EL RÍO MAGDALENA EN LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS
La importancia del río Magdalena en la configuración del Estado colombiano ha sido señalada con frecuencia. El río permitió una conexión del fragmentado territorio, generó intercambios comerciales entre regiones que carecían de otras vías para comunicarse, y fue la principal ruta por la que la capital pudo conectarse con el mundo. El papel cohesionador del río se evidencia de nuevo al observar la atención que se prestó a su control en las diferentes guerras civiles por las que atravesó el país en el siglo XIX. Aquellos que se levantaron en armas contra los gobiernos de turno, pusieron especial atención en ejercer dominio sobre el río, como estrategia para lograr el control de una buena parte del territorio y poner en vilo al gobierno central. Y por lo mismo, los gobiernos también dieron prioridad a la protección de esa vía fluvial.
Como muestra el historiador Malcolm Deas1, en la guerra de 1885 el levantamiento liberal logró poner en peligro al gobierno de Rafael Núñez, en tanto uno de sus líderes, Ricardo Gaitán Obeso, consiguió controlar el río desde Honda hasta Barranquilla, reuniendo en los pueblos ribereños dinero, pertrechos y gente que le permitieron sostener por un período largo, y en ese vasto territorio, un contrapoder importante frente al poder gubernamental.
Planes de guerra
Posiblemente las lecciones de aquella guerrafueron de utilidad para los liberales que volvieron a organizar un levantamiento contra el gobierno a finales del siglo XIX. Max Carriazo, líder liberal de Girardot, dirigió en 1898 una carta a Rafael Uribe Uribe2, principal instigador de la guerra que pronto empezaría. Carriazo le proponía un plan de toma del río Magdalena, que no solo buscaba tomar el control del río, sino usar ese ataque como el medio para expandir la guerra por todo el país. Carriazo, quien se convertiría en un importante jefe de guerrillas en el Tolima durante la guerra, se ofrecía para liderar personalmente tal plan. Según decía, a sus 28 años encabezaba en Girardot “la opinión del movimiento nuevo”, tenía conocimientos militares y había sido navegante de vapor por el Magdalena por ocho años, lo que le otorgaba un conocimiento directo del río y del personal que trabajaba en él.
Su plan consistía en convocar a la gente favorable al partido a las riberas del río en el día señalado para iniciar la guerra. Dichos partidarios se irían tomando los puertos del río, empezando por Girardot, al tiempo que se apropiarían de las embarcaciones apostadas a lo largo del río. Las embarcaciones que estuvieran navegando serían tomadas por medio de comisiones a bordo de champanes y canoas, dejando inútiles todas aquellas que pudieran quedar sirviendo al enemigo. Además de ello, se recogería de las riberas la mayor cantidad posible de madera, ganado y otros elementos útiles para la revolución. Obviamente debían ser apropiadas las mercancías encontradas en bodegas y aduanas. El plan de Carriazo también proponía sorprender, con “buques disfrazados de paz”, las oficinas telegráficas, para enviar por intermedio de ellas “mensajes apócrifos provechosos a la revolución”. Ya habiendo controlado también el bajo Magdalena, se enviaría por el río Cauca un buque pequeño, para continuar por esa vía la difusión del levantamiento. De otro lado, se atacaría a Barranquilla con buques atrincherados con el fin de adueñarse de las aduanas y tomar el control del puerto para permitir el ingreso de las armas que debían llegar por parte de apoyos del exterior.
No era este un plan muy diferente del seguido por Gaitán Obeso en su momento: probablemente las acciones de aquel líder habían alcanzado fama entre los habitantes de los pueblos a orillas del Magdalena. Pero a pesar de la complejidad del plan y de que ya este había mostrado eficacia en otro momento, no fue esta la estrategia que finalmente impulsaron los liberales para iniciar la guerra en 1899: el primer gran encuentro de armas de ese conflicto giró en torno al control del río Magdalena, pero no desde Girardot, sino desde Barranquilla.
Batalla de los Obispos
En un osado ataque perpetrado en ese puerto, los liberales al mando de Julio E. Vengoechea lograron tomar el control de varios buques y lanchas que había ancladas allí. En las embarcaciones recién apropiadas, los liberales sublevados emprendieron el ascenso del río. Pero los gobiernistas reaccionaron con prisa movilizando hacia Barranquilla embarcaciones militares que tenían río arriba. El choque entre las dos flotillas sucedió en el punto de “Los Obispos”, cerca al pueblo de Gamarra (en el hoy Departamento del Cesar). El relato del liberal José María Vesga y Ávila describe, de manera poética, lo que fue probablemente un desordenado enfrentamiento:
“En medio de las pavorosas tinieblas de una noche obscurísima, teniendo por testigos el cielo, las turbias ondas del Magdalena y los bosques seculares que sombrean sus orillas, los combatientes se arremetieron con tan horrible furia, que el estruendo de la refriega nada tenía que envidiar a las tremendas tormentas que llevan el pavor a los corazones en medio de las soledades de los mares. El bramido del cañón y las descargas de la fusilería ensordecían los aires, apagaban los melancólicos ruidos de la noche, y como convulsa y azorada, temblaba en sus cimientos aquella naturaleza virgen y bravía”3.
Finalmente la victoria fue para las fuerzas gobiernistas pues, según la explicación del militar Guillermo Plazas Olarte, la flotilla que comandaban los liberales no era de guerra y, por tanto, no estaba blindada ni tenía armamento, mientras que los buques gobiernistas eran militares, por lo que estaban mejor apertrechados, e incluso tenían cañones4.
El triunfo del gobierno garantizó el dominio estatal del Magdalena por el resto de la guerra y, al mismo tiempo, significó para los liberales una pérdida que no dejaron de lamentar en las reconstrucciones que hicieron luego de ella. Así se expresa Vesga y Ávila sobre la derrota: “En Los Obispos perdió la revolución la esperanza de dominar en nuestra principal arteria fluvial; dominio que en pocos días más habría poblado de combatientes, dado el entusiasmo con que eran recibidos por dondequiera que pasaban”5.
Rafael Uribe Uribe, por su parte, señalaba la posición ventajosa que obtuvo el gobierno con respecto a las fuerzas liberales, gracias a ese triunfo inicial sobre el Magdalena:
“El gobierno señoreaba, pues, sin obstáculos la navegación del Magdalena, lo que a la vez que para los liberales constituía una barrera entre el Departamento de ese nombre y el de Bolívar, daba al Gobierno la incontrastable ventaja de la rapidez de los movimientos y de las comunicaciones, pudiendo acudir con sus tropas en los vapores a los lugares donde se necesitara, mientras los revolucionarios tenían que recorrer esas mismas o mayores distancias por los pésimos caminos de tierra, intransitables en invierno”6.
Estos y otros relatos liberales señalaban lo útil que hubiera sido el control del río para su campaña, tanto para el transporte de pertrechos y tropas, como para las tareas de cooptación de combatientes y para la articulación de las acciones por parte de los sublevados.
El río desde la perspectiva local
Pero esa temprana pérdida del control del río no fue óbice para que los rebeldes siguieran actuando en inmediaciones del río. Tales acciones pueden observarse si se analiza la guerra desde una perspectiva más local, enfoque que se ha adoptado menos. En efecto, las guerras civiles se han visto tradicionalmente como momentos de confrontación entre el “Estado” y élites excluidas del poder que pretendían acceder a él por medio de levantamientos armados que, por lo general, tenían poco éxito. Pero debe tenerse en cuenta que ese Estado, aun a finales del siglo XIX, contaba con un poder precario, reducido al control de porciones mínimas de la población y de territorios muy limitados (por ejemplo, el río Magdalena justamente). Partiendo de esta premisa, pueden dimensionarse mejor tanto la capacidad militar del Estado para responder a levantamientos armados como la actitud de los rebeldes mismos.
Nos hemos acostumbrado a los análisis de las guerras civiles hechos a partir de las memorias partidistas e interesadas de quienes participaron en los conflictos. En esos documentos se enaltece la actuación de los bandos, tanto de los gobiernistas como de los rebeldes, tratando de mostrar la coherencia y planificación estratégica de sus acciones. No obstante, al revisarse otro tipo de documentos que no estaban dirigidos a un público amplio, como la correspondencia privada de los combatientes, o las comunicaciones internas de los jefes militares (por ejemplo, telegramas), se observa la precariedad y desorganización, tanto de los ejércitos estatales como de los rebeldes. El conflicto aparece disgregado en múltiples espacios de confrontación entre fuerzas que no están tan claramente constituidas, ni tan radicalmente opuestas.
El cambio de perspectiva también ilumina otras motivaciones para los enfrentamientos: en muchas localidades los levantamientos no se dirigen a obtener el control del poder nacional, sino que sus luchas se inscriben en los problemas locales. Del mismo modo, los gobiernos locales no están preocupados porque esos rebeldes busquen tomarse el poder nacional, sino que pretenden mantener su precario control sobre poblaciones específicas.
De otro lado, al mirar la guerra desde su desarrollo local, las “grandes batallas” pierden importancia, al menos para aquellas localidades lejanas al epicentro de los sucesos. En el caso del río Magdalena en la guerra de los mil días, a pesar de que los liberales perdieron su dominio desde el comienzo de la guerra con la estruendosa derrota de Los Obispos, los rebeldes siguieron haciendo uso del río, aunque de manera temporal y clandestina por el obvio peligro que ello representaba.
Si se analiza, por ejemplo, la actividad de los liberales en las localidades del Tolima próximas al río7 se puede ver cómo los rebeldes se estaban moviendo constantemente entre Tolima y Cundinamarca, según la presencia gobiernista que hubiera del otro lado. En especial en las noches y usando tramos que no estaban lo suficientemente vigilados (aunque no siempre con éxito), ellos cruzaban el río o transportaban pertrechos para sus tropas. Los jefes obviamente también lo hacían. Así como Rafael Uribe Uribe pasó de incógnito en el punto de Magangué, para hacer campaña en el Departamento de Bolívar después del descalabro de Palonegro en 1900, jefes del Tolima como Ramón Marín, Clodomiro Castillo y Aristóbulo Ibáñez cruzaron varias veces el río según las circunstancias que reinaban en la otra orilla. Por otra parte, los documentos también se refieren a poblaciones del Tolima y Cundinamarca a orillas del Magdalena, en donde se conformaron grupos guerrilleros como Guataquicito, La Barrialosa, Ambalema y Nariño.
Fueron constantes también los asaltos y tomas a puertos del Magdalena. Sabemos que Rafael Uribe Uribe ocupó Magangué por unos días. Así mismo, Ramón Marín y sus hombres atacaron varias veces Honda y Ambalema, y Tulio Varón incursionó en Girardot. Con esas tomas, los líderes, más que buscar el control de esas poblaciones, lo que pretendían era apropiarse de mercancías para financiar a sus grupos.
Es muy interesante observar cómo también los pueblos a orillas del Magdalena fueron activos mercados de los productos que los rebeldes producían o expropiaban. Por ejemplo, las guerrillas de la zona de Doima (al oriente de Ibagué), comandadas, entre otros, por el mencionado Tulio Varón, tuvieron como una de sus principales fuentes de ingresos la comercialización de productos en los pueblos del río. Según un hombre cercano a la guerrilla, los hombres de Varón “expropian cueros, café, anís, tabaco, ropa, ganados y bestias. Todo esto lo venden y lo reducen a dinero. Los mejores mercados para sus ventas son Ambalema, Piedras y La Vega. No sé cuáles sean los compradores, infiero que conservadores y liberales especuladores”8 (Piedras estaba muy cerca al río Magdalena y los otros dos eran puertos sobre el río). Así mismo, tenían en esos tres lugares carnicerías permanentes en las que vendían la carne del ganado que tenían en los llanos de Doima.
Este acercamiento rápido a un ámbito local, en este caso la ribera tolimense del Magdalena, permite ver que, más allá del dominio “oficial” que pudo ejercer el gobierno sobre el río, los rebeldes encontraron también las maneras de usar a su favor aquella importante vía fluvial.
Referencias
3. Vesga y Ávila, José María. La guerra de tres años, Bogotá, Imprenta Eléctrica, 1914, p. 81.
4. Plazas Olarte, Guillermo. La guerra civil de los mil días, Tunja, Academia Boyacense de Historia, 1985, pp. 45-47.
5. Vesga y Ávila, José María. La guerra de tres años, Bogotá, Imprenta Eléctrica, 1914, p. 82.
8. Archivo Histórico de Ibagué, Fondo República, Documentos de la Alcaldía, caja 321, folio 662v.