ARTE RUPESTRE AMAZÓNICO
Cuatrocientos siglos, por lo menos, nos separan de los verdaderos descubridores de Abya-Yala, la “Tierra en plena madurez”, nombre dado por los Kunas del Darién al continente americano. A pie unos y otros en frágiles embarcaciones arribaron pequeños grupos humanos de diversas procedencias y en diversos tiempos. Traían ya elementos culturales —como el arte rupestre— propios de una humanidad que había evolucionado desde la cuna africana hasta asentarse en todo el orbe. Abya-Yala fue el último continente en recibir las tardías oleadas.
Los primeros pobladores de Colombia llegaron hace alrededor de 20.000 años. Por dondequiera que pasaron en su deambular como cazadores-pescadores-recolectores, en donde se asentaron como cultivadores y en donde llegaron a conformar cacicazgos, fueron dejando sus huellas. Una de las marcas más asombrosas —por su profusión y diversidad de estilos decantados— fue el arte rupestre. Para el caso colombiano lo hallamos desde la Guajira a la Amazonia y desde la isla de Gorgona en el Pacífico hasta el Orinoco, pasando por puntos intermedios de nuestra variada geografía.
Pictografías en la Serranía del Chiribiquete
Es en la Amazonia donde se han encontrado los datos más antiguos de ocupación humana continuada desde la prehistoria hasta nuestros días; además, dicha presencia coincide con la actividad pictográfica desde el más remoto pasado hasta hoy. Se trata de la Serranía del Chiribiquete, ubicada un tanto al sur del río Guaviare hasta aproximarse al río Caquetá. En este complejo montañoso se destacan conjuntos de tepuyes —imponentes mesas pétreas de pocos centenares de metros de altura y con paredes cortadas a pico—, donde artistas prehistóricos pintaron, desde hace más de 19 milenios, inmensos murales con decenas de miles de figuras.
En algún punto de ese intrincado lugar, todavía persiste la práctica pictórica muralista de un grupo de “indígenas aislados”, llamados así por haber rehuido el contacto con la “cultura dominante” a la que pertenece el grueso de los colombianos , y que ha sido funesta para los aborígenes por su arrasadora acción genocida y etnocida desde el desembarco de Colón.
Hace menos de 10 años dos indígenas amazónicos reclutados por las Farc, desertaron mientras su escuadra acampaba en un lugar del Chiribiquete, intrincado territorio que constituyó una de las zonas de refugio de este movimiento guerrillero. En su azaroso escape dieron de manos a boca con algunos indígenas de una etnia para ellos desconocida que se encontraban pintando en una pared rocosa. De vuelta a la llamada “civilización”, el azar también los llevó a hablar con dos reconocidos investigadores: el amazonólogo Roberto Pineda y el estudioso del arte rupestre Enrique Bautista. Desde ellos la noticia ha peregrinado entre los especialistas.
Este gran mural en la serranía de La Lindosa constituye una de las máximas expresiones de conjunto del espléndido arte rupestre que lograron los artistas prehistóricos en la Amazonia. Debajo de las pinturas se perciben los rastros de otras mucho más antiguas. Fotografía de Fernando Urbina R. |
El descubrimiento del arte rupestre del Chiribiquete se debe al botánico Evans Schultes quien consignó su hallazgo en abril de 1949, pero no hizo registro fotográfico. Unos gambusinos (buscadores de oro) que exploraron algún punto de la región en la década de los ochenta, reportaron nuevos datos. Su confirmación definitiva se debe al geólogo Jaime Galvis quien avistó y fotografió algunas pictografías durante sus exploraciones en 1986. Poco tiempo después, por obra del arqueólogo Carlos Castaño Uribe, se constituyó el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete. En 1992 se adelantaron tres expediciones a dicho parque, integradas por más de una veintena de científicos de la Universidad Nacional, Parques Nacionales Naturales, el Inderena y la Universidad Autónoma de Madrid. Aparte de las observaciones sobre geología, flora y fauna, sorprendió la cantidad asombrosa de obras de arte rupestre: 36 paneles rupestres, algunos de decenas de metros cubiertos con una abigarrada pictografía que sumó, inicialmente, no menos de 20.000 figuras bien visibles, muchas de ellas ejecutadas sobre otras —innumerables— ya muy borrosas. Lo más asombroso y útil vino después, cuando las muestras recogidas en sondeos al pie de los murales, por obra cuidadosa y estricta de Thomas van der Hammen y Carlos Castaño, fueron datadas en laboratorios especializados de Holanda.
Fragmentos de rocas con pintura (no datables por el método de Carbono 14 por no contener substancias orgánicas), resultaron asociadas en el mismo estrato con restos de semillas y huesos calcinados y hogueras (sí datables) dejados por los cazadores y, seguramente, pintores de antaño. Los análisis suministraron fechas —relativas— para el arte rupestre en la Amazonia colombiana que van desde antes de 19.510 A.P. (antes del presente), hasta una muy reciente entre 1600 y 500 A.P. La fecha más antigua no es de extrañar toda vez que se han datado con certeza lugares de arte rupestre en el Brasil (Piauí) de hace 25.000 años (Castaño & Van der Hammen: 39).
Aperreamiento y advertencia. En la parte superior izquierda, cuerpos humanos despedazados al lado de dos perros de guerra; hacia la derecha, arriba, ristras de gentes probablemente atadas por el cuello. Abajo, hilera de hombres con palmas rindiéndole acatamiento a un gran perro de guerra. Fotografía de Fernando Urbina R. |
Es mínima la parte explorada del Chiribiquete; se supone que deben existir muchos más murales en otros lugares de esa inmensa serranía. De hecho, hace pocos meses Francisco Forero fotografió desde helicóptero un panel (ver portada) que no había sido reseñado; en él se muestran ciervos con magníficas cornamentas muy naturalistas, pero con esquematismos en el resto del cuerpo muy similares a los ya inventariados; figuran también guerreros con el símbolo (círculos concéntricos) similar al tórax de ciertas avispas; con ello es probable que se haga referencia al ritual iniciático del Malaké. Esta dolorosa práctica consistía en sujetar avispas vivas en un entramado de fibras con que era fajado el iniciado (Castaño & Van der Hammen: 142-4). Tanto en este como en los otros paneles recién descubiertos, Forero atestigua la presencia dominante del jaguar; otros temas novedosos serían los caimanes y una representación de hombre sentado (sobre las piernas plegadas) y con los brazos doblados sobre los hombros; esta posición contrasta con las percibidas hasta ahora en las representaciones del hombre en cuclillas o sentado en bancos de mínima altura, símbolo del sabedor en las comunidades amazónicas. Es posible que estemos frente a la imagen de un prisionero.
Generalizando, en los murales del Chiribiquete las representaciones van de naturalistas a esquemáticas, siendo la mayoría seminaturalistas. En cuanto temática se da una gran variedad: plantas, peces, mamíferos, aves y gran diversidad de representaciones humanas aisladas o formando conjuntos y en múltiples actividades tales como pesca, cacería, danzas, recolección de frutos... Entre los animales se destacan grandes felinos. En las figuras antropomorfas son de especial mención aquellas que representan guerreros o cazadores armados con tiradera (propulsor, átlatl, estólica), un arma apropiada para espacios abiertos; su profusa presencia obliga a pensar que sus usuarios pertenecían a una cultura de sabana y no de selva donde su uso no es eficaz. No se ha de olvidar que en la Amazonia se alternaron períodos secos y húmedos —como el actual— espaciados por centenares y miles de años; dependiendo del cambiante régimen de lluvia se sucedieron sabanas y bosques.
Se destacan, también, representaciones de hombres con una muy ancha y ajustada faja. Recuerdan de inmediato a los guerreros Karijona que usaban un peto de mimbre muy ceñido, tal como los fotografió Koch-Grünberg a comienzos del s. XX. Esta etnia es de la estirpe de los karibes que tuvieron como territorio nuclear las Guyanas, desde donde ejercían correrías de pillaje bajando por el Orinoco y el Guaviare en los siglos XVII y XVIII. Ocuparon el Chiribiquete y llegaron hasta el río Caquetá en busca de prisioneros (itotos) para venderlos en las colonias europeas asentadas en las costas venezolanas.
Arte rupestre en La Macarena y La Lindosa
Las serranías de La Macarena y La Lindosa —su vecina hacia el sur—, al igual que la del Chiribiquete, son restos reducidísimos de lo que fuera el Macizo Guyanés hace unos 600 millones de años (precámbrico); quedó reducido a las inmensas llanuras de la Orinoquia y de la Amazonia, donde afloran escasos relictos rocosos. Se han detectado obras de arte rupestre, especialmente petroglifos en las riberas e islotes de los ríos que drenan La Macarena, e inmensos murales en los 5 lugares inventariados hasta ahora en La Lindosa; en el último año se ha localizado uno más; pero la mayor parte del territorio sigue sin ser explorado. La importancia de estas dos serranías reside en su papel de intermediarias —tanto en lo biológico como en lo cultural— entre los Andes, la Orinoquia y la Amazonia.
La primera noticia de la existencia de pinturas prehistóricas en La Lindosa se debe a Gheerbrant quien visitó el lugar a mediados de la década del 40 en el siglo pasado. Bischler y Pinto tocan el tema en 1959. Botiva publicó un excelente informe en 1986. Correal, Van der Hammen y Piñeros, mediante excavación arqueológica, logran establecer una fecha de presencia humana en Angosturas II (río Guayabero) que se remonta al 7.000 A.P. Algunas de las pinturas en los abrigos rocosos podrían tener esa antigüedad o una mayor. Se sabe también de juiciosos registros de las obras rupestres llevados a cabo de modo continuado por el arqueólogo Enrique Bautista desde 1981.
En el año 2011 un grupo1 de arqueólogos y etnógrafos de las universidades Nacional y Amazonia, comandados por el profesor Virgilio Becerra, realizaron durante una semana un rápido registro fotográfico de los murales de La Lindosa. El profesor Becerra, con diversos grupos de estudiantes, ha continuado con las exploraciones y registros sistemáticos.
Escena ritual en La Lindosa. Probablemente estemos frente a una escena de iniciación femenina. A la derecha, representación de una mujer adulta. Al centro, hilera de niñas. A la izquierda, conjunto de hombres -provistos de estuches pénicos y adornos plumariosagitando palmas. Fotografía de Fernando Urbina R. |
Si bien los estilos de las obras rupestres de La Lindosa difieren de los del Chiribiquete, hay temas comunes. Se destacan en especial escenas de cacería y pesca con arpón y, muy probablemente representaciones rituales colectivas. Debido a que en la mayoría de la fauna se trata de representaciones seminaturalistas, se hace difícil su identificación; no obstante es posible detectar ciervos, armadillos, agutíes, caimanes, peces y aves zancudas… y serpientes emplumadas.
Al examinar atentamente en la computadora las más de 4.000 fotografías tomadas por el grupo, Urbina pudo detectar cuatro representaciones de caballos, cuatro de posibles vacunos y no menos de treinta cuadrúpedos con unas características muy inquietantes que, igual que las anteriores, obligan a descartar que correspondan a algún mamífero amazónico: exageradas patas, y unas cabezas que ostentan un artificio por demás extraño. Al menos en tres escenas estos animales están asociados a figuras humanas que yacen despedazadas o huyen despavoridas.
Al revisar los documentos provenientes de la invasión europea a la Amazonia en busca de Eldorado, se obtuvo la total certeza de que en su expedición desde Venezuela, entre 1535 y 1538, Jorge de Spira y Felipe de Hutten trajeron perros de guerra, el arma predilecta por ser la que más temían los indígenas, mucho más que a los caballos y a los arcabuceros. La mejor defensa que tuvieron los aborígenes contra los perros fueron las espinas; por eso los invasores los “calzaban”, y para hacerlos más ofensivos les rodeaban el cuello con collares provistos de clavos y cuchillos. En carta a su padre fechada en 1535, Von Hutten le cuenta que hizo despedazar por los perros a unos aborígenes a quienes les habían encontrado las pertenencias de un soldado español, muerto en una correría de pillaje. Como era costumbre, la tortura y ejecución masiva se hizo para generar terror, frente a la comunidad inerme.
En un mural de la serranía de La Lindosa, zona de refugio de los indígenas desplazados violentamente por el avance europeo, un artista aborigen pintó escenas de aperreamiento y otras en las que trataba de enseñar la forma reverente cómo se había de acoger a esos despiadados invasores y a sus temibles perros. Este hallazgo pictórico podría constituirse en una de las primeras representaciones gráficas hechas en Colombia, desde la mirada indígena, del encontronazo de los mundos aborígenes con el europeo.
Petroglifos en el río Caquetá
Siguiendo hacia el sur del Chiribiquete se da con el río Caquetá, la gran arteria fluvial que conecta la gran selva amazónica con los Andes. Por él subieron y bajaron influjos culturales. El río Caquetá y el Magdalena nacen muy cerca. El uno se precipita al Oriente, al Norte el otro. No está lejos de esos nacimientos la región de San Agustín. Las gentes amazónicas con sus técnicas artísticas —petroglifos, relieves escultóricos y algunas piezas de escultura incipiente— ascendiendo por el río Caquetá, bien pudieron ser la semilla de la Cultura Agustiniana.
Entre los ríos del oriente colombiano el Caquetá es el más rico, hasta ahora, en petroglifos: menos de una decena de pictografías y más de 5.000 grabados en la rocas orilleras y en las losas que el río deja libres al descender su nivel en la época veraniega. Esta maravilla se da entre su curso medio (Cuemaní, arriba de Araracuara) y su salida del territorio colombiano en la frontera con el Brasil.
Hay representaciones naturalistas, como también las hay abstractas. En general, en los petroglifos priman las figuras aisladas, en tanto que en las pictografías del Chiribiquete y La Lindosa predominan los conjuntos escénicos.
Tres temas han llamado especialmente la atención en los petroglifos del río Caquetá. El cuadrúpedo saltador, que en algunos casos es claramente un mono y en otras un felino. La figura más recurrente es la humana en posición sedente; en muchas de las culturas amazónicas actuales alude al ideal humano: el hombre sabio que transmite el saber milenario, cuida y aconseja a su comunidad. El otro gran tema es el referido a la serpiente; sus representaciones abundan.
Petroglifo. A la derecha, agua barrosa del río Caquetá seguida de una línea serpentiforme que termina por bifurcarse en dos figuras humanas. Es la representación de la humanidad a partir de la Serpiente Ancestral, uno de los grandes mitos de las comunidades amazónicas colombianas. Fotografía de Fernando Urbina R. |
En 1978 se tuvo la suerte de localizar a 80 kms. arriba de Araracuara un conjunto que muestra en varios petroglifos el proceso de segmentación de una serpiente. El mito de la gran Anaconda Ancestral y el ritual que lo reactualiza, enseñan que la partición de la Gran Sierpe da origen a los diferentes grupos que conforman la humanidad. Estas tradiciones orales y coreográficas milenarias se encuentran plenamente vigentes entre muchas comunidades amazónicas; desde allí se pueden explicitar los contenidos simbólicos de algunos trazos en la piedra.
En definitiva, la presencia de arte rupestre en la Amazonia resulta crucial para el ejercicio de interpretación de su sentido. En casi todo el mundo —especialmente en Europa, de donde proceden la mayoría de estudios y teorías sobre el arte rupestre— las palabras (mitos) y gestualidades (ritos) que acompañaron las obras al ser ejecutadas, se han perdido. En la Amazonia aún perduran.
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A estas horas, algún joven aborigen mira absorto y aprende a dibujar y a interpretar los trazos milenarios con que un viejo artista signa una pared rocosa en algún lugar de la Amazonia, deteniendo el tiempo, volviéndolo origen para decir que están aún ahí porque no olvidan. Ojalá los otros colombianos les permitamos continuar pintando.
Referencias
1 Los antropólogos Felipe Cabrera y Carolina Barbero creadores de la iniciativa; los profesores Virgilio Becerra, Roberto Pineda y Fernando Urbina de la Universidad Nacional; Ernesto Montenegro (hoy director del ICANH) y Octavio Villa de la Universidad de la Amazonia; se contó, además, con la inapreciable participación de Silvia Stoher, Manuel Ariza y Alejandro Aguirre, antropólogos recién egresados de la UN y adscritos a los grupos de investigación del profesor Becerra.
Bibliografía
Castaño, Carlos & Van der Hammen, Thomas, Arqueología de visiones y alucinaciones del cosmos felino y chamanístico de Chiribiquete, Bogotá: Eds. Ministerio del Medio Ambiente (Colombia) & Tropenbos, 2005.
Botiva, Álvaro, “Arte rupestre del río Guayabero. Pautas de interpretación hacia un contexto socio-cultural”, en Informes Antropológicos Nº 2:39-74; Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología, 1986.
Urbina Rangel, Fernando, Diijoma. El hombre-serpiente-águila, Bogotá: Secretaría del Convenio Andrés Bello, 2004.