SIGNOS E IMÁGENES DEL POBLAMIENTO DEL RÍO GRANDE DE LA MAGDALENA
El río Magdalena es algo más que una gran masa hídrica que recorre a Colombia desde la zona sur hasta formar su desembocadura en el océano Atlántico. Desde una mirada que combina las disciplinas geográficas e históricas, el gran río de la Magdalena es un ambiente natural que alberga la fauna y flora que ha caracterizado el paisaje regional en una muy larga duración. Es, además, el eje articulador del comercio en cuanto que ha permitido el intercambio de mercancías entre zonas con producción agrícola y fabril muy diversa, pero el aspecto que más nos interesa explorar en este artículo, es aquel que fija la mirada en este amplio valle como el escenario que permitió la población efectiva de un territorio que trataremos de comprender en tres momentos históricos claves, ellos son: el mundo indígena prehispánico, el período de invasión de la corona española y de usurpación del gobierno, la tierra y la vida de los indígenas, y la manera como durante el siglo XIX el río Magdalena se convirtió en un medio para la penetración de las costumbres y modas europeas, tendencias de consumo que cambiaron no solo el aspecto de las ciudades, sino el comportamiento de sus habitantes.
El mundo indígena prehispánico
Indica el historiador norteamericano Frank Safford, que el valle del río Magdalena, y en general todo el espacio de lo que hoy llamamos Colombia, permitió conectar social y culturalmente a territorios muy distantes y disímiles como aquellos que ocuparon las antiguas civilizaciones centroamericanas con el mundo de los incas y de los indígenas de la selva del Amazonas. Por otra parte, el mismo Safford advierte que la condición montañosa colombiana produjo una fragmentación originada en la existencia de tres ramales montañosos que aislaron a las poblaciones1. Así, surgieron entonces los hombres de las altas montañas, indígenas que hicieron de los páramos su lugar de referencia. El páramo es un medio natural frío, donde el agua que se ha evaporado en las zonas cálidas de los llanos se eleva, para luego llegar a ser condensada por el frío de las alturas. Es precisamente en el páramo de las Papas que el río de la Magdalena nace, y fueron las papas el alimento que definió al mundo de los indígenas andinos, los de las sierras, aquellos que consumían ullucos, ibias, chuguas, cubios y, en general, todo tipo de tubérculos. Comunidades indígenas del sur de Colombia,como las de los pastos, cuaiqueres, quillacingas, paeces, guambianos y andaquíes ocuparon tierras de páramos, ellos conocieron bien el nacimiento de ríos como el Cauca, el Patía y el Magdalena, zonas habitadas por frailejones y gobernadas por el cóndor. Alto-andinos también fueron los muiscas y los taironas, distantes casi 1000 kilómetros los unos de los otros, pero unidos por aquella geografía que tanto seducía a Alexander von Humboldt, la de las plantas2.
La coca fue la planta sagrada que permitió que estos grupos de las sierras trabajaran y alucinaran de manera cotidiana. Poporos elaborados con los recipientes que producen los calabazos se llenaban de la hoja de la planta sagrada, la cual se mezclaba con cal de conchas marinas importadas de las costas, buscando potenciar el efecto narcótico. Fue de la coca que surgió el espectro ritual más amplio, ese que reguló el poblamiento a través de la organización de las comunidades alrededor del cacique, la chagra y la maloka. La distribución radial de los bohíos se asemeja a formas que siguen presentes en los diseños gráficos de muchos objetos rituales precolombinos, formas que también aparecen en los objetos utilitarios hechos en cerámica y que no solo servían de recipiente para el agua sino como alcarrazas para la chicha, esta última la bebida alcohólica hecha a base de maíz fermentado, elixir que en los momentos de euforia producía el jolgorio en las fiestas, pero que además desencadenaba el deseo reproductivo.
El maíz fue el cultivo que más se difundió a lo largo del río Magdalena y en los diferentes pisos térmicos que constituyen su valle. Es muy probable que los migrantes que llegaron hacia el siglo I de nuestra era desde Centroamérica, trajeran dentro de sus bolsas, las primeras semillas que se cultivaron en Suramérica. El maíz no solo fue el protagonista de la dieta de los indígenas de la costa Atlántica, quienes combinaron su uso con el cultivo de la yuca, sino que además la gramínea se extendió con mucho éxito hasta las frías sabanas andinas. Es por esta razón que en Colombia se consumen arepas de maíz, bollos hervidos y tamales en todas las subregiones.
De las montañas altas fueron también los indígenas de Tierradentro y de la zona que los españoles llamaron San Agustín, tierras en cuyos territorios se encontraban cumbres nevadas como el Puracé, Sotará y Huila. La producción escultórica de la región muestra cómo este pueblo le rendía homenaje a sus muertos mediante la producción de tallas en piedra que se han encontrado en múltiples hipogeos. Es muy probable que estos indígenas establecieran vínculos con aquellos de tierras más cálidas, como los calimas, con quienes se conectaron a través del camino del Alto de Guanacas. La cultura ritual hídrica se expresa muy bien en la piedra de río conocida como “lavapatas”, allí una compleja forma de agujeros y canales tallados hace recorrer el agua alrededor de una figura que copia las huellas de los pies de una persona.
El tema del agua constituye un aspecto clave para comprender la cultura simbólica de los indígenas vinculados al valle del alto Magdalena. Fue el agua de la infinidad de caños, quebradas y ríos afluentes del Magdalena y de otros ríos como el Cauca y el Sinú, la que permitió el asentamiento de pueblos que se desarrollaron como culturas durante largos períodos de tiempo. Los muiscas utilizaron la expresión sunas para referirse a los surcos o canales de regadío que le hicieron al río Bogotá, aquellos con los que se irrigó la tierra para poderla cultivar con mayor eficiencia. Un asentamiento humano muy importante fue el que los muiscas ubicaron en la zona central de la sabana de Bogotá, sobre terrenos aledaños al río que lleva el mismo nombre. Allí la producción agrícola tuvo que ser suficiente para alimentar a los indígenas con los que se topó el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada a su llegada, en 1537.
Otro ejemplo notable de lo que es un asentamiento humano de grandes proporciones y que dependía de una red muy sofisticada de canales artificiales es el que encontramos, aún hoy, en las zonas anegadizas de municipios ubicados al margen del río San Jorge, como Ayapel, SanMarcos, San Benito Abad y San Jacinto de Achí, todos al norte de la Serranía de San Lucas y al oeste del brazo de Loba, a unos 15 kilómetros de Santa Cruz de Mompox; zona del bajo Magdalena donde los indígenas zenúes lograron producir alimentos en cantidades abundantes, suficientes para alimentar a una gran población que a lo largo del año veía cómo el gran río inundaba zonas creando una inmenso reflejo lacustre, ese mismo donde nadan los patos migratorios y planean las garzas.
El agua fue un tema recurrente en la iconografía prehispánica, en ella aparecen representados varios de los animales que viven en ese hábitat, desde los feroces lagartos y caimanes hasta la gran variedad de ranas y diferentes especies de peces, de estos últimos el paiche o bagre es el más representativo del medio y bajo Magdalena.
Cuentan los cronistas españoles Juan de Castellanos y fray Pedro Simón que en las zonas lacustres y bajas del Magdalena, cercanas a Mompox, abundaban los manatíes, mamíferos acuáticos que proporcionaban no solo una rica carne sino que su grasa era utilizada como manteca y además como combustible para prender antorchas3. Sophie Coe, la historiadora de la alimentación, indica además que la dieta de los hombres prehispánicos tuvo que ser variada, ni muy abundante, pero tampoco escasa4. Es importante indicar esto porque son varios los historiadores que coinciden en afirmar que el canibalismo solo existió como práctica ritual y esporádica entre los pueblos aledaños a las costas del Caribe americano y algunos que ocuparon zonas cálidas de la zona ecuatorial, muy probablemente en el medio y bajo Magdalena. De igual manera, solo algunas especies de aves, sobre todo las rastreras, hacían parte de la dieta de los indígenas de las zonas aledañas al río, parece que el vuelo de los pájaros fue considerado por los zenúes, taironas, calimas y quimbayas como un aspecto especial de la naturaleza, evidencia de esto es la rica fauna aviar que se encuentra representada en piezas de oro que fueron elaboradas con la técnica de la cera perdida y que constituían el ajuar orfebre de los chamanes.
Fue en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta que los taironas hicieron un magnífico asentamiento humano, conformado por un poco más de 250 pueblos construidos sobre una compleja red de caminos empedrados que conducían hacia una magnífica “ciudad perdida” que hubo junto al cañón del río Buritaca. El cronista fray Pedro Simón indica que cada uno de esos poblados contaba con más de 1000 casas, es decir, que en la Sierra pudo existir una población de 250.000 o hasta medio millón de habitantes. Coinciden varios historiadores de la arquitectura al indicar que esa ciudad perdida es el ejemplo más representativo del urbanismo prehispánico en el territorio colombiano. Se desconoce la forma original de las habitaciones que se construyeron en las terrazas de la ciudad, de todas maneras, algunos recipientes de cerámica precolombina hallados en otros lugares como Tierradentro y Pasto, muestran aspectos propios de la manera como los indígenas representaban la arquitectura de sus bohíos.
Por lo general, las gentes que vivían en las proximidades del río Magdalena ocuparon dos tipos de vivienda, las de las zonas cálidas y las de las zonas frías. Tanto las unas como las otras se hacían cubriendo el techo, casi siempre a dos aguas o de planta circular, con algún tipo de fibra vegetal, la paja, la más difundida de ellas. Los muros de las viviendas de climas fríos se hacían con tapias, una especie de paredes elaboradas con barro pisado o apisonado entre un cajón de madera. Los muros de las casas de climas cálidos se hacían utilizando palos de madera para producir encerramientos, en algunas ocasiones estos muros se cubrían con barro extraído del mismo lugar, aspecto que mejoraba notablemente las cualidades bioclimáticas de la vivienda. Los arquitectos colombianos Alberto Saldarriaga y Lorenzo Fonseca adelantaron, hace algunos años, una investigación sobre los tipos de vivienda vernácula en Colombia, los resultados arrojaban conclusiones interesantes, uno de ellos la presencia de rasgos antiguos indígenas en la manera como se continúan haciendo las casas campesinas e indígenas en los lugares apartados del país5. Este aspecto que nos habla de una larga duración en la tradición de construir es importante a la hora de comprender el proceso de poblamiento y de habitar en un sentido histórico, pues no solo existen continuidades en las formas de hacer vivienda, sino en la manera como se preservan muchos de los lugares donde se asentaron las primeras comunidades indígenas, espacios que fueron aprovechados por los conquistadores españoles para fijar campamentos militares y fundar ciudades a su llegada a comienzos del siglo XVI.
Poblamiento de la región del Magdalena, siglos XVI-XVIII
Poblamiento de españoles, despoblamiento indígena coinciden la historiadora Martha Herrera6, el demógrafo Fernán Vejarano y el sociólogo Camilo Domínguez al afirmar que el proyecto de la conquista española en América logró diezmar, de manera significativa, a la población indígena, incluso hasta el exterminio total de algunos de los principales pueblos. En este sentido, el río Magdalena, y en general toda la red de ríos, caños y quebradas cumplió un papel preponderante, pues fue siguiendo su curso que los exploradores europeos lograron remontar el territorio hasta llegar a las zonas de mayor poblamiento. Por otra parte, la vasta red de caminos que habían construido los indígenas sirvió para conducir a los españoles hacia los lugares donde se ubicarían luego algunas de las principales ciudades españolas en la Nueva Granada. Camilo Domínguez estima que hacia el año de 1500 la población total del actual territorio colombiano era de cinco millones de habitantes, de esa población 625.000 ocupaban la costa Atlántica, 375.000 el alto Magdalena y 500.000 las vertientes del Magdalena, mientras que la mayor población 1’250.000 habitantes se ubicaba en el valle del Cauca7. Esta última estimación se comprende en la medidaque el valle del Cauca es la zona que mejores condiciones de suelo ofrece para la agricultura en todo el territorio colombiano.
Las primeras experiencias de fundar ciudades y poblar el nuevo continente las realizaron los conquistadores españoles en las costas del Caribe colombiano, dicho proceso comenzó en los albores del siglo XVI y mantuvo un ritmo regular hasta que las reformas borbónicas (1750- 1780) triplicaron el promedio anual de creación de nuevas ciudades8. De la primera época son ciudades como Santa María la Antigua del Darién (1510) y Santa Marta, asentamientos que sirvieron de base para iniciar las exploraciones hacia tierras ignotas. De acuerdo con la geografía propia de la costa, esas exploraciones se dieron en tres rutas principales, la primera buscó el antiguo camino del istmo, una trocha de casi 80 kilómetros para pasar de la costa Atlántica a la Pacífica y que produjo la fundación de la antigua ciudad de Panamá en 1519, punto de conexión importante para poder sacar la plata del Virreinato del Perú. El segundo recorrido tiene que ver con la fundación de la ciudad de Santa Marta por parte de Rodrigo de Bastidas en 1525, acontecimiento que para el historiador Fabio Zambrano, constituyó “el primer reparto geográfico de la administración colonial” en nuestro territorio. El asentamiento de las fuerzas militares en Santa Marta permitió a su vez una exploración hacia el Este, llegando a la península de la Guajira y permitiendo que Martín Fernández de Enciso hiciera un poblado temporal en la bahía que decidió llamar como Nuestra Señora Santa María de los Remedios del Cabode la Vela, intento fallido por poblar el desierto de los wayúu, pues los habitantes tuvieron que ser trasladados a un lugar conocido como Riohacha, en 1544. El último eje de penetración, y el más importante, fue el que remontó el gran río de la Magdalena y que produjo la fundación de poblaciones ribereñas como Tenerife en 1543 y Tamalameque en 1544, pero que además motivó la creación de una ciudad en una rica y fértil sabana al este del río, erigida en nombre de los reyes y ubicada en el valle del cacique Upar en 15509.
Cartagena de Indias es una ciudad que merece ser nombrada, en cuanto que alojó a la élite de encomenderos del margen oeste del río Magdalena. Fundada por Pedro de Heredia en 1533, se constituyó pronto en el baluarte para la protección de la flota de los galeones que conduciría el oro extraído en la Nueva Granada con destino a La Habana y luego con rumbo a las arcas reales en España. Cartagena se definió entonces como un asentamiento urbano que a lo largo de toda la colonia mantuvo un vínculo directo con Santa Fe, situación que en términos prácticos se daba mediante la conexión que les permitía el río Magdalena. El comercio de mercancías importadas fue un factor determinante para la historia del consumo que hacían los peninsulares de productos que venían de España. Son muchos los historiadores que se han interesado en el tema del poblamiento de Cartagena, entre ellos investigadores norteamericanos que, como Kris Lane, han hecho un interesante estudio sobre el gran interés que tuvieron las colonias inglesas, francesas y holandesas durante buena parte del siglo XVI por tomarse y ocupar a Cartagena, para así debilitar el poderío español en América10. Sin embargo, la población criolla de la ciudad, unida a los intereses de la élite logró repeler el ataque de los corsarios. En términos demográficos es posible indicar que los sucesivos ataques hicieron que se diezmara la población de la ciudad, pero además su amurallamiento limitó el crecimiento de la misma. Cartagena estuvo llamada a ser la capital del territorio, pero estas limitantes se lo impidieron. De todas maneras esta ciudad dominó el comercio externo de la Nueva Granada, siempre y cuando las condiciones de navegación del Canal del Dique lo permitieran.
Santa Cruz de Mompox se constituyó en una ciudad dependiente del gobierno de Cartagena desde su fundación en 1537. Ubicadaen una isla del bajo Magdalena y fundada por el adelantado Alonso de Heredia, hermano del fundador de Cartagena, sigue siendo hoy una joya donde la arquitectura colonial es signo de riqueza, derivada esta de la explotación de oro de las minas de Antioquia y que tuvo en la ciudad ribereña la forma de establecer contacto con Cartagena. Al respecto, el historiador también norteamericano Lance Grahn dice que Mompox “alojó a dos de las seis familias nobles de la élite cartagenera, así los marqueses de Santa Coa y Torre de Hoyos hicieron que el comercio fuera próspero en esta ciudad”11. Un aspecto importante, y poco estudiado, es la ubicación privilegiada que tuvo Mompox para recoger varias rutas comerciales, pues sobre esta ciudad se establece un cruce de caminos, por una parte el movimiento que define la ruta de Cartagena hacia Honda y con destino a Bogotá por el camino de Cambao o hacia Neiva, buscando el nacimiento del río en la parte alta del Magdalena. Por otra parte, la conexión que tiene Mompox con el oriente colombiano, a través del río Carare, el cual desemboca abajo de Tamalameque. Esta situación se repite más arriba en puntos como la desembocadura del río Sogamoso, del río Opón -frente a la Tora hoy Barrancabermeja- o la ciénaga de Sardinata, lugar este último donde desemboca el río Carare, aquel que marca el camino hacia Bucaramanga, al este. En el costado opuesto, y más arriba, se encuentra el famoso punto de Angostura, de donde parte el camino que bordeará el río Nare hasta llegar a la ciudad de Medellín.
Modernidad: consumación y consumo
Sin duda, Honda es el punto más importante en la zona del Magdalena medio, este puerto se ubicó en la desembocadura del río Gualí sobre el río grande. Allí quedaban, en la colonia y en el siglo XIX, las bodegas que servían de abastecimiento a Bogotá. Dichas bodegas consistían en unos sencillos locales comerciales que recibían las mercancías de importación y los bienes de exportación que involucraban al comercio de la capital. Las narraciones de los viajeros son contradictorias, para algunos era un poblado maltrecho e incómodo, mientras que para otros constituía un bello punto del recorrido por el río. Independientemente de la apreciación estética del lugar, lo que podemos afirmar es que Honda fue el punto de conexión de Bogotá con el mundo exterior. Si bien nunca llegó a ser una ciudad de principales, pues el clima cálido y la presencia de mosquitos presionaban a los peninsulares coloniales para que fueran a vivir a las tierras altas, lugares donde las enfermedades tropicales escaseaban y el clima no era tan sofocante, además había servidumbre indígena o mestiza dispuesta a obedecer.
Fue gracias a la red de conexiones que logró tejer la población de Bogotá con el mundo, que esta ciudad pudo forjarse como capital de un país dado a la fragmentación de su territorio. En este proceso el río Magdalena cumplió una tarea excepcional: ser el único elemento unificador de los intereses nacionales. La revolución industrial y la revolución de los transportes hicieron entonces que los “hinterlands” de las grandes ciudades se prolongaran y conectaran con mayor efectividad. En esa medida el río Magdalena, al igual que otros ríos, terminó definiendo el carácter de la modernidad urbana. La dupla ciudad-río terminó siendo exitosa hasta que el comercio nacional se movió por barcos de vapor por el río Magdalena; sin embargo, para la capital colombiana ese hecho se rompió hace rato, pues desde el siglo XX el río Bogotá ya no tiene una relación con la ciudad, salvo ser su cloaca.
Ciudades colombianas como Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga tuvieron un crecimiento poblacional muy alto a lo largo del siglo XX, se puede decir que cumplieron a cabalidad con el hecho de alojar ciudadanos; sin embargo, hoy las ciudades no se pueden comprender sin la perspectiva de los consumidores. Desde 1851, cuando Henry Cole concibió en Inglaterra la primera feria mundial, la vida comenzó a girar alrededor de los objetos de consumo, el hombre urbano pasó de reivindicar derechos civiles a ostentar la categoría de comprador de cosas.
De las ciudades ubicadas sobre el río Magdalena la más exitosa es Barranquilla. Constituida en villa en 1813 se fue fortaleciendo hasta convertirse en polo del desarrollo económico y cultural en 1930. Hoy comparte, junto a Soacha, municipio ya anexado a Bogotá, el primer lugar en densidad de población a nivel nacional. Barranquilla es un signo vivo del advenimiento del capitalismo, una ciudad económica próspera, industrializada, con una infraestructura portuaria privilegiada, al igual que una especial ubicación geográfica; sin embargo, la ciudad no pudo controlar su crecimiento desbordado, el deterioro de la vida se percibe tanto en el abandono de su arquitectura patrimonial, como en la proliferación de personas, mercancías y basura en las calles. Barranquilla fue un signo de la modernidad comenzando el siglo XX, allí Karl Parrish organizó la venta de lotes de vivienda en el magnífico barrio El Prado, este era un barrio abierto a las bondades de poseer un automóvil y poder comprar aparatos para hacer la vida cotidiana más cómoda. Vida moderna y vida prehispánica se encuentran en apariencia distantes, aunque hoy es posible visitar el magnífico museo arqueológico del Municipio de Galapa, donde sus piezas de cerámica nos hablan de la posibilidad de un asentamiento de grandes proporciones; claro, no en las dimensiones que Barranquilla alcanza hoy.
Conclusión
Los asentamientos prehispánicos fueron exitosos gracias a que el contexto brindaba las condiciones materiales para la vida diaria, cuando esto no siguió siendo así surgieron redes de caminos, entre ellos fluviales como el río Magdalena, que sirvieron para interconectar diferentes centros productivos. Fue el intercambio el que produjo el desarrollo de las culturas, el hombre como ser social logró descubrir que el otro tenía cosas que llamaban su atención, posiblemente sal o esmeraldas que podían ser intercambiadas por maíz, ñame o conchas. La red de caminos levantada ancestralmente fue elaborada con seguridad a partir de la idea de rutas comerciales, el poblamiento se explica entonces gracias a la existencia de una cultura material basada en bienes que se movilizan de un espacio a otro, modificando las formas de vivir, creando y recreando la cultura a través de sus imágenes y sus signos.
Referencias
1 Safford, Frank; Palacios, Marco. Colombia, país fragmentado, sociedad dividida, su historia. Bogotá, Norma, 2002, p. 37.
2 Von Humboldt, Alexander. Essai sur la géographie des plantes, accompagné d´un table physique des régions équinoxiales, París, Chez Levrault, 1805.
3 Patiño, Víctor Manuel. Historia de la cultura material en la América equinoccial, t. I, Yerbabuena, Instituto Caro y Cuervo, 1990, p. 153.
4 Coe, Sophie. Las primeras cocinas de América, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2004, 373 p.
5 Saldarriaga, Alberto; Fonseca, Lorenzo. Arquitectura popular en Colombia, herencias y tradiciones, Bogotá, Altamir, 1992, 213 p.
6 Herrera, Martha. “El poblamiento en el siglo XVI y principios del XVII . Contrastes entre el Caribe y el interior andino”, en Calvo, Harold y Meisel, Adolfo (editores). Cartagena de Indias en el siglo XVI, Cartagena, Banco de la República, 2010, pp. 203- 237.
7 Domínguez, Camilo. “El proceso de poblamiento colombiano”, en Enciclopedia de Colombia, Barcelona, Océano, 2001, p. 175.
8 Vejarano, Fernan. “El proceso urbano”, en Enciclopedia de Colombia, Barcelona, Océano, 2001, pp. 201-232.
9 Zambrano, Fabio y Bernard, Olivier. Ciudad y territorio: el proceso de poblamiento en Colombia, Santa Fe de Bogotá, Academia de Historia de Bogotá, Instituto Francés de Estudios Andinos, FMC, 1993, p. 67.
10 Lane, Kris. “Corsarios, piratas y la defensa de Cartagena de Indias en el siglo XVI”, en Calvo, Harold y Meisel, Adolfo (editores). Cartagena de Indias en el siglo XVI, Cartagena, Banco de la República, 2010, pp. 105-123.
11 Grahn, Lance. “Cartagena and its Hinterland in the Eighteenth Century”, en Knight, Franklyn; Liss, Peggy (editors). Atlantic Port Cities, Economy, Culture, and Society in the Atlantic World, 1650-1850, Knoxville, University of Tennessee Press, 1991, p. 185.