OBRA DESTACADA: UNA COSA ES UNA COSA
Acción plástica de maría teresa hincapié, 1990.
Registro en vídeo. Colección Banco de la República de Colombia
María Teresa Hincapié era una mujer atlética y disciplinada, que se impuso hacer de la performance el precepto de su vida. Nació en Armenia en 1956, tuvo una exitosa carrera que se truncó cuando su cuerpo no logró vencer al cáncer en 2008. Sus estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia recuerdan que llegaba montada en una bicicleta con la que rompía el viento, buscando la dimensión poética que la conectaría con el accionar simbólico de su propio cuerpo; agente generador de acontecimientos.
En su caso, la acción artística fue una forma de liberación del espíritu, pero además con su obra renovó el tedioso ambiente que cobijaba al arte contemporáneo colombiano de finales de los noventa. En medio del terrorismo instaurado por la acción atemorizadora de los carteles mafiosos y el gesto complaciente del presidente César Gaviria Trujillo por las políticas neoliberales, el obrar de María Teresa Hincapié se constituyó en un símbolo del desencanto de toda una generación, cuyo único anhelo consistía en ir a volar a otra parte del mundo. En tiempos de magnicidios, privatizaciones, apertura y capitalismo desbordado, el arte de Hincapié ponía en aprietos a los coleccionistas de fetiches, pues de sus acciones no quedaban sino unas pocas imágenes, que se evaporaban con las cenizas de los recuerdos.
Una cosa es una cosa. Performance (video). Obra de María Teresa Hincapíe, 1990. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP4267 |
Procedente del mundo del teatro, Hincapié incursionó de manera temprana haciendo una extraña forma de arte urbano, donde los aspectos dramáticos y contemplativos se revirtieron en la performance conocida como “Vitrina” (1989). Comprometida con la labor social de los trabajadores, su acción duraba una jornada “laboral” de ocho horas en la que limpiaba la vitrina de un almacén ubicado en la Carrera 7ª con calle 13 en Bogotá. Allí procedió a desarrollar un fino juego de comunicación visual con los transeúntes, quienes la descubrían haciendo un ritual continuo y depurado de gestos y escritura, donde el tema central era la limpieza del lugar y, por ende, del alma. Sobre el vidrio dejó plasmada la huella de sus labios y con labial escribía frases como: “Soy una mujer que vuela”. Quedaba ratificado el poder chamanístico de su arte.
Pero fue en 1990 cuando María Teresa Hincapié hizo una obra que la ubicó en los anales del arte colombiano. Dentro del marco del XXXIII Salón Nacional de Artistas, evento que se hizo en Corferias, la artista ejecutó una acción plástica que le tomó cerca de 12 horas y cuyo título era: “Una cosa es una cosa”. Por aquella época, la apuesta plástica de Hincapié era completa y profunda, en cuanto su capacidad para reconocer las posibilidades expresivas, pero además filosóficas de su obra. La presentación de la performance fue excelente, situación que motivó la determinación del jurado para otorgarle el primer premio de ese salón, en una época en la que los gobiernos destinaban recursos para otorgarle estímulos a lo más destacado del arte nacional.
Con asombro, los asistentes a Corferias vieron como la artista trasladaba decenas de cajas de cartón, las cuales contenían el minucioso trasteo de objetos que constituían su menaje. Una vez lista, se dio inicio a la performance, la cual consistía en una danza lenta, sensible y muy reflexiva en la que la artista iba instalando una a una las cosas dentro de una espiral cuadrada que iba ocupando todo el recinto. Cada objeto se colocó dentro de una secuencia en la que el gesto ritualizaba su existencia. Cada cosa significaba algo, y en la mente de la artista operaban ideas sobre la procedencia, el uso y la anécdota de la posesión. Este complejo ritual enumeraba en silencio los objetos que le eran propios, cercanos. Vaciar su casa debió ser una forma de vaciarse a sí misma. Extendió sobre el piso cada uno de sus vestidos, los cuales olía a medida que los iba abrazando, así luego jugaba con cosas pequeñas, a las que les murmuraba secretos. Durante todo ese proceso alucinatorio, los asistentes iban comprendiendo que el asunto tenía que ver con una crítica menuda al consumo de bienes, pero por otra parte rescataba la dimensión afectiva de todo lo que poseemos y que, de alguna manera, nos define como personas. A lo largo de toda la acción había tiempo para múltiples sensaciones y situaciones estéticas. En ocasiones emergía el tedio, en otras se oía respirar a la artista en medio de la mirada curiosa de los asistentes. La estructura general de la obra funcionaba como un mantra que se plegaba en el vértigo mismo que imponen las listas, esa idea de la filosofía de Umberto Eco, donde la simple enumeración se convierte en letanía1. Pero el trabajo de María Teresa Hincapié no era solo ir nombrando cosas, su labor iba mucho más allá, en cuanto que a cada objeto le correspondía un ritual específico, el cual se iba entreteniendo a lo largo de una obra magnífica.
En un país pobre como Colombia, la obra de la artista hacía colisionar la experiencia de cada uno de los espectadores con su condición como poseedor o propietario. En esa perspectiva, el proceso artístico tenía, como todos los que encaraba María Teresa Hincapié, un profundo trasfondo social. Ser rico o pobre se marcaba entonces por la posesión de muchas o pocas cosas. Sin embargo, al detenerse en algunas, al exaltar su existencia aparecía de inmediato la dimensión cualitativa. La anécdota convertía a la cosa en objeto, al detenerse la artista sobre ella de inmediato se iluminaba su existencia; posarse frente a cada objeto implicaba iluminar su existencia. Por segundos las ideas de Jacques Derridá, Jean François Lyotard e incluso Martin Heidegger dejaban de ser mera teoría para adquirir sentido en medio del espacio artístico.
María Teresa Hincapié fue una excelente maestra, sus obras y sus clases se plegaban unas sobre las otras, la experiencia de vivirlas se constituyó en un patrimonio invaluable para quienes la conocieron y quedaron tocados por su manera de ser. A finales de los años ochenta en Bogotá, algunos actores y directores de teatro se convirtieron en una influencia fundamental para aquellos jóvenes que estudiaban artes o que tenían que ver con universidades donde había escuelas dedicadas a la enseñanza de lo artístico. La creación del Festival Iberoamericano de Teatro en 1988 y la existencia afortunada de la Escuela Nacional de Arte Dramático (ENAD), la creación de la Academia Superior de Artes de Bogotá (ASAB), todo eso sumado a los montajes que hacían Rolf y Heidi Abderhalden fueron a conformar todo un arsenal intelectual que hizo historia en la vida cultural de una ciudad como Bogotá. Esta pequeña época performática fue importante aunque efímera, la podemos leer por el anhelo de vida en un momento de profunda desesperación ante la presencia de la muerte, aquella que por medio de ataques terroristas atemorizó el alma de los colombianos. La obra de María Teresa Hincapié ayudó a iluminar ese camino de catarsis, todavía lo hace, ahora por medio de algunos textos que analizan, de manera seria, su obra2.
Referencias
1.Umberto Eco. El vértigo de las listas. Madrid, Lumen, 2009.
2.Maria Rodríguez, Julían Serna, Nicolás Gómez, Felipe González Natalia Gutiérrez, Carolina Ponce de León, Jóse Roca, Juan Monsalve. Elemental, vida y obra de Maria Teresa Hincapié, Bogotá, Laguna Libros, 2010, 195 p.