete). Su formación con un músico de banda lo vinculó a una de las tradiciones más importantes de la Costa Atlántica, constituida por agrupaciones que desde el último tercio de siglo XIX se habían convertido en pilares de la cultura regional.
Aún muy joven Bermúdez viajó a Santa Marta y se vinculó a la banda militar de la ciudad, en donde recibió algunos conocimientos musicales de Guillermo Rico, quien había estado en Europa y estableció a su regreso una academia de música en aquella ciudad. De allí paso a Chiriguaná (Cesar), en donde se desempeño como director, y poco después se estableció en Cartagena, a finales de la década de los treinta.
Después de la consagración de éxitos internacionales como El manisero, en 1930, la música de baile caribeña había comenzado a penetrar otros ambientes y a crear nuevos mercados a través del disco y la radiodifusión. En nuestro país su tradición tenía ya más de un lustro, y gracias a la experiencia internacional de músicos costeños como Angel María Camacho y Cano y José Pianeta Pitalúa y a la visión empresarial de Toño Fuentes y otros más, se logró abrir la brecha para este género en nuestro país.
Estrechamente ligadas a las fiestas populares y a la música militar y de baile, las bandas de la Costa Atlántica fueron el crisol donde surgieron los músicos que conformarían las orquestas de baile que le imprimirían su personalidad a la música costeña en las décadas centrales del siglo. En Cartagena se vincula a la Orquesta A Número 1 y luego a Radio Cartagena y Emisoras Fuentes y allí, como director de esa orquesta (posterior Orquesta del Caribe), graba sus primeras obras, porros como Marbella y Joselito Carnaval.
Fundación Lucho Bermúdez, Bogotá. |
Los porros y fandangos constituían el repertorio de la Orquesta del Caribe cuando, dirigida por Bermúdez, se presentó en temporada en un lugar nocturno de Bogotá a mediados de los años cuarenta. Allí comienza su asociación con Matilde Díaz, su intérprete por excelencia, de la cual nacen éxitos: Caprichito entre los porros y Danza negra como un primer y logrado experimento con la cumbia, concebida para la voz de Matilde. En 1946 viaja a Argentina y allí realiza grabaciones y populariza sus obras grabadas por reconocidas orquestas. A su regreso funda su propia orquesta, que de allí en adelante desarrolla una brillante trayectoria en Bogotá y otras ciudades. Muy pronto la orquesta obtiene su propio sonido, basado en sus lúcidas improvisaciones e ingeniosa orquestación. El porro San Fernando nace en ese momento como el primero de una serie de logros de lo que se conoce como la edad de oro de la música bailable colombiana.
Después de un viaje a Cuba en 1951 desarrolla una intensa actividad con su orquesta, asociado a un gran número de cantantes y con diversas compañías discográficas, incluyendo incursiones en el negocio del entretenimiento, como la fundación del Grill Candilejas. Su música se convierte en material obligado para los grandes intérpretes del país y, al tiempo que sigue con su repertorio tradicional, produce piezas de otro estilo como el pasillo Espíritu colombiano, buen ejemplo de su gran musicalidad y vena melódica. Poco a poco relega su control de la orquesta y se convierte en una leyenda viviente de la música colombiana, condecorado y retribuido artística y económicamente. Muere en Bogotá, el 23 de abril de 1994. Su legado es original: la creación de un estilo propio para su música bailable, nutrida siempre de los elementos básicos de la tradición regional que brindó posibilidades a su talento.