colombia
Es el día 16 del mes 2 del año 1430. Un hombre recorre a la sombra los doscientos metros que separan su casa de la mezquita Omar Ibn Al Khattab. Arrastra sus chanclas de cuero por una de las pocas calles del pueblo que la arena del desierto y el viento del mar no han horadado. Va murmurando algo en voz baja. Viste una túnica gris y en la mano izquierda lleva un collar de cuentas.
Si es verdad, como dice el filósofo Daniel Pecaut, que antes que nada a Colombia le hace falta un relato nacional, también es cierto que buena parte del mismo estaría marcado por las narrativas de la violencia; y más o menos en los últimos 30 años, de la sicaresca, que es como se ha dado en llamar al relato omnipresente del narcotráfico en las industrias culturales.
“¡Azúca!”. Este grito de la famosa y recordada cantante Celia Cruz se constituye en una de las palabras que mejor simboliza el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos. El producto será uno de los que marcará las nuevas relaciones comerciales entre los dos países. Junto a las confecciones, los textiles y las flores, el azúcar entra por la puerta grande al mercado más grande del mundo.
Cuando Johanna era niña e iba de paseo al campo, siempre volvía a su casa, en Bogotá, con un frasco lleno de ranas en la mano. Las soltaba en el patio y después pasaba los días estudiándolas, mirándolas, viendo cómo se escondían y se reproducían bajo las piedras y junto al agua. Eran su obsesión, sus animales favoritos. Qué iba a pensar esa muchachita que muchos años después una rana dibujada por ella estaría en los bolsillos de todos los colombianos.
A los dieciséis años se bajó de un bus en el primer semáforo que encontró al entrar a Bogotá y caminó hasta la Escuela de Cadetes General Santander. Viajaba desde su natal Ibagué para cumplir el sueño de ser policía, una profesión que le corre por las venas. Después de conversar con él un rato largo, resulta difícil imaginarlo sin el uniforme verde oliva que viste con un orgullo contagioso desde 1979.
No es fácil ser profeta en su propia tierra ―al menos eso es lo que dicen―; sin embargo Juan Camilo Arango o Soler, el artífice de Soler StudioHub, aún guarda las esperanzas de que en Colombia se le dé el lugar que le corresponde al nuevo arte.
Seguramente usted dirá que el periodista estaba loco al momento de entrevistar a un personaje imaginario como Antonio Farfán, pero esta nota no está lejos de la realidad de muchas personas que de seguro se sentirán como Antonio. Él es un hombre tímido que trabaja en una notaría en la que ha tratado de unirse al grupo, sin mayores logros.
Espléndida y envidiable en su madurez, Amparo Grisales regresó a Colombia tras ocho años de búsquedas que le templaron el carácter y le serenaron el ímpetu, sin desvirtuar su esencia.
La plaza del Che, en la Universidad Nacional, el día en el que los estudiantes protestan contra las bases militares gringas en Colombia, quizás no sea el lugar más adecuado para sentarse a conversar sobre un tema tan supuestamente refinado y rancio como es el póker. Pero ahí está Jonathan Velásquez –de 24 años y a punto de graduarse en ingeniería de sistemas– hablándome del tema en medio del despelote. Bluyín, tenis y una gorra alusiva al póker.
El contrabando es el ingreso de productos a un espacio territorial donde, o estos están prohibidos o sujetos a algún tipo de control o monopolio, que son obviados por los traficantes infringiendo con ello normas y leyes.