21 de diciembre del 2024
 
Agosto de 2016
Por :
Juan Camilo Rodríguez Gómez

EL CONDE DE CUCHICUTE: UN SOLITARIO ANACRÓNICO

Si hubiese diez Condes de Cuchicute,Santander sería una de las regiones más ricas y adelantadas del país. Stoyan Serafinoff y Eduardo Anjel

El 16 de noviembre de 1922 José María Rueda Gómez, Conde de Cuchicute , firmó en la Notaría de San Gil, Santander, una escritura que cambiaría totalmente su destino. A partir de lo sucedido en ese día su vida tomaría un rumbo insospechado y en gran medida el único sentido que tendría sería el de buscar la anulación jurídica de los compromisos que asumió en aquella fatídica tarde. Sus esfuerzos económicos del pasado, la fortuna que llegó a acumular, la figuración social que lo caracterizó, todo lo que había construido en cincuenta años pasaría de inmediato al olvido. Los veinticuatro años que le restaban los dedicaría a borrar lo que autorizó con su firma en aquel documento notarial del que no tuvo plena conciencia en razón del extravío mental en que se encontraba. La existencia del Conde de Cuchicute, que entonces se partió en dos, pasaría de las habladurías locales de San Gil y Socorro a formar parte de la crónica cotidiana de Bogotá y a tener un sentido histórico. De los años que luego vivió en Bogotá a lo largo de la década de los treinta, dedicado a luchar por su causa en los estrados judiciales y a exhibir su locura por las calles, quedaron un sinnúmero de anécdotas que han sido contadas por la tradición oral creando un mito que si bien recogió los aspectos humorísticos, estrambóticos y el sinnúmero de excentricidades que lo identificaron, no son suficientes para entenderlo no simplemente como un anacrónico sino como alguien que a pesar de su excepcionalidad patológica fue también muestra de su mundo y de su tiempo.

En una noble cuna

En algunas de las entrevistas y artículos que escribió durante su larga estadía en el Bogotá de los años treinta, Rueda Gómez describió así sus orígenes y abolengos: “Al mundo, a este mundo baladí y contradictorio, de las ricas esencias del alma envenenador vine el día 28 de abril de 1871… Y vine de una familia distinguidísima, cuyo empingorotado abolengo piérdese en las raíces de cuyas savias surgieron las ramas de una nobleza cada día más acendrada, más limpia, más ilustre y más pulcra” (1). Para la revista Estampa , dirigida por Jorge Zalamea, expresó: “Mi familia tenía una rancia tradición de riqueza y de señorío” (2). Luego en una carta reforzó sus ínfulas de nobleza usando su particular manera de expresarse, llena de arcaísmos: “Basta con a vos deciros que de la sangre mía, la sangre impetuosa y purísima que por mis venas discurre, me enorgullezco, que ella por sus reductos azules galopa, más que enjaezada, cubierta de las espumas que brillo y alteza dieran a los hijodalgos e infanzones que en línea recta suben hasta mis muy nobles tatarabuelos… Homínculo de aquella empinada estirpe soy yo…” (3).

En efecto, sus ancestros habían gozado de inmenso poder económico y político en la región de San Gil y Socorro. Su abuelo, José María Rueda Acevedo, y su padre, Timoleón Rueda Martínez, además de sus tíos, habían amasado una importante fortuna económica fundada en extensas haciendas en las que además del ganado, el tabaco, el azúcar, la panela, así como diferentes tipos de cultivo, se destacó el café ya bien avanzado el siglo. Fuente considerable de aquella riqueza familiar fueron también los arriendos y los prestamos de dinero con hipotecas y sobre todo, el remate de la renta del aguardiente en una extensa región de Santander. Por el lado de su madre, Cimodocea Gómez de Rueda, José María obtendría el origen de lo que luego sería su inmensa riqueza surgida de una sucesión que para 1904 fue avaluada en una cifra astronómica cercana a los 3 millones de pesos.

Juventud vagabunda

Entre 1882 y 1884 José María Rueda Gómez estudió en el Colegio San José de Guanentá. El Rector, Nepomuceno J. Navarro, escribió un “cuadro de costumbres” que bien puede reflejar el comportamiento de aquellos muchachos como el luego Conde de Cuchicute : “… de esa clase que vive en medio de las comodidades y en el fausto y esplendidez; que han gozado de la ternura y solícito cuidado de una madre, y de las repetidas caricias de un padre; que nunca han experimentado los horrores del hambre ni el frío glacial de la intemperie; cuya infancia se desliza entre las delicias, y sus más extraños y pueriles caprichos son satisfechos al momento; pero a quienes por lo regular no les aguarda un porvenir tan brillante, porque sus padres a fuerza de mimarlos y darles gusto en cuanto se les antoja, los han convertido en entes nulos, incapaces de ganar la vida con el sudor de su frente y de recibir con valor y serenidad los rigores del infortunio” (4). En medio de todas las comodidades prodigadas por su familia, Rueda Gómez se mantuvo en un nivel mediocre en este colegio así como en el de Pedro Alcántara Gómez de Zapatoca, donde estudió en 1885. De aquellos años se cuentan algunas anécdotas de su vida, como el robo que le hizo a su propio padre en un asalto en un camino, el encarcelamiento con el célebre bandido José del Carmen Tejeiro, la herida que con navaja le propinó a un compañero de estudio o su participación en la fuerzas liberales del General Daniel Hernández durante la guerra civil de 1885.

Bogotá

La llegada a Bogotá en 1886 deslumbró al joven Rueda Gómez. De un San Gil que contaba con cerca de 10.000 habitantes pasó a la capital de la nueva República de Colombia que superaba ya los 60.000. Para este provinciano el contraste fue descomunal y en el novedoso ambiente pronto encontraría terreno fértil para su afán de figuración y la ampliación de sus extravagancias. Su acudiente fue Francisco Santos Galvis, quien para la época era el Tesorero General de la Nación , amigo de su familia por los comunes ancestros de Curití. En un comienzo estudió en el Colegio Académico de Manuel Antonio Rueda, donde sus calificaciones de aprovechamiento fueron nulas. Pasó en 1888 al Colegio de Nuestra Señora del Rosario de donde pronto sería expulsado por llevarle la contraria al profesor Venacio Ortiz en la clase de Historia Sagrada: “¡No hubo diluvio y es patraña imbécil lo de la torre de Babel, Maestro!” (5).

El Externado, fundado en 1886 por Nicolás Pinzón Warlosten, sería el último establecimiento de educación por el que pasaría Rueda Gómez en Colombia, en 1889. El ambiente laico y de libertad de cátedra le fue más propicio para su temple y por eso afirmaría años después que en esa casa de estudios encontró al que consideró como su único maestro, don Santiago Pérez, quien había sido Presidente de los Estados Unidos de Colombia entre 1874 y 1876.

En las expresiones de megalomanía que años después dejaría escritas en sus memorias, dejó este tipo de testimonios sobre su temprana educación: “Su carácter independiente, su temperamento revolucionario, sus nervios siempre dispuestos a encresparse y hacerse sentir, llevároslo en los claustros escolares a ocupar una posición sui generis de visible jefe de insurrecciones, al mismo tiempo que de modelo de elegancias y distinciones… No lo entendieron los colegios, o no quisieron entenderlo. Les faltó paciencia y conocimiento de las altísimas bellas cualidades que embellecen aquel cerebro y ese corazón, y por su prosapia y por su riqueza y por su ilustración, se le pegó lo más granado de la nobleza, de la ilustración y de la política…” (6).

En el Bogotá de aquellos años Rueda Gómez fue acumulando enemistades, malos informes de los colegios y crecientes deudas que se transferían a su padre. Para alejarlo de malas influencias y peores pasos, don Timoleón decidió enviarlo a Estados Unidos con el propósito de que allá estudiara comercio en un muy prestigioso “college”.

En el Eastman Bussines College

Entre los años de 1890 y 1893 José María Rueda Gómez permaneció en Estados Unidos, la mayoría del tiempo en Nueva York y en Poughkeepsie. El propósito de su estadía fue el de estudiar comercio y para ello se matriculó en el Eastman Bussines College, un prestigioso establecimiento que llegó a tener 1.600 alumnos y 70 profesores, en el que estudiaban los hijos, varones, de acaudalados empresarios y comerciantes de ese país. Uno de los egresados de mayor renombre de ese instituto fue Mark Twain. En el vecindario del lugar de estudios de Rueda Gómez quedaba el Vassar College, en el que estudiaban 400 niñas de elevada posición social, un lugar muy lujoso, construido siguiendo los planos de las Tullerías, y que constituyó punto de referencia obligado para este inquieto joven y acaudalado suramericano.

Don Timoleón, su padre, no escatimó dinero para que José María estudiara en el que consideraba como “el mejor colegio que hay en ese país” y aspiraba a que su hijo llegara a ser “jefe de una respetable casa de comercio”: “…nuestro deseo es que aprenda lo más que le sea posible para que venga a dirigirnos y a vivir a nuestro lado”. “He hecho lo posible porque Ud. se eduque y que, una vez concluida su carrera, venga a ser el timón de su familia”, le escribiría en cartas de 1891 y 1892. Además de los estudios de comercio, don Timoleón le insistió a su hijo que también aprendiera ebanistería y mecánica, oficios útiles, y que visitara fábricas para que tomara ideas que pudieran ser desarrolladas a su regreso. Le envió dinero para que comprara un reloj de oro y una leontina, elementos claves en la órbita del consumo ostentoso y el prestigio.

Pero José María cuidadosamente ocultó a su padre los pésimos resultados académicos de su desempeño. Cumplido el término previsto por el plan de estudios y ante las reiteradas negativas de José María sobre su diploma, don Timoleón entró en contacto con el director del College quien le informó que a su hijo le faltaban dos terceras partes de su estudio y que su conducta y aplicación eran muy deficientes. El rico hacendado santandereano dispuso entonces el regreso de su hijo y la reorientación de sus planes para que más bien estudiara Derecho en Europa.

El regreso de José María Rueda Gómez a Colombia fue muy traumático. De una parte, en su paso por los ríos Magdalena y Sogamoso contrajo un paludismo que lo recluyó durante tres meses de una difícil recuperación, enfermedad que incidió en su creciente depresión y que debió alterar su estado mental. El relataría años después aquel estado de ánimo que lo llevó a varios intentos de suicidio, en uno de los cuales perdió un ojo:

“En casa de mis padres nada me hacía falta. Pero el contraste entre la vida, los hábitos, las costumbres de la universidad, y los de mi tierra se me hizo intolerable. En los Estados Unidos, todo era libertad, distracciones, regocijos. En San Gil, quietud, calma, monotonía, provincialismo. Dejé en Nueva York una novia con quien había apalabrado matrimonio. Y a mi novia le dije, cuando emprendí viaje de regreso a mi patria, que, si en el curso de un mes no recibía carta mía, era que me había suicidado. La idea del suicidio cundió en mi mente hasta convertirse en una verdadera obsesión. La sociedad de San Gil trataba de calmar mi tedio y mi fastidio. Se daban bailes, se efectuaban paseos en mi honor. Pero nada lograba distraerme.

En diversas ocasiones estuve a punto de quitarme la vida. Quise ahorcarme y por último, resolví matarme de un tiro. Aficionado a las armas desde la adolescencia, era dueño de más de cinco revólveres y de otras tantas pistolas.

Tenía yo 20 años y la vida me hastiaba. Una tarde, no recuerdo precisamente su fecha, la obsesión, el deseo de fugarme a la eternidad, me venció en forma definitiva. Me dirigí a la alcoba del departamento que ocupaba en mi casa solariega. Mi intención era matarme sin desfigurarme el rostro, porque, sépalo usted, yo era un hombre bien parecido, buen mozo y elegante. Me coloqué tras una mesa, para impedir que al matarme, mi cuerpo cayera y se estrellara contra el suelo. Monté el revólver y procedí a pensar en el sitio más efectivo. Seguramente, por un movimiento nervioso e inconsciente, el revólver se disparó antes de lo que yo pensaba. El proyectil, rompiendo el maxilar superior, se colocó sobre la encía superior del mismo lado. No recuerdo yo sino la percepción auditiva de la detonación” (7).

Años después diría en varias entrevistas y en sus tertulias de los cafés de Bogotá, que se había sacado un ojo para tener algún defecto porque la humanidad no lo soportaría sin alguna falla. A partir de ese día al joven Rueda Gómez lo llamarían habitualmente el tuerto o el loco Rueda e irían en ascenso los problemas con su familia y las grescas locales. Pocos meses después, por ejemplo, destruyó a machetazos el teléfono que comunicaba la hacienda Cuchicute en Curití con la casa paterna en San Gil y unos días después causó tremendo escándalo cuando le prendió fuego a la destilería del aguardiente, quemando 70 barriles y causando destrozos que se avaluaron en 80 mil dólares.

En la Europa de los Dandis

En San Gil José María era inaguantable. La bonanza económica de la familia, cada vez más adinerada producto de grandes negocios de ganado y crecientes exportaciones de café, llevó a que Timoleón enviara a sus hijos –Timoleón, Julia y Silveria- a estudiar en París con José María como acudiente y el proyecto nunca iniciado de estudiar derecho. La vida en Francia sería de nuevo motivo de mayores infortunios y de desavenencias familiares. A mediados de 1896 los hermanos Rueda Gómez se instalaron en París. José María internó a sus hermanos y mientras tanto él se dedicó a la gran vida gastándose los 400 dólares mensuales que le enviaban, suma muy considerable según se desprende del testimonio de Luis Zea Uribe quien por la misma época vivió cómodamente con su familia en esa ciudad con un presupuesto de 200 dólares mensuales (8). José María no estudió nada mientras que a sus hermanos los matriculó en clases de francés, historia, geografía, literatura, piano y baile, además de modistería en el caso de las hermanas. Para sus dos hijas, a don Timoleón le interesaba especialmente el piano, la gimnasia y la modistería:

“No soy opuesto a que estudien o aprendan a tocar instrumento de cuerdas, pero lo que deseo es que lo que aprendan lo aprendan bien, pues es muy feo ver músicos que saben registrar y no saben tocar una pieza con certeza o que no sepan templar el instrumento que tocan, y les repito, no soy opuesto a ningún aprendizaje, pero no quiero que sean como don Froilán Gómez que era músico, cantor, litógrafo, retratista, relojero, sastre y ebanista, y era tanto pues lo que medio sabía que casi murió de hambre porque no supo bien ninguna de sus profesiones, y en este espejo es en el que no quiero que se vean y les repito que lo que aprendan que sea bien, o nada. Es indispensable que si aprenden a tocar piano aprendan a templarlo” (9).

Durante su vida en París José María Rueda Gómez vivió un ambiente que forjaría su carácter irreverente. Entre otras, el caso Dreyfus influyó notablemente en su concepción y sus relaciones con la justicia, asunto que luego sería trascendental en su comportamiento; tuvo también cercanía intelectual con el Marqués Henri de Rochefort, director del periódico L'intransigeant , de tendencia republicana-socialista, muy crítico de la vida cotidiana francesa. Por lo demás, y eso sería lo más importante, se aproximó al dandismo, movimiento que criticó los valores de la burguesía en ascenso. El proceder de los dandis, como Rueda Gómez, enfatizaba en su afán de notoriedad, de sorprender con sus atuendos, con su conversación, de provocar con sus modales. Como lo señala Arno Mayer en una imagen que bien puede representar al luego Conde de Cuchicute , “los dandis, muchos de los cuales eran espadachines y usaban monóculo, eran hombres ociosos e improductivos. Constituían una élite, por designación propia, de una elegancia vestimentaria individual artificial pero sencilla, e intelectualmente eran originales, atrevidos e impredecibles. Levantados al mismo tiempo contra los aristócratas que se autoadoraban y contra los filisteos burgueses, pero con mayores afinidades con los primeros, los señoritos animados de París, ponían la excentricidad intelectual, estética y sexual por delante del refinamiento material ostentoso” (10). Este aprendiz de dandi en París sería luego un dandi anacrónico en la Colombia de treinta y cuarenta años después.

La permanencia en París le serviría a Rueda Gómez, un permanente ilusionista aficionado entre otras muchas lecturas a la literatura de viajeros, para inventarse una serie de viajes y fantasías, que luego contaría a sus contertulios en San Gil Socorro y Bogotá. La más importante de todas, su viaje a Siam y a Filipinas. A Siam, siguiendo a la Princesa Titiana con quien había tenido un romance y a Filipinas donde, inventaría luego, participó en la guerra Hispano-Norteamericana y en el proceso de independencia de ese país, peleando en la Batalla de Cavite en defensa de la corona española y razón por la que le darían el título nobiliario de Conde de Cuchicute y Guanentá , en recordación de los feudos paternos de la gran hacienda Cuchicute. Todo ello una más de sus muchas quimeras que sin embargo le serían creídas, al punto que en documentos oficiales y en el uso corriente de la gente se le haría referencia con su título nobiliario.

Varias circunstancias llevaron a que el regreso de los hermanos Rueda Gómez a Colombia se anticipara. De una parte, los malos tratos que José María les daba, generando incluso escándalos públicos. De otra, el descenso en la cotización internacional del café, que pasó de 22 a 8.5 centavos la libra entre 1897 y 1899, año que coincidió con otro motivo que menguó el auge de la familia Rueda. Se trató del comienzo de la Guerra de los Mil Días. Durante el tiempo en que don Timoleón realizó el esfuerzo de sostener a sus hijos en Europa sus ingresos tuvieron una considerable caída y para completar, como liberales que eran, la guerra les establecería un escenario muy difícil para sus negocios y sus haciendas serían objeto de saqueos y confiscaciones.

Administrador de Cuchicute

De regreso a Colombia, a los 28 años de edad, José María asumió la administración de la hacienda paterna, Cuchicute y debió sortear los problemas asociados con la guerra civil. Se dio inicio a un periodo de algo más de tres lustros en el que luego de un asesinato que cometió y del que salió absuelto por locura, se produjo el más sorprendente cambio y en la etapa de éxtasis de su ciclotímica vida se convertiría en un prestigioso empresario. En el estudio psiquiátrico que le hizo Miguel Jiménez López se describieron así aquellos años del final del siglo XIX y comienzos del XX:

“Se dio a los trabajos agrícolas, en los campos de sus padres; sembraba y cosechaba café, formaba potreros y cebaba ganados, todo con actividad y provecho, de tal suerte, que al cabo de algún tiempo había adquirido la finca de La Meseta , había mejorado y hecho productivas otras propiedades y había comprado y edificado varias casas en San Gil. No dejó, sin embargo, de ser interrumpida esta larga época de trabajo por algunas crisis sentimentales y por algunos periodos de anormalidad en su conducta. Fue entonces cuando murió la madre de don José María, lo que le produjo una intensa pesadumbre. A poco tiempo de este suceso, se avivaron los desacuerdos con su padre por cuestiones patrimoniales, y no faltaron, de tiempo en tiempo, épocas irregulares de depresión o de excitación… En otra ocasión tuvo lugar el grave y lamentable hecho ocurrido en San Gil el 13 de mayo de 1899, en que bajo la influencia del licor, don José María dio muerte de una cuchillada al obrero y antiguo dependiente suyo, Domingo Rodríguez, con quien, en realidad no tenía antecedente grave que motivara semejante atentado. …hacia la misma época hubo una nueva tentativa de suicidio por medio de envenenamiento con laúdano” (11).

Con el asesinato que cometió Rueda Gómez, su comportamiento llegó a un punto extremo. Todos sus escándalos y excentricidades anteriores eran poca cosa comparadas con esto. Los peritos que lo examinaron en desarrollo del proceso judicial, dictaminaron que se trataba de un “degenerado hereditario”, que había actuado “bajo el influjo de una obsesión impulsiva, inconsciente e irresistible… que prueban el estado de anormalidad psíquica o alienación mental, siendo de notarse que los síntomas expuestos por los testigos, ora indican la excitación o exaltación, ora la depresión o melancolía” (12). El caso se consideraba también como una “psicosis de la forma paranoica”. El doctor José María Rodríguez Piñeres conceptuó al respecto: “…el contraste de una inteligencia sana en apariencia, con la manifestación de anomalías extrañas y de actos vituperables e inexplicables,…en ausencia de motivos y en desacuerdo con su educación, sus sentimientos y su conducta ordinaria, …me hacen creer que dicho señor es un degenerado que sufre de locura moral que se ha manifestado por varias monomanías impulsivas tales como la homicida, la suicida y la piromanía” (13).

Preso por un breve tiempo y luego absuelto del homicidio en razón de su estado mental, continuó con la administración de la hacienda Cuchicute hasta que en marzo de 1901 don Timoleón confió la administración de sus haciendas a Julio Laurens, el novio de su hija Silveria. Como ciudadano francés la presencia de Laurens constituía una especie de seguro frente a los abusos del gobierno durante la guerra. De otra parte, aquella época fue el comienzo del proceso de exclusión legal y moral para José María de los bienes de su padre. A esto se sumó el hecho de que en 1902 y 1903 hubiera tenido dos hijas –Olinda Diana y Olga Delia- con una mujer de origen humilde, María Antonia Ortiz, y sin que mediaran los formalismos del matrimonio. Luego sostuvo una relación con Sara Gómez, entre 1904 y 1922, de la que nacerían otras dos niñas, Esther y Sara Rueda Gómez. Estas relaciones de “concubinato” fueron motivo adicional de rechazo social y familiar hacia José María.

Majavita

En enero de 1905 José María Rueda Gómez compró la hacienda Majavita en el Socorro, propiedad que había sido de su madre. A estas tierras y a la de La Meseta que tenía desde 1895, sumaría pronto las haciendas de El Jovito en San Gil y Valdepeñas y La Polonia en el Socorro. Este “degenerado superior” como lo calificaría Luis López de Mesa años después en el marco de los exámenes mentales que se le hicieron en el pleito judicial que sostendría con su hermano, empezó a sorprender a todos. José María que había fracasado en todas las iniciativas desde las estudiantiles hasta las empresariales e incluso amorosas por las que había pasado, se convirtió en pocos años en un acaudalado y exitoso hacendado y empresario, exportador del mejor café de la región, fundador del Banco de San Gil y socio mayoritario de la Compañía Eléctrica Hispano-Colombiana del Socorro.

Desheredado por su padre y agudizados los conflictos familiares, emprendió su propio destino y dejó pasmados a sangileños y socorranos. Su actitud independiente y de librepensador fue cada vez más notoria y se enfrentó también con las autoridades civiles y eclesiásticas. En esta etapa de ímpetu laboral y gran productividad económica en su vida, además de sus actividades ganaderas así como con la caña y el azúcar, llegó a ser, terminada la primera década del siglo XX, “el principal productor de café” (14) en la región, lo cual era muy significativo si se tiene en cuenta la importancia que aún conservaba Santander en la producción y exportación del grano. Ya no era aquel melancólico recluido en una habitación rumiando sus tristezas e hilvanando ideas para su suicidio. Ahora no paraba de hacer negocios, de escribir cartas comerciales, de concebir y ejecutar proyectos, como el del teléfono que contrató con la Western Electric Company de Nueva York y que se instaló entre su casa de San Gil, a la que más adelante llamaría el “Palacio del Solitario” y la hacienda Majavita en el Socorro. Pero no solo le interesaban los negocios, la mayor parte de su tiempo la dedicaba a leer y fue acumulando una biblioteca que por esos años llegó a los tres mil volúmenes y que a su muerte bordeó los seis mil, según el inventario de su sucesión. Libros en inglés, francés, alemán, italiano y español, de la mayor variedad temática: Desde literatura e historia y política, hasta filosofía y teología, pasando por física, química, astronomía, agricultura, geografía, entre otros asuntos, que ampliaron su cultura, su perspectiva del mundo y su posición crítica frente al tiempo en el que vivía.

La lectura le absorbía mucho tiempo y cada vez visitaba menos sus haciendas. Nombraba administradores o “visitadores generales” como él los llamaba de manera anacrónica, con quienes sostenía frecuentes disputas por las cuentas y la actividad cotidiana de sus tierras. En este sentido ya había tenido problemas con Felipe Pico Jaime, pero la mayor controversia la llegó a tener con Pedro Elías Gómez Uribe, administrador de Majavita y La Polonia. De esos sucesos se desprendieron consecuencias trascendentales. En efecto, con Gómez Uribe sostuvo una administración a distancia, mediada por el género epistolar. Carta iba y venia de San Gil a Socorro con infinitas indicaciones, instrucciones, advertencias, quejas y reclamos sobre el manejo de aquellas tierras. José María, no contento con los resultados que se obtenían en Majavita arreció con las exigencias a Pedro Elías. Las cartas, por lo demás, eran extensísimas parrafadas con las más minuciosas indicaciones y hasta con citas de autores clásicos, algunas en latín, pero con la particularidad de usar un lenguaje que podría catalogarse de castellano clásico, el llamado idioma cervantino, que también emplearía cada vez más en su comunicación oral para sorprender y distinguirse del común de los mortales. Esta correspondencia es muy extensa. Un párrafo que es buen ejemplo de esa inusual administración dice así:

“¿Para qué aumentar mi zozobra con el estudio de lo que usted haya venido faltando a la doctrina del contrato escrito? Yo he venido conmigo mismo haciéndome reflexiones y armándome de la mayor prudencia aun a costa de mis intereses; de la misma manera que en el individuo las cualidades de la juventud y las de la vejez deben unirse para formar un hombre completo, lo mismo el pasado y el futuro deben colaborar en el progreso. Es necesario juntar la actividad y el espíritu de progreso, que son atributos de la juventud, a la circunspección y a la solidez que pertenecen a la edad madura. El espíritu filosófico armoniza las cosas que podrían creerse incompatibles. Ha sido en el sentido de la armonía que yo he venido pretendiendo el orientar mi pacto con usted y mi labor en general, y lo contrario lo juzgo absurdo y antilógico. ¡Allá está usted reposándose! ¡Aquí estoy yo trabajando! Pero todo aquí me marcha bien, como sobre ruedas. Virgilo, príncipe de los poetas latinos, en su poema sobre la apicultura, dice: Passunt, quid posse videntur . Sí, don Pedro Elías, ¡a una buena voluntad no le hacen falta facultades! Es la malicia de la voluntad la que engendra la debilidad; las cosas parecen imposibles al apercibir alguna dificultad, pero no hay que temblar ante el más grave de los daños, como la pérdida de la vida, por ejemplo” (15).

A lo largo del año la tensión fue en aumento y las cartas, con citas de La Fontaine , Maeterlinck, Phocylide, entre otros, colmaron la paciencia de Gómez Uribe. Incluso Rueda Gómez retó a duelo a su administrador y el 15 de diciembre de 1913 finalmente José María Rueda Gómez se fue para Majavita a hablar con su “visitador general”. En medio de la conversación y de las acusaciones de robo hechas por Rueda Gómez, su administrador sacó un revolver y le disparó seis tiros en el abdómen. Con heridas tan graves poco se esperaba de su vida. La cirugía y los cuidados del doctor José María Rodríguez Piñeres le salvaron su existencia. Los dos años que siguieron estuvieron muy dedicados al pleito por este intento de homicidio y en medio de un ambiente local muy complejo por esos acontecimientos, José María se fue llenado de un cúmulo de problemas y enemigos. Decidió entonces viajar a España e instalarse en Barcelona.

El pais de la pandereta

Llegó a Barcelona en 1918 en compañía de su mujer, Sara Gómez y sus hijas Olinda Diana, Olga Delia y Esther. Allá nacería Sara. En cierta forma huía de los problemas que se le apilaban en Santander y pensaba encontrar en España la buena vida que veinte años atrás había disfrutado en tierras europeas. Pero las contrariedades no lo abandonarían y la estadía en España sería catastrófica, tocando los dos extremos, la cima y el fondo. Dejó en arriendo sus dominios y estableció nuevos negocios en Barcelona. Con Pedro de Subirana y Pongrau constituyó la firma “José María Rueda y Cía. Cafés Cuchicute”, para distribuir café colombiano en Europa. Con José Salvador Ropero creó la “Fábrica de Artículos Metálicos”, que elaboraba fallebas para ventanas, mangos y cerraduras para puertas, anunciadores para estaciones de ferrocarril y reglas para trazar paralelas. Entró así en la producción industrial y publicó un detallado catálogo para anunciar y promover los productos de su fábrica. Otro ámbito de su actividad en esa ciudad fue la sociedad que hizo con los colombianos Carlos Lorenzana y Zoilo Cuéllar Chávez para publicar el periódico América en Europa . Su actividad intelectual lo llevó también a escribir artículos que enviaba para La Vanguardia Liberal de Bucaramanga, en los que firmaba con el pseudónimo “El Conde”, síntoma creciente de sus ínfulas de nobleza.

La paz que había encontrado en Barcelona y que le había permitido continuar con su frenética actividad económica no duró mucho. Durante mes y medio, entre abril y mayo de 1918 estuvo recluido en el Frenocomio de Nueva Belén. En los dos años siguientes continuaría con su vertiginosa actividad pero le fueron aumentando las sospechas sobre el mal comportamiento de sus socios españoles. Decía que lo robaban y su paciencia se agotó. Adquirió una fuerte animadversión hacia España y los españoles: “Aquí nada hay que gitanos, y es además el país más inhospitalario que yo he visitado. España es la tierra del fracaso, el país de la pandereta y de la indecente chulería. Más grande llegará a ser cualquier país conquistado por Castilla, cuanta menor cantidad tenga de sangre española” (16). Le entró el afán de volver a Colombia, pero, a la vez, lo angustiaba el mal ambiente que se había creado en su contra en tierras santandereanas. El 19 de marzo de 1921 terminó recluido de nuevo en el Frenocomio de Nueva Belén. Debió ser conducido con camisa de fuerza y allá permaneció hasta junio. Salió del manicomio no porque se hubiera recuperado sino porque el dinero para el sostenimiento de la familia se agotaba ante la crisis de los negocios de José María. Sara tomó entonces la decisión de volver a Colombia y luego de liquidar los asuntos empresariales volvieron a tierras santandereanas.

El regreso de un alienado

La llegada a Santander a comienzos de 1922 constituyó una sorpresa mayúscula para todos los que conocían a José María Rueda Gómez. Ya no era aquel personaje locuaz, dicharachero, simpático y la vez pendenciero. Tampoco el elegante dandi, a toda hora bien vestido y muy cuidadoso de su apariencia. Menos aún el hacendado interesado por el porvenir de su patrimonio. Durante todo el trayecto del regreso, en Puerto Colombia, en Puerto Wilches, en Bucaramanga, en la Mesa de los Santos, y en la hacienda Cuchicute donde lo dejaron hasta abril de ese año, de manera recurrente se le vio sumido en el más absoluto mutismo. Su propia compañera, ahora lazarillo de su desvarío, lo relató: “…estaba dominado por el desequilibrio mental, caracterizado éste por el silencio o mutismo en que asistía, falta de coordinación y de lógica en sus conversaciones, por el insomnio, por el desvío de la mirada, la tristeza y por impulsos agresivos, pues en muchas ocasiones me agarraba con violencia para maltratarme y causarme daño” (17). Muchos conocidos suyos dejaron similares testimonios sobre su extraño comportamiento y su demencia.

Al llegar a San Gil, en mayo de 1922, no fue alojado en su casa sino en la de su hermana, Silveria Rueda de Laurens, ya viuda. En esa casa del parque principal de San Gil su hermana se sorprendió del punto al que había llegado José María:

“…por el mutismo a silencio en que permanecía, por la falta de voluntad aun para los actos más sencillos, por la constante actitud de melancolía o tristeza en que vivía, por el horror y esquivez para tratarse con las gentes, por el susto que le producían cualquier ruido, o la conversación de una persona extraña, o la presencia de las mismas, pues por lo general, permanecía encerrado en su pieza y no admitía visitas a nadie…y era tanto el miedo que sentía con la llegada de gentes a la casa, que muchas veces se escondía debajo de las mesas del comedor o en un cuartito pequeño de la repostería… Además se mantuvo en un abandono y desaseo en su persona y en su manera de vestir, increíbles, dadas su cultura y educación; no se bañaba el cuerpo sino haciéndole fuerza e insistiéndole mucho en ello, y usaba ropas raídas, rotas y sucias, como si fuera un limosnero, no obstante tener tres cargas de baúles llenos de ropa recién traída de Europa… cuando llegaba a hablar era para dirigir blasfemias y frases incoherentes pidiendo que le cayeran rayos y centellas… Generalmente vivía de muy mal ceño, manifestando rudeza en su modo de ser, brusquedad y cólera; se le veía muchas veces tratando de escarbarse los dedos y haciendo ruido con las uñas, y cuando llegaba a pasearse, que era en un mismo sitio o corredor de esta casa, lo hacía siempre con mucha precipitud y hablando solo” (18).

En tan difíciles circunstancias mentales, el 16 de noviembre de 1922 José María recibió a su hermano Timoleón, al notario Jesús Martínez Meléndez y a los testigos de lo que se firmaría en esa ocasión. Tres escrituras firmó José María. Por medio de la 271 cedió todos sus bienes a su hermano a cambio de una renta vitalicia de $250 oro americano amonedado (19). Entregó así sus haciendas y casas por una cifra entre diez y quince veces menor a lo que producían según se estimó años después en el juicio de nulidad de aquella escritura. Con la escritura 272 otorgó poder a Timoleón para que pudiera vender la hacienda Valdepeñas, que después pasó a Sara Gómez, lo que pudiera interpretarse como una jugada para calmar a su mujer e hijas de un eventual reclamo. Por último, en la escritura 273 hizo testamento, dejando sus bienes a sus hermanos Timoleón y Silveria.

Al día siguiente el loco Rueda fue sacado de San Gil, llevado a Cartagena y embarcado para Nueva York. Pasará un periodo de algo menos de diez años en los que la vida de Rueda Gómez transcurrirá en Nueva York, París y Bruselas en busca de alivio mental y tranquilidad. Recuperadas en parte sus capacidades comenzará a escribirle a su hermano exigiendo que le aumente el valor de la renta vitalicia en razón de haber hecho un pésimo negocio. El mismo resumió así esos años en sus memorias inéditas: “En 1922 Timoleón, su hermano, arteramente, con abuso pleno lo desterró a Norte América. El Barón de Bonnano lo condujo a Europa en 1924 y a París. En 1925 se daba ya cuenta de todo. Se acordó que tenía dinero en el banco, y en efecto recibió 400.000 fr. Jugó a la bolsa, duplicó el capital, y compró su palacio en Bruselas. Allí vivió de 1926 hasta 1929. Publicó varios folletos en Bruselas, París y Nueva York referentes al atraco de su hermano Timoleón y llegó a Colombia en 1931 en que siguió publicando muchos folletos referentes al mismo asunto. Y asomó el pleito, la más tremenda lucha contra influencias infinitas, contra innúmeras intrigas, contra múltiples intereses” (20). En su “Chateau del Solitario” en Bruselas vivió con una española, Lola de Aragón.

La ley es berrear

En la década de los años treinta el Conde de Cuchicute , que ya era ampliamente conocido con ese nombre, se dedicó en Bogotá a la más denodada lucha para recuperar la totalidad de sus bienes que consideraba que su hermano, a quien apodaría de ahí en adelante como Tartufo , es decir el símbolo de la mezquindad, la hipocresía, la zalamería, la bajeza, siguiendo la obra de Molière, le había arrebatado. El pleito que entabló es muy largo y pasó por tres instancias, llegando a la Corte Suprema de Justicia, o Corte de las Supremas Injusticias, como él la denominaría. A lo largo de esos años se dedicó a exhibirse por las calles y en las vitrinas de los cafés de Bogotá, a publicar folletos contra su hermano, a contar a diestra y siniestra su caso para ganar adeptos. Es en esos años cuando aparece el Conde de Cuchicute en toda su dimensión. Lo que hace, lo que dice, se vuelve noticia cotidiana en la prensa, escribirá también más de cincuenta artículos para periódicos de Bogotá y Santander.

En el pié de foto de una crónica de Ramón Manrique en El Tiempo , recién llegado a Bogotá, se le menciona así: “Excmo. señor Conde de Cuchicute y coronel del ejército español, título adquirido en la batalla de Cavite, de la guerra contra las Filipinas”. (21)Por las calles de Bogotá se le verá a diario con su facha habitual, absolutamente anacrónica, pero propia, en referencia permanente al ejercicio de su libertad y que quedó retratada en el óleo que en 1942 le hizo el pintor José Rodríguez Acevedo.

Todo el boato y esplendor que desplegó en Bogotá en los años treinta, a pesar de las difíciles circunstancias económicas por las que atravesaba, que lo obligaron a vivir en humildes piezas de pensiones luego de los derroches que se había dado en la vida, tenía como propósito lograr que en el pleito que inició en el Juzgado 5° Civil del Circuito se declarara nula la Escritura 271 de 1922 para así recuperar su fortuna. Sobre su situación decía: “No hay razón que explicarme pueda la sinrazón desta anómala situación que atravesando vengo. Yo, pobre no soy. Mis riquezas, en poder yacen de mi hermano Timoleón, a quien, según infórmanme, hice escritura de confianza de todas ellas, en fatales momentos de extravío mental de mi parte. …Vuelto a la razón, reflexionado he

y, como Goethe, atrevídome he a exclamar: -De do aquesta desventura?”.

Los abogados de las partes fueron del mayor prestigio: Por el lado de José María, Roberto Delgado, Carlos Lozano y Lozano y Luis Eduardo Gacharná. Por el de Timoleón, José Antonio Montalvo y Luis Rueda Concha. Entre los peritos que dictaminaron sobre el estado mental del Conde de Cuchicute figuraron también nombres de primera línea: Luis López de Mesa, Luis Zea Uribe, Miguel Jiménez López, Pablo A. Llinás, Julio Manrique, Maximiliano Rueda Gálvis, Guillermo Uribe Cualla.

Realizadas las pruebas periciales y testimoniales el fallo del juzgado le sería adverso. La sentencia del Juez, del 19 de abril de 1933, absolvió a Timoleón Rueda Gómez, afirmando que el día en que se suscribió la escritura y particularmente en el acto de su firma, José María “se ofrecía como un hombre normal y cuerdo” (22). La indignación del Conde de Cuchicute fue notoria: “En ningún idioma humano hay palabras suficientemente expresivas y flagelantes que silben, que griten la ignominia, la bajeza, la ruindad, la mala fe, la tenebrosidad de conciencia, de este juez sin el más elemental escrúpulo, sin la noción más leve del honor, actuante en este caso solamente al impulso de sus conveniencias personles y movido, como las ridículas marionetas de barraca, por las cuerdas que, para manejarlo, tenía en sus manos el cojo Montalvo. El bolsillo de Timoleón, nunca inexhausto, estaba allí para tapar goteras, como vulgarmente se dice. La prodigalidad de aquel bolsillo era axiomática. A su vera, bailaba de contento el cojo Montalvo y eructaba repleto, el Rodríguez Peña” (23).

Vino luego la apelación ante el Tribunal Superior de Bogotá. Los magistrados Gonzalo Gaitán, Carlos J. Medellín y Faustino Molano firmaron en 1936 el fallo que revocó la sentencia del juez y por tanto se anuló la escritura de 1922. Timoleón ya había muerto y la sucesión y el pleito estaban en manos de su esposa –la “Madama Tartufa” la llamaba el Conde- y sus hijos. El célebre anarquista Biófilo Panclasta escribió por aquellos tiempos sobre Rueda Gómez: “Hombres-síntesis como el Conde de Cuchicute, raro, complejo, victimado, como Nietzsche aristarquista, y como el filósofo, ácrata, rebelde alma de bayardo en una armadura corpórea de viejo guerrillero santandereano” (24).

El pleito no paró ahí. Pasó luego a la Corte Suprema de Justicia. El magistrado Hernán Salmanca fue el ponente de la sentencia de casación que se falló el 1 de noviembre de 1938. En lo económico, el Conde de Cuchicute obtuvo una victoria parcial, se le devolverían todos sus bienes y él tendría que retornar el valor recibido como renta vitalicia. De otra parte, y eso indignó al Conde, la Corte dispuso que Timoleón Rueda Gómez no había actuado de mala fe al firmar la escritura diez y seis años atrás. La prensa felicitó a Cuchicute por su victoria final pero éste no paró de quejarse contra la justicia colombiana. Más que la reparación económica él buscaba un resarcimiento moral y no lo consiguió. Quería que a su hermano se le calificara como un poseedor de mala fe. La emprendió entonces contra los magistrados Hernán Salamanca y Antonio Rocha, retando al primero a duelo como lo había hecho con su hermano en otras ocasiones del pasado, en aquella concepción según la cual esa era la mejor forma de resolver las disputas del honor.

De vuelta al condado

Solo dos años después, en 1940, entraría en posesión de sus bienes, que se encontraban totalmente abandonados y saqueados, convertidos en tierra de nadie ante el abandono generado por el largo pleito. Con ímpetu similar al que había desplegado en esas tierras en los primeros tres lustros del siglo XX, iniciaría la reconstrucción de sus haciendas. Al volver a ellas expresó con dolor: “Soy más que todo un campesino, un labrador a la usanza antigua, pero al ver mis haciendas destruidas, mi casa abandonada, mis libros perdidos, siento que se me aprieta el corazón. …¡Mis libros, mis libros! Mis ediciones romanas y españolas, que fui adquiriendo a través de muchos años y mucho dinero” (25). Pero dos años después el panorama era reconfortante. Los técnicos Eduardo Anjel y Stoyan Serafinoff describieron las tierras del Conde de Cuchicute en 1942:

“Hoy son fincas bellísimas, debido a la laboriosidad e industria del Conde. Después de haber gastado ingentes sumas en la recuperación de ellas, el año pasado llegó a recolectar más de 817 cargas de café por un valor de $40.000. Grandes fábricas de ladrillo, de los mejores del país, funcionan día y noche, sin parar para dar abasto a su producción. Su mina de carbón, en las goteras de San Gil, suficiente para dar consumo a todo el departamento. Visitamos estas fincas, por su carretera de circunvalación dentro de ellas, de cuatro metros de ancho, y anduvimos de 12 a 15 kilómetros, en automóvil propio del Conde, por sus propiedades. No existe en estas tierras un metro cuadrado sin cultivos, como pastos y toda clase de agricultura. Sus edificios son únicos en su clase, por su manera de instalación, comodidades y lujo, aguas propias y abundantes, acueducto, luz… Allí se aprecia la mano enérgica de un hombre laborioso y viajado que traduce las observaciones a su propio beneficio. Nos cuentan los colonos que es un hombre atento, considerado y fino en el trato con los trabajadores, que nunca da órdenes a gritos como es de estilo en los patrones, sino todo por escrito. …Es tan rica esta tierra, que ni el Conde mismo sabe lo que tiene en su poder y el país ignora las riquezas de esta región. Si hubiese diez Condes de Cuchicute, Santander sería una de las regiones más ricas y adelantadas del país” (26).

Por aquellos años concibió otra serie de proyectos que no llevaría a cabo, dejando en algunos casos los planos. Por ejemplo, un nuevo Teatro de Guanentá y el Hotel Condal en San Gil, así como la construcción del Capitolio del Socorro, del que apenas se había iniciado la obra cuando era la capital del Estado Soberano de Santander, capital que fue trasladada a Bucaramanga en 1886. En ese tiempo viajó varias veces a Bogotá y a Bucaramanga, siendo siempre un acontecimiento su estadía, escribía artículos, se le consultaba sobre temas económicos, políticos y literarios y dictaba conferencias. Incluso fue candidato a Diputado y el periódico La voz del pueblo lo propuso como candidato presidencial.

No reconcíliome con Dios

Hacia agosto de 1944 José María Rueda Gómez pidió a una agencia de empleos de Bogotá que le buscaran una secretaria. La seleccionada fue Flor Ángela López Tobito, de 22 años, que llegó a San Gil un mes después y pronto se convertiría en su mano derecha. Le confiaría el manejo de sus haberes, sería su permanente compañera, se rumoró un romance entre ellos y, finalmente, sería su voluntad en su último testamento que ella fuera su heredera universal así los pleitos posteriores a su muerte no lo permitieran del todo. Las riñas y disputas volvieron a aparecer en su vida. Para comenzar el año de 1945 debió sustituir a su sobrino Hernando Ruiz Rueda, como administrador de sus haciendas, luego de una disputa en la que el Conde le pegó con un martillo en la cabeza y Ruiz le disparó en un brazo. Asumió entonces como administradora la recién llegada Flor Ángela López. En San Gil no se sentía a gusto por lo enemigos que empezaba a acumular de nuevo y se trasladó a vivir en la hacienda Majavita en cercanías del Socorro.

El sábado 21 de julio de 1945 el Conde de Cuchicute se levantó temprano a recorrer algunos potreros. Muy cerca de la casa se encontró con Constantino Aparicio que había sido trabajador suyo y quien le reclamó porque unas vacas del Conde se le habían comido unas matas de maíz. Esto desató una gresca desproporcionada: Aparicio le dijo “Yo no me dejo joder!”, sacó un cuchillo y le metió a Rueda Gómez 17 puñaladas. Ya tendido en el suelo lo remató con dos machetazos en la cabeza. Flor Ángela, que escuchó el escándalo, fue la primera en asomarse. Lo recordó así 54 años después: “El mayordomo lo tenía allá y le estaba dando machete a lo que fuera. … El Conde estaba caído. Lo dejó en el suelo pero como muerto. Entonces ya lo recogimos y lo entramos para la pieza de él y ahí le prestamos auxilio. Le dimos agua y llamamos por teléfono a los médicos. …Él hablaba con todos, divinamente. Decía: “Ay, ese bandido me mató”…Fue cuando mandó llamar al notario e hizo el testamento. …echaba sangre por todas partes, por la cabeza, por la boca, por todas las heridas que tenía echaba sangre. Eso no hallaba uno como pararle la sangre, limpiándolo con alcohol y todo eso, hasta que llegó la ambulancia” (27).

Mientras se desangraba en su pieza de Majavita, el Conde le dictó al Notario Polidoro Reyes su último testamento: Dijo no tener herederos forzosos y dejó como heredera universal y albacea con tenencia de bienes a Flor Ángela López (28). Eso desataría luego una complicada y larga sucesión una vez sus hijas se enteraron de la muerte y de su disposición testamentaria. Ya en el hospital el Conde alcanzó a declarar ante el Alcalde del Socorro Campo Anibal Toledo:

“Soy José María Rueda y Gómez, Conde de Cuchicute, de años más de 60, colombiano nacido en Santa Cruz de San Gil; la ciudad del Socorro es mi vecindad; sin parentesco con la persona que estas heridas causóme. Un villano llamado Constantino Aparicio hirióme hoy por hacerle bien, por regalarlo con café, a más de otros favores. Insultóme, inerme hallándome, y escociéndome a puñaladas y machetazos, con todo lo que pudo, causóme de improviso modo, sin medios de defenderme, las heridas que os ofrezco, señor burgomaestre. Jorge López ofrecer detalles puede sobre la forma como fui atacado, tan aleve. ¡Ay! Esme imposible continuar hablando porque la vida se me sale” (29).

Una monja llegó a ofrecerle ayuda espiritual y el Conde la rechazó diciendo: “Si reconcíliome con los hombres, no reconcíliome con Dios”, sus últimas palabras. Luego el doctor Olegario Cárdenas inició la cirugía: “Me ayudaba también una monja, antigua enfermera, y yo le preguntaba cómo está la pupila, decía muy bien. No puede estar bien, le expresaba yo, mire, la sangre está oscura y además el ritmo y la respiración está muy mala. La pupila está muy bien repetía ella. Pero murió. ¿Dónde estaba mirando la pupila? Le pregunté. En el ojo izquierdo me dijo. Ese era de vidrio. Luego tenía un ojo de vidrio?, preguntó sorprendida. Bueno, pero la pupila era el único monitor que teníamos” (30).

El domingo 22 de julio se hizo el entierro, sin ninguna ceremonia, en la misma Majavita. Como él lo había pedido, fue enterrado de pié a la vieja usanza de masones y librepensadores, para no inclinarse ni ante la muerte. En su tumba se haría luego un obelisco de ladrillo.

Referencias

Este artículo se basa en el libro del autor El solitario. El Conde de Cuchicute y el fin de la sociedad señorial 1871-1945 . Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2003. 651 pgs.

1 José María Máximo Altisidor. La capacidad del demente para contratar . Bogotá, Tipografía Rojas, 1938, p. 48.

2 “Una vida extraordinaria. Coronel español y espadachín de fama vive solitario en un infecto tugurio”. Estampa . Bogotá, 24 de diciembre de 1938, p. 18.

3 “El Conde de Cuchicute, escritor clásico”. Ilustración . Bogotá, 18 de abril de 1939. p. 44.

4 Nepomuceno J. Navarro. Flores del campo . Socorro, Imprenta del Estado, p. 72.

5 José María de Rueda y Gómez. El incógnito . Manuscrito inédito, fol. 157.

6 Ibid , Fol. 62-64.

7) “Una vida extraordinaria. Coronel español y espadachín de fama vive solitario en un infecto tugurio”. Estampa . Bogotá, 24 de diciembre de 1938, p. 19 y 46.

8)Luis Zea Uribe. “Un dictamen pericial”. Producciones escogidas . Bogotá, Imprenta Municipal, 1936, p. 292.

9)Carta de Timoleón Rueda Martínez, San Gil, para Julia y Silveria Rueda Gómez, París. 16 de julio de 1897, fol. 2r.

10)Arno Mayer. La persistencia del Antiguo Régimen . Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 108.

11)Miguel Jiménez López. “Dictamen pericial médico-legal”. Bogotá, 1932. Mimeo. Fols. 4, 5.

12)Carlos Lozano y Lozano. La locura y la capacidad de contratar . Alegato de conclusión presentado ante el honorable Tribunal Superior de Bogotá en el juicio de nulidad de un contrato que adelanta don José María Rueda Gómez contra don Timoleón Rueda Gómez . Bogotá, Edit. Santafé, 1934. p. 68.

13)José María Rueda G. A Timoleón Rueda G. Bruselas, “Chateau del Solitario”, noviembre de 1930, p. 16, 17.

14)Carlos D. Parra. Perfiles de la ciudad de San Gil desde su fundación hasta la época presente . Bucaramanga, Taller Gráfico de L. Núñez e hijos, 1911. p. 109.

15)Carta de José María Rueda Gómez, San Gil, para Pedro Elías Gómez Uribe, Majavita. 14 de febrero de 1913.

16)Carta de José María Rueda Gómez, Barcelona, para Timoleón Rueda Gómez, San Gil. 15 de noviembre de 1920.

17)Luis Zea Uribe. “Un dictámen pericial”. Op. cit. p. 313.

18)Carlos Lozano y Lozano. Op. cit. p. 128, 129.

19)Notaría Primera de San Gil. Escritura 271, 16 de noviembre de 1922.

20)José María de Rueda y Gómez. El incógnito . Manuscrito inédito. Fol. 81-83.

21)Ramón Manrique. “La personalidad romancesca del señor Conde de Cuchicute”. El tiempo , Bogotá, 14 de enero de 1932, p. 2.

22)Gualberto Rodríguez Peña. Sentencia de primera instancia . Bogotá, Editorial Cromos, 1933.

23)Luis Antonio Velásquez y Lara. Pequeño estudio de la personalidad y la vida del excmo. señor Conde de Cuchicute. Bogotá, 1943. Mimeo. p. 73, 74.

24)Biófilo Panclasta. “Mi adiós a Godombia”. La opinión nacional . Bogotá, 12 de diciembre de 1936. p. 1.

25)“El Conde de Cuchicute se halla en Bucaramanga”. El deber . Bucaramanga, 20 de agosto de 1940. p. 6.

26)Alirio del Valle. “El valle del Fonce ofrece un magnífico porvenir agrícola”.La razón . Bogotá, 25 de julio de 1942. p. 4.

27)Entrevista con Flor Ángela López. Bogotá, 28 de septiembre de 1998.

28)Notaría Segunda del Socorro. Escritura 586, 21 de julio de 1945.

29)Pedro Nel Rueda Uribe. “El Conde de Cuchicute”. Escrito inédito.

30)Olegario Cárdenas. “La muerte del Conde”. Entrevista para La revista UniSanGil . Año 2, N° 3. San Gil, diciembre de 1996, p. 36, 37.