24 de noviembre del 2024
 
Las obras de la Comuna. La columna inmediatamente después de su caída. Grabado de M. Lançon. Publicado en Le Monde Illustré, mayo 27 de 1871. Colección Bibliothèque Nationale de France.
Marzo de 2015
Por :
Ricardo Sánchez Ángel, Doctor en historia, magíster en filosofía. Profesor, Universidad Nacional de Colombia.

LA GRAN GUERRA Y LA REVOLUCIÓN RUSA

La primera Guerra y los socialistas

Los socialistas europeos analizaron el estallido de la Primera Guerra Mundial con perspectiva histórica, en la línea teórica fundada por Carlos Marx y Federico Engels. Para Lenin, Luxemburgo y Trotsky, dicho acontecimiento era el resultado de un proceso histórico del desarrollo del capitalismo, que no puede reducirse a la confrontación de un país contra otro, sino que tiene alcances internacionales: su escena trascendió las fronteras de los países para envolver el continente europeo y parte de Asia, involucró a los Estados Unidos y produjo cambios en la geopolítica y la economía del mundo.
El segundo aspecto principal para tener en cuenta es el carácter de clase de la guerra, por qué se ha desencadenado y qué clases la sostienen, desde el punto de vista de sus intereses económicos y políticos. Para los marxistas, hay que incorporar el aporte teórico sobre la guerra de Clausewitz sintetizado en el aforismo: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Es una definición que tiene en cuenta la experiencia de las guerras napoleónicas que transformaron la escena europea.

Friedrich Engels (1820-1895)

 

Karl Marx (1818-1883)

 

Había que reconocer los distintos tipos de guerras y analizarlas históricamente, ya que “hay guerras y guerras”, decía Lenin. Lo que conduce a constatar que hay guerras revolucionarias en el ciclo histórico de 1792 y 1871. La guerra revolucionaria nacional por excelencia, en el siglo XIX europeo, fue la del pueblo francés contra la Europa monárquica, atrasada, feudal y semifeudal colegiada.

Para el marxismo, toda guerra está inseparablemente unida al régimen político, y este tiene sus raíces en las relaciones de clase dominantes en la economía y la sociedad. Los revolucionarios franceses se vieron obligados a repensar la estrategia militar ante la agresión de las testas coronadas de la Europa clerical y monárquica contra la revolución. Por ello, no crearon un ejército a la vieja usanza, sino que crearon un ejército nuevo, popular, con nuevos métodos. El pueblo en armas es el nuevo ejército, con distintas jerarquías, sistema de disciplina basado en el honor, la lealtad a la patria y la revolución, con valores democráticos e igualitarios. Los equivalentes en América Latina vienen a ser las guerras de independencia.

“El zar, el sacerdote y los kulakz”. Afiche publicado durante la revolución rusa, 1918. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

La segunda mitad del siglo XIX suele presentarse como la era de paz del capital, soslayando el dominio de la Europa capitalista sobre el mundo colonial, con sus permanentes exterminios y conquistas, que no eran precisamente guerras convencionales. Las guerras en la época moderna están articuladas al desarrollo del capitalismo. Su órgano esencial es el militarismo y su ideología cohesionadora es el nacionalismo exacerbado.

“La unión de los trabajadores y la ciencia...”. Afiche publicado durante la revolución rusa, ca. 1917. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Anuncio del espectáculo “El último día de la Comuna de París de 1871”. Litografía de León Choubrac, 1883. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

“La libertad de préstamo”. Afiche publicado durante la revolución rusa, ca. 1917. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

En el propio siglo XIX aparece la guerra civil del proletariado contra la burguesía con la Comuna de París de 1871, cuya experiencia constituye el primer ensayo general de un gobierno de los trabajadores. Durante años maduró la conciencia antimilitarista en la clase trabajadora internacional, y el socialismo en sus distintos matices fue su impulsor en los congresos internacionales: 1. El de París de 1889. 2. El de Bruselas de 1891. 3. El de Zúrich de 1893. 4. El de Stuttgart de 1907. Además, el Manifiesto del Congreso de Basilea por la paz de 1912. En estos congresos y sus declaraciones se fue formando una política y unos planes de acción prácticos contra el militarismo y la guerra, que prepararon la respuesta a lo que era necesario: transformar la guerra imperialista en guerra civil. Los debates de Stuttgart de 1907 estuvieron marcados por la influencia de Rosa Luxemburgo, de los marxistas rusos y de Jean Jaurés. La táctica para avanzar en estos propósitos se sintetiza así:

1. Negarse a votar radicalmente los créditos de guerra y salir de los ministerios burgueses.
2. Romper con la política de “Paz Nacional”.

3. Crear organizaciones clandestinas donde sea necesario.

4. Fraternizar con los soldados de los otros estados en los teatros de la guerra.

5. Apoyar todas las luchas de los proletarios.

“Viva la III Internacional Comunista", ca. 1917.¿ Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Hasta el 4 de agosto de 1914, el socialismo agrupado en la II Internacional, cuyo partido más importante era el socialdemócrata alemán, estaba unificado en torno a estas declaraciones.
Al votar los créditos de guerra en el Parlamento alemán, que favorecían a la política militarista del Estado, con la sola excepción de Karl Liebknecht, se protocolizó la división internacional de los socialistas.

Las causas de la Guerra

El 4 de agosto de 1914 estalló la guerra inter imperialista, y para los socialistas no fue una sorpresa.
Cayó como fruta podrida sobre la humanidad con la instalación de la barbarie. El capitalismo cambió su fisonomía a partir de la década de 1890. Teóricos como Luxemburgo, Hilferding, Lenin, Bujarin y Trotsky habían estudiado y escrito obras de gran significado. El imperialismo.
Fase superior del capitalismo de Lenin, se convirtió en texto de estudio por doquier.

Las tesis de ellos eran que el capitalismo de la libre competencia daba paso a la preponderancia de los monopolios, de los gigantescos trusts, consorcios y carteles, produciendo la unificación de la fuerza gigantesca del capitalismo con la del Estado, operando una conversión plena de los gobiernos en el comité ejecutivo de la burguesía y al Estado en el capitalista global. A su vez, el capital industrial era subordinado por el capital bancario y financiero a escala internacional a través de una tupida red de bancos y corporaciones.

Retrato del zar Nicolás II en uniforme de almirante inglés. Fotografía de Agence Rol., 1914. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Inglaterra ocupó la escena de la hegemonía del capitalismo en el siglo XIX gracias a ser el motor de la revolución industrial y mercantil, a su capitalismo marinero y colonial y a la preponderancia de su armada. Desplazó a Holanda primero, y luego a Francia, pero vio aparecer, desde 1871, otra potencia capitalista, la cual se desarrolló rápidamente: Alemania.

La corona y el monograma del imperio ruso en la puerta de entrada al Museo del Hermitage, en San Petersburgo, Rusia. Foto shutterstock

 

Las contradicciones entre Inglaterra y Alemania son el fondo de la cuestión que llevó al cataclismo de la Gran Guerra. Las anexiones territoriales son geoeconómicas: reparto de lo conquistado en Europa y en las colonias. Ambas potencias desarrollaron su industria bélica durante años, preparándose para la confrontación que abrazó a Europa con un saldo de 10 millones de muertos, 20 millones de heridos, destrucción de ciudades, obras económicas y sociales. No fueron solo las anexiones en Europa, sino también en África por alemanes e ingleses, y en Persia por ingleses y rusos. Esta es la clave para comprender el motivo de la guerra. En segunda fila estaban Estados Unidos y Francia, mientras los imperios ruso y austro-húngaro declinaban. Se delimitó el campo de lucha en cabeza de los imperios dominantes: Inglaterra y Alemania, se excluyó de toda responsabilidad a los pueblos en un mensaje ético-político potente: “La guerra no la hacen los pueblos, sino los gobiernos”. Estos y el sistema capitalista son los responsables, los culpables. La Gran Guerra fue una carnicería y el triunfo obtenido por los vencedores fue pírrico. La alternativa de la revolución aparecía como un principio de salvación, el comienzo de una nueva era. Lenin repetía: “La guerra no es un juguete, la guerra es una cosa inaudita, cuesta millones de víctimas y no es tan fácil terminarla”.

El zar Nicolás II con el general Aleksei Brusilov y otros del ejército ruso. Fotografía de Agence Rol., 1916. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Las grandes potencias habían recibido una ola de protestas en Viena y Praga, después de la Revolución Rusa de 1905. En el mundo colonial, los pueblos despertaron en seguidilla. Se dieron grandes confrontaciones nacional-democráticas y antiimperialistas en Turquía en 1908, en Persia en 1909 y en China y México en 1910. Era el ensayo general de la revolución anticolonial.

Para Rosa Luxemburgo hay un doble proceso histórico que condujo a la Gran Guerra: 1.
El imperialismo moderno, consolidado en los últimos 25 años y, 2. La guerra franco-prusiana de 1870, con la anexión de Alsacia y Lorena, sumado a la derrota de la Comuna de París en 1871, que provocó la alianza franco-rusa y dividió a Europa en dos bandos contrarios e inició un período de carrera armamentista hasta desatar la guerra mundial.

La revolución Rusa y la paz de Brest-Litovsk

Ejército ruso en revisión, 1917. Colección Library of Congress, Washington.

 

Para 1917, en plena guerra, los marxistas entendieron que su constatación de Rusia como el eslabón más débil de la cadena de dominación del capital facilitaba la aplicación de su política de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Es lo que sucedió, con el triunfo de la revolución, cuyo proceso comenzó en febrero con el derrocamiento del zarismo, dando paso a gobiernos provisionales, y culminó en octubre con la instauración del gobierno soviético.

Barricadas en Petrogrado en los días de la revolución, 1917. Colección Library of Congress, Washington.

 

El ejército ruso se encontraba desmoralizado como consecuencia de sus múltiples derrotas en los frentes, al igual que desabastecido de armamentos, alimentación, utillaje y con débiles sistemas de comunicación. La desconfianza hizo de las suyas en todos los frentes: las trincheras eran abandonadas, las órdenes no se cumplían muchas veces y la deserción era común.

“¿Rusos complacientes?”. Propaganda alemana sobre la situación rusa. Editorial Kunst.- u. Verlagstalt Schaar y Dathe (Trier), ca.1917. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Para 1917, en plena guerra, los marxistas entendieron que su constatación de Rusia como el eslabón más débil de la cadena de dominación del capital facilitaba la aplicación de su política de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Es lo que sucedió, con el triunfo de la revolución, cuyo proceso comenzó en febrero con el derrocamiento del zarismo, dando paso a gobiernos provisionales, y culminó en octubre con la instauración del gobierno soviético.

Fotografía de los líderes que participaron en el II Congreso de la Tercera Internacional, frente al Palacio Uritsky de Petrogrado. Entre ellos se puede distinguir a Lenin, adelante con las manos en los bolsillos, y a Máximo Gorki detras de Lenin.

 

La crisis política repercutió hondamente en la unidad de mando y en la convicción de los generales y oficiales sobre la eficacia de su estrategia militar. Es verdad que los aliados de Rusia en la guerra, Francia, Inglaterra y luego Estados Unidos, hicieron esfuerzos por remediar la situación, pero fueron paliativos que no lograron cambiar el desenlace.
No podía ser de otra manera. La crisis social alimentó la crisis política y la militar. La crisis social se manifestaba de manera radical en el hambre. La escasez cundía en ciudades como Moscú y Petrogrado, también en las ruralidades de la vasta geografía. Igualmente, el impacto de la caída de la monarquía, del triunfo de la revolución, tanto en febrero como en octubre, y el desorden e incluso caos que se vivía en medio de la intensa lucha de clases, crearon imaginarios nunca antes vividos por el monolítico ejército ruso.
Todo esto fue el caldo de cultivo sobre el cual la propaganda bolchevique de Paz, pan y tierra obtuvo apoyos significativos en la población trabajadora de las ciudades y los campos, y en forma especial en los cuarteles y trincheras. Los soldados, y parte de la oficialidad, mayoritariamente se fueron convirtiendo al llamamiento de una paz justa y democrática, inmediata y sin anexiones.

La máxima expresión del proceso de descomposición del ejército lo constituye la formación de numerosos soviets de diputados de soldados, que empezaron a ejercer directamente la unidad de mando y a tomar las decisiones en todo lo concerniente a la actividad militar.
Así las cosas, guerra y revolución aparecen interrelacionadas, donde la voluntad y la organización de los revolucionarios, aprovechando la situación de crisis y desesperación de la sociedad rusa, dirigieron la insurrección y el poder desde abajo en la singular forma organizativa de soviets (consejos de obreros, campesinos y soldados) y proclamaron su voluntad de revolución mundial. Para ello fundaron la Tercera Internacional en oposición a la segunda, cuya bancarrota proclamaron por doquier.
Pero en 1917 la guerra continuaba, sin definiciones de triunfo del lado de los aliados y tampoco de las potencias del centro. El nuevo gobierno soviético enfrentó, en un cuadro complejo de contradicciones y desplazamientos, el cerco y la hostilidad de todas las potencias en conflicto. Por ello, muy pronto, tal como lo habían prometido, decretó su política de paz el 25 y 26 de octubre (7 y 8 de noviembre) de 1917, en el Congreso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de toda Rusia, con la consigna de una paz justa y democrática, de manera inmediata y sin anexiones. A renglón seguido, manifestó la intención diplomática de considerar otras condiciones que le fuesen propuestas por los adversarios. Al mismo tiempo, publicó y anuló todos los tratados secretos firmados por los gobiernos rusos. El decreto iba dirigido tanto a los gobiernos como a los pueblos de los países beligerantes, buscando exhortar a la movilización de los trabajadores.

El 14 de noviembre de 1917, el alto mando alemán convino negociar un armisticio. A su vez, el gobierno soviético ordenó el cese al fuego y propuso empezar la negociación el 1º de diciembre. En un mensaje a las potencias occidentales, Trotsky dirigió, como ministro de relaciones exteriores, la advertencia de que si no enviaban a sus representantes “negociaremos solo con los alemanes”.
La sabiduría del decreto de Lenin indica, como lo anota Isaac Deutscher, que los bolcheviques no abrigaban dudas sobre el auge de la revolución europea, pero empezaban a preguntarse si el camino hacia la paz pasaría por la revolución o si, por el contrario, el camino hacia la revolución pasaría por la paz. En este contexto, comenzaron las negociaciones en Brest-Litovsk el 9 de diciembre, con los alemanes y austriacos.
Tales negociaciones constituyen un drama en el desarrollo de la revolución y de la guerra, dado que los alemanes planteaban una paz que resultaba vergonzosa a los soviéticos, pues Polonia, Ucrania, Lituania, Kurlandia y Estonia serían anexadas.

Trotsky pasando una revista de armas en Moscú. Fotografía de Agence Rol., 1921. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

El Comité Central del Partido Bolchevique se dividió en tres posturas: la de la paz inmediata, aceptando las condiciones alemanas, propuesta por Lenin; la postura de la guerra revolucionaria contra los imperios del centro, propuesta por Bujarin; y la de ni la guerra ni la paz, propuesta por Trotsky. Solo después de duras y largas discusiones, y en medio de la reanudación de la ofensiva alemana el 17 de febrero de 1918, triunfó la posición de Lenin, que para él significaba una manera de reagrupar las fuerzas sociales de la revolución, de la economía y del ejército, para continuar el programa emancipador. La paz venía a ser una tregua, y la analogía histórica era la paz de “Tilsit”, cuando Napoleón obligó a firmar a Prusia su rendición en 1807 y aceptar la división de los ejércitos y el desmembramiento de Alemania. No obstante, los pueblos germanos se reagruparon y a la postre triunfaron, resurgiendo Alemania como nación. El balance sobre la paz de Brest-Litovsk muestra que la postura realista de Lenin permitió indicar a los pueblos del mundo la voluntad pacifista del Estado soviético, sin desconocer, como él mismo lo calificó, el carácter vergonzoso, aunque no capitulador, de esas negociaciones.

“Funerales por las víctimas de la Revolución” el 5 de abril de 1917 (23 de marzo según el calendario juliano) en Petrogrado.

 

Las posturas de Trotsky y de Bujarin, a la postre resultaron con perspectivas ciertas porque las monarquías de los estados austro-húngaro y alemán se desplomaron en un año, desplegándose la potente revolución alemana, que fue derrotada, pero que dio paso a un gobierno socialdemócrata. Alemania había obtenido con el tratado solo una victoria pírrica. El tratado fue ratificado en el VII Congreso del Partido Bolchevique en Moscú el 6 de marzo de 1918. Y en Berlín, fue ratificado por los alemanes el 15 de marzo.
Terminada la Primera Guerra Mundial, y firmado el Tratado de Versalles del 28 de junio de 1919, que protocolizó la derrota y rendición de Alemania, la Revolución Rusa tuvo que enfrentar la guerra civil interna y el bloqueo de las grandes potencias, ganando la primera y sobreviviendo a la segunda. Para ello crearon el Ejército Rojo: una nueva fuerza militar.

Moscú. Entierro de los bolcheviques muertos durante la revolución. Colección Library of Congress, Washington.

 

Tratado de Brest-Litovsk

(Firmado por Imperio Alemán, Rusia Soviética, Imperio Austro-Húngaro, Imperio
Otomano, Reino de Bulgaria)

Los puntos del Tratado de Brest-Litovsk, 3 de marzo de 1918, se resumen así:

Artículo 1: Se declara el fin de la guerra.
Artículo 2: Los firmantes debían suspender la propaganda contra el otro bando.
Artículo 3: Rusia renunció a hacer cualquier reclamación sobre los territorios al oeste de la línea de influencia trazada previamente. El futuro estatus de los aquellos territorios sería determinado por Alemania y Austria-Hungría.
Artículo 4: Alemania continuaría ocupando territorios al este de la línea de influencia trazada hasta que Rusia no se desmovilizara. Batum, Kars y Ardahan serían despejados de tropas rusas y cedidas al imperio otomano.
Artículo 5: Rusia debía limpiar sus aguas de barcos de guerra de las otras naciones aliadas. Rusia debe limpiar las aguas del Mar Báltico y Mar Negro de sus minas, e indicar las rutas de navegación seguras.
Artículo 6: Rusia debía suspender la lucha contra la República Popular Ucraniana. También desocupar Estonia y Livonia, que serían ocupadas por policías alemanes. Además, devolver a todos los habitantes de estas regiones que fueron deportados o arrestados. Por último, desocupar Finlandia y las islas Åland, incluyendo sus puertos.
Artículo 7: Rusia debería reconocer a Persia y Afganistán como estados libres e independientes.
Artículo 8: Los prisioneros de guerra de ambos bandos deberían ser liberados y devueltos a sus naciones de origen.
Artículo 9: Ambos bandos renunciarían a reclamar indemnizaciones de guerra.
Artículo 10: Se reiniciarían las relaciones diplomáticas entre ambos bandos.
Artículo 11: Las relaciones económicas entre los bandos serían definidas en otros apéndices.
Artículo 12: Las relaciones legales públicas y privadas serían discutidas en posteriores tratados, al igual que el intercambio de prisioneros y navíos mercantes en poder del otro bando.
Artículo 13: Se define la autoridad de los textos firmados.
Artículo 14: El Tratado debía ser ratificado en Berlín en un lapso inferior a dos semanas.

Vladímir llich Uliánov, Lenin
(Simbirsk,1870–Moscú,1924)

Su cuerpo embalsamado, visitado por millones de personas en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, es testimonio del papel de este hombre, líder de la Revolución Rusa que impuso, durante 70 años, el modelo político marxista – leninista. Nacido en una familia de intelectuales, Lenin condujo la instauración de la “dictadura del proletariado” según las teorías de Marx, Engels y otros pensadores del comunismo. Desde joven luchó contra la autocracia zarista. A la caída del zar abanderó el movimiento bolchevique, que triunfó en 1921. Invitó a los pueblos a abandonar el sentimiento nacionalista para abrazar el comunismo internacional, consistente en la unión de todo el proletariado, contra el capitalismo y el imperialismo. En el exilio previo a la revolución dirigió el diario obrero Pravda (La Verdad). Antes de su muerte expresó su temor por el enfrentamiento de su sucesor Stalin con Trotsky. En el Informe sobre la paz del 26 de octubre (8 de noviembre) de 1917, expedido por el Congreso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de toda Rusia, llama la atención el enfoque presentado sobre las anexiones: “De acuerdo con la conciencia jurídica de la democracia en general, y de las clases trabajadoras en particular, el gobierno entiende por anexión o conquista de territorios ajenos toda incorporación a un Estado grande o poderoso de una nacionalidad pequeña o débil, sin el deseo ni el consentimiento explícito, clara y libremente expresado por esta última, independientemente de la época en que se haya realizado esa incorporación forzosa, independientemente asimismo del grado de desarrollo o de atraso de la nación anexionada o mantenida por la fuerza en los límites de un Estado, independientemente, en fin, de si dicha nación se encuentra en Europa o en los lejanos países de ultramar”.

 

Lenin presenta una valoración notable y positiva del aporte de Clausewitz: “Este escritor, cuyos pensamientos fundamentales se han convertido en la actualidad en un pensamiento imprescindible para todo hombre que piensa, luchaba hace cerca de ochenta años contra el prejuicio filisteo, hijo de la ignorancia, de que es posible separar la guerra de la política de los gobiernos correspondientes, de las clases correspondientes; de que la guerra puede ser considerada, a veces, como una simple agresión que altera la paz y luego como el restablecimiento de esa paz violada”. (“La guerra y la revolución”. En: Contra la guerra imperialista. Recopilación de artículos y discursos. Moscú: Editorial Progreso, 1967, p. 243).

 

Zarina Alejandra Fiódorovna
(Darmstadt,1872–Ekaterinburgo, 1918)

Su vida es paradigma del momento y lugar equivocados. Hija de Luis IV, gran duque de Hesse,
alemán, nieta de la reina Victoria de Inglaterra, se convirtió en emperatriz de Rusia al casarse con el futuro zar Nicolás II, en 1894, tras convertirse a la religión ortodoxa y cambiar su nombre, Alix, por el de Alejandra Fiódorovna. Propensa al misticismo y a la superstición, ejerció una influencia decisiva sobre su esposo el zar, hombre de carácter débil. Obsesionada por la salud de su hijo hemofílico, cayó bajo el dominio total del monje Rasputín, quien había prometido la curación del heredero, y que logró un gran poder en la corte. En Ekaterinburgo, la noche del 16 al 17 de julio de 1918, fue ejecutada por los bolcheviques junto con toda su familia. Siempre han circulado leyendas en el sentido de que ella o algunas de sus hijas sobrevivieron a la ejecución.