EL AMOR ANTES DEL AMOR
El conveniente matrimonio de Antonio José Amar y Borbón y María Francisca Villanova
Preguntarse por la historia del amor, los sentimientos y las prácticas de la vida privada es un reto que la historia se está planteando hace no mucho tiempo. Las condiciones para contar este tipo de historias son precarias, hay pocos documentos, pocos registros que se conserven. Con lo que se encuentra de documentos oficiales, crónicas y cartas los académicos de los estudios culturales deducen lo que pudo ser. Este artículo, en el que se desarrollan conjeturas a partir de datos biográficos, piezas museológicas e investigaciones previas, busca armar con fragmentos la historia de una pareja dispareja que tuvo un trágico final: la pareja Amar y Borbón, los últimos virreyes exiliados por la independencia.
Dos naturalezas
Llegaron en 1803, un 16 de septiembre lluvioso, y Santafé los recibió con algarabía, gastando dinerales en agasajos de recepción. Él, con una vejez precoz, más por convicción que por condiciones físicas, padecía de una pronunciada sordera que con seguridad utilizaba a conveniencia. Tenía 60 años cuando fue nombrado virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada, el 26 de julio de 1802. A pesar de sus destrezas militares, poca o ninguna experiencia tenía en las cuestiones administrativas. Ella, varios años menor, era hija del acaudalado comerciante don Eugenio de Villanova, natural de Sadaba, de quien había aprendido a amar el dinero y manipular precios y mercancías. No era especialmente bella y nunca logró hacerse querer por sus súbditos del Nuevo Reino.
A pesar del portentoso apellido de su madre, Antonio José aspiró a la carrera de las armas como camino a los cargos burocráticos importantes del gobierno español, por esta razón entregó su juventud a la vida militar de la España del despotismo ilustrado. A los veinte años egresó como cadete en el regimiento de caballería de Flandes, su carrera tuvo un desempeño connotado. En 1770 recibió la condecoración de la orden de Santiago que lo hacía tan orgulloso. De seguir la línea familiar, habría podido escoger profesiones liberales como medicina o derecho. Su padre era el médico de cámara de Fernando VI; su excepcional hermana, Josefa Amar, era traductora, escritora y feminista a ultranza. Pero Antonio José no era un buen lector, en sus cuentas, además de la compra de la Gaceta solo había un libro religioso y Los viajes de Gulliver. Tenía un carácter indeciso, le costaba optar y resolverse; sus retratos lo muestran como un hombre corpulento que, acostumbrado a la vida militar, seguía una vida austera y desprovista de excesos.
Al contrario, su esposa, la virreina María Francisca de Villanova y Marco, de pequ
eños pies y poca estatura, era resuelta -a veces impulsiva- y cedía con facilidad a las situaciones en las que pudiera sacar un beneficio. Estas dos naturalezas, por así decirlo, se complementaban.
Matrimonio y amor no son lo mismo
Es imposible referir su comportamiento como pareja, imposible saber lo que sucedía en los pocos momentos de privacidad que dejaba la vida pública. Casi nada quedó documentado de su relación y así, el amor es esquivo de ser interpretado. Sin embargo, podemos inferir con seguridad que no acostumbraban besarse y que el amor, como llama ardiente que consume los corazones, no existía entre ellos. El beso, ese invento del
siglo XIX, era poco frecuente entre amantes de categoría; y aunque era más común como gesto de afecto el despiojarse, los virreyes tenían criados de cámara para sus oficios de higiene personal. Un abrazo, quizá, y más que nada, la tolerante compañía en las buenas y en las malas, la seguridad de la unión matrimonial. Esto porque en el antiguo régimen español, la formación de la pareja matrimonial se realizaba preeminentemente por un interés económico y en extraños casos como un asunto sentimental. La pareja ideal era esa donde se presentaban condiciones de una buena amistad, más eróticas o amorosas. Para los campesinos pobres esto implicaba fuerza de trabajo y distribución de las tareas (alguien que cuide los animales, alguien que are la tierra); para las clases medias urbanas una compañía fiable en el negocio (alguien que se ocupe del almacén, alguien que transporte las mercancías); para las elites la seguridad de la heredad.
Entre estos últimos, los Amar y Villanova eran un matrimonio normal, incluso si tenemos en cuenta que nunca tuvieron hijos. Se casaron en 1775, él tenía 33 años y pasaba mucho tiempo fuera de casa en misiones militares. Por lo general, los hombres de vida urbana, en la Europa del siglo XVIII, se casaban por primera vez a los 29 o 30 años y las mujeres entre los 25 y 26. Las posibilidades de enviudar eran altas, por eso había segundas nupcias.
Sus padres acordaron la unión teniendo en cuenta las ventajosas condiciones de cada uno. Aunque tenía varios hermanos, a Francisca le asignaron una considerable dote, esto es una suma de bienes que ayudarían al matrimonio a afrontar los gastos y resguardarían el bienestar de ella en caso de viudez. Aun si le hubieran dado la quinta parte de los bienes de su padre, que era lo que casi siempre se daba a las hijas como herencia en la figura de la dote, la apuesta económica por la nueva alianza era alta. Los suegros del virrey confiarían en él.
En contraprestación, Antonio José aportaba tradición y oportunidades, su madre venía del linaje de los Borbón, su padre de la familia de los médicos de cámara del rey, y él, presentaba una promisoria carrera militar (en1794 hizo parte de las listas de trato especial que tuvo la corona) que lo llevaría a seguros nombramientos en cargos públicos de poder.
Podemos inferir con seguridad que no acostumbraban besarse y que el amor,como llama ardiente que consume los corazones, no existía entre ellos. El beso,ese invento del sigloXIX, era poco frecuente entre amantes de categoría.
¿Un buen negocio?
Inicialmente Antonio José había pedido ser nombrado en el Virreinato de la Plata, pero la situación política era delicada y se decidió enviarlo al Nuevo Reino. Cuando llegaron a posesionarse, los virreyes llevaban casi 27 años de casados y, como ya se dijo, no tenían hijos. La concepción es una suerte extraña, y muy posiblemente la maternidad no era una preocupación de la virreina. Ella, interesada en cuestiones económicas, había comprado a precios ínfimos las tiendas de Santafé, y se había encargado de instaurar su propio monopolio. No contenta con esto, usaba su poder para nombrar en los cargos públicos a sus amigos y familiares. Como su sobrino don Juan de Aguirre, problemático y peleador gobernador de Chocó.
El carácter de estos oficios de especulación y manipulación la mostraban como una mujer soberbia y avara que manipulaba al virrey que, a su lado, era un hombre débil y pusilánime. Ella se ocupaba de manejar el impedimento de la sordera del virrey, y lo forzaba a tomar decisiones, por ejemplo, rechazar la propuesta de Rosillo de proclamarse reyes del Nuevo Reino de Granada. Si analizamos las implicaciones del lazo conyugal y tenemos en cuenta que los esposos provenían de una España ilustrada, no es de extrañarse que las mujeres asumieran roles determinantes y administraran los bienes. A fin de cuentas, el suegro de Amar era quien había costeado los gastos del viaje hacia América y por esta razón el virrey había obsequiado a Francisca catorce mil pesos que ella invirtió en perlas. Para la sociedad del Virreinato esto era un despilfarro a sus costillas, para la pareja, una deuda saldada.
Apenas siete años tuvo la virreina para seguir los pasos de su padre y hacerse a una fortuna en esta miserable y abandonada colonia, siete años para engalanarse e ir a fiestas de máscaras con las elites provincianas con las cuales no tenía tema de conversación. Juzgada por el pueblo, agredida por una turba de mujeres y enviada a la cárcel, debió odiar mortalmente a su marido por haberse tardado tanto en tomar la decisión de reprimir el levantamiento independentista. Si ella hubiera estado en su lugar de poder legítimo, otra habría sido la historia.
Los pocos aliados que les quedaban les ayudaron en la huida a Cartagena, y notando que le faltaban algunos bienes, la virreina escribió a Francisco Morales pidiéndole le enviara sus pertenencias. Repitió la solicitud desde Cádiz y luego desde una provincia Andaluza. Eran cosas que había dado en préstamo y que no necesitaría en España. De regreso el viaje fue tormentoso. Antonio José se quedó en Madrid y María Francisca siguió hacia Sadaba a casa de sus padres, a pesar de la espera que tuvo que soportar, pues la región vivía el asedio de las tropas francesas. A su muerte, su esposo continuó administrando los bienes de su dote, y embargado por la tristeza pasó una temporada en casa de sus suegros.
Los cambios históricos que estaban dándose acarrearon una transformación en la configuración de la familia. La caída de las monarquías, el fortalecimiento de la burguesía como clase dirigente y el pensamiento romántico de las revoluciones liberales trajo consigo la contestataria, aunque paulatina, instauración de la familia sentimental. •
Bibliografía
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Restrepo Sáenz, José María. “El virrey Amar y su esposa”, en Boletín de Historia y Antigüedades, N° 104, 1914, pp. 451-470.