04 de diciembre del 2024
25 de Julio de 2016
Por:
Carol Ann Figueroa

Sin la disciplina, la organización y el juicio para administrar los recursos de esta sorprendente productora, Ciro Guerra no habría podido filmar El abrazo de la serpiente. ¿Cómo lo logró?

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Cristina Gallego: la chica del momento

Reconozco su bicicleta en la entrada del café donde nos hemos citado, en el barrio La Soledad, de Bogotá, y en cuanto giro para buscarla, me topo con su sonrisa. Pienso que nadie sabe que ella es ella, del mismo modo en que no lo supe hace diez años, cuando entrevisté a Ciro Guerra en Cuba. Entonces participaban en el Festival de Cine de La Habana con La sombra del caminante, aún sin haberse graduado, y sin tener muy clara la importancia del productor en una película. Cristina esperó sentada en una banca a lo lejos a que termináramos, y cuando él me la presentó, apenas sí me miró al extenderme tímidamente la mano.

 

“No sabíamos cómo se maneja el tema porque es algo que pocos enseñan –recuerda tras ordenar un capuchino–. El productor es empresario de un producto cultural sin fórmulas que tiene que saber de administración, legislación y mercadeo. Yo llegué ahí porque siempre me gustó lo audiovisual y hacer negocios. El primero lo monté a los siete años, embolando zapatos en la casa porque con nueve hermanos siempre me inventé maneras de tener plata. Cuando estaba en el colegio, llegó una cámara a la casa y empecé a grabar y editar por gusto”.

 

–¿Quedó algo para mostrar? –la interrumpo.

–¡Nada! –suelta una carcajada–. El caso es que pensé que tenía que estudiar mercadeo y publicidad, pero en tercer semestre me sentí fuera de lugar y me fui para la ‘Nacho’ (Universidad Nacional). Ahí descubrí que me gustaba la edición y la fotografía y me enrolé como documentalista, pero en quinto semestre busqué una pasantía en el rodaje de Sumas y restas, de Víctor Gaviria, y descubrí la producción de campo. ¡Fue durísimo! –sonríe–. Nada que ver con la universidad. Coordinaba alimentación, transporte, vehículos en escena y locaciones. Cuando volví, Ciro estaba rodando La sombra… y el equipo se le había deshecho. Como éramos amigos y vi que los actores y el sonidista seguían firmes, dije: ‘A resolver’. Conseguí todo y lo coordiné hasta finalizar rodaje. Pasó así.

 

–¿Ya se habían encuentado? –pregunto para picarle la lengua. Ella adivina mis intenciones y responde sin sonrojarse.

–Yo quedé embarazada entre el fin del rodaje y la posproducción. Ciro estaba editando la película y, con la ayuda de Jaime Osorio, nos presentamos a Cine en Construcción. Ganamos esa plata para posproducción y se nos abrió un panorama que no teníamos.

 

La experiencia les enseñó a ambos, pero sobre todo a ella, que hay que planear hasta el mínimo detalle porque todo conspira en contra. “Con El abrazo…, por ejemplo, rodar en la selva implicaba arriesgar todo lo que teníamos, que era poco y habíamos demorado más de tres años en conseguir”.

 

Paralelamente a la escritura del guion, que comenzó en 2009 y terminó en 2014, Cristina visitó mercados y ruedas de negocios, redactó solicitudes en fondos de todo el mundo e incluso buscó para el casting a figuras como William Dafoe o Vigo Mortensen, esperando comprometerlos con la película para llamar la atención de los inversionistas. Aunque unos y otros mostraron interés, diversas razones los llevaron a negarse. “Es que la tercera es más jodida –exclama–. Tú puedes hacer una primera película muy artística y una segunda buena, pero con la tercera demuestras que tienes mercado. Muchos fondos tienen categoría de primera y de segunda, pero en adelante compites con el que tiene tres o diez películas rodadas. En Cinema Du Mont, por ejemplo, nos enfrentábamos a Win Wenders y Paolo Sorrentino. Compites posicionando al director y sus películas creando un sello. ¿Cómo? Empaquetando la película con un buen guion, un actor fuerte y un director conocido. Nuestro director era respetado pero no teníamos ni actores ni guion listo”.

 

–¿Pensó en tirar la toalla?

–¡Claro! Entre 2011 y 2012 estaba embarazada y haciendo Edificio Royal, una comedia negra, y sentí que no tenía energía. Entonces pasó que a mi mejor amiga le diagnosticaron cáncer y, acompañándola, encontré la fuerza.

 

Cristina se detiene y me mira sabiendo que tengo claro que el tema le cuesta, y al ver que no me inmuto, respira hondo para continuar. “Para mí El abrazo… habla de lo que uno siembra en un momento y recoge en otro, o recogen otros. Cuando Diana murió, en 2013, sentí que el espíritu de amistad que rodeaba la producción era algo que ella había sembrado y que nosotros estábamos recogiendo. Entonces pensé: ‘Este es mi regalo para ti’. Mi regalo era la historia de Theo luchando por no morirse. Ni el guion ni la plata estaban, pero la amistad sí, y esa iba a ser nuestra fuerza para continuar”, concluye con semblante agradecido, y sonríe al notar que me ha dejado muda. Sé que varios meses después de la muerte de su amiga, Cristina aún conversaba en sueños con ella como si nada, resolviendo consejos que resultaban útiles en la vigilia.

 

Entonces ganaron el incentivo del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, en Colombia, y recibieron el apoyo económico de Caracol Televisión, cuyo presidente, Gonzalo Córdoba, es admirador de los diarios de Richard Schultes en los cuales se basa la historia. Y luego se unieron las coproducciones venezolana y argentina, que permitirían pagar la posproducción. Total, el rodaje comenzó el 21 de julio de 2014, en el Vaupés. “Parte de mi investigación fue ver cómo Coppola había filmado Apocalipse Now, solo para entender que, cada vez que alguien entra a la selva, puede morir; y que un rodaje puede pasar de valer tres millones de dólares, a valer quince millones. Pero, también, entender que la Amazonia es de las comunidades y son estas las que la cuidan y la conocen. Entonces hicimos todos los rezos con que controlan tormentas o evitan tarántulas y serpientes, y funcionó. Obviamente, consulté la pluviosidad y aseguré los equipos y la gente, porque podíamos perderlos en el agua, pero pasaron cosas como que solo lloviera al final del día, o que se quemara un transformador mientras rodábamos con luces y todo el pueblo se quedara sin energía menos nosotros”. 

 

 

*Publicado en la edición impresa de febrero de 2016.