21 de diciembre del 2024
 
Papa Pío X y su corte. Fotografía de Bain News Service, s.f. Colección Library of Congress, Washington.
Noviembre de 2014
Por :
José David Cortés Guerrero, Doctor en historia, El Colegio de México. Profesor asociado, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia.

NEUTRALIDAD EN MEDIO DE LA GUERRA

En conflictos como la Primera Guerra Mundial se alude, la mayoría de las veces, a los países que entraron en contienda. Sin embargo, no pueden olvidarse aquellos que declararon su neutralidad. En este texto revisaremos aquellos que optaron por la neutralidad, determinando las condiciones históricas que los llevaron a asumir esa posición.

La neutralidad de la santa sede

Papa Benedicto XV (Giacomo della Chiesa). Fotografía de Bain News Service, ca. 1910–1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

El comienzo de la Guerra coincidió con la muerte de Pío X y la elección del arzobispo de Bolonia, Italia, Giacomo della Chiesa como Papa, quien asumió el nombre de Benedicto XV. Fue a este al que le correspondió decidir la posición de la Santa Sede durante el conflicto. Dicha posición, desde el principio, fue la neutralidad en el sentido de no tomar partido por ninguno de los bandos en contienda, aunque se llegó a afirmar que la curia romana era germanófila. Las razones para esta afirmación son las siguientes: adhesión a una tradición teológica y eclesiológica de origen alemán; mayor presencia de católicos en los países integrantes de la alianza entre Alemania y el imperio austrohúngaro; rechazo por la postura que el gobierno francés estaba tomando contra la Iglesia católica. Pío X, comenzando el siglo XX, por medio de documentos como el decreto Lamentabili Sine Exitu, había condenado la modernidad y el modernismo cuyo máximo representante era Francia, país donde la Iglesia y el Estado se habían separado en 1905; porque Inglaterra era, en su mayoría, anglicana; y porque en Rusia había pocos católicos.

La imagen muestra al papa Pío X y el cardenal Merry del Val intentando apagar el fuego. En un fuelle está escrito: “Rebelión contra el Vaticano en el sur de Europa” y en el otro “intolerancia” e “infalibilidad”. En las nubes se lee: “La diplomacia de Leo” y sobre ellas se ve el espíritu de León XIII. Publicada por Keppler y Schwarzmann, Puck Building, 21 de septiembre de 1910. Colección Library of Congress, Washington, D.C.

 

Pero la neutralidad del Vaticano no se conformó con evitar el respaldo de algún contendiente. Desde que asumió el pontificado (3 de septiembre de 1914), Benedicto xv hizo continuos llamados por la paz, entre ellos para evitar que Italia entrase en la Guerra. Sin embargo, ninguno de esos llamados funcionó a pesar de que se afirma que uno de los aspectos que incidió en la decisión para elegir al cardenal della Chiesa como Papa fue el que había trabajado en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, durante el pontificado de León xiii, junto al cardenal Mariano Rampolla, por lo que tenía experiencia diplomática y ello sería importante en la búsqueda de la paz. Aquí es importante anotar que los buenos oficios vaticanos no funcionaron, en parte, porque el peso político de la Santa Sede era muy limitado, tanto así que muy pocos estados tenían ante ella representación diplomática.
Benedicto XV hizo llamados continuos por la paz. Los más conocidos son el documento pontificio del 1 de agosto de 1917 y la encíclica Quod Iam Diu que si bien fue promulgada después del fin del conflicto, 1 de diciembre de 1918, debe ser tomada como un llamado a la paz permanente. Veamos las características de ambos documentos.
El documento papal del 1º. de agosto de 1917 es un llamado a la paz dirigido a los gobernantes de los países en guerra. En él Benedicto XV explica tres puntos que ha mantenido la Santa Sede en el conflicto. Primero, la neutralidad, debido, en esencia, a que todos los hombres son hijos de Dios y, por lo tanto, era incoherente tomar partido por alguno de los bandos; segundo, ayudar a todos los que sufrían por la guerra; tercero, coadyuvar para encontrar el final de la guerra ofreciéndose como intermediario entre los países en conflicto. Sin embargo, el pontífice era consciente de que sus esfuerzos por lograr la paz no habían sido fructíferos por lo que hacía, de nuevo, un llamado en procura de la resolución de la guerra proponiendo puntos sobre los cuales debería encontrarse un acuerdo entre las partes. Ese acuerdo se caracterizaría porque debería primar la justicia sobre la fuerza, lo que significaba reducir la capacidad armamentística de los países. Además, los países contendientes, en aras de la paz, deberían renunciar a compensaciones e indemnizaciones. De igual manera, los países que habían ocupado territorios que no les pertenecían deberían abandonarlos. A la postre, ninguna de estas sugerencias surtió efecto.
Casi año y medio después, el 1 de diciembre de 1918, Benedicto xv promulgó la encíclica Quod Iam Diu. En ella destacan tres puntos. En el primero se agradecía a Dios por el armisticio logrado. Segundo, solicitaba a quienes tenían que reunirse en el Congreso de Versalles para un acuerdo de paz definitivo a que lo hicieran en función de la justicia. Tercero, pedía la oración de todos los católicos para que se obtuviese una paz con principios de “justicia cristiana”. Sin embargo, estos llamados tampoco fueron escuchados, pues sabemos que el Tratado de Versalles no se caracterizó, propiamente, por una “justicia cristiana” sino que fue altamente punitivo contra los países derrotados.

 

La neutralidad de suiza

Al finalizar el siglo XV, en 1499, Suiza se separó del Sacro Imperio Romano Germánico por medio de la guerra de Suabia. Esa separación fue reconocida casi siglo y medio después en la Paz de Westfalia (1648), en la cual también quedó proclamada la neutralidad suiza en futuras confrontaciones bélicas. Dicha neutralidad ha sido mantenida a lo largo del tiempo y ratificada por las diversas potencias europeas, como sucedió en el Congreso de Viena de 1815.

Soldados de montaña suizos marchando en la Effingerstrasse en Berna, durante la Primera Guerra Mundial. Fotografía de Bain News Service, ca. 1914–1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

Por la tradición de neutralidad de Suiza era claro que ella, salvo que fuese atacada, no participaría en ninguno de los bandos en contienda durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, son de anotar varias peculiaridades de la neutralidad suiza durante la guerra. Primero, Suiza estaba rodeada por países que estaban en guerra y que, además, eran enemigos entre sí. Por un lado, los imperios alemán y austrohúngaro y, por el otro, países aliados, Francia e Italia. Segundo, es conocido que Suiza presenta tres grandes grupos poblacionales que se distinguen por su idioma: alemán, italiano y francés. Si bien, Suiza como país era neutro la población de origen alemán apoyaba a los alemanes, mientras que las poblaciones de origen italiano y francés apoyaban a los aliados, por lo que la sociedad suiza tomó partido en la guerra. Ejemplo de lo anterior es que el comando del ejército suizo era pro alemán y suministraba información a los alemanes lo que llegó a generar disturbios en las regiones predominantemente francesas. Tercero, Suiza tuvo que fortalecer su ejército para evitar que los bandos en contienda ingresaran en su territorio para atravesarlo y atacar a su oponente. Sin embargo, fueron varias las veces en que los ejércitos en contienda violaron la frontera suiza, aunque en esencia la neutralidad del país fue respetada hasta el final de la guerra. Es de indicar que en materia económica Suiza se vio beneficiada por la guerra, sobre todo en las industrias química, farmacéutica y relojera, pues su producción se exportaba no solo a los países en conflicto.
 

La neutralidad de españa
 

La reina María Cristina de Habsburgo-Lorena. Óleo de Raimundo de Madrazo y Garreta, 1887. Colección Museo del Prado, Madrid. Reg. P02619

 

Se creía que España, cercana a Francia e Inglaterra, participaría en la guerra pero no fue así. Varias fueron las razones por las cuales España asumió la posición de neutralidad. Entre ellas se encuentra la dificultad para asumir económicamente la Guerra; no tener suficiente capacidad militar para afrontar el conflicto; por los problemas políticos internos que mostraban una monarquía cada vez más débil; porque la opinión pública estaba dividida entre adeptos a los alemanes y austriacos, y adeptos de los aliados por lo que asumir posición a favor de un contendiente podría generar conflictos internos; y porque se corría el riesgo de que esa opinión pública, que no se había entusiasmado ni comprometido con la campaña militar española en Marruecos, no lo hiciera con una guerra a gran escala.
Se indica que el que España no participara en la guerra le significó al país beneficios como aumento de la población y bonanza económica en cuanto a industria, comercio y finanzas. De igual manera, permitió que aparecieran, en la política, sectores socialistas y anarquistas vinculados con el sindicalismo. En cuanto a los sectores que apoyaban a los aliados estaban compuestos, en su mayoría, por la izquierda, los liberales y los anticlericales, además de la esposa del rey Alfonso XIII, Victoria Eugenia de Battenberg, princesa inglesa. Por su parte, los adeptos de Alemania y Austria-Hungría eran, en su mayoría, conservadores y católicos. Allí también estaba la reina madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa austriaca. A pesar de que España no varió su posición neutra, hacia 1917, cuando la guerra parecía inclinarse a favor de los aliados y Alemania había iniciado su guerra submarina sin cuartel, lo que significó que varias embarcaciones españolas fueran hundidas, llevando así a la opinión pública y a sectores políticos españoles a manifestarse a favor de los países aliados.

La neutralidad de México

Un país del que poco se habla en la Primera Guerra Mundial es México, debido, esencialmente, a que paralelo al conflicto mundial el país vivía su mayor conflagración social del siglo XX, la Revolución Mexicana. Sin embargo, el caso mexicano es importante debido no solo a la neutralidad que asumió sino a que, por ser frontera de Estados Unidos, fue objeto de continuos y constantes intereses por parte de los países en contienda para que entrara en guerra. Además, porque varios de esos países tenían intereses económicos, básicamente petroleros, en México. Varios aspectos pueden verse en cuanto a México y la Primera Guerra Mundial. Primero, que el comienzo de la guerra, y buena parte de la misma, coincidió con la etapa denominada constitucionalista, en donde los sectores revolucionarios –villistas, zapatistas y carrancistas– después de la Convención de Aguascalientes (octubre–noviembre de 1914) se enfrentaron entre sí. Segundo, que a Venustiano Carranza, quien fue presidente mexicano durante buena parte del período que coincidió con el de la guerra, se le identificó como adepto de los alemanes, por lo que fue visto con recelo por los aliados, aunque siempre mantuvo a México en la neutralidad. Tercero, que la opinión pública mexicana se dividió entre adeptos de los aliados y otros a los alemanes. Cuarto, países como Inglaterra dependían del petróleo mexicano por lo que la diplomacia jugó papel crucial para que no se cortara el flujo de combustible, tan importante para la guerra, evitando también que en la revolución mexicana los bandos en conflicto incendiaran los pozos. Quinto, por lo anterior el país también fue escenario propicio para el accionar de espías de ambos bandos de la guerra los cuales llegaron, incluso, a enfrentarse en territorio mexicano.

General Venustiano Carranza de la Garza, líder de la revolución mexicana y luego presidente en 1914. Fotografía de Bain News Service, 4 de noviembre de 1913. Colección Library of Congress, Washington.

 

Un caso reconocido que ejemplifica lo mencionado atrás es el Telegrama Zimmermann, que recibió su nombre por el del ministro de relaciones exteriores de Alemania. En este documento, fechado el 16 de enero de 1917 y enviado al embajador alemán en México, Heinrich von Eckardt, se proponía a México aliarse con Alemania si Estados Unidos llegase a entrar en la guerra, para enfrentarlo. De igual manera, se le pedía a México que invitara a Japón a retirarse de los países aliados para pasarse al bando alemán. A México se le prometía que recuperaría los territorios perdidos en la guerra con Estados Unidos en 1847–1848. El documento fue interceptado y descifrado, se comprobó su autenticidad y sirvió para que Estados Unidos y los aliados estuvieran más atentos a las acciones de los alemanes en México.

CRÓNICAS DE LA GRAN GUERRA

(Diarios, novelas y cuentos)

El soldado alemán Hans Leip, a la edad de los 22 años, tras ser trasladado durante la Primera Guerra Mundial al frente ruso, compuso una poesía en la que recordaba a su novia, Lilí, hija de un tendero de su ciudad natal. Esos poemas publicados en 1937 llamaron la atención del compositor Norbert Schultze quien les puso música con el nombre de ‘La chica bajo la farola’, canción que se haría famosa con el nombre de ‘Lili Marleen’ durante la Segunda Guerra Mundial, en la voz de Lale Andersen.

 

 

“Soy el único que tiene razón, porque soy el único que sabe lo que quiere: no morir jamás. —Pero si resulta imposible rechazar así la guerra, ¡Ferdinand! Solamente los locos y los cobardes
rechazan la guerra cuando su patria está en peligro… —Entonces ¡que vivan los locos y los cobardes! O mejor dicho: ¡que sobrevivan los locos y los cobardes! ¿Te acuerdas, Lola, de un solo nombre, por ejemplo, de aquellos soldados que murieron en la guerra de Cien Años? ¿Has tratado de conocer uno solo de esos nombres?… De ninguna manera, ¿no es cierto? Todos esos nombres permanecen para ti anónimos, indiferentes y más desconocidos que el último átomo de este pisa papel que está delante de nosotros, que tus desechos matinales… ¿Te das cuenta entonces de que murieron inútilmente? ¡Murieron absolutamente para nada esos cretinos! ¡Yo te lo aseguro! La prueba ya está hecha. Lo único que importa es la vida. Yo te apostaría lo que fuera que de aquí a unos mil años esta guerra, que te parece notable, será completamente olvidada… Tal vez si apenas una docena de eruditos se pondrán a discutir, por aquí o por allá, cuando se ofrezca, sobre las fechas de las principales hecatombes que la ilustraron… Eso es todo lo que los hombres encontraron memorable, hasta este momento, al tratarse de sus semejantes a algunos siglos, a algunos años, a veces a algunas horas de distancia… Yo no creo en el porvenir, Lola…”
Louis Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1960.

“Alberto lo dice claramente:
—La guerra nos ha estropeado para todo.
Tiene razón. Ya no somos juventud. Ya no queremos conquistar por asalto el mundo. Somos unos hombres que huyen. Huimos de nosotros mismos. De nuestra vida. Teníamos dieciocho años, empezábamos a amar el mundo, la vida; pero teníamos que disparar contra todo eso. Y la primera granada que explotó, dio en medio de nuestro corazón. Estamos al margen de toda actividad, de toda aspiración, del progreso. No creemos ya en esto. Solo creemos en la guerra”.
Erich María Remarque. Sin novedad en el frente.
Buenos Aires, Editorial Tor, 1944.

“Esos no son soldados, son hombres. No son aventureros, guerreros hechos para la carnicería humana (o carniceros o ganado). Son jornaleros y obreros y se les reconoce a pesar de sus uniformes. Son civiles arrancados de cuajo de su sitio. Están a punto. Esperan la señal para morir y matar, pero se ve, al contemplar sus rostros entre los rayos verticales de las bayonetas, que son simples hombres”.
Henri Barbusse. El fuego (Diario de una escuadra).
Barcelona, Editorial Montesinos, s.f.

Referencias

1 Cárcel Orti, Vicente. Historia de la Iglesia III. La Iglesia en la época contemporánea, Madrid, Ediciones Palabra, 1999, pp. 352-355.

2 Encíclica Quod I am Diu,en http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xv/encyclicals/documents/hf_benxv_enc_01121918_quod-iam-diu_sp.html (Consultada: 11 de septiembre de 2014).

3 Guilliard, Charles. Historia de Suiza, Madrid, Salvat, 1953, pp. 20-96.

4 Fahrni, Dieter. Historia de Suiza. Ojeada a la evolución de un pequeño país desde sus orígenes hasta nuestros días, Zürich, Fundación Suiza de Cultura Pro Helvetia, 1984, pp. 79-83.

5 Para ver la posición de España en la Guerra puede consultarse Moradiellos, Enrique. “La política europea, 1898–1939”, en Ayer, núm. 49, Madrid, 2003, pp. 55–80.

6 Gerhardt, Ray. “Inglaterra y el petróleo mexicano durante la Primera Guerra Mundial”, en Historia Mexicana, vol. 25, núm. 1, Ciudad de México, julio-septiembre de 1975, pp. 118–142.