30 de diciembre del 2024
 
Gente esperando noticias del Titanic, en Nueva York, abril 14 de 1912. Colección Library of Congress, División de Impresos y Fotografías, Washington, D.C.
Junio de 2014
Por :
Aneta de la Mar Ikonómova. Historiadora, Universidad de Sofía. Maestría en literatura hispanoamericana, Instituto Caro y Cuervo. Candidata a doctorado en historia, NBU. Profesora e investigadora, Externado de Colombia.

EL MUNDO CAMINA HACIA LA GUERRA

Larga, dolorosa, mortífera, la Gran Guerra mostró cómo se mataban unos a otros millones de hombres que todavía la víspera juraban “guerra a la guerra”… habían combatido en defensa de la patria… ¿Era verdaderamente necesaria tan terrible hecatombe? 
Marc Ferro

Cien años después del inicio de la Primera Guerra Mundial todavía nos falta suficiente comprensión de las aspiraciones, los ideales y los pensamientos que movieron aquella sociedad que deseaba la paz, al mismo tiempo que alegremente iba hacia la guerra. El sentimiento patriótico parece que posee una naturaleza más allá de nuestro razonamiento, aunque, tampoco podemos decir que ese patriotismo, que se dio como nacionalismo exaltado y beligerante, hoy haya desaparecido.

“No hemos muerto en vano” dice en un monumento que conmemora el inicio de la guerra. “La guerra para acabar con todas las guerras” sembraría la semilla para la Segunda Guerra Mundial. Foto Shutterstock
Escudo de armas del imperio otomano.

 

Sí, la Primera Guerra Mundial o Gran Guerra vino como una catástrofe nunca antes vivida en la historia de la humanidad. Sorprendió la intensidad del conflicto bélico, el uso de nuevas armas mortíferas y las dimensiones de la destrucción. ¿Habría alguna señal que advirtiera la llegada de este infortunio? Los indicios, en realidad, fueron muchos, incluso diversos. Uno ocurrió dos años antes de la conflagración.

La tragedia que podía ser prevenida

En la madrugada del 15 de abril de 1912 el transatlántico Titanic, el mayor y el más lujoso barco de vapor hecho hasta la fecha, se hundió en el océano Atlántico y con él más de la mitad de sus 2.223 pasajeros. Hubo solo 20 botes salvavidas. Cerca del 75% de los pasajeros de tercera clase, que no tenían acceso directo a la cubierta y pocas posibilidades de subir en los botes, quedaron flotando en el mar helado cerca de Terranova. Diez días después del naufragio, que conmovió al mundo situado a los dos lados del Atlántico, se podía leer en la prensa española lo siguiente: “la teoría de los constructores de los grandes trans-atlánticos modernos ha sido: los grandes vapores no pueden hundirse”. En su primer y último viaje el Titanic echó abajo la esperanza de que el hombre moderno hubiera vencido a la naturaleza. En palabras del periodista de la época: “Así, pues, la ciudad flotante, con sus doce cubiertas, sus ascensores, sus piscinas, sus jardines, sus dorados salones y ¡su insuficiencia de barcas de salvamento! pereció con su carga humana de 1.635 criaturas, mientras la orquestra tocaba el himno: Más cerca, o Dios, de ti”.

Primera página del New York American da noticia del hundimiento del Titanic. La tragedia del Titanic hace recordar a la misma Gran Guerra; así como se hundió el Titanic desaparecieron los ideales, el modo de vida y el sentido de un mundo que descubrió el progreso como el camino rápido para llegar a la prosperidad.

 

La tragedia del Titanic hace recordar a la misma Gran Guerra; así como se hundió el Titanic desaparecieron los ideales, el modo de vida y el sentido de un mundo que descubrió el progreso como el camino rápido para llegar a la prosperidad. “La humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que lo sostenían. El siglo xx no puede concebirse disociado de la guerra…”, dice Eric Hobsbawm, el autor de la más leída historia del siglo xx. Las bases del mundo que anticipó la Primera Guerra Mundial se habían forjado durante el siglo anterior. En aquel tiempo en el escenario internacional se posesionaron seis grandes potencias europeas y dos del resto del mundo — Gran Bretaña, Francia, Rusia, Alemania, Austro-Hungría, Italia, Estados Unidos y Japón — . Estos estados marcaban la dinámica política, económica, social y cultural imponiendo su poderío e influencia sobre el resto de la tierra. La política occidental había desarrollado un fuerte complejo de superioridad y los propósitos de gobernar Europa y el resto del mundo eran desmedidos.

De la Industrialización hacia el cambiante equilibrio mundial

Las distancias disminuyen, el mundo se encoge, los intercambios se multiplican y la unidad de los hemisferios se afirma.
Marc Ferro

En el viejo continente, después de las campañas militares de Napoleón, no se dieron conflictos bélicos de gran escala hasta 1914. Las monarquías y los imperios, que formaron el así llamado Concierto de Europa (el imperio Habsburgo, el imperio ruso y Prusia), se oponían a cualquier expresión de cambio y de libertad que pudiera recordar lo sucedido en Francia durante la revolución. Guardar el statu quo era el lema del sistema de congresos que tenía el propósito de garantizar el mantenimiento del orden monárquico e imperial establecido años atrás. El Reino Unido no quiso entrar en esta alianza de los emperadores más conservadores de Europa por consagrarse a un asunto mucho más importante: la expansión marítima que forjó las bases del mayor imperio colonial que había existido en la tierra. A partir de 1880 el panorama de las relaciones europeas cambió hacia la formación de un sistema de alianzas y acuerdos secretos que tenían el propósito de imponer el poderío de unas potencias sobre las otras. Esto aceleró la llegada de la guerra.

Otto von Bismarck, grabado aparecido en un libro alemán de 1880.
Estatua del rey Eduardo VII (1841-1910) en Reading, Berkshire, Inglaterra. Escultura de George Wade, 1902.
Fotos Shutterstock

 

De todas maneras, en el continente europeo durante el siglo xix se presentaron conflictos y cortas guerras; los motivos siempre fueron de carácter nacional. Se formaban nuevos estados nacionales (Grecia, Bélgica, Serbia, Bulgaria, etc.); se unificaron Alemania e Italia como naciones respectivamente; se acentuaron las disputas fronterizas (Alsacia y Lorena, entre otros). No obstante, antes de la Primera Guerra Mundial las mayores expansiones territoriales y campañas militares sucedieron fuera del mismo continente. Las potencias europeas pretendían tener el dominio del mundo entero, por lo tanto, la expansión, es decir, el imperialismo y la colonización moderna, fueron los objetivos primordiales que se impusieron en la política internacional.

En 1800 los imperios coloniales europeos tenían el poder sobre el 35% de la superficie de la tierra; en 1878 el 67%; en 1914 el 84% del planeta estaba bajo el control de Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Italia, Rusia, Portugal y España. Al imponer un orden colonial moderno, potencias como Reino Unido, Francia y Alemania encontraron la perfecta manera de alimentar su poder político, grandeza nacional, riqueza económica y balance financiero. Tampoco faltaban las potencias no europeas en este proyecto — Estados Unidos y Japón — . Los modernos imperios coloniales dejaban en desventaja a los viejos, por manejar una economía industrializada que les proporcionaba mejor sustento a la hora de expandirse, explotar los recursos naturales y utilizar los mercados internacionales.

 La colonización económica, que se daba de manera directa o indirecta, hizo posible la expansión del fenómeno imperialista y así nutrir las bases de la misma modernidad. El continuo y espectacular crecimiento de una economía mundial integrada logró relacionar el comercio transcontinental con el comercio transatlántico, así se dio el inicio de una red financiera centrada principalmente en el mundo occidental. El progreso significaba, más que todo, cambio del modo de producción, es decir, uso de la tecnología para producir más cantidad en menos tiempo. Trenes, barcos de vapor, coches, rápidas comunicaciones y tecnología industrial transformaban rápidamente el modo de vida y afectaban todos los niveles de la sociedad. Desaparecieron empleos y hábitos de vida, pero vinieron nuevas maneras de vivir, trabajar, comer, comprar, estudiar, hasta usar el tiempo libre — ir al cine, por ejemplo — .

Se crearon nuevas zonas de cultivo agrícola y fuentes de materia prima; al mismo tiempo, las barreras arancelarias cayeron y se expandieron las ideas del libre comercio. Las grandes potencias trataban de no entrar en guerras entre sí mismas e introdujeron la idea de una supuesta “armonía internacional”. Así nació el nuevo orden internacional que promovía la paz y la estabilidad para garantizar el crecimiento de la economía mundial. En la segunda mitad del siglo xix la economía se convirtió en la base principal de las relaciones internacionales, por lo tanto, los antagonismos económicos empezaron a determinar el futuro del continente europeo y del resto del planeta.

Estación de trenes de Berlín, Alemania, ca. 1913. Foto Shutterstock

 

La revolución industrial mostró que el hombre era capaz de explotar nuevas fuentes de energía. El carbón, el vapor, la electricidad y el petróleo hacían que una mayor cantidad de gente, mercancías e informaciones recorriera territorios y mares lejanos en menos tiempo. Esto mejoró las condiciones de vida, los hábitos alimenticios, la higiene, la salud, entre otros. Las consecuencias no demoraron en llegar: el crecimiento demográfico de Europa rompió todos los esquemas antes establecidos. En 1750 el continente tenía solo 140 millones de habitantes; en 1800, 187 millones; en 1850, 266 millones, y en 1900, 420 millones. Londres pasó de unos 200 mil habitantes en el siglo xviii a 4,5 millones a finales del siglo xix. La capital financiera del imperio británico era la mayor ciudad cosmopolita de Europa. ¿Podría dar el continente europeo suficiente alimento para todos los nuevos ciudadanos y garantizar buena calidad de vida?

Detrás de la fachada atractiva del progreso se encontraba una realidad bien preocupante, más que todo para la población europea que empezó a perder sus tierras, trabajo y esperanzas para un futuro mejor. Las revoluciones agrícolas llevaron a muchos campesinos a abandonar sus pequeñas parcelas — la tierra se desvalorizaba tan rápido que no se sabía qué iba a suceder mañana — . Aunque los productos agrícolas iban más rápido a los mercados, los bajos precios, casi en la mitad, acababan con la vida en el campo. La competencia de cereales, de carne y otros productos que provenían de fuera de Europa, agravaba la situación de los pequeños propietarios. Ya no había seguridad para los que trabajaban de manera tradicional las tierras: por no estar orientados hacia la industria su futuro fue predestinado.

 

Tarjeta postal impresa en Francia, muestra la imagen de los Bosques de Boulogne en París, ca. 1905. Foto Shutterstock

 

Al inicio, la ola de desplazamientos llevó a los campesinos a las ciudades y los convirtió en mano de obra barata para la economía industrializada. Pero el gran desplazamiento se presentó al darse la migración europea hacia el resto del mundo. La gente buscaba cambio radical y la posibilidad de empezar de nuevo. En la primera mitad del siglo xix la migración no era tan numerosa, mientras que en la segunda mitad, ella aumentó considerablemente. Del Reino Unido salieron 9,5 millones de habitantes; de Alemania, 5 millones; de Italia, 5 millones, de los países escandinavos, 1 millón; también había emigrantes de los países eslavos, de España, de Bélgica, etc.

Casi todos los pasajeros de tercera clase del Titanic eran emigrantes que viajaban a Norteamérica; la mayoría no hablaba inglés así que no entendieron las pocas instrucciones que les dio el personal del barco y murieron sin encontrar las oportunidades que prometía Estados Unidos. Durante la catástrofe del Titanic igualmente fallecieron algunas de las personas más ricas de aquel tiempo. Varios de ellos prefirieron no mezclarse con el resto de los pasajeros y se quedaron en sus camarotes de lujo con las riquezas y el dinero que traían, hundiéndose con el Titanic. Aunque la tragedia llegó a sobrepasar las condiciones sociales y nacionales, ella se convirtió en un infortunio para todos, al mismo tiempo que mostraba la profunda división en la cual vivía la sociedad antes de la guerra.

Mapa de Europa publicado en Alemania en 1908. Foto Shutterstock

 

En los primeros años del siglo xx el economista inglés John Hobson publicó un estudio sobre el imperialismo en cual advertía que el crecimiento demográfico, la emigración, también el sistema colonial, servían como válvula de escape para reducir tensiones sociales, cuyo estallido de otro modo hubiera sido difícilmente evitable. La grave crisis social durante el siglo xix encontró respuestas a nivel doctrinal en ideologías alternativas al liberalismo. El anarquismo fue una de estas, promoviendo la idea de la abolición del Estado. Las ideologías socialistas encontraron un sustento fuerte en el nuevo concepto de clase, de esta manera, la lucha de clases llegó a ser un propósito para muchos decepcionados. Como producto de la industrialización, el siglo xix vio el surgimiento de la moderna sociedad de masas, que superó la vieja oposición de un grupo selectivo de la élite aristocrática opuesta a la gran masa del bajo pueblo.

La Primera Guerra Mundial viene como una guerra liberadora de diversas tensiones acumuladas durante más de cien años. Sin embargo, los problemas económicos y sociales, que llevaron al dilema de emigrar o luchar para cambiar, se daban dentro de otras confrontaciones y particularidades que tenían gran fuerza para definir aquella sociedad. Los imaginarios nacionales, las tensiones y los antagonismos entre los estados al fundirse con los conflictos políticos, económicos y sociales, proporcionaron las causas que llevaban a la sociedad europea hacia la guerra.

Los imaginarios nacionales y la guerra ilimitada

No cabe duda que el conflicto global de las dos coaliciones tuvo su origen en las rivalidades imperialistas; pero los combates singulares que enfrentaron, una a una, las naciones respondían a otra necesidad: a una tradición arraigada en lo más profundo de la conciencia de los pueblos. Cada uno de ellos presentía que estaba amenazado en su existencia misma por el enemigo hereditario, y, para todos, el conflicto obedecía a una especie de rito fatal, lo que explica el carácter de la lucha “a vida o muerte”.
Marc Ferro

Antes de 1914 no se había dado una confrontación de esas proporciones. Francia y Gran Bretaña se habían enfrentado en Europa, igualmente lo habían hecho fuera del continente, pero jamás con la magnitud militar que se avizoraba. A diferencia de otras guerras, que surgieron por motivos limitados y específicos, la Primera Guerra Mundial perseguía un objetivo bastante diferente y novedoso, era ilimitado. Esto significaba que los dos bandos querían no solo ganar la guerra, sino perseguían una victoria total, la “rendición incondicional” del adversario, la expropiación de sus territorios, mercados y potencial económico. El carácter extremista de la guerra encontró sustento en las oposiciones de los imaginarios colectivos que se habían creado a lo largo de los siglos, y estos empezaron a sostener el nacimiento de un nacionalismo preponderante y bélico.

Los últimos cartuchos. Óleo de Alphonse de Neuville, 1873. Colección Musée de la Maison des dernières cartouches, Francia. Escena sobre la última batalla contra los prusianos en Bazeilles, pueblo de las Ardenas, el 1 de septiembre de 1870.

 

A finales del siglo xix, en Francia se consideraba que los peligros y las invasiones siempre habían venido del Este. En realidad, el imaginario nacional estaba sustituyendo la amenaza inglesa por la alemana. A partir de la guerra franco-prusiana (1870-1871) Alemania se impuso como la nueva gran potencia que aspiraba a cambiar el orden europeo. Pero el hecho de que las regiones fronterizas de Alsacia y Lorena fueran incluidas en el territorio alemán, hacía que los franceses no olvidaran que “habían perdido dos hijos”, por lo tanto, jamás perdonaron a los raptores. “Los escolares… desde la más tierna edad han visto en su primer libro de historia lanzarse al águila prusiana sobre el gallo galo y arrancarse sus mejores plumas…”, cuenta el historiador francés Marc Ferro.

En esos mismos años los jóvenes alemanes estudiaban que su pueblo siempre insistía en su resurrección. A partir de la unificación alemana, consagrada con la victoria en la guerra franco-prusiana, se había dado el nacimiento del segundo Reich (el segundo imperio alemán). De manera igual a los franceses, los alemanes consideraban que las peores amenazas siempre provenían del Este, pero en esta ocasión desde los pueblos eslavos y el imperio ruso. Asimismo, para el segundo Reich era indispensable vigilar su frontera occidental. Goethe había dicho que la peor catástrofe fue la ocupación napoleónica.

Los rusos tenían fuertes antagonismos con los alemanes desde siglos atrás. Esto lo sabían no solo los que leían los manuales de historia, y el pueblo ruso identificaba al zar con la misión providencial de proteger a todos los pueblos eslavos y a los cristianos ortodoxos en Europa. Rusia poseía varios adversarios: Alemania, imperio austro-húngaro y el imperio turco. Adicionalmente, el imperio ruso se había extendido por Siberia hacia el lejano oriente y enfrentaba el expansionismo del Japón. Por último, pero no en último lugar, los intereses coloniales de Inglaterra chocaban con los intereses de la Rusia zarista en la región de Asia central y el cercano Oriente.

 

Retrato de la tropa turca y prisioneros de guerra turcos posando junto a un tren de vagones durante la Guerra de los Balcanes. Fotografía de Agence Rol., 1912. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Austro-Hungría era un imperio sin colonias. Pero debajo del poder de la dinastía de los Habsburgos vivían varios pueblos — checos, eslovacos, polacos, eslovenos, croatas, ucranianos, italianos y rumanos — , y todos pretendían independizarse y salir del atraso económico que caracterizaba este viejo y anticuado imperio. La política exterior austro-húngara estaba ocupada por expandir el imperio hacia el sureste, derrotando al moribundo imperio otomano y tomando su prestigiosa capital Constantinopla.

El imperio otomano no era una potencia como el resto de Europa, pero tenía el dominio sobre vastos territorios en los Balcanes y el cercano Oriente. Rusia, Austro-Hungría y Reino Unido estaban interesados en tomar estos territorios estratégicos y aprovechar su acercamiento a Europa.

El imperio británico antes de la guerra se había expandido por todos los mares para obtener colonias y estratégicos lugares geopolíticos, que le permitían dominar y desarrollar su economía. No obstante, en 1898 su supremacía ya se sentía amenazada: “A pesar mío soy cada vez menos inglés. Mi calzado es francés, mi ropa alemana, las sillas de mi despacho son de fabricación alemana, lo mismo ocurre con mis plumas, mi papel y mi alfombra: la cerveza que bebo es alemana. Pronto lo único inglés de mi casa serán mi carne y mis huesos y los sentimientos inmutables que me animan”, decía el cónsul inglés en Alepo (1898).

El sistema de alianzas y acuerdos

Otto von Bismarck dirigió Alemania durante su unificación y forjó las bases de su nueva política europea: “Debemos atenuar el descontento provocado por el hecho de que nos hemos convertido en una gran potencia… Debemos convencer… que una hegemonía alemana en Europa es más útil, más desinteresada y menos perjudicial para la libertad ajena que una hegemonía francesa, rusa o inglesa. El respeto a los derechos inherentes a otros países, que Francia en especial no admitió durante el tiempo de su preponderancia y que Inglaterra solo reconoce según sus intereses, será más fácilmente observado por Alemania por dos razones: por un lado, a causa del carácter alemán, esencialmente objetivo; por otro lado… porque no tenemos ninguna necesidad perentoria de ampliar nuestro territorio”.

Bismarck inició una hábil política de alianzas y acuerdos. En 1882 se formó la Triple Alianza entre Alemania, Austro-Hungría y al inicio Rusia, pero después fue reemplazada por Italia. El principal objetivo de esta alianza era el mantenimiento de un status quo beneficioso para Alemania. Tres años más tarde, en 1895, Bismarck organizó la Conferencia de Berlín con el fin de resolver las disputas entre las grandes potencias coloniales que lograron repartirse todo el continente africano, dejando solo dos territorios libres: Etiopía y Liberia.

El delicado equilibrio de fuerza que había logrado Bismarck se vino abajo cuando el nuevo emperador de Alemania, Guillermo II, anunció la Weltpolitik (“política mundial”) una política mucho más agresiva y ambiciosa: “El imperio alemán se ha convertido en un imperio mundial. Por todas partes, en las regiones más remotas del globo, viven millones de compatriotas nuestros. Los productos alemanes, la ciencia alemana, el espíritu de empresa alemán atraviesan los océanos”, decía el emperador Guillermo.

“The peace of Europe is assured”, La paz de Europa está asegurada. Ilustración de Joseph Ferdinand Keppler, 1886. Colección Library of Congress, Washington D. C. La imagen muestra, por un lado, a Alejandro III (Rusia) acompañado de Sadi Carnot (Francia) y, por el otro, a Guillermo II (Alemania)  acompañado de Umberto I (Italia) y Francisco José I (Austria).

 

La nueva política de Alemania hizo que dos potencias muy diferentes se acercaran una a otra. La Rusia zarista y la Francia republicana firmaron un acuerdo centrado en la mutua ayuda y defensa: “Francia y Rusia, animadas de un mismo deseo de conservar la paz, y no teniendo otro fin que atender las necesidades de una guerra defensiva…”.

El imperio británico siempre había sentido que era suficientemente poderoso para entrar en alianzas con otros imperios. No obstante, la Weltpolitik alemana ya estaba amenazando su política y economía mundial. En 1904 nació la Entente cordial entre Gran Bretaña y Francia que también pretendía garantizar la paz en Europa. Tres años más tarde, en 1907, se dio el acuerdo anglo-ruso. Fue resultado de la mediación de Francia que presionaba a Inglaterra y Rusia para que resolvieran sus disputas en Asia (Persia y Afganistán) y se pusieran en alianza contra Alemania. Así nació la Triple Entente. Pero en 1907 todavía no existía la alianza en el sentido estricto de la palabra. El imperio británico trataba de no estar tan atado; no obstante, las últimas crisis en los años que anticiparon la guerra hicieron que la Entente se hiciera más sólida.

Antes de la guerra

Parece un poco paradójico que las dos últimas décadas antes de la guerra quedaron en la historia de Europa como la Belle époque. Con un matiz estético, el término designaba la pujanza económica, la satisfacción por un mundo próspero y cambiante, su expresión artística — refinada y expresiva — , y una sociedad que vivía feliz sin estar muy preocupada por la política y los conflictos que se daban. El siglo xx empezó con un eclipse solar total y mucha gente quedó maravillada observando este fenómeno por pura curiosidad. Siglos atrás los eclipses nunca se miraban directamente por ser considerados una desarmonía celestial que traía nefastas consecuencias en la tierra.

Al inicio del nuevo milenio la política internacional estaba cada vez más agitada. Los últimos años antes de la guerra también fueron conocidos como la paz armada. Todos los países empezaron a armarse, la industria militar entró en pleno auge. La política de la época se basaba en la idea Si vis pacem, para bellum, que significa: “Si quieres la paz, prepara la guerra”.

Conferencia de Berlín de 1884. Grabado publicado en Allgemeine Illustrierte Zeitung.

Los Nueve Soberanos en Windsor para el funeral del rey Eduardo VII. De pie, de izquierda a derecha: el rey Haakon VII de Noruega, el zar Fernando de Bulgaria, el rey Manuel II de Portugal, el káiser Wilhelm II del imperio alemán, el rey Jorge I de Grecia y el rey Alberto I de Bélgica. Sentados, de izquierda a derecha: el rey Alfonso XIII de España, el rey emperador George V del Reino Unido y el rey Federico VIII de Dinamarca, 1910. Publicado en Crown and Camera: The Royal Family and Photography, 1842-1910. New York, Penguin Books, 1988.

 

Tres distintos conflictos se dieron en los primeros años del siglo xx que anticiparon la Gran Guerra:

Las dos crisis marroquíes surgieron por razones coloniales. La primera inició en 1905 cuando Francia intentaba crear un protectorado en Marruecos, pero intervino Alemania que apoyó la independencia de Marruecos. El propósito alemán era frenar la expansión de Francia en el norte de África y aprovecharse para tomar territorios en el continente. Cuando estalló la segunda crisis marroquí en 1911, Francia estableció su pleno protectorado sobre Marruecos y fue apoyada por Inglaterra. Así se reforzó la Entente entre ambos países y, sumado al distanciamiento anglo germano, se profundizaron las divisiones que culminarían con la Primera Guerra Mundial.

Austro-Hungría decidió anexar a Bosnia y Herzegovina que eran provincias del imperio otomano, pero estaban bajo la ocupación austriaca desde 1878. Esto sucedió un día después de que Bulgaria declarara su independencia definitiva del imperio otomano. Alemania apoyó a su aliado austriaco y Rusia se vio forzada a ceder ante la agresión. Francia y Gran Bretaña no estaban dispuestas a apoyar a su aliada Rusia. Pero Serbia quedó muy preocupada por la expansión de su vecino — el imperio austro-húngaro — , y sus respectivos planes para futuras ampliaciones.

Boys scouts inglés y francés. Fotografía de Agence Rol., 1912. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Durante 1912 y 1913 sucedieron dos guerras consecutivas en los Balcanes que tenían propósitos bien fijos y limitados: acabar con el dominio del imperio otomano para independizar la población eslava, cristiana y autóctona que pretendía unirse a los estados nacionales que ya existían en la región. En 1912 la coalición de Bulgaria, Serbia, Grecia y Montenegro, con el apoyo de Rusia, atacó al débil imperio otomano y en dos meses tomó todos sus territorios europeos. El ejército aliado avanzó casi hasta las puertas de Constantinopla. Se firmaron acuerdos de paz, no obstante, la región de Macedonia se volvió la manzana de la discordia entre Bulgaria, Serbia y Grecia. Los búlgaros, que tenían una relación de parentesco muy cercano con la mayor parte de la población de Macedonia, no querían permitir que la región quedara en manos de sus vecinos. La segunda guerra balcánica se dio entre el reino de Bulgaria y Serbia, Grecia, Rumania y Turquía. Los nuevos acuerdos de paz reconfiguraron el mapa de los Balcanes y esto proporcionó argumentos para que estos países entrasen en la Primera Guerra Mundial para defender sus intereses nacionales.

Gran parte de los políticos, los militares y los periodistas de Europa occidental en aquel momento ignoraban las razones por las cuales estos países entraban en un conflicto bélico, por lo tanto, los culparon de ser demasiado agresivos y poco civilizados. También concluyeron que la Gran Guerra era cada vez menos evitable.

 

 

 

Otto von Bismarck

(1815–1898)

Su gran logro fue la unificación de Alemania, en 1870 — mediante la cohesión de un conjunto de pequeños Estados germánicos — . El monarca prusiano se convirtió en el emperador alemán Guillermo I.

Hijo de un hidalgo rural prusiano, Bismarck fue primer ministro y canciller, hábil negociador, político y militar. Estudió derecho y durante 19 años presidió un gobierno conservador y autoritario. Si bien él mismo fue  parlamentario y utilizó al Parlamento para sus fines, consideraba esta institución como “pura charlatanería”; señalaba que “los problemas se solucionaban por medio de sangre y hierro”.

Tras derrotar a Francia en la guerra franco– prusiana (1871) y anexar a Alemania las provincias de Alsacia y  Lorena, con la consecuente humillación francesa, Bismarck luchó por la supremacía de Alemania y el aislamiento de Francia, en un delicado entramado político cuyo equilibrio habría de romperse posteriormente.

Al estar en desacuerdo con sus políticas, el emperador Guillermo II aceptó su dimisión el 18 de marzo de 1890.

 

Franciscus-Josephus I. Pax, labor, progressus. Litografía realizada para la Feria Mundial de Viena, ca. 1873. Colección Library of Congress,Washington, D.C.

Francisco José I

(1830–1916)

Él mismo se definió como “el último monarca de la vieja escuela”. Ejerció un gobierno conservador,  paternalista, autócrata, opuesto a cualquier intento de reforma liberal. Como emperador, condujo los destinos del llamado imperio austrohúngaro, compuesto por diferentes nacionalidades y culturas, desintegrado al término de la Primera Guerra Mundial, conflicto al que Austria concurrió en alianza con Alemania.

Francisco José desarrolló un modelo político centralista que persiguió, sin lograrlo, la ‘germanización’ de las naciones que hacían parte del imperio, bajo la supremacía de Austria; en ese intento se enfrentó con Rusia. Su país fue protagonista directo del episodio que desató la Primera Guerra Mundial, al declarar la guerra a Serbia luego del asesinato, en Sarajevo, de Francisco Fernando, heredero al trono austrohúngaro, a manos de un nacionalista serbio.

Su matrimonio con la emperatriz Sissi, fue similar a un cuento de hadas, alejado por completo de la realidad. La vida de Francisco José estuvo marcada por toda clase de tragedias.

 

Guillermo II, emperador de Alemania, ca. 1915. Colección Library of Congress, Washington, D.C.

Guillermo II de Alemania

(1859–1941)

Último emperador de Alemania y rey de Prusia, encabezó el recorrido inexorable de su país hacia la guerra y la derrota.

La atrofia innata de su brazo izquierdo y una precaria salud mental, determinaron su personalidad depresiva, brutal, intolerante, al punto de no estar en condiciones de conducir la política exterior alemana por las sendas de la racionalidad.

En este escenario, los historiadores advierten una seguidilla de errores: la destitución de Bismarck; una política de rearme naval, desafiante para Inglaterra; el distanciamiento con Rusia. Finalmente, declaraciones de tono expansionista, al diario británico Daily Telegraph, que le acarrearon la desaprobación general. Fue tal su descrédito que al final de la guerra, el presidente norteamericano Woodrow Wilson se negó a que el káiser participara en las negociaciones de paz.

Tras su abdicación el 9 de noviembre de 1918 Guillermo II se exilió en los Países Bajos. Si bien el Tratado de Versalles estipuló acciones legales contra el káiser, “por haber cometido una ofensa suprema en contra de la moralidad internacional y la santidad de los tratados”, la reina Guillermina se rehusó a extraditarlo.

 

El militar

Para definir una vez más el género de temas preferidos por el artista, diremos que es la pompa de la vida, tal y como se ofrece en las capitales del mundo civilizado, la pompa de la vida militar, de la vida elegante, de la vida galante. Ya hemos hablado de la idiosincrasia de belleza particular de cada época, y hemos observado que cada siglo tenía, por así decirlo, su gracia personal. La misma observación es aplicable a las profesiones: cada una extrae su belleza exterior de las leyes morales a las que está sometida. En unas, esa belleza estará marcada de energía y, en otras llevará los signos visibles de la ociosidad. Es como el emblema del carácter, la estampilla de la fatalidad. El militar, tomado en conjunto, tiene su belleza, como el dandy y la mujer galante tienen la suya, de un gusto esencialmente diferente. Acostumbrado a las sorpresas, el militar se sorprende difícilmente. 
El signo particular de la belleza se encontrará, entonces, en una despreocupación marcial, una mezcla singular de placidez y de audacia; es una belleza que deriva de la necesidad de estar dispuesto a morir a cada minuto. 

Pero la cara del militar ideal deberá estar marcada por una gran simplicidad; pues, viviendo en común como los monjes y los escolares, acostumbrados a descargarse de las preocupaciones cotidianas de la vida en una paternidad abstracta, los soldados son, en muchas cosas, tan simples como los niños; y, como los niños, una vez cumplido el deber, son fáciles de divertir y dados a las diversiones violentas. El viejo oficial de infantería, serio y triste, que aflige a su caballo con su obesidad; el bonito oficial de estado mayor, ajustado en la cintura, contoneando los hombros, inclinándose sin timidez sobre los sillones de las damas, y que, visto de espaldas, recuerda a los insectos más esbeltos y más elegantes; el zuavo y el tirador, que manifiestan en su porte un excesivo carácter de audacia y de independencia, y como un sentido más vivo de responsabilidad personal; la desenvoltura ágil y alegre de la caballería ligera; la fisonomía vagamente profesoral y académica de los cuerpos especiales, como la artillería y el cuerpo de ingenieros, con frecuencia confirmada por el poco guerrero aparato de las gafas: ninguno de esos modelos, ninguno de esos matices se ha descuidado, y todos están resumidos, definidos con el mismo amor y el mismo ingenio.

Pero la cara del militar ideal deberá estar marcada por una gran simplicidad; pues, viviendo en común como los monjes y los escolares, acostumbrados a descargarse de las preocupaciones cotidianas de lavida en una paternidad abstracta, los soldados son, en muchas cosas, tan simples como los niños; y, como los niños, una vez cumplido el deber, son fáciles de divertir y dados a las diversiones violentas. El viejo oficial de infantería, serio y triste, que aflige a su caballo con su obesidad; el bonito oficial de estado mayor, ajustado en la cintura, contoneando los hombros, inclinándose sin timidez sobre los sillones de las damas, y que, visto de espaldas, recuerda a los insectos más esbeltos y más elegantes; el zuavo y el tirador, que manifiestan en su porte un excesivo carácter de audacia y de independencia, y como un sentido más vivo de responsabilidad personal; la desenvoltura ágil y alegre de la caballería ligera; la fisonomía vagamente profesoral y académica de los cuerpos especiales, como la artillería y el cuerpo de ingenieros, con frecuencia confirmada por el poco guerrero aparato de las gafas: ninguno de esos modelos, ninguno de esos matices se ha descuidado, y todos están resumidos, definidos con el mismo amor y el mismo ingenio.

He ahí la uniformidad de expresión creada por la obediencia y los dolores soportados en común, el aire resignado del valor puesto a prueba por las prolongadas fatigas. Los pantalones arremangados y aprisionados por las polainas, los capotes manchados por el polvo, vagamente descoloridos, todo el equipamiento ha adquirido por último la indestructible fisonomía de los seres que vuelven de lejos y que han corrido extrañas aventuras. Se diría que todos esos hombres están más sólidamente apoyados en sus espaldas, más resueltamente instalados sobre sus pies, con mayor aplomo que los demás hombres.

Charles Baudelaire. El pintor de la vida moderna, 1863.

 

 

Referencias

1. Ferro, Marc. La gran guerra (1914-1918). Madrid, Alianza Editorial, 1970,p. 17.

2. "La tragedia del Titanic", en La Vanguardia, sábado 27 de abril de 1912,p.6.

3. Hobsbanwn, Eric. Historia del siglo xx: 1914-1991, Barcelona, Crítica, 2000,p.30.

4. Kennedy, Paul. Auge y caída de las grandes potencias, Barcelona, Plaza & Janés,p. 198. 

5. Hobsbawm, Eric. Ob. cit.,p. 37.

6. Ferro, Marc. Ob. cit., p. 33

7. Palabras del cónsul del Reino Unido en Alepo (1898)

8. Testamento político de Bismarck.

9. Discurso de Guillermo II. 1896, 25º aniversario del imperio.

10. Convención militar del 18 de agosto de 1892.