“La memoria no existe. Es un producto de la imaginación”: Santiago Roncagliolo
La noche de los alfileres se desarrolla en una época en la que usted tendría unos 15 años, la edad de los personajes de la historia. ¿Cuántas de sus vivencias alimentaron las descripciones de la realidad peruana y el carácter de los personajes?
Hasta ahora había sido un narrador pudoroso, que disfrazaba sus recuerdos en cada novela hasta volverlos irreconocibles. Pero cada vez creo más que el aporte de un escritor a la narrativa es lo que ha vivido y cómo ha visto su propia vida. Así que esta vez bebí de mis propios recuerdos. Los adolescentes del libro son como mis amigos y yo: los chicos que no encajábamos en el colegio. Y su rebelión es la que nos habría gustado hacer, si hubiéramos tenido el valor.
Moco, uno de los personajes principales, es un niño muy particular. ¿En quién se inspiró para diseñar esa personalidad y elegir las películas con las que el personaje referencia cada una de sus vivencias?
Moco homenajea al cine de los años ochenta, bueno y malo, que hizo nuestra vida mejor. En esa época no podías salir de tu casa. No había Internet. Las chicas eran una especie casi inexistente. Solo podías ver las películas enlatadas de la tele mientras oías las bombas y las sirenas en el exterior. Esas películas, incluso las más bobas, fueron una ventana a un mundo mejor. Una manera de evadirnos de una realidad que nos sitiaba y asfixiaba. A través de Moco, agradezco lo que hicieron por mí.
Carlos, otro de los personajes, asegura en uno de sus diálogos que en la década de los noventa, cuando se desarrolla la historia, los noticieros publicaban con detalle el modus operandi de los terroristas. ¿Cree que algunas veces los medios de comunicación dan información inútil para la audiencia y útil para potenciar el crimen?
El crimen es útil para la audiencia. No informar sobre él sería peor. Vivir en una sociedad violenta y sentir que los medios lo ocultan es una fuente de desconfianza y paranoia. No obstante, quien vive en una sociedad violenta también se acostumbra a la violencia. Los personajes de La noche de los alfileres están habituados a niveles de agresividad muy altos. Por eso hacen lo que hacen en ese sótano. Y por eso, la situación se les va de las manos.
La curiosidad por saber el tamaño final de la bola de nieve que forma un grupo de adolescentes para vengarse de su maestra y las ocurrencias que divierten llevan al lector a pasar las páginas con rapidez. Sin embargo, lejos de la diversión, la novela encierra historias oscuras, problemas adultos para un grupo de niños. El miedo sigue estando presente. ¿Por qué ha elegido este sentimiento como tema central de su trabajo?
Porque crecí con él. No solo en los ochenta. Cuando nací, mi padre estaba perseguido. La Policía registraba nuestra casa, interrogaba a mis tíos, llamaba de madrugada a asustar a mi madre... De esa época escribí La pena máxima. Conozco el miedo, puedo olfatearlo, y veo el mundo a través de él.
Los cuatro jóvenes de la historia se denominan a sí mismos como los raros del colegio. Serían el blanco del matoneo actual. ¿Por qué convertirlos en los violentos de la historia?
Traté de pensar qué habría pasado si mis amigos y yo nos hubiéramos atrevido a tomar las riendas, si hubiéramos desatado nuestra furia. Pero tuve que admitir que todo habría salido mal. La violencia es un juguete rabioso y traicionero. Crees que la controlas, pero ella te controla a ti. Y si abres la puerta de su jaula, te arrastrará con ella.
Beto, otro miembro del grupo, encarna el drama del homosexual en una sociedad machista. ¿Qué tanto cree que ha cambiado esto de su época escolar a la actual cuando abiertamente se educa para respetar al otro?
Los chicos de hoy viven en una sociedad mejor que la que me tocó a mí. Pero aún es muy difícil ser diferente. En el Perú han muerto ocho personas el último año por ser homosexuales. Las personas temen a lo que no entienden, y aún nos queda mucho que explicar.
La maestra encarna la autoridad, incluso para los ojos de los estudiantes la dictadura. Pero con el paso de los acontecimientos, cuando los jóvenes se rebelan contra ella, dejan de ser los héroes y repiten el modelo que tanto criticaron. ¿Es este un espejo de las revoluciones sociales de América Latina?
Es una alegoría del poder en general. El poder siempre cree hacer las cosas “por nuestro bien”. Y entonces nos rebelamos en su contra. Pero si lo derrotamos, y nos convertimos en el poder, no necesariamente seremos mejores. Orwell escribió al respecto en Rebelión en la granja: los cerdos derrocan a los humanos y acaban vestidos como ellos y durmiendo en sus camas. Y los personajes de La noche de los alfileres están a punto de descubrirlo.
La novela está construida a partir del relato de los cuatro amigos. Cada uno da su visión de los hechos. Algunos se desdicen y, sobre todo dos de ellos, se disputan el liderazgo de los acontecimientos. ¿A quién creerle?
Tiene que escogerlo el lector. Porque nuestra memoria es así: quienes hemos compartido acontecimientos no los recordamos igual. La memoria no existe. Es un producto de la imaginación para justificar nuestro presente. Es una película en la que somos los buenos. Una novela en la que siempre quedamos bien.
Su libro ha sido publicado en América y Europa. ¿Qué diferencias ha percibido en la crítica frente al uso de la violencia y el sexo?
Los latinoamericanos detectan más el sentido del humor, lo que es lógico, porque soy latinoamericano. Nosotros siempre hemos usado el humor negro como una herramienta de defensa contra la realidad, y por lo tanto nos hemos reído de cosas terribles. El lector europeo generalmente se enfoca más en lo oscuro y lo siniestro de mis libros. Mi lector ideal empieza mis libros riéndose mucho pero, conforme avanza la historia, se pregunta cuándo debería dejar de reírse. En algún momento las cosas dejan de ser divertidas y se vuelven muy crueles. Como la vida, digamos.
*Publicado en la edición impresa de julio de 2016.