UN AMOR SUPREMO: JOSÉ MARÍA OBANDO Y TIMOTEA CARVAJAL EN SU EPISTOLARIO ÍNTIMO
La pasión de José María Obando y Timotea Carvajal Marulanda constituye una de las más prolongadas historias de amor y fidelidad entre los protagonistas de la vida política colombiana del siglo XIX. El afecto de esta pareja trascendió su propia relación e involucró una fuerte unión en la que hasta padres y hermanos –e incluso los hijos del primer matrimonio de Obando– fueron partícipes de un sólido grupo familiar que convivió a lo largo de muchos años. Obando, protagonista de importantes batallas políticas en la primera mitad del siglo XIX, encontró en el aliciente del amor de hogar consuelopara seguir en la lucha, a pesar de las calumnias y persecuciones que debió enfrentar por décadas de una trágica y atormentada vida. Tuvo de su familia elapoyo permanente en los momentos de persecución y de miseria y a diferencia de otros personajes, que por razón de las guerras civiles abandonaron sus familias y dieron prioridad al quehacer político y a las acciones militares, en el caso de Obando primó, por extraño que pudiera parecer en semejante “animal político”, la vida de hogar.
Al escudriñar la correspondencia de diferentes personajes del XIX es habitual y reiterado el reclamo de las esposas insistiendo en la presencia del marido, invocando por el cese de la guerra y el retorno al hogar. Son también frecuentes los ejemplos de hijos abandonados durante meses por sus padres entregados al fragor de las campañas políticas y militares. El coetáneo, paisano y gran enemigo de Obando, Tomás Cipriano de Mosquera, recibió decenas de cartas infructuosas de su primera esposa, su prima Mariana Arboleda y Arroyo, enferma y hasta afectada en su estado mental, implorándole que volviera a casa.En muchos casos los amores fugaces, las mujeres de ocasión, sirvieron para alentar a estos hombres de armas y de Estado, de manera que el amor hogareño era algo muy lejano en todo sentido, y tal vez cumplía para responder a los formalismos y los compromisos sociales, pero poco aportaba a la vida afectiva real. En la vida de Obando, el referente permanente a su esposa, consignado en una copiosa correspondencia, alguna de ella inédita, es testimonio de un comportamiento singular1. Tal vez sus orígenes familiares, sus ancestros forjados en un crimen pasional2, el haber sido un niño adoptado en tiempos de tantas discriminaciones de sangre, le imprimieron un carácter generoso y abierto, liberal, entregado a las causas populares, querido por las masas y preocupado al extremo por su familia.
Un origen trágico
José María Obando nació en Güengüé, Cauca, el 8 de agosto de 1795. Su madre, Ana María de Lemos, fue hija de los amores ilegítimos de Pedro de Lemos y Dionisia Mosquera, casada con Pedro López Crespo y a quien los amantes asesinaron. Ana María de Lemos tuvo también una relación extraconyugal con Joseph de Iragorri, de la que nació José María. Este niño carente de afecto fue adoptado a los dos años por Juan Luis Obando y Agustina del Campo. Entre 1819 y 1821 José María Obando sirvió a los ejércitos del rey español, pero en 1822 se incorporó a la causa de la independencia.Sirvió en las campañas del sur y se opuso en 1828 a los proyectos monárquicos y dictatoriales de Bolívar. En la Nueva Granada llegó a vicepresidente en 1831 y en 1836 aspiró a la presidencia para suceder a Francisco de Paula Santander de quien recibió apoyo, pero no lo logró en ese momento. Después de una trágica vida llegó a la presidencia en 1853.
Primer matrimonio: Dolores Espinosa de los Monteros
Desde su primer matrimonio Obando se destacó por su espíritu hogareño. En 1824 se casó en Popayán con Dolores Espinosa de los Monteros con quien tuvo cinco hijos. El matrimonio duró nueve años pues ella murió en 1833. Durante aquel tiempo adquirió la fama de buen marido y buen padre de familia, a pesar de los enemigos políticos de los que empezó a llenarse y que le generaron la imagen de ser un monstruo salvaje y criminal al que incluso le achacaron la calumnia de ser el asesino de Antonio José de Sucre, el Gran Mariscal de Ayacucho, en 1826. Joaquín Posada Gutiérrez así describió a Obando: “Hombre de pasiones políticas violentas, de ambición de fama y de posición, astuto, cauteloso, fecundo en ardides, con los hábitos que contrajo como guerrillero en los riscos de Popayán y Pasto, era cruel en la guerra. Pero como hombre privado era un modelo; sin ningún vicio, sobrio, generoso, esposo y padre incomparable, excelente amigo, popular en las masas que sabía atraerse. Mezcla de virtudes que lo hacían querer y de cualidades que lo hacían temer”3.
A Salvador Córdova, hermano de José María, le escribió sobre la muerte de su primera mujer: “Contesto tu apreciable carta del 25 próximo pasado todavía bañado en lágrimas. Mi pérdida es más grande que mi razón y que toda mi conformidad. Desespero de dolor y jamás podré beber una gota de agua; todo es hiel. Ya te había escrito antes, y tú, que conociste mi prenda, y participaste de su inocente cariño, tú me acompañarás en este calvario en que gimo sin la esperanza de volver a ver a mi Dolores”.
Timotea: leal compañera de infortunios
En 1836 se casó Obando por segunda vez con Timotea Carvajal Marulanda. El matrimonio duró hasta el final de sus días, es decir, veinticinco años, hasta su asesinato en 1861. Fue un cuarto de siglo de la más estrecha unión familiar, de prolongadas separaciones por las persecuciones políticas, de infortunios y penalidades en medio de un amor infinito. En una de las primeras cartas conocidas a su esposa le habló, pocos meses después del matrimonio desde las haciendas de Piedras y las Yeguas, de su madre adoptiva. Su intención por aquel tiempo era la de dedicarse a las labores del campo. En esa misiva se percibe el mismo amor que en la del 27 de abril de 1861, dos días antes de morir brutalmente asesinado. En la primera le dijo: “Mi negra queridísima: ayer llegué a este punto a las 7 de la mañana. Hoy paso mi campamento cerca de lo más elevado: allí moriré de frío y de amor. ¿No te da pena? …. ¿Creerás que estoy poniéndome celoso? Desde que salí de Popayán me divierto con este enemigo que ataca la cabeza sin razón ni fundamento alguno. En fin, dicen que así es el
amor”. En otra, del 13 de abril de 1836, se encuentran expresiones como estas: “Mi negra querida, pensada: …Estoy apurando lo que me trajo aquí para regresarme pues no vivo, ni respiro sin el lado de mi negra. …Cuídese, tenga paciencia de esposa, y de madre; y apípese con las cartas que le acompaño, no para que llores como una desesperada, sino para que sepas el estado de la familia. … Adiós negra mía, …adiós, corazón mío, tu chino”. En la última, en 1861, le relató a su “negra querida” los detalles del combate de Subachoque, invocó a Dios por el “completo triunfo” en aquella guerra y se despidió “su chino” enviando saludos a los hijos y familia como en toda la extensa lista de cartas de esos veinticinco años.
En la correspondencia se encuentran menciones muy significativas sobre aspectos de la vida afectiva y familiar.
Por ejemplo, empezando el levantamiento de Pasto, que se convertiría pronto en la “Guerra de los Supremos”, le escribió desde ese lugar a Timotea, el 4 de septiembre de 1839, sobre una sospecha alrededor de la animadversión que le había expresado Aranzazu: “¿Podrás creer que Aranzazu, este hombre que tanto he defendido, es el que más me ha despedazado? Apenas puedo creer semejante cosa: será porque no se casó contigo: no tiene otro motivo: tu lo sabes”. En la misma carta, le habla a su segunda esposa sobre los hijos del primer matrimonio, que viven con ella: “A Cornelia que se acuerde que es mi hijita para que te respete como su madre y te ame como buena hija, a Simón, Micaela que te adoren como madre bienhechora, y no te hagan dar rabias: a las criadas que sirvan de rodillas, y al chino, al preciosito fruto de nuestro puro amor, que te divierta y te encante con su amor y sus gracias”. Pocos días después, el 11 de septiembre, en medio del conflicto, le reitera su deseo de vivir en paz, lo que jamás consiguió: “Quisiera vivir y morir con el alma quieta. Y solo consagrado a ti y a mis hijos”. En las cartas, que son de una constancia extraordinaria, en ocasiones hasta tres en un día, Obando no solo le informa a su esposa de sus actividades cotidianas, le cuenta las noticias, le envía recortes de prensa, sino que le da infinidad de consejos, pregunta por toda la familia, incluso pide que le cuente de los dientes que le están saliendo a alguno de los niños o se alegra por la eventual noticia del embarazo de ella: “…me doy la enhorabuena, porque Gratiniano necesita un hermanito que juegue con él”.
Durante el proceso de Pasto
En 1840 José María Obando enfrentó en Pasto el juicio por el asesinato de Antonio José de Sucre. En medio de tan difícil situación no dejo de escribirle a Timotea. En la intimidad de la comunicación familiar y amorosa Obando se duele de la calumnia y de la persecución implacable de que es objeto por parte de Tomás Cipriano de Mosquera y Juan José Flórez. A ellos les interesa desaparecer a Obando del escenario político.
“A mí se me asesina impunemente el honor y se me trata peor que un perro. Ellos lo sentirán después”, le escribió a su esposa el 16 de abril de 1840. En medio del proceso se duele de los abusos de quienes por la prensa utilizan la correspondencia incautada a Timotea para burlarse de ellos e impedir sus cartas de amor: “…esos bárbaros quieren privarme hasta de los socorros de tu fiel amor. …Estoy resignado a que se haga conmigo todo cuanto se quiera; que me arrastren por todas partes; menos que toquen tu nombre. No sufro, no sufro tal ultraje: ese canalla escritor tiene que responderme al tremendo castigo que yo le haré en su tiempo. No perdono a Mascachochas el haber abusado de una carta arrancada por el amor que me tienes: no, no, no”, le escribió el 5 de mayo de 1840. Al día siguiente le envió un beso por el nacimiento de otra hija: “Recibe un beso de amor en premio del obsequio que me has hecho con mi hija Soledad de la Cruz. …es la hija de los trabajos y fatigas; la hija del más puro amor”.
Entre tanto, la situación económica de la familia se iba al suelo. Obando recluido en Pasto no podía responder por las obligaciones familiares y el sostenimiento de su mujer e hijos. Confió en que pronto sería absuelto porque no temía nada y le pidió a Timotea que mientras regresaba vendiera hasta las joyas para pasar el amargo rato: “Puedes figurarte que la angustia más poderosa y única que me aflige es recordar que no tienes dinero ni arbitrio para sostener la casa. Mientras Ramón nos socorre vende todo lo que tengas aunque sea por la mitad de su valor: vende el piano: no ahorres nada, nada. Me parece que a fines de junio estaremos por allá con Liévano, porque nos vamos para Bogotá con todos los hijos, aunque sea a pedir limosna. Esta es mi resolución que me será más honrosa que el solio”, le escribió el 28 de mayo de 1840. La seguridad sobre su absolución se la ratificó a su esposa en todas las cartas de aquellos tiempos de Pasto. Por ejemplo, en la del 4 de junio de 1840: “Ya está concluida la causa, y se muerden los codos al ver mi inocencia; es una miseria esta gente”; y en la del 7 de junio de ese año: “Ya te avisaré de mi excarcelación porque no hay delito en mí por más que lo han querido”. Desde la cárcel se preocupó por conseguirle juguetes a sus hijos y le insistió a su esposa que pronto saldría y tomaría camino hacia Bogotá: “Cuidaré que llegue con pescuezo”.
A pesar de que el dictamen de excarcelación era un hecho muy cercano, la situación de Obando se complicó por los intentos que entonces hicieron sus enemigos para eliminarlo. El concepto del auditor de la causa en el sentido de la inocencia de Obando y, por tanto, el requerimiento de su excarcelación se dilató. Ante tan precaria situación optó por fugarse, lo que hizo el 5 de julio de 1840. A pesar de quienes afirmaron temerariamente que Obando había sido el autor intelectual del crimen de Sucre, y que luego propalaron tal versión con propósitos políticos y nacionalistas, como lo hicieron Mosquera, Herrán y Flórez, muchos en su tiempo y en la posteridad lo defendieron. El asesinato moral de Obando, como lo calificaría Guillermo Camacho Carrizosa, lo llevó a avivar la guerra civil de “los Supremos” contra el centralismo del gobierno de Márquez. El historiador José Manuel Restrepo, adversario suyo, afirmó con claridad: “Nohay pruebas para condenar a Obando como asesino de Sucre”.
Durante la guerra de los Supremos
A lo largo del levantamiento de Obando en el sur se hizo aún más notorio su magnetismo. Campesinos e indios lo adoraban. Aglutinó alrededor de su causa a infinidad de personas. Manuel Cediel, un carguero o “sillero” del Quindío, que cargó a varios personajes de aquellos tiempos, dejó un vivo recuerdo consignado por Antonio J. Lemos Guzmán: “…se solazaba contando sucesos de las gentes que había llevado en sus vigorosas espaldas para pasarlos por el escabroso y empantanado camino; citaba a Bolívar, a Córdova y a otros guerreros, para exclamar: ‘que el más querido, el más bueno y el más arrogante era don José María; ni pesaba siquiera’”. En plena guerra le escribió Obando a Timotea desde Palmira el 26 de marzo de 1841: “Minegra, ¿respiras? Este es el único consuelo que tendré aunque yo pasara todas las amarguras de la vida” Al día siguiente volvió a escribirle con más detalles de la guerra, pero consignando siempre su infinito amor: “Saludo a toda la casa y tú recibe el alma atravesada de amor de tu chino”. Agregó como posdata: “Haz a todo el mundo el bien que puedas. Yo conozco la desgracia y no se la deseo a mi mayor enemigo. Salve a todos”.
Las cartas continúan con intensidad,en ocasiones a diario y hasta más Timotea no se interrumpió a pesar de las difíciles circunstancias militares. Por ejemplo, el 30 de marzo de 1841 le pidió a ella que cuidara en Popayán a Borrero, importante dirigente del bando contrario. Le confió a su esposa el cuidado de uno de sus enemigos como garantía de buen trato a un prisionero. Ese mismo día volvió a escribirle con noticias de triunfos que auguraban el fin de los enfrentamientos y por eso el retorno al hogar: “Esto es mejor para descargarme de una vez de esta atención, y volar a darte mil besos, y morder mis hijos y comerme a Soledad. En estos seis u ocho días estaremos desocupados enteramente, y reunidas las bravas fuerzas para marchar a Bogotá inmediatamente”.
Uno de los aliados de Obando en la “guerra de los Supremos” fue Salvador Córdova, hermano de José María, quien avanzaba en Antioquia con importantes triunfos. El escenario deseado por Obando era entonces más cercano, según le escribió desde Buga a Timotea el 1 de abril de 1841: “Se acerca ya el díade concluir esto, de abrazar a Córdova, y volar a tus brazos a recibir la única recompensa a mis fatigas ¡tu amor!” Sin embargo, pronto vendrían reveses para Obando y sus compañeros, al punto de caer derrotados en La Chanca el 11 de julio de 1841. De inmediato le escribió a su esposa para que saliera de Popayán y se ocultara en la hacienda de Las Yeguas. El gobierno de Caicedo y de Juan de Dios Aranzazu, encargado del poder ejecutivo, dispuso el fusilamiento de muchísimos presos, entre otros el del gran amigo de Obando Salvador Córdova.
El espíritu reaccionario de Aranzazu quedó bien reflejado en la orden que le dio a Herrán: “…castigue usted a esa gente falsa y traidora; el pueblo que se subleva debe ser escarmentado, y en esta América hay que matar revoltosos y revolucionarios, o consentir en que la anarquía se entronice”.
La guerra culminó en ríos de sangre que llevaron a la Constitución conservadora de 1843 y entre tanto José María Obando para salvar su vida tomó el camino del sur por las selvas del Putumayo. Le escribió a Timotea contándole sus intenciones de salir del país y pidiéndole hacer lo mismo para encontrarse en Lima. Obando y su familia quedaron en la miseria. Así lo escribió en sus Memorias: “De Cali vino Mosquera a Popayán a desterrar más de sesenta mujeres de todas las clases, mi familia, mis hijos fueron divididos y desterrados para Bogotá, dejando otros en Popayán; mis propiedades, las de mi esposa, de mis siete hijos, adquiridas en doce años de economías, de favores y del trabajo material de mis brazos, fueron saqueadas y destrozadas, dejando en la indigencia a una familia entera…”
De la selva al Perú
José María Obando y Timotea Carvajal acostumbrados a una permanente comunicación epistolar en los tiempos de dificultades, enfrentaron cinco largos meses de silencio mientras él hacía el muy penoso viaje por el Putumayo y el Marañón y ella enfrentaba todas las limitaciones y penalidades de la pobreza. Por fin, el 1º. de febrero de 1842 le pudo escribir desde Trujillo: “Respiro un momento sabiendo que hoy hemos llegado después de cerca de cinco meses de un largo y penoso viaje… Pero me resta salir del grande cuidado que me ha devorado sin saber de ti absolutamente. ¡Cuántos motivos tengo para esta tristeza! Los desastres que habrá sufrido el resto de nuestra familia en manos del feroz Mosquera”.
Largos años siguieron para Obando en la búsqueda de vindicar su nombre calumniado por el asesinato de Sucre y esperar el regreso a su país. Extenso fue también el tiempo para reunirse con su esposa y sus hijos. Desde Lima le escribió el 14 de febrero de 1842: “He resucitado con tus cartas del 23 del próximo pasado y te estoy esperando desde el instante de leerlas. El día en que te vea y abrace, será el primero de mi vida. Vente, pues, sin perder un instante…
No vivo ni hago otra cosa que pensar en verte; no te demores, y no te asustes por la navegación… Come y duerme bien, a bordo debes venir bien gorda y bien contenta. A Gratiniano debes tenerlo en las faldas, para que no vaya a asomarse a algún bosel y se caiga”. El mismo día volvió a escribirle: “Tú eres mi única vida y alegría, tú lo sabes, ¡vente por Dios!…
Estoy loco, culeco, y solo pienso en el instante de abrazarte. Al asomar el vapor al Callao, ya estoy a borde del gusto de verte y abrazarte y darte mil besos”. Un mes después, luego de lamentar el aborto que ella tuvo (“Yo pensaba en ese hijo como la prenda más querida de nuestros trabajos”) le dijo: “Con tí, lo tengo todo; sin ti, soy concluido para siempre”. Finalmente, la familia se reunió en Lima en mayo de 1842. Mosquera y los enemigos de Obando no pararon la campaña en su contra y pidieron su extradición, la que no prosperó en el Perú. Pedro Alcántara Herrán le pidió al plenipotenciario de la Nueva Granada en Ecuador, Rufino Cuervo: “Persigue a Obando por cuantos medios lícitos estén a tu alcance”. Se empeñaron en destruirlo.
En Chile
Los cambios políticos ocurridos en el Perú en 1842 alejaron por un tiempo del poder a los amigos de Obando y optó entonces por ir a Chile. Llegó a Valparaíso el 25 de diciembre de 1842. A Santiago había llegado Mosquera pocos días antes para pedir la extradición de Obando, quien se instaló con su familia en Chile y regresó al Perú en 1844 para enfrentar la más intensa batalla contra Mosquera y quienes lo acusaban. Alejado de nuevo de su esposa y de su familia, retornaron las cartas con gran frecuencia y pasión. Están llenas, además, de consejos sobre la educación y los cuidados para los hijos, además de infinidad de detalles sobre los acontecimientos políticos. Sus preocupaciones son de todo orden. Temeroso sobre uno de sus hijos, le dijo a Timotea: “Mucho cuidado con Gratiniano con ese maldito aljibe; hazlo tapar. Que se asolié no vaya a enfermarse”.
En las afueras de Lima alquiló Obando una huerta para trabajar y sostenerse. Además, pudo enviarle algunos víveres a Timotea en Coquimbo, Chile, especialmente chocolate, además de libros para la enseñanza de sus hijos: “…
un tratadito de astronomía, un compendio de geografía… la gramática de Salvá que me encargaste”. El 17 de marzo de 1845 le contó a Timotea: “…me he pasado a vivir a una huerta que cultiva en arrendamiento un pobre argentino, hombre más viejo que yo, desgraciado como yo, y pobre como yo”. Entre tanto, ella estableció un pequeño colegio en el que se matricularon muy pocas alumnas.
Finalmente, la familia volvió a reunirse en Lima a comienzos de 1846, donde arrendaron otra granja, llamada Vicentelo, en la que Timotea continuó su labor educativa con un pequeño internado en el que dio clases de dibujo su hermano Manuel D. Carvajal. Los tres años en Lima, 1846-1849, fueron muy difíciles para la familia, mientras Obando insistía al gobierno de la Nueva Granada que autorizara su regreso para someterse a juicio por el asunto de Sucre y dejar por fin clara su situación. En Lima murió una de sus hijas, Rosita, de cuatro años de edad.
Por fin en Bogotá
El 13 de marzo de 1849 por fin llegó Obando a Bogotá para reivindicar su honor ultrajado por tantos años. No quería una amnistía sino un juicio. Fue recibido con gran alborozo. Entre el pueblo no se olvidaba su carisma. El 20 de marzo le fue entregado por Indalecia Ricaurte, viuda de Vicente Azuero Plata, el sable de Santander que le legó en su testamento, los homenajes y desagravios no lo colmaban porque le faltaba Timotea. Así se lo dijo el 4 de abril de 1849: “…todo me es débil cuando no te veo a mi lado gozando de esta compensación a que tienes tanto derecho como yo”. La situación económica de la familia era muy difícil y Timotea le sugirió que se fueran a California a probar fortuna con la fiebre del oro, lo que no hicieron.
La elección de José Hilario López como presidente de la Nueva Granada en 1849 cambió el destino de Obando. Su gran amigo de toda la vida lo nombró gobernador de Cartagena. Luego, en 1853, se constituyó en el sucesor de López y asumió la presidencia de la república el 1 de abril, con el apoyo de las sociedades democráticas de artesanos y un gran respaldo popular en el marco de su concepción igualitaria de la sociedad.
Impulsó entonces la proclamación de la Constitución de 1853 que siguió la apertura liberal del país. La vida trágica de Obando pronto reaparecerá al ser derrocado mediante el golpe de Estado que le hizo el general José María Melo el 17 de abril de 1854.
Como es natural, la cercanía de Timotea en el resto de su vida suprimió la devota y disciplinada escritura de cartas mutuas que los caracterizó durante tantos años. Eso no significa que la llama del amor se hubiera marchitado. En sus últimos años se reconcilió Obando con el gran enemigo de toda su vida, el general Tomás Cipriano de Mosquera, que había dado un viraje liberal en su ideología. Por eso, cuando Mosquera se reveló contra el gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez encontró en Obando a un gran aliado.
En El Rosal, o Puente de Tierra, fue asesinado José María Obando el 29 de abril de 1861. En el diario manuscrito de Bernardo Torrente se reseñó el crimen: “Este horrendo crimen fue cometido por una gran cuadrilla de fascinerosos capitaneados por un miserable llamado Ambrosio Hernández quien fue el primero que lanceó al valiente Obando después de desarmado y rendido. Entre esta partida venía un tal Sebastián Tovar quien después de maltratar el cadáver de Obando le mutiló los bigotes, acción de la cual se ha jactado. …Grandísima ha sido la indignación que tan atroz hecho ha despertado en todas las gentes honradas.Un tal Guillén, hombre bajo pero de los prohombres de los conservadores se ha jactado públicamente de haber arrastrado por largo trecho el cadáver de Obando”. El Secretario de Relaciones Exteriores, Manuel María Mallarino, impidió que el cadáver fuera llevado a Bogotá para su sepultura y, por tanto, las honras se hicieron en la iglesia de Funza. “Las heridas que recibió Obando –continúa el diario de Torrente– fueron diez lanzazos, seis en la espalda y cuatro en el pecho, una contusión en la cara y una cortada en el labio superior por cortarle los bigotes después de muerto. …Un clérigo venezolano llamado Antonio Sucre le extrajo al general Obando cuando estaba en las últimas agonías, un magnífico reloj que traía en su bolsillo”.
Última carta para Timotea
Dos días antes de su asesinato, el 27 de abril, Obando escribió desde la Mesa la última carta para su negra querida. Como siempre, le contó los avatares de la guerra, le habló del combate de 12 horas que había tenido en Subachoque el 25 de abril: “Estoi aquí esperando las fuerzas que llegarán esta tarde para salir a la Sabana… Esperemos en Dios el completo triunfo. Saludos a Capitolino, Ramona, Chava, Vicenta, Mercedes, etc., tu chino”. Luchando ahora a favor de quien fue su gran enemigo murió Obando en 1861 y no alcanzó a ver el gran triunfo liberal de la Constitución de 1863 y los años del federalismo y del radicalismo que tanto añoró. El amor por Timotea y los desvelos por la suerte de su familia alentaron siempre su vida y motivaron su quehacer político. Ya no volvería a estar con Timotea, su negra adorada.
Referencias
- La mayoría de citas de la correspondencia de Obando y su señora Timotea Carvajal se tomaron de: Rodríguez Plata, Horacio. José María Obando, íntimo. Bogotá, Editorial Sucre, 1958. Otras, de las existentes en una colección particular.
- Pérez Silva, Vicente. “Dionisia de Mosquera. Un crimen pasional en Popayán”. Credencial Historia.
No. 270, junio de 2012. - Posada Gutiérrez, Joaquín. Memorias históricopolíticas.Bogotá, Imprenta de Foción Mantilla,1865.