AMOR Y DESAMOR EN EL MATRIMONIO DE JOSEFA ACEVEDO Y DIEGO FERNANDO GÓMEZ
La relación conyugal entre Josefa Acevedo y Diego Fernando Gómez tuvo sus particularidades. La notable vida política del ilustrado jurista y los méritos que ella recibió por el éxito de sus obras, estuvieron enmarcados en el desarrollo de las justas independentistas y en el establecimiento de la República. Fue un matrimonio donde primó la pasión mutua por la patria y estar en el hogar, se convirtió en un momento para el descanso y la ilustración. Mientras él se dedicaba a la tribuna pública, ella se consagraba a la educación y al cuidado familiar.
No se tiene un diario, una carta o algún registro que demuestre la pasión que se tenía el uno por el otro. No sabemos con certeza cómo Diego Fernando pide su mano en matrimonio, y cómo era el trato en una unión donde no primó el amor. Pero hay que considerar que, aunque cumplieron con los mandamientos del matrimonio, era de por sí moderno para la época, no solo por haber travesado un divorcio, sino que cada uno hizo, con cierta libertad, su trabajo. En sus libros se reflejan las prioridades que tuvieron en su ciclo vital y, entre líneas, advertimos algo de su vida privada.
Una familia virtuosa
Provenientes de una familia reconocida, con fortuna, que descendía de encomenderos y funcionarios del gobierno colonial, sus descendientes criollos hicieron parte del selecto grupo de ilustrados partidarios de la independencia. Los padres de Josefa procedían de Charalá y de San Gil, ellos fueron el ilustre José Acevedo y Gómez, el Tribuno del Pueblo, y Catalina Sánchez de Tejada y Nieto de Paz, quienes formaron con sus nueve hijos –Pedro José, Liboria, Josefa, Eusebia, José Prudencio, Juan Miguel, Alfonso, Catarina y Concepción–, un hogar en que imperaban los principios del amor a la patria y el rechazo al despotismo. La fatídica muerte del Tribuno del Pueblo a manos del ejército realista en 1817 fue una infausta noticia para la familia, y en especial para Josefa.
“La adversidad me separó muy pronto de mi adorado padre, que emigró a las montañas a la aproximación del ejército pacificador. Entonces mi sensibilidad se avivó. Empecé a llorar por él, por las desgracias de la patria y por la muerte de tantos amigos y deudos de mi padre que diariamente eran arrastrados al patíbulo”.
En El Tribuno de 1810, su nieto Adolfo León Gómez rescata la Autobiografía de Josefa en la cual relata esos tristes hechos, a la vez que dibujaba los horrores de las ejecuciones de los realistas, todo escrito en un diario del cual hay pocas noticias. Este hecho tuvo una honda repercusión en la vida y obra de Josefa: un tormento en la temprana adolescencia que la llevó a resguardarse en la escritura.
Oriundo de la villa de San Gil, Diego Fernando nació en 1786. A los 14 años, empezó sus estudios en Bogotá y gozó de la hospitalidad y protección de su hermano Miguel Tadeo y de su primo Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y permaneció cerca de 10 años en el estudio de la gramática latina, la filosofía, el derecho civil, público y canónico. Se convirtió, pues, en un hombre instruido que “pudo alternar con ventaja en la sociedad de los más distinguidos de su tiempo”.
Su exitosa carrera se inició en 1819 y duró hasta el día de su muerte. Fue senador y gobernador del Socorro, diputado de las Provincias Unidas, presidente de la Alta Corte de las Provincias Libres, diputado por el Socorro, Neiva y Mariquita, ministro de la Corte Superior de Justicia, consejero de Estado, ministro de hacienda, presidente del Consejo de Estado y de la Corte Suprema.
Un matrimonio sin amor
Apasionada a la lectura de novelas de amor, a sus 19 años Josefa recibió la propuesta de matrimonio por parte de Diego Fernando, aquel primo hermano de su padre, 18 años mayor que ella, padre de un niño que en ese momento tenía cinco años. “Ni él ni yo teníamos amor. Él me estimaba y deseaba establecerse; yo agradecí su franqueza, correspondí a su estimación y quería ser jefe de familia”. A pesar de la ausencia de amor, esta fue la oportunidad para que los dos se establecieran y conformaran una familia. Se casaron en Bogotá el 9 de abril de 1822 y el matrimonio duró “treinta y un años un mes y diez y nueve días”.
Instalados en su hacienda El Chocho en Fusagasugá, ella no descuidó sus obligaciones domésticas y mucho menos la educación del pequeño Joaquín. El saber de Diego Fernando fue favorable para Josefa, pues ella se convirtió en una alumna atenta y deseosa de ser la compañera inteligente y juiciosa. Dos meses después de casada, comprendió la importancia de este amor por él y lo apreció con toda su alma. Tuvieron tres hijas: Amalia Bárbara, que murió antes de cumplir dos años, Amalia Luisa y Rosa María. En sus años de casados no estuvieron exentos de las calamidades que producen las circunstancias políticas a las que el esposo y padre no podía ser ajeno.
Varias podrían ser las razones, pero no hay una precisa que indique que el amor de ella empezó a apagarse. Los enfrentamientos entre Bolívar y Santander, y en especial el exilio y la prisión del Hombre de las Leyes, por su presunta participación en la noche septembrina, separaron a Josefa y Diego Fernando después de once años de matrimonio. Este hecho, y otros sucesos familiares, la llevaron a ella a vivir en la soledad y el lamento. Él era estricto, enérgico, irascible y violento, características que se ven en sus escritos, sobre todo en sus poesías. Sin embargo, la relación se reanuda completamente con el nacimiento de la hija menor, Rosa María. Diego no deja de pensar en una infidelidad sucedida durante su exilio, según lo dice Isaac Holton en sus Memorias.
Los motivos reales no se conocen, pero debieron ser muchos por los que Josefa tomó la decisión de separarse, de enfrentar la sociedad y ser uno de los primeros matrimonios en separarse antes de proclamarse la Ley sobre el matrimonio civil y el divorcio. Josefa escribió el libro Ensayo sobre los deberes de los casados, que apareció por primera vez en 1845, y en el que dio algunos consejos que vale la pena resaltar:
“Otros no se separan; más, ¡qué triste es el cuadro que ofrece su vida en el recinto de su casa! riñas, celos, quejas, intrigas, engaños y desconfianzas. Cuanto desagrado puede producir la aversión y todos los desórdenes que causa la discordia, se reúnen dentro de esos muros en donde habitan la desgracia y la aflicción”.
Nunca ellos se volvieron a dirigir la palabra, y sus arreglos y acuerdos se hicieron a través de terceros. Antes de morir, Diego Fernando en su testamento la designó como su albacea y le dejó una pensión vitalicia para su subsistencia.
Josefa se separa en 1835 y se instala en la hacienda El Retiro. Diez años después viaja a Londres con su hija Amalia y su esposo, José Ferreira, y es testigo del nacimiento de su primer nieto. Este viaje contribuyó a desarrollar sus conocimientos adquiridos en las largas tertulias a las que asistió por años en Bogotá. Mientras tanto, Diego Fernando seguía con su vida pública. Había dejado la presidencia del Consejo de Estado, para posesionarse como juez de la Corte Suprema de Justicia y cumplía con el rol de padre, pues tenía a su cargo a su hija Rosa. A su regreso al país, Josefa volvió a hacerse cargo de Rosa, y Diego Fernando le proporcionó la manutención. Nunca ellos se volvieron a dirigir la palabra, y sus arreglos y acuerdos se hicieron a través de terceros. Antes de morir, Diego Fernando en su testamento la designó como su albacea y le dejó una pensión vitalicia para su subsistencia, “la honró hasta el último día con el manejo de sus intereses y con el encargo de que escribiese su biografía”. Él le entregó varios documentos, anécdotas y relatos para que cumpliera su última voluntad. Así, el 28 de mayo de 1853, en palabras de Josefa “…exhaló su último suspiro en los brazos de su yerno Anselmo León, rodeado y cuidado por sus dos amadas hijas…”
Entre 1848 y 1861, año de su muerte, Josefa publicó algunos de sus más reconocidos libros: Tratado de economía doméstica, Poesías de una granadina, Biografía del doctor Diego Fernando Gómez, Oráculo de las flores y de las frutas. Su obra póstuma fue Cuadros de la vida de algunos granadinos. Sus obras resaltan los rasgos más significativos de sus personajes; los pensamientos, sentimientos, alegrías, angustias amorosas y tormentos que la acompañaron a lo largo de los años, y uno que otro consejo a las mujeres que se dedicaban a la escritura durante la segunda mitad del siglo XIX en el país.
Antes de morir en su texto autobiográfico nos recuerda que, a pesar de no saber cómo ser una buena ciudadana, tuvo hijos útiles para la patria: Felizmente en mi familia encontrarán mis descendientes muy dignos modelos. Esta es una vanidad que no he podido arrancar de mi corazón. Espero pues que mis nietos y mi amado hijo adoptivo Joaquín Gómez harán por honrar mi memoria y la de mi esposo con sus virtudes”.
Bibliografía
- Acevedo de Gómez, Josefa. Biografía del doctor Diego Fernando Gómez. Bogotá, Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1854.
- León Gómez, Adolfo. El Tribuno de 1810. Bogotá, Biblioteca de Historia Nacional, 1910.
- Martínez Carreño, Aída. “Josefa Acevedo de Gómez: su vida, su obra”, en Ojeda Avellaneda, Ana Cecilia et ál. Josefa Acevedo de Gómez. Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2009, pp. 9-32.