Risas irracionales
Se lo perdonamos todo. Le perdonamos, especialmente, su incapacidad absoluta para construir personajes femeninos. Esa misoginia descarada que en ‘Irrational Man’ se manifesta, curiosamente, en una cita de Simone de Beauvoir. También, y como siempre, en una actriz hermosa, con los ojos vivos de Emma Stone y una capacidad envidiable para sonreír durante más de una hora, verse estéticamente perfecta y actuar con naturalidad el personaje de la estudiante que se dedica a engatusar a un hombre atormentado, por el problema que sufren solo los hombres en las películas de Woody Allen: lo terrible que es existir cuando la vida no tiene sentido alguno.
Lo demás nos importa menos. Allen se repite año tras año, unos más que otros, es cierto. El final es torpe y el guión es el cliché de la intelectualidad, dicen en The New York Times, The Guardian y Vulture. Importa menos, mucho menos, porque esta versión de Allen es realmente divertida.
Abe Lucas (Joaquin Phoenix), profesor de filosofía, perdió la alegría de vivir. Llega a dar clases a la universidad de un pueblo, precedido de un murmullo de elogios y una gran expectativa. Jill Pollard (Emma Stone) lo sorprende con una tarea de la clase, y se convierte en su interlocutora diaria. Mientras tanto, Rita Richards (Parker Posey) es una colega desesperada en su matrimonio que, igual que Jill, se enamora de él. Abe luce agobiado todo el tiempo, es un alcohólico, con problemas sexuales y ambas mujeres quieren salvarlo, pero no lo logran.
Ya todo el intercambio filosófico en los parlamentos de los personajes era bastante entretenido: Jill y sus deseos de salvar hombres tristes y melancólicos; Rita y su excesiva necesidad de amor y sexo; las frasesillas del guión, muy a la Woody Allen, para recordarnos lo patéticos que somos…. Y de pronto, luego de tanta conversación, sin acciones centrales, estalla el argumento: Abe escucha una conversación que lo sensibiliza y toma la decisión más patética de la historia. Esa decisión lo obliga a replantearse el sentido de la vida, lo vuelve un villano, pero al mismo tiempo, un hombre vital por primera vez, entusiasmado, apasionado, buen amante y, a los ojos del público, o al menos a los nuestros, un completo ridículo. Aunque lo era desde el principio.
Todo lo que empieza a pasar es un absurdo que no genera una reacción distinta a la risa, y así, entre risa y risa, uno que otro apunte genial, hace valer la pena el tiempo. Debe ser que los clichés también son disfrutables.
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