EL PABELLÓN DE BELLAS ARTES DE 1910, LA FRUSTRADA ILUSIÓN DE UNA MODERNIDAD EN COLOMBIA
“Es hora de que Latinoamérica vuelva a la historia
y a leer entre líneas”.
Rafael Gutiérrez Girardot. Heterodoxias, 2003.
“Las aves del país de la Belleza.
El Arte en la antigüedad pagana era una religión: el culto de lo bello.
Era un culto hosco y fanático. La belleza era Inmutable e impecable en las líneas
severas de sus formas. Su rostro olímpico, sus músculos divinos,
no se contraían al contacto de la vida”.
José María Vargas Vila. Ibis, 1900.
El siguiente texto es en verdad un pre-texto, que pretende, tal como lo ha planteado Rafael Gutiérrez Girardot, propiciar una lectura de la historia entre líneas; pues existen una buena cantidad de estudios que tienden a difundir una historia sin profundidad, es decir, sin un análisis de los hechos sociales y políticos, culturales y económicos que en últimas hacen esa historia, tal como lo ha demostrado Eric Hobsbawn. Los hechos históricos se ven así desconectados de estos elementos propios a toda historia y, en consecuencia, los relatos que de ahí se desprenden son realmente problemáticos para comprender el presente pues, en últimas, para eso sirve la historia, no para exaltar los pasados gloriosos sino para comprender la tensiones y contradicciones del presente. Por ejemplo, la falta de un espacio para la artes en Colombia y en su capital hoy en día, como el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, es un signo alarmante de esas contradicciones culturales y políticas que hemos heredado de la época colonial, aún presentes en nuestro país, donde todo intento de modernización y progreso se ha visto golpeado por el conservadurismo político enraizado en profundas convicciones religiosas donde la idea de cultura de élite pequeño burguesa va en contra de una apertura cultural más amplia e incluyente.
Mucho se ha escrito sobre la exposición del Centenario de 1910 y los monumentos arquitectónicos y escultóricos que poblaron transitoriamente el Parque del Centenario de la Independencia, construido en los predios del Bosque de San Diego, propiedad del señor Antonio Izquierdo, para celebrar un siglo de emancipación de la madre patria. Este texto recoge algunos estudios importantes y abre la puerta para interrogar el pasado de manera crítica.
Belleza y progreso: art noveau y electricidad
El Pabellón de Bellas Artes hizo parte de los monumentos que poblaron el mencionado Parque del Centenario de la Independencia. Levantado por los arquitectos Arturo Jaramillo y Carlos Quiñones Camargo –quien fuera el primer arquitecto graduado de la Universidad Nacional de Colombia–, materializó el estilo francés art nouveau, mezclando tradición y contemporaneidad. Este edificio fue uno de los más destacados junto al Pabellón Egipcio destinado a las labores femeninas y los pabellones de Máquinas, Industria y de la Luz dentro de la exposición del Centenario. Este proyecto, impulsado por el general Rafael Reyes durante su gobierno (1904-1909), fue retomado por su sucesor el presidente Ramón González Valencia de la naciente Unión Republicana, gracias al éxito de la Exposición Nacional Agrícola e Industrial de 1907. El Pabellón fue construido como los otros en tiempo récord de cuatro meses con dineros del Estado y, sobre todo, del sector privado y en los años cuarenta fue demolido, pues ya no cumplía con las funciones para las que fue realizado. El edificio afianzaría el ideal estético de la nación del proyecto civilizatorio donde la belleza se unía al bien moral amalgamándose bizarramente con el progreso económico e industrial.
Bellas Artes. Fotografía de Quintilio Gavassa, 1917. Colección Museo de Arte Moderno de Bogotá. Reg. 1855 |
“Poseía una planta rectangular que se organizaba a partir de un espacio longitudinal central de mayor altura y dos laterales. Estos últimos contaban con una iluminación cenital y grandes ventanas rectangulares que fueron clausuradas para la exposición. El cuerpo central se hacía evidente en la fachada con dos robustas pilastras que enmarcaban el acceso y flanqueaban una escalera que conducía a la puerta principal de ingreso al pabellón. Las fachadas de los dos cuerpos laterales se organizaban alrededor de accesos axiales enmarcados también por pilastras. El conjunto estaba coronado por una cúpula octogonal que se apoyaba sobre un tambor con ventanas elípticas. En el diseño de la fachada se ven detalles ornamentales –que luego utilizaría Jaramillo en las facultades de Derecho e Ingeniería de la Universidad Nacional– como la decoración en las pilastras y el escudo de Colombia como remate de la entrada principal”.
Para ese entonces Bogotá contaba con una población aproximada de unas 100.000 personas y la ciudad no llegaba más allá de la Plaza Egipto por el oriente, por el occidente con la estación de trenes del Sur, la Plazoleta de Bavaria al norte y con la calle 6ª y carrera 7ª al sur. La gran atracción de la exposición del Centenario fue el alumbrado eléctrico que atrajo multitudes los días siguientes al 20 de julio. La electricidad, al menos para los más acomodados, estaba suministrada por la nueva hidroeléctrica de la familia Samper gracias a la fuerza de los ríos Funza y Bogotá. La ciudad pretendía emular a la Ciudad Luz, pero con claros lastres coloniales, pues las innovaciones del barón Haussmann del urbanismo moderno aún eran muy tímidas.
Vanguardia vs. Tradición: Un combate perdido
Andrés de Santa María, pintor de vanguardia, rector por ese entonces de la modesta Escuela de Bellas Artes fue el encargado del Pabellón de Bellas Artes y de la exposición que albergaría las obras de una generación de artistas que materializarían una tensión estética entre la “vanguardia” y la tradición; los discípulos de Santa María entre quienes se encontraban Eugenio Zerda, Borrero Álvarez y Díaz, acogieron el impresionismo como corriente moderna, y los discípulos de Acevedo Bernal y Epifanio Garay, eran insignes representantes del academicismo conservador. Es conocida la oposición al vanguardismo de Santa María dentro de la Academia, así como en el ambiente conservador de la aislada Bogotá que apenas comenzaba a abrirse al mundo a diferencia de Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago de Chile que para la misma época, gracias a su posición geográfica, eran ciudades más cosmopolitas. El discurso de inauguración del Pabellón de Bellas Artes, a cargo del presbítero José Manuel Marroquín, da muestra de la presencia de la iglesia en los asuntos políticos y culturales de la nación:
Las artes. Óleo de Ricardo Acevedo Bernal, ca. 1900. Colección de Arte, Banco de la República. Reg. AP3455 |
“Colombia ha querido al celebrar la primera centuria de vida independiente dar una muestra de cultura y progreso; y no podía faltar en esta exhibición lo que se refiere al cultivo de las Bellas Artes. No podía faltar porque si es noble y digno de encomio el esfuerzo del ingenio humano cuando se aplican a las industrias que proporcionan al hombre el bienestar corporal, es más noble aun cuando busca en las artes el bienestar del alma y la satisfacción de sus más elevadas aspiraciones”.
A esta visión moralizante del arte se une una cierta postura antivanguardista y conservadora que atacó el movimiento que el historiador Álvaro Medina llamó “la antiacademia frustrada”, que no pudo transformar los ideales estéticos del arte. Mientras en Europa la vanguardia era anti-académica, en Colombia la seudo-vanguardia buscaba consolidar una academia fundada en valores estéticos decadentes, que van a marcar el derrotero de la Academia y su consolidación durante el período de la hegemonía conservadora. Tal postura conservadora va a tener eco en la incipiente crítica de arte que desplegó su ideal en periódicos como La Unidad, dirigido por el joven conservador Laureano Gómez, quien años más tarde acogería los valores falangistas y fascistas. El periódico en los días siguientes a la apertura de la exposición publicó un texto de Alberto Borda Tanco:
“Creo yo que en la Exposición, hecha para celebrar un acontecimiento notable, debería haber varios cuadros alegóricos á la fecha memorable, episodios patrióticos ó históricos, todo lo cual hubiera servido para formar un museo, que si no llamaría la atención de los extranjeros por la maravilla de la composición ó del colorido, si infundiría el respeto á que es acreedor todo el pueblo que tributa homenaje, por medio de las artes, á sus hombres grandes. Los temas baladíes, los cuadros llamados “de género”, salvo que representen escenas originales, locales, raras y atractivas por sus vestidos ó costumbres, no sientan muy bien en Exposiciones como esta de que me ocupo. De aquí mi predilección por los cuadros que representan estudio, meditación y, en general, instrucción”.
Interior del Pabellón de Bellas Artes, Bogotá. Fotografía de Fernando Carrizosa, 1910. Colección Museo de Arte Moderno de Bogotá. Reg. 5223 |
Incluso en publicaciones como El Artista que atacaban el “estancamiento” y la “decadencia” de la academia, no fueron tan indulgentes con el mismo Santa María a quien consideraban algo tibio frente a la verdadera vanguardia, pues por más que este fuera el representante del impresionismo, sus obras en ese momento no lograban mostrar la fuerza que tendrían a su regreso a Europa después de 1911, tal como lo afirma el historiador Germán Rubiano; en El Artista se encontraron textos como estos en los que se analiza una de las obras expuestas en la exposición del Centenario:
“Malicio que el estilo de esta pintura [Los Llaneros], sea el estilo impresionista de la brillante escuela de Manet, que tanto ha llamado la atención en los museos europeos y tantos genios ha desarrollado en la pintura moderna, pero sin el carácter y la factura suave de los buenos artistas que han sabido con talento seguir la huella del maestro francés. / La composición del Sr. Santamaría, a más de alejarse de lo verosímil, es pobre, escasa de inspiración artística y de ejecución delicada. (…) y todos aquellos desdibujos y aquella constante lucha entre la armonía y el carácter, la vaguedad y la forma definitiva, hacen del cuadro un simple lienzo de tamaño colosal, pintado amaneradamente, pródigo de falsedades y ridículos toques”.
La utopía modernista del arte y la industria
Ya José María Vargas Vila había vaticinado ese giro de lo bello a la decadencia, al igual que su guía espiritual Charles Baudelaire quien se inclinaría no por el bien moral y bello sino por el mal. Para Vargas Vila, la belleza era un ideal decadente y conservador “hosco y fanático” que alejaba el arte de la vida misma. En efecto, basta con ver algunas de las obras expuestas en el Pabellón de Bellas Artes de 1910 para ver que lo que allí se retrataba era una idealización costumbrista: temas religiosos, históricos, paisajes de la sabana de Bogotá con tintes nostálgicos coloniales y uno que otro retrato de dignatarios de la vida social, política y religiosa. Los más osados como Santa María y sus discípulos no saldrían del gusto pequeño burgués. La utopía de unir arte e industria cae en ruinas años después tal y como cayó el Pabellón de Bellas Artes. Pero sus ideales siguieron intocables hasta que en la década del 40 del siglo pasado, otro proyecto de nación hizo camino uniendo cultura y educación y el arte cobró un nuevo interés: el Salón Nacional de Artistas creado por el ministro de educación Jorge Eliécer Gaitán pretendía unir cultura y educación, arte y progreso, pero desde su inicio tuvo sus más grandes opositores. El escenario, la Biblioteca Nacional, muy cerca de donde un día se construyera el Palacio de Bellas Artes. Pero esto volvió a caer después de 1948. Desde entonces los valores nostálgicos y decadentes de una academia y una pretendida vanguardia siguen disputándose la historia del arte y la cultura en el país, que se sigue escribiendo, pero entre líneas donde el divorcio entre educación y cultura es ya insalvable y esta última ha caído en manos de la industria cultural con claros fines económicos.
Exposición Nacional de Bellas Artes. Gumercindo Cuéllar, ca. 1930. Colección Museo de Arte Moderno de Bogotá. Reg. 5391 |
Referencias
1 Carlos Niño Murcia. Arquitectura y Estado. Contexto y significado de las construcciones del Ministerio de Obras Públicas. Colombia 1905-1960, 2ª. ed., Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2003, pp. 55-63.
2 José Roberto Bermúdez Urdaneta, Alberto Wilson-White Escovar. “Bogotá la ciudad de la luz en tiempos del Centenario: las transformaciones urbanas y los augurios del progreso”, en Apuntes, vol. 19, núm. 2, Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, pp. 184-199.
3 Ibíd.
4 Álvaro Medina. Procesos del arte en Colombia, t. I (1810- 1930), Bogotá: Uniandes y Laguna Libros, 2014, pp. 223- 280.
5 Emiliano Isaza y Lorenzo Marroquín. Primer Centenario de la Independencia de Colombia. 1810-1910. Bogotá: Escuela Tipográfica Salesiana, 1911, p. 344. Cit. por Alejandro Garay Celeita. “El campo artístico colombiano en el Salón de Arte de 1910”, en Historia Crítica, núm. 32, Bogotá: Universidad de los Andes, julio-diciembre 2006, pp. 302- 333.
6 Álvaro Medina. Op. cit., pp. 261-280.
7 Para ampliar este asunto consultar: Ricardo Arcos-Palma. “La colección Pizano: una aventura pedagógica en la época de la reproductibilidad”, en El legado de Pizano: testimonios de una colección errante. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009, pp. 10-26.
8 Alberto Borda Tanco. “De la exposición. Opinión del doctor Borda Tanco sobre la exposición de pintura”, en La Unidad, Serie IV, No. 88, Bogotá, 20 de agosto de 1910, p. 1. Cit. por Alejandro Garay Celeita. “El campo artístico colombiano en el salón de arte de 1910”, en Historia Crítica, núm. 32, Bogotá: Universidad de los Andes, julio-diciembre 2006, pp. 302-333.
9 Germán Rubiano Caballero. Aproximación a la crítica del arte en Colombia. Cit. por Álvaro Medina. Op. cit., p. 240.
10 Álvaro Medina. Op. cit., p. 254.
Bibliografía
Bermúdez Urdaneta, José Roberto y Wilson-White Escovar, Alberto. “Bogotá la ciudad de la luz en tiempos del Centenario: las transformaciones urbanas y los augurios del progreso”, en Apuntes, vol. 19, núm. 2, Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, pp. 184-199.
Garay Celeita, Alejandro. “El campo artístico colombiano en el salón de arte de 1910”, en Historia Crítica, núm. 32, Bogotá: Universidad de los Andes, julio-diciembre 2006, pp. 302-333.
Medina, Álvaro. Procesos del arte en Colombia, t. I (1810-1930). Bogotá: Uniandes y Laguna Libros, 2014.
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