30 de diciembre del 2024
 
Juntos ganaremos. Litografía de James Montgomery Flagg, ca. 1916. Colección Library of Congress, Washington, D. C.
Junio de 2015
Por :
Leonardo Agudelo Velásquez, Historiador, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín

NEGOCIOS Y GRAN GUERRA

La Gran Guerra de 1914 a 1918 abrió un extraordinario ciclo económico, dado que las potencias beligerantes demandaron ingentes cantidades de armas y suministros. Fue la primera conflagración de carácter industrial donde el poder de las nuevas armas —artillería de largo alcance, ametralladoras, armas químicas, aviones, submarinos y telecomunicaciones inalámbricas— fueron vitales para la obtención de la victoria. Siendo también el catalizador para que una elite empresarial-financiera, ganara una extraordinaria influencia y en Rusia el Partido Comunista accediera al poder.

“Apoye a los jóvenes en las trincheras. Extraer más carbón”. Litografía publicada por Edwards & Deutsch Litho. Co., 1918. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

El detonante: La rivalidad Inglaterra-Alemania

La Gran Guerra propició la llegada a la palestra mundial de una nueva forma de poder: la fusión de política y negocios. La conflagración fue, de forma insospechada, expresión de quienes controlaban un capitalismo mundial cimentado en cuatro potencias económicas: Inglaterra, Alemania, EE.UU.  y Francia. En 1913 en Estados Unidos se construía la mitad de la maquinaria industrial del mundo; en Alemania una quinta parte y en Inglaterra una octava parte. El comercio mundial de la Gran Bretaña se había ralentizado por la pérdida de su capacidad productiva, su participación en el comercio mundial bajó del 20% al 14%. En su lugar la plataforma industrial de Alemania y Estados Unidos consolidó sectores de punta en industria química, eléctrica y automotriz y Londres continuó como centro político y financiero del mundo. En este contexto emergió la rivalidad Inglaterra-Alemania, este último que llegó tarde al orden mundial. Conformado en 1871 tras las guerras de Prusia contra Italia, Austria y Francia en una época donde Inglaterra dominó una cuarta parte del planeta con cerca de quinientos millones de habitantes. Un imperio colonial fuente de materias primas, mano de obra barata y mercado para sus productos. 

Fábrica de armas No. 1 de Krupp en Essen, Alemania. Fotografía de Bain News Service, 1917. 

 

1914 a 1918 fue un período catastrófico para millones de personas, pero supuso ganancias ilimitadas para una astuta minoría de industriales y financistas, una realidad que fue anticipada, desde la orilla de la social democracia rusa, por Lenin que sentenció el carácter criminal de la futura guerra entre potencias capitalistas, iniciada para satisfacer afanes egoístas enviando a millones de hombres al campo de batalla. Denunció la guerra como una operación del alto capitalismo en su texto: El imperialismo fase superior del capitalismo, donde llegó a la conclusión de que este había dejado de actuar sobre la base de estados–naciones, para escalar a una plataforma mundial. Extendiendo su poder de forma críptica a través de una maraña de vasos comunicantes con innumerables sociedades anónimas: Una compleja red de intereses y operaciones de alcance global. 

Desde el inicio de la guerra los “Capitanes de las Chimeneas” dejaron sentir todo su poder. En medio de la ofensiva alemana contra Bélgica, la ciudad de Lieja se rindió ante un desconocido oficial: Erich Lundendorff. En tanto el ejército belga continuó resistiendo la invasión desde fortalezas cercanas. El oficial que pronto se haría un héroe de guerra, solicitó cañones de asedio al alto mando alemán y este respondió despachando desde la ciudad de Essen, sede de la metalúrgica Krupp, un convoy de ferrocarril con un monstruo de metal fabricado en total secreto bajo la denominación de 420 y que la imaginería popular bautizó “Bertha”, nombre de la esposa de Gustav Krupp. Una pieza de artillera capaz de disparar un obús de un metro de largo y 42 centímetros de diámetro con una carga explosiva de una tonelada a nueve millas de distancia. Los cañones fueron rápidamente movilizados la noche del 9 llegando al sitio, tras varios inconvenientes, el 12 de agosto. El primer cañón fue montado por los operarios y la orden de feuer, dada. El obús salió disparado de la negra boca del gran Bertha y tras un minuto de vuelo chocó contra una maciza pared del Fort Pontisse, elevándose una columna de humo. 

Herr Gustav Krupp von Bohlen und Halbach (1870–1950). Fotografía de Bain News Service, ca. 1915. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

Entonces la fortificación empezó a ser demolida bajo el fuego de la potente pieza. Lunderdoff anotó entonces en su diario: “…No nos maten, no nos maten”. Antes de iniciado el conflicto y para asegurar el suministro de materias primas para su industria, Alfred, futura cabeza del consorcio Krupp, estudió detenidamente la guerra franco–prusiana, invirtió luego grandes cantidades de capital en la creación de empresas en el extranjero, para asegurar la cobertura legal y política del flujo de minerales para la fabricación de armamento en la planta metalúrgica en Hessen, corazón de la zona industrial en la cuenca del Ruhr. 

En la Gran Guerra Alemania debió luchar en dos frentes, dada su centralidad geográfica. Al este contra Rusia y al oeste contra Francia, Inglaterra y luego Estados Unidos. La conflagración redibujó las complejas relaciones económicas entre las potencias capitalistas y sus zonas de influencia. Durante la guerra las relaciones económicas entre potencias beligerantes se regía por el Tratado de París, redactado en 1856 en la conferencia realizada en esa ciudad que puso fin a la guerra de Crimea. Un tratado internacional que abarcó temas como el bloqueo a costas y puertos enemigos así como la confiscación de mercancías y navíos enemigos en alta mar. La ley tenía ancestro en la tradición de presa y caza establecida en el largo historial de piratería inglesa. Se estableció el bloqueo naval inglés en el mar del Norte con la flota de guerra que llevaba más de un siglo enseñoreada en el Atlántico. Alemania respondió lentamente, con una guerra submarina, temerosa de hacer entrar en guerra a ee.uu., con una flota de u-boot construidos por la Krupp. Paralizaron parte del tráfico naviero por el Atlántico.

Bloqueo naval inglés

El fin del bloqueo naval era asfixiar económicamente a Alemania y al imperio austro-húngaro. Al poco tiempo un informe británico afirmó que la llegada de mercancías y materias primas a Alemania a través de países neutrales vecinos “no eran una tubería o un canal sino una esclusa abierta”, por donde circuló cinc británico, algodón de Egipto e India; lana, carne y cereal australiano; así como petróleo, lino, té y cacao.

Esto dio origen a una discusión en el gobierno británico donde el Ministerio de Economía (Board of Trade) argumentó que se debían aprovechar las circunstancias para consolidar la supremacía británica en el mercado mundial, apuntando a llenar de productos ingleses las zonas de mercado dominadas por el comercio alemán, idea que fue rechazada por un bando que sospechaba que algunos de los empresarios británicos se estaban enriqueciendo con negocios a lado y lado de la línea de batalla.

Pierre Samuel DuPont (1870–1954), ca. 1916. Coleccción Library of Congress, Washington, D. C.

 

Durante los primeros seis meses de guerra, firmas exportadoras británicas continuaron enviando a la fábrica de armamento en Alemania níquel y cobre. En septiembre de 1914 zarpó de Nueva Caledonia el buque de bandera noruega Benesloet, detenido luego frente a costas europeas por el crucero francés Dupetit Thouars y conducido al puerto de Brest. Allí las autoridades francesas, temiendo enemistarse con el gobierno Noruego, lo liberaron junto con su carga, llegando así las 2.500 toneladas del inestimable níquel a la planta de la Krupp a final del mes. 

Para 1916 Alemania y el imperio austro-húngaro estaban en el límite de sus recursos agrícolas y de materias primas como quedó evidenciado en el fracaso del enorme plan de rearme de ese año ordenado por el alto mando. La llegada de ee.uu. al conflicto en abril de 1917 no solo cambió el nombre del conflicto de “Gran Guerra” a “Primera Guerra Mundial“, sino que llevó a una potencia económica, forjada en los últimos ciento cincuenta años a orillas del A-tlántico, al viejo continente, tras el colapso del régimen del zar en febrero y la salida de Rusia del bando aliado, movilizando recursos ilimitados para derrotar a las potencias centrales cortándoles, al mismo tiempo, las vitales exportaciones de alimentos y hundiendo en las penurias del hambre a la población. Al punto que se calcula que 800.000 civiles murieron en Alemania durante la guerra por la hambruna. 

Una alianza no imaginada

La cercanía de algunos empresarios con militares del alto rango, como Lunderdoff y Hindenburg, les permitió gozar del privilegio de acceder al círculo de “armeros especializados” de las fuerzas armadas. Un grupo selecto de industrias como la sociedad anglo-germana Nobel-Trust, una firma química disuelta en 1915 por presión de la opinión pública en Inglaterra, que condenó la idea de una empresa con capital británico abastecedora del ejército alemán. Para garantizar la producción industrial en tiempo de guerra el gobierno del káiser dio a los empresarios el control sobre las instituciones de gobierno, creadas para el abastecimiento de materias primas, inversión en nuevas plantas de producción y el control de la mano de obra. Alemania tenía en su comercio la estructura típica de un país industrial: exportar manufacturas de origen industrial e importar materias primas, como el salitre —esencial para la fabricación de las doce mil toneladas de explosivos que consumía cada mes el ejército— , algodón, metales no ferrosos, cobre, productos cuyo valor aumentó exponencialmente por el bloqueo naval inglés al mar del Norte. Algunos empresarios, entre los cuales cabe citar a Rathenau, directivo del poderoso consorcio de la industria eléctrica aeg, reclamaron al gobierno la distribución centralizada de las materias primas. El plan de distribución de materias primas escasas, contempló poner límite al afán de lucro de los industriales, como parte del sacrificio en tiempos de guerra. Pero la perspectiva de limitar las ganancias no era algo que cristalizara fácilmente en el ánimo del sector empresarial. Rathenau, mejor conectado políticamente y con mayor capacidad de ser escuchado en los círculos de gobierno del káiser, afirmó que la guerra no era ningún pretexto para que los empresarios olvidaran “el derecho de la industria a obtener ganancias”. Para el manejo de las materias primas en tiempo de guerra, el gobierno creó la kra: Departamento de Materiales de Guerra. Integrado por 25 secciones, cada una de las cuales estaba a cargo de una materia prima vital para la producción de guerra. Una organización con la forma jurídica de una sociedad anónima bajo control de los propios consumidores y que actuaba al mismo tiempo como una firma fiduciaria del Departamento de Materias Primas de Guerra, un ente de carácter público. 

William Crapo “Billy” Durant (1861–1947), ejecutivo de la industria automotriz y cofundador de General Motors y Chevrolet. Fotografía de Bain News Service, ca. 1915. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

La unión de política y negocios, como lo afirmó Hobsbawm, supuso para los industriales obtener sustanciales ventajas de la asignación de cupos de materias primas, manipulando a los funcionarios del kra, muchos proveniente del sector privado, haciéndolos fijar precios favorables para los empresarios en la compraventa de materias primas, asignación de subsidios estatales por el encarecimiento de las materias primas o para la instalación de nuevas factorías. De esta manera, el control gubernamental cede frente a la iniciativa privada, bajo el ideal de que los empresarios atendieran una cierta limitación en sus ganancias, pues se estaba librando una guerra en la cual el pueblo alemán se balanceaba entre la aniquilación total o la victoria, argumento que no fue un dique lo suficientemente sólido para que la iniciativa privada, basada en la sacrosanta “libertad de empresa”, aceptara limitaciones, como lo reveló un memorando de la kra. “La utilización de la miseria nacional en beneficio de intereses privados no significa que el capitalismo degenere: más bien es el resultado lógico de la concepción básica del capitalismo y un terreno propicio para la aplicación del ingenio capitalista”.

Conforme la necesidad de armamentos se fue haciendo imperiosa se erigió un sistema de dependencia mutua y colaboración entre empresarios y gobierno, que reveló un insospechado potencial, donde cada uno decía las palabras que la contraparte esperaba escuchar y esperaba recibir lo solicitado. Como sucedió el 27 de agosto de 1916, en la corta charla con el general Lunderdoff, con dos de los industriales más poderosos de Alemania: Gustav Krupp, dueño de la principal industria pesada alemana, y Carl Duisber, de I. G. Farben: “…Consideramos como muy posible a la vista de nuestras reservas de materias primas, incrementar nuestra producción de material de guerra, con solo que pudiera resolverse el problema de la mano de obra”. Entonces el segundo hombre de las fuerzas armadas alemanas redactó el edicto por el cual los “barones de las chimeneas”, tuvieron acceso a un millón de obreros especializados en los territorios ocupados en Bélgica, por lo cual Gustav dio seguridad al militar de que: “Los recursos a disposición de la industria alemana son tan extensos que permitirán suministrar todas las municiones y el material de guerra que puedan necesitar nuestras valientes tropas y sus valientes aliados durante mucho años por venir”.

Pero este desprecio por el “factor humano” no solo fue prerrogativa de la elite militar-empresarial alemana. Al mismo tiempo, en Londres, los responsables de la estrategia en el cálculo de las bajas humanas por fuego de artillería, calificaron a la muerte de miles de soldados como una “merma normal”. 

Chandler Parsons Anderson (1886–1936), abogado y experto en asuntos internacionales, fue consejero del Departamento de Estado de los Estados Unidos y consejero de guerra en la junta de industrias y de la Cruz Roja Internacional durante la Primera Guerra Mundial. Fotografía de Bain News Service, 16 de noviembre de 1914. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

as implicaciones de una guerra con base industrial fue medianamente comprensible para empresarios ansiosos de mayores contratos y ganancias, pero no así para un estamento militar educado en una época donde el mayor avance técnico era la artillera y donde la mayor fuente de prestigio se atribuía al desempeño en combate de cuerpos de infantería y caballería. Muchos de los altos mandos y políticos que condujeron la guerra, desconfiaban de la energía eléctrica. Militares como Ferdinand Foch pensaban que el aeroplano era una necedad y Kitchener, secretario de guerra inglés, rechazó la construcción del carro de asalto calificándolo de infantil, aunque los ingleses fabricaron el primer tanque de guerra que irrumpió en combate durante la batalla de Somme en 1916. Tras escuchar noticias de que de trincheras aliadas estaban saliendo vehículos acorazados, el mariscal Hindenburg afirmó: “la infantería alemana puede pasarse muy bien sin esos extraños carrichoques”. El generalato conducía la guerra desde cuarteles generales instalados en elegantes castillos y mansiones, donde oficiales del estado mayor insertaban alfileres de colores en los mapas ubicados en paredes y mesas. Consideraban que la guerra se ganaría con brillantes acciones de soldados y cargas de caballería, apoyadas por fuego de artillería. 

Elbert Henry Gary (1846–1927), uno de los fundadores de la U. S. Steel y presidente de la junta industrial de la American Iron and Steel Institute. Fotografía de Harris & Ewing, 1919. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

Cada año de las fábricas alemanas de Krupp, Schneider o inglesas de Vickers y Amstrong, provenían nuevas armas que los antiguos alumnos de academias militares como Kriegschule, Sandhurst o Saint Cry, desdeñaban. Desestimaban los nuevos armamentos por no cambiar la concepción de guerra en que fueron adoctrinados.

Visita del rey Jorge V a una fábrica de municiones inglesa. Fotografía de Agence Rol., 1917. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

EE.UU  y la Gran Guerra

Miembros de la American Iron and Steel Institute en Cleveland. Fotografía de Miller Studio, 23 de octubre de 1915. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

ee.uu. ingresó a la guerra en abril de 1917. Antes de la guerra no contaba con una apreciable industria militar, asociada históricamente a la colonización del Far West y a la guerra civil norteamericana. Gozaba, eso sí, de una plataforma de industria pesada por el desarrollo del ferrocarril que unió la costa este y oeste de Norteamérica y que en el siglo XX llevó al rápido desarrollo de la industria automotriz y de comunicaciones. De 1914 a 1916 la industria bélica norteamericana de carácter privado creció llenando el vacío de producción del que adolecían las fuerzas armadas de ee.uu. e Inglaterra. Firmas como J.P. Morgan, un gigante de las finanzas que se deslizó a la industria pesada fundando el imperio U.S. Steel o Dupont, industria química que llegó a la producción de guerra por el aumento de ganancias en el sector y que invirtió en dos años más de doscientos millones de dólares en nuevas plantas, tres veces su inversión antes de 1914. La ganancia en el sector militar creció tanto que el gobierno introdujo un impuesto sobre la venta de armamentos. Los mayores salarios en el sector de armamentos absorbió la mano de obra de otros sectores y llevó a que ee.uu. dependiera cada vez más de la producción agrícola de su vecino Canadá. La producción industrial norteamericana era enorme a comienzos del siglo xx, pero no era visible a nivel de comercio mundial dado que nueve décimas partes de su producción eran absorbidas en su mercado interno. 

Industrias de la guerra, Brunner Gallery, 11 rue Royale, exposición del 1 junio al 1 julio de 1918. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Epílogo

La guerra trajo aparejadas consecuencias económicas insospechadas como la industrialización de India, Japón y Canadá; la entrada en declive de la economía europea por la pérdida de población económicamente activa y la destrucción de parte de sus zonas industriales; la conversión de industrias no esenciales en industria de armamento y la consecuente caída del consumo privado por las políticas de racionamiento y el alto endeudamiento en que se sumió Inglaterra. El viejo continente perdió el 16% de su flota mercante en relación con 1914. Por la guerra los norteamericanos lograron arrebatarle a Inglaterra su preeminencia en el mundo económico haciendo de Nueva York la capital financiera del mundo. 

John Pierpont “Jack” Morgan, Jr. (1867–1943), banquero y filántropo estadounidense. Fotografía de Bain News Service, 10 de mayo de 1915. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

Empresarios y estado

James Bowron, fundador de la industria del acero en Birmingham, Alabama, con James Augustine Farrel (1863–1943), presidente de U. S. Steel. Fotografía de Bain News Service, 10 de noviembre de 1914. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

Muchas empresas inmersas en la economía de guerra, pudieron cuadruplicar sus ganancias en el período de 1914 a 1918, respecto del período de preguerra, mostrando cómo aprendieron los empresarios a servirse del Estado, pero conservando la filosofía del liberalismo económico de la cual dimanaba su poder: “dejadnos hacer, dejadnos pasar”. Allí la frontera estaba determinada por la mejor ganancia donde “Los resultados de las investigaciones [de historia económica] se pronuncian más a favor de una ocupación de funciones del aparato del Estado por parte de la industria que a la inversa”.

Manchester, William. Las armas de los Krupp. Barcelona, Bruguera, 1969, p. 277.

“La guerra de las municiones. Cómo Gran Bretaña ha movilizado sus industrias”. Litografía que muestra 14 viñetas de la industria de municiones británicas.1917. Colección Library of Congress, Washington, D. C.

 

Referencias

1 Bruun, Geoffrey. La Europa del siglo XIX. México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 152.

2 Ibíd., pp. 269, 272.

3 Op. cit., Hardach, Gerd, p. 27.

4 Ibíd., p. 28.

5 Manchester, William. Las armas de los Krupp. Barcelona, Bruguera, 1969, p. 272.

6 Ibíd., Cowles, Virgina, p. 398.

7 Hobsbawm, Eric. Trabajadores: estudios de historia de la clase obrera. Cap. XII. “La aristocracia obrera en la Gran Bretaña del siglo XIX”. Barcelona, Crítica, 1979, pp. 269–316.

8 Op. cit., Hardach, Gerd, p. 74.

9 Op. cit., Manchester, William, pp. 275–276.

10 Ibid.

11 Op. cit., Cowles, Virginia, pp. 417–430.