Según cálculos de un experto brasilero, la cuenca amazónica podría transpirar hasta 20 billones de litros de agua al día. Foto: Shutterstock
Según cálculos de un experto brasilero, la cuenca amazónica podría transpirar hasta 20 billones de litros de agua al día. Foto: Shutterstock
22 de Marzo de 2024
Por:
Diego Montoya Chica. IG: @chinocarajooo

¿Por qué el agua potable en las ciudades andinas depende de que no se talen bosques en la amazonía? Un concepto acuñado en años recientes explica la dependencia entre los páramos y la selva húmeda tropical.

Ríos voladores: el delicado sistema que nos calma la sed

 

EN LÍNEA RECTA, la distancia entre el páramo de Chingaza y la mitad del Océano Atlántico es de aproximadamente 5.000 kilómetros. Y aunque dichos ecosistemas están separados por ese trecho colosal, lo cierto es que están íntimamente conectados. Uno de los vínculos existentes —del cual se adquirió consciencia hace menos de 10 años— es el de los ‘ríos voladores’.

Se trata de un sistema de humedad atmosférica que parte de la evaporación de la superficie oceánica y que, luego, es empujada continente adentro, hacia el oeste, por los vientos alisios, entre otras corrientes. Allí ocurre algo que parece un milagro, pese a que está descrito con evidencia científica: esas nubes interactúan con la inmensidad amazónica, donde se recargan y multiplican —con toneladas y toneladas de agua evaporada, cada día— gracias a la transpiración vegetal del bosque húmedo tropical. El líquido evaporado continúa su camino y choca contra la cordillera andina para, allí, hidratar todos los ecosistemas de montaña.

Finalmente, se dirigen hacia el sur, incluso hasta el Brasil, el norte de Argentina y Uruguay, donde producen las lluvias de las que se alimenta esa región del planeta.

Si bien el proceso descrito anteriormente comienza en el Atlántico, la pieza de mayor importancia en esta ‘máquina’ es la selva amazónica por la cantidad de líquido que puede transpirar, evaporar y enviar hacia el oeste. La cuantía precisa de H2O aportada por este sistema a los páramos y otros ecosistemas andinos es desconocida, pero según Saulo Usma, coordinador del programa de agua dulce de WWF-Colombia, “podemos asumir que es preponderante”.

ASÍ FUNCIONA

“Se dice que más agua mueve la Amazonía mediante sus corrientes aéreas de humedad que la que corre por sus ríos”, sostiene Usma. Luego sintetiza el funcionamiento de la ‘máquina’: “En la selva, los árboles toman el agua del suelo y son capaces de elevarla, “bombearla” dentro de sí, 30, 60 y más metros sobre el suelo. Eso nomás es un reto inmenso para cualquier edificio alto. Allá arriba, los cloroplastos toman el agua, captan el CO2 de la atmósfera —con lo cual contribuyen a mitigar el cambio climático— y se apoyan en la fotosíntesis para, gracias a todo ello, elaborar azúcar: su propia gasolina para vivir y para crecer. Sin embargo, de ese proceso queda un excedente de agua. Esta se transpira y el calor la evapora”.

Existen cálculos que aproximan a 4 litros de agua lo que “evapotranspira” cada metro cuadrado de selva, todos los días. Una de dichas estimaciones es de Antonio Nobre, investigador del Centro de Ciencia del Sistema Terrestre del Instituto de Investigaciones Espaciales (INPE), en Brasil. Así se lo transmitió él a BBC Mundo cuando recién se comenzaba a hablar de los ríos voladores: “Hicimos la cuenta, que también fue verificada en forma independiente, y llegamos al número asombroso de 20.000 millones de toneladas (o 20 billones de litros) de agua que son transpirados cada día por los árboles de la cuenca amazónica”.

Usma es vehemente al destacar los riesgos de que este mecanismo se vea afectado: “Si uno quita al árbol, que es el que sube el agua, lógicamente se disminuyen los ríos voladores”, dice en relación con la deforestación, que es la mayor amenaza que tiene el bosque húmedo tropical, además del aumento en la temperatura planetaria. Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, la tala se redujo en 2023 comparada con la ocurrida en años anteriores, pero no podemos ser triunfalistas: las amenazas siguen estando allí, en forma, por ejemplo de acaparamiento de tierras —para ganadería u otros usos—, de tala en manos de grupos armados ilegales, de sequía por el fenómeno El Niño y de otros fenómenos como el de las “chagras de viento”, que durante 2023 fue creciente.

Preocupa, sin embargo, que ese no sea el único riesgo al que está sometido el sistema de ríos voladores: el incremento de la temperatura del planeta también puede distorsionar el sistema de corrientes de viento que los mueve.

"Más agua podría mover la Amazonía mediante sus corrientes aéreas de humedad que la que corre por sus ríos". 

¿POR QUÉ IMPORTA?

Foto: iStock

 

Porque de ese desplazamiento de humedad dependen: la seguridad alimentaria de Colombia, junto con la de otros países a donde se exportan nuestros productos agrícolas; el sistema productivo nacional y, por ende, la macroeconomía; la salud —la existencia, realmente— de los ecosistemas en el segundo país más biodiverso del planeta y, atado a todo ello, el bienestar de los seres humanos que habitan nuestro territorio.

Para demostrar que lo anterior no es exagerado, tengamos en cuenta que 70 % del agua dulce que consumen los colombianos proviene de los páramos, según estimaciones de ONG como WWF-Colombia. Esos ecosistemas se han descrito con frecuencia como “fábricas de agua”, pero ahora sabemos que gran parte de ese líquido no aparece allí por arte de magia, sino que hasta allí llega desde de la ‘transpirante’ Amazonía en forma de nubes y lluvia.

Asimismo, 80 % de la población nacional habita la región andina, y es allí donde se producen la mayoría de nuestros alimentos, dependientes, a su vez, del agua que les entreguen los ecosistemas de montaña: frutas, verduras, hortalizas, carnes, granos, caña. ¿Es siquiera imaginable una Colombia sin café? Y, como si fuera poco, también 70 % de nuestra matriz energética está basada en plantas hidroeléctricas, que necesitan del líquido para funcionar. Recordemos los apagones de la década de los noventa en Colombia: las sequías afectaron todo el sistema productivo colombiano. “Todo necesita agua para elaborarse: la ropa que estás usando, las puertas y paredes que te rodean, la luz que te ilumina en ese cuarto”, añade Usma y sostiene que, si los bosques amazónicos pierden su integridad, se pronunciaría —o dispararía— el efecto inflacionario que ya hemos padecido por las sequías del pasado: “Las cuentas de agua suben de precio y los productos agrícolas también”.

Por último, Usma introduce el capítulo de los potenciales desastres climáticos o meteorológicos, que ya de por sí están acentuándose por cuenta del cambio climático: “Al haber desecación por la falta de lluvias, aumentan los incendios”, sentencia, con lo cual nos recuerda cómo ardían los bosques, hace pocas semanas, en torno a una ahumada Bogotá.

Y para ilustrar las consecuencias en la propia cuenca amazónica de la sequía y la falta de regulación térmica —a su vez apoyada en los ríos voladores—, el biólogo propone una imagen: “Cuando sacas un pez del agua, que está a unos 14 o 15 grados centígrados, te salta en la mano y tú piensas que es porque se está ahogando. Pero, realmente, es que se está quemando con el contraste térmico, porque tu piel está muchísimo más caliente que su hábitat acuático y que su cuerpo”. Y recuerda: “Hace poco, se contaron cientos de delfines muertos en el lago Tefé, en la Amazonía, porque en algunas partes, el agua superficial llegó a los 40 grados centígrados: los mató el calor”.

¿QUÉ PUEDE HACER UNA PERSONA DEL COMÚN?

“Primero, incremente la producción de agua”, indica el especialista de WWF- Colombia. “Eso es algo que usted puede hacer en una forma sencilla: compre una ‘motobomba’ —es decir, un árbol—, siémbrela y apadrínela. Cuídela hasta que se defienda sola, como si fuera un hijo. Que no vaya a ser un árbol problema en el sentido de que sus raíces dañen cañerías o calles, pero que produzcan frutos, tanto para el consumo de la fauna como de los seres humanos. El Covid-19 evidenció una crisis alimentaria brutal y ni un limón había en los parques de las ciudades”.

“Y segundo: esté pendiente de que las entidades territoriales cumplan la ley”. Usma se refiere, entre otras cosas, a que alcaldías y gobernaciones respeten y hagan respetar lo estipulado en los Planes de Ordenamiento Territorial de cada municipio, unas hojas de ruta que, comúnmente, incluyen el mandato de no construir en las rondas hídricas, es decir, a orillas de los ríos, donde hay bosques de galería. Asimismo, es común que organizaciones de la sociedad civil propendan por que las administraciones municipales protejan la capa vegetal y forestal, y la agranden en la medida de lo posible, sin especies nocivas, con responsabilidad y en diálogo con las demás necesidades de la comunidad.

En relación con el patrimonio forestal amazónico, dicha protección está en manos de toda la sociedad, pero, preponderantemente, en las de las altas instancias gubernamentales de los ocho países que abarca la cuenca: Brasil con un 61 % de ella; Perú, 11,3 %; Bolivia, 8,1 %; Colombia, 6 %; Venezuela, 5,6 %; Guyana, 2,6 %; Ecuador, 1,7 % y Guayana Francesa (territorio de ultramar) con 1,1 %. Es seguro que, en la COP16 de Biodiversidad que tendrá lugar en Cali a finales de este 2024, los ríos voladores de la Amazonía estén en la agenda prioritaria.