ESTATUAS DERRIBADAS
A la Plaza de la Yerba, rebautizada Plaza de San Francisco en 1557, se le cambió el nombre por Plaza Santander en 1851 y fue el sitio indicado para erigir una estatua, por ley del Congreso de Nueva Granada de 1850. Pasaron 28 años para que se cumpliera la ley y se inaugurara la escultura del italiano P. Costa. La plaza ha sido varias veces remodelada y cada vez fue elevado el pedestal. Lo que hizo exclamar al irreverente escritor antioqueño Fernando Vallejo cómo eran de tontos los bogotanos que habían cambiando un santo verdadero por un prócer dudoso.
Para conmemorar el sesquicentenario de la muerte de Santander, en 1990, el escultor Luis Pinto Maldonado fundió varias estatuas en bronce: una para su tumba en el Cementerio Central; dos fueron enviadas a París y Londres. En la Universidad Nacional se instaló otra en el vestíbulo de la Biblioteca Central, la que fue derribada meses después de inaugurada por el Presidente Virgilio Barco y hoy esta en un depósito. Corrió igual suerte que la primera erigida en 1940, en la plazoleta Santander, que los estudiantes rebautizaron Che Guevara, obra del escultor Bernardo Vieco con la colaboración de Luis Pinto Maldonado. Esta estatua al ser derribada se desprendió del plinto y perdió la cabeza. Un grupo de cadetes, entre estos, el más tarde general Jaime Durán Pombo, lograron sacarla de la Ciudad Blanca y conducirla a la inspección de policía del barrio La Perseverancia. Por poco es fundida como chatarra. Se le restaura y reubica, sin plinto, en la Escuela de Policía General Santander, en el barrio Muzú. Copias de ésta, se encuentran en Roma y Rio de Janeiro.
Santander había fundado las universidades Central de Quito, Central de Caracas y Central de Bogotá, origen de la actual Universidad Nacional, reestablecida por ley 66 de 1867 como Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia. Corrió igual suerte que las estatuas de Santander en el campus de la Universidad Nacional, el bronce del Presidente Alfonso López Pumarejo, quien en su gobierno dio vida a la Ciudad Universitaria. Un hecho más que se suma al afianzamiento de la amnesia selectiva de nuestra sociedad, que sin tregua reniega de su pasado y aborrece a quienes fueron sus mandatarios.