CUERVO, URICOECHEA, SILVA Y FLÓREZ: CUATRO AMORES SIN RETORNO
Cuatro personalidades distintas, con un común denominador, el amor. Cuatro inteligencias poderosas que brillan en lo más alto de nuestro firmamento intelectual, cada una con un amor que no le fue dado poseer. Un filólogo sobrenatural, neurótico y místico, que escribió poemas a escondidas; un antropólogo, médico, lingüista, filósofo, etnólogo y catedrático, liberal y descreído, que jamás escribió un verso; un poeta y novelista, entre místico y descreído, liberal y aristocrático, que revolucionó la prosa y la poesía; y un poeta de profunda inspiración, liberal y escéptico, que llegó a ser en vida el bardo más famoso de América. Todos ellos, románticos a su manera, enamorados de la mujer imposible. Como buenos románticos.
Rufino José Cuervo: un amor fantasma
Cuenta Luis López de Mesa1 quela única referencia para rebatir la abstinencia legendaria de Rufino José Cuervo en asuntos amorosos o sexuales (al contrario de la reconocida ‘concupiscencia’ de su hermano Ángel), es un nombre: Julia. Julia habría sido el amor juvenil de Rufino José, y la mujer a la que amó el resto de su vida. En el ambiguo relato de López de Mesa no se sabe si aquel amor fue unilateral, es decir, Cuervo amó a Julia sin que esta lo supiera jamás, o ella lo supo y no le correspondió, o lo hizo al principio y después lo rehuyó, dejando en Cuervo un escepticismo invencible respecto a su relación con las mujeres, resuelto a permanecer soltero, como permaneció en efecto, e incluso con tendencias a abandonar la vida mundana e ingresar al sacerdocio, cosa que nunca ocurrió. Rufino José era un católico devoto, y a ratos beato, pero sus intenciones de hacerse sacerdote carecían de seriedad. En 1873 Ezequiel Uricoechea, a quien le llegaron a París rumores de que su grande amigo Rufino José preparaba su ingreso en alguna orden o comunidad religiosa, le escribió para burlarse de semejante intención y le dijo que se dejara de beaterías2.
¿Quién era Julia? López de Mesa no lo revela. Después de elaboradas elucubraciones, asegura que Julia existió “y también se quemó en el horno implacable de este Palissy3 humanista. Sino que [ella] debió de dejarle memoria indeleble, porque treinta años después decía a quien le preguntaba si no gustaría de regresar a Colombia: ‘Si Julia viviese’…”. Algunos jóvenes de la generación del Centenario, que tuvieron la oportunidad de conocer a Cuervo uno o dos años antes de su muerte (17 de julio de 1911) estaban en el secreto de quién era Julia, entre ellos Eduardo Santos, Luis Eduardo Nieto Caballero y el propio López de Mesa. Julia era Julia Valenzuela, de quien no se conoce el menor dato biográfico. Un fantasma que, en contravía del papel normal de los fantasmas, no asustó a Rufino José Cuervo. Más bien colmó de amor y de alegría la vida de aquel sabio solitario. Existe la leyenda de que al emprender su viaje definitivo a Europa los hermanos Ángel y Rufino Cuervo, marchó, no con ellos, pero sí al tiempo con ellos, y con el mismo destino (la ciudad de París), la señorita Julia Valenzuela, con gastos pagados por el señor Rufino José Cuervo y su cómplice el señor Ángel Cuervo.
No se ignora que muchas veces, entre 1883 y 1896, año de la muerte de Ángel, cuando este, hacia las cinco de la mañana, llegaba a alguno de los tres apartamentos que compartió con su hermano menor, Rufino José salía, y se cruzaban en las escaleras. Ángel volvía de alguna de los reuniones o veladas, de arte, de literatura, de teatro, de ópera, o de simples juergas, en que participaba casi a diario, y Rufino José iba a su misa cotidiana… y después de la misa, a visitar a Julia, quien solía además acompañarlo en sus frecuentes obras de caridad o hasta las puertas de la Biblioteca Nacional.
Julia Valenzuela habría estado en París con su amado Rufino José durante veinte años. Cuando se produjo la crisis financiera de 1902, que afectó las remesas mensuales que se le hacían a Cuervo desde Bogotá, decidieron que Julia regresara a Colombia, no a Bogotá, sino a Medellín, donde se establecería en espera de Rufino José, quien le anunció a su sobrino Pedro Ignacio Barreto que, de retornar a Colombia, se instalaría en Medellín. Barreto consiguió enderezar las finanzas de su tío, restableció las remesas, y Cuervo fue dilatando su viaje a Medellín hasta que un día, posiblemente hacia 1905, le llegó la noticia de la muerte de su amada y fantasmal Julia. En una carta familiar del 5 de enero de ese año escribe estas palabras melancólicas, con las que parece querer darse a sí mismo fortaleza para superar la noticia devastadora: “En la naturaleza física, de los despojos de la muerte brota la vida: ¿por qué en lo moral no hemos de ver lo mismo? Las virtudes y ejemplos de los muertos han de fecundar nuestra vida interior, y hacer que aprovechemos el breve plazo que tenemos, para mejorarnos en todos conceptos”4. Sufre un “lance imprevisto” y resuelve modificar su testamento, el 17 de junio, quizá porque una de sus beneficiarios ya no existía.
Ezequiel Uricoechea:¿el amante latino?
gran amor fantasma de Rufino José Cuervo Urisarri, todavía menos se conoce sobre el de Ezequiel Uricoechea Rodríguez. De haber existido una mujer a la que amó Ezequiel Uricoechea, nadie, ni ella misma, supo al respecto. Uricoechea era el espécimen del soltero, amante rabioso de su independencia, y al mismo tiempo, admirador devoto del sexo femenino. Era como el amante latino “que de mano en mano va, y ninguna se lo queda”.
En su carta a Rufino José Cuervo, del 3 de junio de 1873, responde Ezequiel una pregunta que le hace Rufino sobre si es cierto que se va a casar con una madrileña: “No solo usted sino todos me preguntan si doy los cinco a una madrileña. No, Rufino, ni por pasar el rato se me ha ocurrido semejante cosa. Justamente por eso no quise ni visitar. Solo iba a casa de unas primas nuestras y mi hermano me escribe que en la familia me casan con una de ellas. ¡La última se casó hace seis años! Y vive hoy en París con su marido. Conque vea si andan bien informados por allá”.
“En tesis general, achaque de viejo solterón, digo que sí se debe casar uno –y en esto he cambiado, porque antes hubiese creído que estas palabras eran la mayor herejía y no las hubiera pensado ni dicho– pero en tesis personal, no, Rufino, ya estoy muy viejo para emprender el camino del calvario5. A todas mis amigas les digo que el día que me encuentren una rubia vaporosa, delgada, inteligente, instruida, que me quiera mucho y me traiga siquiera dos milloncejos de renta, entonces sí. Todo lo aceptan hasta llegar al cuento de los millones; ¡en llegando a ellos ahí fue Troya! Todas me abandonan. Sin embargo, como todo puede suceder, le hago el encargo, y si por esos mundos hay alguna nueva Ophelia, haremos de Hamlet, menos el final”6.
El final no demoró. Ezequiel Uricoechea moriría a los cuarenta y siete años en Beirut de un ataque de apoplejía, en 1880, y en absoluta soledad, sin ninguna rubia vaporosa a su lado.
José Asunción Silva:el misterio del amor
Su primero y único viaje a Europa lo hizo José Asunción Silva entre octubre de 1884 y octubre de 1885, por invitación de su tío abuelo, Antonio María Silva, residente en París de veinte años atrás, y a quien José Asunción no alcanzó a conocer. El tío rico había fallecido un mes antes de la llegada de su sobrino nieto a la capital de Francia.
No obstante, Antonio María le dejó a José Asunción, con don Rufino José Cuervo, un dinero suficiente para vivir un año en Europa, sin preocupaciones económicas. José Asunción, de su año europeo, pasó la mitad en París y la otra mitad en un periplo por distintos países.
En París vivía una celebridad colombiana, quizá la mujer latinoamericana más hermosa e inteligente de su época, Gregoria de Haro, protagonista de un famoso escándalo en la década de los sesenta, cuando ella y Rafael Núñez se hicieron amantes y huyeron de Bogotá a Nueva York. Núñez la abandonó después y Gregoria (una mujer adinerada, como la soñaba Ezequiel Uricoechea) se marchó a Londres y luego a París, donde residía en la época de la llegada de José Asunción Silva, cuyo padre, don Ricardo Silva, era buen amigo de la familia de Haro.
Carmen de Haro, hermana menor de Gregoria, e igualmente hermosa, si no más, aunque no tan inteligente, ni independiente, había casado en 1866 con don Carlos Franco Vargas. Tuvieron una hija, Helena, que nació el 15 de enero de 1871 (tres meses antes que Elvira Silva). El padre de Helena se enroló con el grado de coronel en el ejército para defender el gobierno liberal durante el alzamiento conservador de 1876. Mientras se bañaban en el río Calancá, cerca de Riohacha, el coronel Franco y otros tres oficiales liberales, fueron asaltados y asesinados por un grupo conservador. Carmen de Haro enloqueció al conocer la noticia de la muerte de su marido, al que adoraba. Su hermana Gregoria, avisada por Ricardo Rivas Mejía, vino de Londres para auxiliarla, y ante la imposibilidad mental en que Carmen se encontraba para cuidar de su hija, Gregoria se llevó consigo a Helena. Vivieron unos años en Londres y a comienzos de los ochenta se trasladaron a París.
Helena Franco de Haro heredó la belleza de su tía y de su madre. Cuando José Asunción fue a visitar a Gregoria en París para presentarle sus respetos y darle recuerdos de parte de su padre, Helena tenía catorce años. Es muy probable que el joven poeta colombiano hubiese quedado impresionado por la belleza y espiritualidad de Helena, pero su constante viajar, su interés por conocer a fondo la vida intelectual parisina, y quizá el que el corazón de Helena ya tenía dueño, la convirtieron para él en un sueño, que diez años más tarde se le aparecerá en un naufragio y que después encarnaría en la protagonista de la novela De sobremesa, Helena D’Scilly Dancourt.
José Asunción salió de París, de regreso a Colombia, a finales de octubre de 1885 y entró en Bogotá a mediados de enero de 1886, por los mismos días en que Helena Franco de Haro contrajo matrimonio en París con el barranquillero Antonio Molinares. Gregoria de Haro le escribe a su amigo Ricardo Rivas Mejía en Bogotá:
“Helena, la dulce Helena mía y de Carmen, se casó el 15 de Enero [1886], el día que cumplía sus quince años. Dios quisiera concederle todo lo que yo sueño para ella. La amo con toda mi alma. Estan inteligente, tan tierna y tan linda; y todo ese cúmulo de dones divinos son para mí motivo de temor, especialmente cuando el joven con el que se casó tiene solo 20 años. ¡Figúrese usted que niños ambos!
“Si como espero sean felices ambos, podrán serlo pues tienen toda la pompa de la juventud delante de ellos”. En otra carta escrita al mismo Ricardo el 27 de marzo 1886 le dice: “Helena se casó con un joven Molinares, hijo del doctor Molinares de Barranquilla. No lo conozco personalmente; por eso no le hablé más extensamente.
“Miles de gracias por los votos que usted hace por la felicidad de la querida niña. Parece que fue ayer que usted entró a mi cuarto en Londres y se encantó de verla dormida; ahora está bellísima; la inteligencia le da un aire de reina pero de reina tierna. Según sus cartas solo tiene de la juventud el encanto y el esplendor pues no es frívola ni egoísta”7.
No sabemos que tan felices habrán sido Helena y Antonio. Tuvieron una hija, Carmen, en 1891, y a los pocos meses Antonio dejó a Helena y regresó a Barranquilla. La madre de Helena, Carmen de Haro, vivía entonces en Panamá. Comenzó a escribirle insistentemente a su hermana que deseaba volver a ver a su hija y conocer a su nieta. Helena, con su niña de cuatro años, embarcó en El Havre, con destino La Guaira-Barranquilla- Panamá, en diciembre de 1894.
El 21 de enero de 1895, el secretario de la Legación de Colombia en Caracas, José Asunción Silva, con licencia por dos meses, embarcó en la Guaira en el vapor Amérique, rumbo a Barranquilla. En el mismo vapor viajaban Helena Franco y su hija de cuatro años, Carmen Molinares Franco. José Asunción reconoció enseguida a la bella quinceañera de diez años atrás, sobrina de Gregoria de Haro, y ella lo reconoció igualmente. Durante los días 21 a 27, el poeta dedicó su atención a la joven madre, y se prendó de ella, por las cualidades que Gregoria le describe en su carta a Ricardo Rivas. El 28 de enero, el Amérique naufragó cerca de Sabanilla. Los pasajeros agonizaron seis días en la nave que se hundía ante la impotencia de las autoridades de Barranquilla para organizar el rescate. Silva quedó maravillado con la serenidad de Helena frente al peligro y la posibilidad de un desenlace trágico. Al fin, la proeza de un marinero consiguió arrimar una lancha en la que embarcaron los náufragos. Silva cargó en sus brazos a la pequeña Carmen y se hizo junto a Helena en el bote. En Barranquilla se despidieron, él completamente enamorado de ella, y ella… ¿quién puede saberlo? Helena Franco de Haro devino en el amor fantasma de José Asunción Silva y se transfiguró en la Helena D’Scilly Dancourt de la novela De Sobremesa. Las dos tienen un fin similar. Helena, la de la novela, muere antes de cumplir los veinticinco, de una rara enfermedad, sin que el protagonista, José Fernández, hubiera podido nunca declararle su amor. Helena, la del naufragio, muere en Panamá, antes de cumplir los veinticinco, de una rara enfermedad, ignorante del amor que por ella sentía un poeta bogotano.
Julio Flórez: un amor poético
Julio Flórez Roa tenía cincuenta años cuando encontró y perdió al gran amor de su vida, una niña de diecisiete, la hermosa poeta nacida en Abejorral en 1898, Blanca Isaza, “la alondra caldense”. Poeta de prestigio continental, Julio Flórez era solicitado constantemente para dar recitales y conferencias. En junio de 1915 inició una correría que lo llevó hasta Barranquilla, en compañía del gran compositor Emilio Murillo, con quien habían compartido celda en el panóptico de Bogotá durante la guerra de los mil días, hacinados con otros cinco mil prisioneros liberales. De Barranquilla, Flórez y Murillo siguieron a Pereira, donde se realizaba un Festival de Poesía, cuya atracción principal (aparte de Flórez y de Murillo) era la presentación de una joven poetisa, la señorita Blanca Isaza.
Blanca estaba entonces comprometida en noviazgo con el joven poeta manizaleño Juan Bautista Jaramillo Mesa, que se firmaba invariablemente como J. B. Jaramillo Meza; pero se produjo entre ella y Julio Flórez, apenas se vieron, un corrientazo que ninguno de los dos tuvo capacidad de controlar. Ella, arrobada por la presencia del poeta más famoso de su tiempo, y él por la belleza y la delicadeza, y por los versos, lánguidos y profundos, de la “blanca alondra”. En la primera audición que tuvieron juntos, Julio y Blanca, y mientras Emilio Murillo musicalizaba el ambiente, el poeta chiquinquireño proclamó a Blanca Isaza “la primera poetisa colombiana de la actualidad”8, y le dedicó el siguiente soneto:
A Blanca Isaza
Alondra que huyes del jaral humano –foco traidor de miasmas y de espinas– en donde oculto el pérfido milano te acecha con sus garras asesinas.
Húndete en el altísimo océano en donde irradian las astrales minas. más allá del celeste azul, que en vano pretenden traspasar las golondrinas.
Y canta, canta mientras más te eleves por cima de los montes y las nieves que solo tú con tu blancor igualas y antes que descender… quema en la ría de ondas de oro del sol, la eucaristía temblorosa y crujiente de tus alas. A este soneto, Blanca respondió con otro:
Noche suave
Perfumaba la brisa; las oscuras montañas sobre el cielo marcaban sus perfiles airosos, y un destello de luna de los pinos añosos en las hojas, tejía luminosas marañas.
A la luz indecisa de aisladas cabañas destacaban a medias sus tejados terrosos, y al abrigo opulento de follajes lujosos iba al río trenzando sus cantatas extrañas.
¡Oh la calma tediosa de la vida aldeana!, sobre el borde polvoso de la vieja ventana como flor pensativa se inclinó mi cabeza; en los mudos espacios sepulté las miradas, y en la hora dormida –como rosas ajadas– sobre un libro de Bécquer deshojé mi tristeza.
No parecía haber aquí sino un agradable intercambio de sonetos entre un poeta viejo y una poeta niña, en una audición poética. Sin embargo, las cosas sucedieron con una velocidad cómica de opereta. Los dos sonetos, reproducidos en El Eco de Manizales, y reproducidos en toda la prensa del país9, suscitaron la indignación del novio, quien envió telegramas de reclamo groseros y amenazantes. La reacción de la novia fue romper su compromiso con J. B. y la de Julio Flórez proponerle matrimonio a Blanca. “Según una información de Manizales, el poeta Julio Flórez contraerá matrimonio en Santa Rosa de Cabal con la poetisa Blanca Isaza. El antiguo novio de esta se ha sulfurado y ataca rudamente el proyectado enlace, por la prensa. Julio Flórez ha pedido por telégrafo garantías al gobernador, manifestando que si la autoridad no impide nuevas ofensas, dará muerte al ofensor, ofendido y birlado novio. Que ojalá no haya sangre de por medio y que la dicha del poeta sea cumplida y eterna”10.
Hubiera podido correr la sangre. Julio estaba dispuesto a batirse en duelo con el alevoso ex novio de su novia; pero la intervención juiciosa del padre de Blanca, don Félix Isaza Arango, logró devolverles la cordura al viejo poeta enamorado, a la joven poetisa enamorada, y al joven poeta enfurruñado. Don Félix, hombre de cultura exquisita, dialogó con su presunto yerno y convenció a Flórez del ningún porvenir que Blanca tendría a su lado. Lo más probable sería que la dejara viuda en pocos años. Si Julio la amaba, como decía, la mejor prueba de su amor sería desistir del matrimonio. Julio Flórez entendió. Con anuencia de Blanca, deshicieron el compromiso con la misma rapidez conque lo habían hecho. El poeta regresó a Bogotá, donde se negó a hablar una palabra sobre el asunto11. Blanca Isaza reanudó el noviazgo con J. B., y uno o dos años después se convirtió para siempre en Blanca Isaza de Jaramillo Meza.
Sobre la tumba de su amor Julio Flórez puso el siguiente Soneto epitafio:
Fulge del río el agua plañidera, y un roble ya decrépito y sombrío, que se está deshojando en la ribera,
mira rodar sus hojas en el río.
Qué importa al roble aquel que Flora vuelva… No reverdecerá… Seco y a solas, aquel titán, despojo de la selva, seguirá deshojándose en las olas.
Oh, roble, hermano mío, ribereños somos de dos raudales, que en su huida arrastran, uno, llanto, el otro, leños.
Yo también, con el ánimo rendido, mirando estoy el polvo de mis sueños rodar sobre los tumbos de la vida.
Referencias
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Luis López de Mesa. Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo, Bogotá, Editorial El Gráfico, 1944, pp. 125, 126.
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Epistolario de Ezequiel Uricoechea con Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, pp. 67-68. Edición, introducción y notas de Mario Germán Romero. Bogotá, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo. Archivo Epistolar Colombiano, X, 1974.
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Bernard Palissy (1510-1590) célebre ceramista francés del renacimiento. Ejerció numerosos oficios en los que destacó por sus iniciativas innovadoras (biólogo, agrimensor, jardinero, pintor en vidrio, escritor). La comparación de López de Mesa se refiere al carácter de modelos de genialidad universal que tuvieron tanto Palissy como Cuervo.
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Epistolario de Ezequiel Uricoechea con Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro. Op. cit., pp.68-69.
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Cartas originales, cortesía de Carmen Ester Aldana Restrepo, sobrina tataranieta de Gregoria
de Haro. -
En Bogotá los reprodujo Gil Blas, 17 de diciembre de 1915, No. 1273, p. 2.