21 de diciembre del 2024
 
Memoria, revista del Archivo General de la Nación
Septiembre de 2016
Por :
Aída Martínez Carreño

HISTORIAS E HISTORIADORES DEL SIGLO XX: UN RECUENTO

Apresados en los oleos que adornan la sala de la Academia de Historia, los cronistas de la conquista -Pedro Simón, Juan de Castellanos, Bartolomé de Las Casas- padres de nuestra historia, armados de pluma y pergamino, dejan vagar por el lienzo una mirada perpetuamente perpleja... Frente a ellos, los retratos de algunos de los primeros académicos -Eduardo Posada, Pedro María Ibáñez, Soledad Acosta de Samper- sostienen entre las manos un grueso volumen, símbolo de la continuidad de un oficio, indagar el pasado, el mismo que hoy apasiona a decenas o centenares de jóvenes que ansiosamente revisan índices, descifran manuscritos y toman notas en bibliotecas y archivos. ¿Qué impulsa esa atracción continuada y revitalizada por descifrar el pasado? ¿Es acaso la posibilidad de trasformarlo mediante distintas aproximaciones y "lecturas"? ¿Crecen las búsquedas revisionistas al fin del milenio ante la posibilidad de anticipar el tiempo por venir?

La dinámica de la historia en el presente siglo, de sus preguntas e interpretaciones, del uso de nuevas fuentes y la aparición de diferentes sujetos, no es desde luego un fenómeno colombiano, pero sí es en Colombia una realidad mesurable y tangible. Mesurable en los listados de las editoriales, en los espacios de las librerías; tangible en la oferta educativa, la proliferación de encuentros, seminarios y congresos. Aquí, como en otros lugares y como lo dijera Georges Duby, "la historia continúa".

Para hacer este recuento es inevitable fijar tres momentos muy generales en el desarrollo de la historia en el presente siglo: su inicio con la fundación de la Academia Colombiana de Historia, la profesionalización del trabajo del historiador dentro de la Universidad, y una tercera etapa, más contemporánea, en que la historia se introduce y se apoya en otras ciencias. En cada etapa ha subsistido el empeño, más o menos explícito, de compendiar la historia colombiana.

A la izquierda: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia. A la derecha: Boletín de Historia y Antigüedades de la Academia Colombiana de Historia

 

Cuando el gobierno nacional decidió en 1902 fundar la Academia Colombiana de Historia, se buscaba, dentro de los criterios de la época, valorar el conocimiento del pasado para extraer de él sus aspectos moralizantes y formadores, dando énfasis al uso de fuentes documentales como una forma más segura de aproximarse a la "verdad". Consecuentes con ello, los primeros académicos concentraron su interés en el trabajo de archivo, centrándose en el esclarecimiento de fechas, hechos y personajes notables de la historia política nacional: los conquistadores y sus actuaciones, los gobiernos e instituciones coloniales, la Independencia, sus batallas y sus héroes, los mandatarios de la República. Dentro de esa sucesión de personajes y de hazañas, como forma de identificación en una época de reconquista cultural española, revivió el interés por la genealogía. Como parte de su compromiso fundacional, la Academia se ha ocupado desde entonces por promover la enseñanza de la historia, por mantener vivo el imaginario patriótico y por la conmemoración de las efemérides patrias. La multiplicación de sus acciones en las academias y centros regionales de historia y su divulgación mediante una importante producción bibliográfica son el resultado de casi un siglo de trabajo continuado. Se destacan dentro de sus publicaciones la Historia de Colombia de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, obra premiada en el concurso que abrió con motivo del centenario de la Independencia en 1910 y texto de enseñanza durante cincuenta años; la Historia Extensa de Colombia, ambicioso proyecto que alcanzó 42 volúmenes, y el Boletín de Historia y Antigüedades (804 entregas). La Academia continúa initerrumpidamente sus labores, con una orientación más amplia en la medida en que sus miembros, entre ellos su actual presidente, Luis Duque Gómez, reconocido arqueólogo, son profesionales de distintas disciplinas que cubren áreas más diversas.

En la década del cuarenta "la historia, reflejo del presente más que del pasado", muestra un giro con la obra de Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia (1942), y con De los chibchas a la Colonia y la República (1949), de Guillermo Hernández Rodríguez, trabajos concebidos dentro del paradigma marxista, como los textos de Francisco Posada Díaz e Ignacio Torres Giraldo. En las décadas siguientes dos obras importantes, y aún vigentes, desligadas de la Academia y surgidas en el momento en que los estudios sociales comenzaron a replantear la validez de la historia hecha hasta entonces en Colombia, son Industria y protección en Colombia (1955), de Luis Ospina Vásquez, y Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia (1961), de Indalecio Liévano Aguirre; (Ver Credencial Historia Nº 110, febrero 1999, pp. 7 y 11) para completar esta etapa de ruptura Jaime Jaramillo Uribe publica en 1963 El pensamiento colombiano en el siglo XIX, obra que introduce las corrientes más contemporáneas de la historiografía al ámbito de los temas nacionales.

A la izquierda: Boletín Cultural y Bibliográfico, del Banco de la República. Al centro: Historia y Sociedad de la Universidad Nacional de Colombia,  sede Medellín. A la derecha: Repertorio Boyacense, órgano de la Academia Boyacense de Historia

 

De su conexión con la economía y las ciencias sociales que se estaba abriendo camino en la década del sesenta, la historia surge con renovado interés y se inicia la carrera de Historia como una especialización de la facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional; ese núcleo que asumirá la representación de la Nueva Historia, un término importado de Francia pero que aquí se identificará en breve con su orientación hacia los temas económicos de ribete marxista, tendrá una función innovadora. Muchos de estos historiadores fueron coautores del Manual de historia de Colombia, publicado por Colcultura en 1978 y reeditado varias veces, en el cual se reunieron asuntos y materiales que anteriormente no se consideraban dentro del campo de la historia; otra publicación importante surgida en ese momento es el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Respondiendo al nuevo y creciente interés, en las décadas siguientes otras universidades -Javeriana, Andes, Valle, Nacional de Medellín, UIS de Bucaramanga, Universidad del Atlántico, Pedagógica y Tecnológica de Tunja- abrieron estudios de historia en diferentes niveles, dando lugar al desarrollo de los temas y asuntos regionales. Para culminar, la Universidad Nacional abrió en 1997 el programa de doctorado en Historia.

El importante aporte de historiadores extranjeros -recordemos a Juan Friede y Kathleen Romolli- se hizo más activo y más frecuente su presencia con la ampliación de interlocutores colombianos; textos innovadores como los de James Parsons, David Bushnell, Frank Safford, David Johnson, John Phelem o Malcolm Deas dieron estímulo a los nuevos historiadores y los incitaron a buscar grados más altos en universidades extranjeras, de las cuales trajeron otras formas del trabajo que rápidamente captó el interés de los medios intelectuales. No deja de ser un fenómeno interesante el que se dio en los ochenta, cuando, quizá con expectativas superiores a lo que la realidad podia ofrecer, los historiadores, en cuanto científicos sociales, fueron requeridos como analistas y políticos en debates sobre luchas sociales, educación y fenómenos de violencia, entre otros. ¿Esa conexión entre la historia y la política significará la alternativa a la que se diera en el siglo pasado entre "el poder y la gramática"?

A la izquierda: Estudio, revista de la Academia de Historia de Santander. Al centro: Revista Credencial Historia,
(Nº 0, de octubre de 1989). A la derecha: Boletín de la Academia de Historia de Cundinamarca.

 

Paralelamente con el auge de la historiografía se implementaron los instrumentos propios del oficio: la tecnificación y crecimiento de la Biblioteca Luis Angel Arango; la reorganización del Archivo General de la Nación, su dotación con una planta física y recursos técnicos y humanos de óptimo nivel bajo la dirección de Jorge Palacios; la recuperación y organización de archivos regionales, elaboración de catálogos e índices, restauración y microfilmación de documentos, recuperación de archivos fotográficos, acceso a los medios electrónicos. Un nuevo empeño editorial, que reunió nuevas tendencias historiográficas y recogió raras fuentes iconográficas, fue la publicación de la Nueva historia de Colombia (Planeta, 1989) bajo la dirección científica y académica de Alvaro Tirado Mejía.

A la izquierda Historia Crítica de la Universidad de los Andes. Al centro: Boletín de Historia de la Universidad Javeriana. A la derecha Estudios Sociales, revista de la Fundación Antioqueña para los Estudios Sociales, FAES

 

En sucesivos hechos que revelan reconocimiento e interés, el gobierno estableció el Premio Nacional de Historia, financió bolsas de trabajo para investigación y, a través de Colciencias, abrió líneas de financiamiento para investigaciones en ciencias sociales, incluida la historia. Simposios nacionales e internacionales con la presencia de los grandes maestros son parte de un calendario agitado, en el cual se destaca desde 1997 la celebración de congresos bianuales de historia, apoyados por las universidades, donde se confrontan maestros y estudiantes. Una revisión a las ponencias presentadas sirve de guía para observar las diferentes rutas por las cuales camina la historia. Es sintomático que esta publicación, Credencial Historia, sea la revista de historia de mayor circulación en el país y la de mayor tiraje en toda latinoamérica.

Los asuntos que atraen a los historiadores se han multiplicado con nuevas búsquedas apoyadas por la antropología, la etnografía, la sociología y la demografía; se han abierto áreas como la vida cotidiana, la mujer y la familia, las ciencias y las religiones, sin dejar de lado los temas económicos, con obras como las de José Antonio Ocampo y Marco Palacios; continúan haciéndose trabajos genealógicos y recientemente se han revisado algunos temas "clásicos" como, por ejemplo, la Comisión Corográfica (Efraín Sánchez), la guerra de los Mil Días (Carlos Eduardo Jaramillo), la rebelión de los Comuneros o la insurgencia urbana (Mario Aguilera). En la medida en que se encuentran otras huellas del pasado, se pone de relieve un mundo mucho más complejo que apenas estamos descubriendo: al seguir el rastro de negros, indios y mestizos se destacan situaciones y conflictos ignorados... los marginales, los criminales, la vida conventual, el comercio, son fracciones de una sociedad que se quiere percibir en su integridad.

Al escoger los diez historiadores del siglo XX, se han compendiado las tendencias de la ciencia en este lapso, sin que alcance a revelarse la magnitud y la importancia del trabajo realizado, ni las posibilidades del que vendrá, ya en el próximo milenio, cuando comience a explorarse en las complejidades de una época, la nuestra, la que no logramos comprender.