23 de noviembre del 2024
Ficci
2 de Marzo de 2017
Por:
Catalina Barrera

El director colombiano Juan Andrés Arango habla sobre su película X500, una oda a la migración compuesta por tres historias de tránsito y que ganó el premio a mejor largometraje en Festival de Cine Colombiano en Nueva York.

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La migración nos salva

Dar un paso más, salir de la zona de confort, conocer lugares y personas nuevas, enfrentarse a situaciones desconocidas y convivir con extraños son algunos de los desafíos de quienes dejan su hogar. En su largometraje, Juan Andrés Arango desmenuza a tres migrantes que se enfrentan a lugares difíciles y contextos peligrosos.

 

Tres historias contadas paralelamente en tres puntos del continente americano dan cuenta de lo doloroso que puede ser para alguien caer en soledad y difuminarse en malas compañías para tratar de encajar. Un albañil ‘punkero’ en Tepito, una joven filipina en Montreal y un pescador en Buenaventura representan la lucha diaria de quienes duermen rodeados de inseguridades.

 

Además, la película permite evidenciar la violencia de los barrios marginados que ocurre en este lado del océano. La tortura de casas de pique, los secuestros clandestinos dentro de los barrios, la desigualdad económica y el desespero de una juventud envuelta en drogas y alcohol.

 

¿Por qué su película se llama X500?

Sí, es verdad, el nombre no se entiende al ver la película. Es un poco crítico y viene de que cuando uno abre el mapa de las Américas (norte, centro y sur de América) y busca el centro, se encuentra con un pueblito de Yucatán, en México, que se llama X500. Siendo la película una historia panamericana, que explora una misma vivencia en tres puntos de las Américas, este nombre es un punto de vista simbólico desde el cual estas historias son observadas.

 

¿Por qué se le ocurre usar un mapa para ponerle nombre a su película?

Yo inicié este proyecto con la idea de contar una misma vivencia humana en espacios distintos. Estuve mucho tiempo dándole vueltas a la idea, escogiendo los espacios, mirando mapas, y en un punto me di cuenta de este pueblito. Solo me entraron las ganas de llamar a la película así.

 

La película se desarrolla paralelamente en Tepito (México), Montreal (Canadá) y Buenaventura (Colombia). ¿Por qué lugar decidió empezar a rodar?

 

Rodamos primero la historia colombiana. Empezamos en Buenaventura, entre mayo y junio de 2016. Me fui varios meses antes, hicimos un casting gigante en el barrio Lleras, donde rodamos, e hicimos más de 600 audiciones a muchachos que iban por el papel protagónico. Después de hacer la preproducción y el rodaje, me fui a Montreal y empecé con el mismo proceso. En noviembre viajé a México y terminamos en Manila (Filipinas) para la última escena de la historia de Montreal a finales de diciembre.

 

Entre sus historias se esconden casas de pique, barrios marginados de filipinos y bares clandestinos. ¿Por qué decide tocar estos temas?

 

Como artista siento que es natural reaccionar hacia las cosas que veo y hacia el medio que me rodea. No es que tenga un objetivo de transmitir un mensaje específico sobre la realidad, pero sí siento una responsabilidad de reaccionar a esa realidad y a las cosas positivas o negativas que encuentro. Por eso comencé a explorar Buenaventura a través de los protagonistas de La Playa D.C., ellos comenzaron a contarme su vida, a sembrar el interés de ir al puerto.

Cuando llegué, me di cuenta de la realidad, pero también de la esperanza que hay en la fuerza que tiene la gente. En el caso de esa historia, la esperanza está en la resistencia civil que hace la gente al crear territorios de paz para resistir al conflicto.

 

Los tres son barrios marginados. ¿En cuál resultó más difícil trabajar?

 

Los tres lugares fueron muy retadores por diferentes razones. Pero Buenaventura crea la complejidad de un barrio donde existen tipos de violencia muy fuertes en los que hay dueños de zonas. Ya habíamos trabajado durante mucho tiempo ahí para que ellos supieran lo que estábamos haciendo y para que se sintieran incluidos en la película.

 

Los tres personajes finalmente regresan a sus hogares luego de haber migrado a diferentes zonas. ¿Debemos verlo, según su película, como un avance o una derrota?

 

Las tres historias son tres versiones diferentes de lo que un proceso de migración y de transformación puede desencadenar. Siento que son tres finales distintos desde ese punto de vista. El de Buenaventura es un regreso en el que el protagonista se transforma en algo que él creó para salvar a su hermano. La historia de Montreal, la de la joven filipina, significa una migración abortada, y el caso de México es un regreso cargado de poder, porque el protagonista siente que su transformación a ‘punkero’ le puede ayudar finalmente a enfrentar el duelo de la muerte de su padre.

 

¿Entonces la migración sirve para reencontrarnos?

 

Exactamente. Creo que ese es el corazón de la exploración de la película. Cuando cambias radicalmente de espacio y al mismo tiempo te transformas y reinventas a ti mismo como adolescente, finalmente terminas encontrándote con la esencia de lo que eres.

 

Ustedes trabajaron con actores naturales. ¿Cómo fue el proceso de casting para elegirlos?

 

Lo que busco es que los jóvenes tengan una energía muy cercana a la que yo imagino en los personajes que van a interpretar. Por eso me acerco a lugares en los cuales la gente vive cosas cercanas a las situaciones del guion y dentro de esos lugares voy por las calles, organismos comunitarios, escuelas y centros culturales para buscar a mucha gente. Parto de que ellos me cuenten su vida y de que improvisen a partir de las anécdotas que tienen. Hago una preselección de actores y con ellos comienzo un proceso de preparación actoral mucho más intenso. Andrés Barrientos, el mismo preparador de El abrazo de la serpiente, me ayudó.

 

¿Por qué los actores nunca leyeron el guion?

 

El guion lo trabajo para que sea un mapa que nos direccione, pero prefería que los actores me sorprendieran durante el rodaje y que las situaciones que yo había creado en las escenas las interpretaran a su manera, con su lenguaje y con los detalles que ellos naturalmente tienen frente. Es más rico que si los pongo a repetir algo que yo he escrito.

 

Luego de terminar X500, ¿con qué se quedaron las comunidades marginadas en las que trabajó?

 

Pueden hablar a través de la película. En general son comunidades muy invisibilizadas. Dejo que el tema se cuente desde adentro y no desde afuera. Eso hace que las comunidades dejen de ser marginadas y entren en contacto con el resto del mundo.

Para los protagonistas es una experiencia muy intensa, pero saben que lo que sigue de ahí en adelante depende mucho de ellos. De si quieren seguir actuando, porque tienen talento y estamos dispuestos a ayudarlos, pero esa decisión no es automática.

 

¿Qué descubrió en todo el proceso de filmación tocando estos temas?

 

Descubrí tres espacios de las Américas que son increíbles. Hago cine para aprender de la realidad de los lugares en los que vivo. Hacer una película me permite, a través de la investigación, la preparación y el rodaje, hundirme en la vida de unos personajes que son distintos a mí, que me enseñan otra manera de ver el mundo. Por eso me encanta hacer películas.