05 de octubre del 2024
Ilustración Magda Hernández.
4 de Marzo de 2013
Por:

Hace dos siglos, el español Francisco Javier Caro publicó en Santafé de Bogotá decenas de epigramas cáusticos contra los próceres de la Independencia. La vida lo castigó haciéndolo tronco de una ilustre familia republicana.

Daniel Samper Pizano

El chapetón que se reía de la Patria Boba

Entre 1810 y 1815, doscientos años atrás, Colombia dio sus primeros pasos republicanos en la época de la Patria Boba. Se la llamó así, según los historiadores Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, “por el candor que en lo general distinguía a nuestro primeros políticos”, semejante a “la edad del niño que no tiene prudencia y madurez”. Lo prueba el hecho de que, no bien se dio el grito de Independencia, los criollos se dedicaron a pelear entre sí y a enfrentar a patriotas contra patriotas. Una bobada, sin duda.

Pero en medio de las tontas guerritas de los neogranadinos libres floreció un chapetón vivaz que se dedicó con sus versos punzantes a atacar a los próceres de la libertad. Ese personaje atrevido e ingenioso era el español Francisco Javier Caro, nacido en Cádiz en 1750, divertido e incluso cruel en sus descripciones y abominaciones. Incorregible realista ―es decir, partidario de la corona española—, godo regodo, como se llamaba entonces a los partidarios del régimen colonial, y abierto enemigo de los políticos de la naciente república, no dejó títere con cabeza ni patricio sin denuesto. Aprovechando la libertad de expresión que no había existido en tiempos del régimen colonial, Caro publicó su arrume de décimas denigrantes, que circularon profusamente no sólo por su osadía sino por su innegable gracia.

La siguiente es una breve antología de los chispazos de uno de nuestros primeros poetas satíricos, que se dio el lujo de comer carne de próceres.

Don Antonio Nariño, el precursor de la Independencia (1765-1823), estuvo al frente del Estado de Cundinamarca y se enfrentó a las huestes de otro neogranadino, Antonio Baraya. Sobre él escribió Caro:

Unos dicen que es villano,
otros que es usurpador,
aquellos, que es un traidor;
estos, que es un mal cristiano.
Ya dicen que es un tirano
y ya que es un francmasón;
pero entre tanta opinión,
nos ha dicho don Juan Niño
que don Antonio Nariño
es un puro Napoleón.

En cuanto a Baraya (1765-1823), venció a Nariño en la batalla de Paloblanco, pero luego lo derrotó Nariño en Santafé y acabó fusilado en la capital por el reconquistador, Pablo Morillo. Antes de que ello ocurriera, escribió Caro:

Baraya es un botarate
y un cobarde mequetrefe
que quiso meterse a jefe
siendo un pobre zaragate.
Este militar-petate
con su cara de chorote
y su nariz de virote
queriendo enderezar entuertos
hace entre vivos y muertos
el papel de don Quijote.

El bogotano Miguel Pey (1763-1838) fue el primer gobernante criollo de Colombia. Pero a Caro sólo le interesaba su voracidad en la mesa:

El tremendo Miguel Pey,
que por su mucho poder
en el comer y el beber
todos le llaman el Buey,
no tiene más rey ni ley
que andar siempre con peones,
beber chicha en bodegones,
cortejar a las… pichonas
y hartarse en sus comilonas
de mondongo y chicharrones.

El sabio Francisco José de Caldas (Popayán, 1768- Bogotá, 1816, fusilado por Morillo) fue un firme patriota y un devoto científico, entre cuyos discípulos sobresalía don Benedicto Domínguez, de familia procera. Ellos inspiraron a Caro las siguientes décimas:

El simplón don Benedicto,
aunque es un Juan de buena alma,
no parece que esté en calma
con su cara de conflicto.
Es calentador, adicto
a la cantidad sonora,
y con Caldas se asesora,
calculando entre los dos
cuántos cuartos da el reloj
antes de tocar la hora.

Es Caldas una caldera
de energúmeno rencor,
cobarde como traidor
y cruel como una fiera;
desde luego, si él pudiera
destruir a toda España
no lo excusara la saña;
y se carcome de envidia,
pues ve que con su perfidia
no vale una telaraña.

El grito independentista del 20 de julio de 1810 estalló a raíz de un frustrado homenaje al ecuatoriano don Antonio Villavicencio (1775-1816, fusilado por Morillo), a quien se había designado comisario regio para la Nueva Granada. Esta condición lo estimuló como patriota, lo que produjo enorme desagrado al chapetón Caro:

De estos ídolos de lata
que hasta a sus adoradores
son indignos y traidores
Villavicencio es la nata;
y, en efecto, si se trata
de observar su proceder,
mayor no le puede haber
y es fuerza que a todos venza:
más traidor tan sinvergüenza
no ha nacido de mujer.

Tampoco era de sus simpatías Manuel Bernardo Álvarez (1743-fusilado en 1816), abogado nariñista y presidente-dictador del Estado de Cundinamarca:

Voy a sentarle la mano
a un viejo, el más enemigo,
don Manuel Álvarez digo,
que llaman el Gallo Enano.
Si le digo que es marrano,
me dirá que él ya lo sabe;
mejor será que lo alabe
diciendo que es un bendito
muy devoto y muy santito:
si es pulla, que se la clave.

Hermano de José Celestino Mutis, y de familia raizal española, era Sinforoso Mutis (Bucaramanga, 1733- Bogotá, 1822). Sucedió al sabio en la tarea de organizar documentos científicos de la Expedición Botánica. Caro lo odiaba, naturalmente:

Ningún galán primoroso,
aunque sea el más pintado,
le gana en lo jorobado
al tuerto don Sinforoso.
Creyó este zote chismoso
que se heredaba el saber:
botánico quiso ser;
ahora se metió a impresor
y es supervigilador
roncando con su mujer.

Otro que estuvo vinculado a la Expedición Botánica fue el contabilista y escribiente José María Carbonell (Bogotá, 1778- Bogotá, ahorcado, 1816). Caro no lo baja de ladrón.

Carbonell, que es sustituto,
y que en todo lleva parte,
es aguililla en el arte
de arrapiñar su tributo.
Otro gato más astuto,
más ladrón ni más sutil
ni de proceder más vil
en punto de mala fe
no es fácil se encuentre, aunque
se busque con un candil.

El abogado Camilo Torres Tenorio (Popayán, 1766- Bogotá, fusilado y desmembrado, 1816) no sólo articuló las quejas de los criollos contra el virreinato sino que ocupó la Presidencia de las Provincia Unidas de Nueva Granada. En castigo, Caro lo caricaturizó en la décima siguiente:

Una cara de pastel
con boca de oreja a oreja
y una voz como de vieja
que está cantando al rabel:
un corazón todo hiel
donde la paz no halla asilo
y es detractor cuyo estilo
es de clérigo mulato:
hete aquí el puro retrato
del doctor Torres Camilo.

Llamado ‘el verbo de la Revolución’ por su famosa intervención oratoria el 20 de julio de 1810, José Acevedo y Gómez siguió vinculado a la política durante la Patria Boba. Murió en la selva del Caquetá huyendo de la represión española en 1817, años después de que Caro le endilgó el siguiente epigrama:

De otro pollo voy a hacer
un bosquejo aquí, si puedo,
que es el bribón de Acevedo.
Exacto no podrá ser,
pues esto fuera querer
hasta las nubes subir
o sin manteca freír:
con decir es francmasón,
sin ley y sin religión,
no tengo más que decir.

Manuel del Socorro Rodríguez (Cuba, 1758- Bogotá, 1819) fue padre del periodismo y de las bibliotecas colombianas. Era menos dotado para la escritura, talón de Aquiles que le atacó en sus versos el señor Caro:

Ven aquí, tú, estrafalario
perrazo con piel de zorro;
sal aquí, Manuel Socorro,
pasa aquí, bibliotecario.
Sí, aprendiz de boticario:
no mereces ser trompeta,
¿quién te ha metido a poeta?
¿No reflexionas, mohíno,
que no ha habido escritor fino
que tenga un palmo de jeta?

¡Qué contraste con las zalamerías y elogios que prodigó don Francisco Javier al pacificador Pablo Morillo! El 29 de junio de 1816, tras la victoria del comandante español en la batalla de Cuchilla del Tambo, pergeñó un canto del que copio un par de estrofas:

Morillo ilustre: si para elogiarte,
aunque Apolo su lira me prestara,
hacerlo dignamente no lograra:
¿cómo podré sin ella celebrarte?

….

No hay más que ser (después de ser cristiano,
católico, apostólico y romano)
en cuanto el sol alumbra y el mar baña
que ser vasallo fiel del rey de España.

Dicen que Dios no castiga con palo ni con rejo, así que fustigó las coplas retrógradas de don Francisco Javier dándole una familia independentista y republicana. Su hijo Antonio José, criollo típico, murió joven y enemigo del Virreinato. Su nieto José Eusebio, nacido en 1817, fue fundador del Partido Conservador en la nueva patria y se le atribuye la paternidad de la poesía romántica nacional. Por ser huérfano desde temprana edad, lo educó el abuelo hasta 1822, cuando este falleció. 

Murió el nieto al regresar de un largo exilio en 1853, y su hijo, el político y humanista ultracachaco Miguel Antonio Caro Tovar (1843-1909), fue vicepresidente y presidente de la República e influyente líder durante el último tercio del siglo XIX. Quien ha tratado a los Caro, actuales o pasados, conoce la vena de humor que hay en ellos. Hasta el solemne don Miguel Antonio la exhibía en casa, según su yerno Tomás Rueda Vargas. Por lo menos uno de sus descendientes, Víctor Eduardo, se destacó como humorista y autor de poesía para niños. Sergio Jaramillo Caro, negociador del gobierno de Juan Manuel Santos con las Farc, es tataranieto de don Miguel Antonio y descendiente de don Francisco Javier. No se ha sabido si, como este, escribe versos chistosos.

DOS CURAS POETAS QUE ODIABAN A BOLÍVAR

Dos presbíteros de la Patria Boba se disputaron el odio a Bolívar en rimas. El cura bogotano Juan Manuel García Tejada (1774-1869) fue un poeta muy popular y muy entrometido en política. Murió siendo obispo de Pasto. He aquí una muestra de su manía al Libertador: 

Bolívar, el cruel Nerón,
este Herodes sin segundo,
quiere arruinar este mundo
y también la religión;
salga todo chapetón,
salga todo ciudadano,
salga, en fin, el buen cristiano
a cumplir con su deber,
hasta que logremos ver
la muerte de este tirano.

El segundo cura que hace dos siglos dejó constancia de su profunda antipatía por Bolívar fue don José Antonio Torres y Peña. Según uno de sus biógrafos, se trata de “un sacerdote modelo de virtudes”: casto, penitente, desinteresado y que no cobraba a los pobres. Eso sí, concentraba en Bolívar el feo pecado del odio, según se deduce por estrofas como la siguiente:

El sangriento Bolívar al pillaje
de los negros bandidos que acaudilla
añade en todas partes el ultraje
de exigirle el respeto a su gavilla.
Aunque sean oficiales en el traje
no son más que asesinos en pandilla,
que de arrieros, esclavos y hombres vagos
Bolívar adiestro con sus estragos.