Eça de Queirós, un gigante desconocido
¿Eça de Queirós? ¿Y quién es esa señora? La inmensa mayoría de los hispanohablantes no ha oído mencionar nunca a Eça de Queirós. Sólo una pequeña proporción sería capaz de explicar que ‘esa señora’ es un escritor portugués. Y apenas un mínimo grupo ha leído alguna obra suya y está en condiciones de comentarla.
Por eso muchos se sorprenderán cuando les informen en la Feria del Libro de Bogotá que José María Eça de Queirós, nacido en Póvoa de Varzim en 1845 y fallecido en París en 1900, ha sido, con José Saramago, el más grande novelista de Portugal. Revolucionó el lenguaje al usar palabras cotidianas. Inició una nueva etapa en las letras de su país. Hizo estallar la bomba del realismo en una literatura que aún flotaba narcotizada por la modorra romántica. Como dirían los comentaristas del siglo XIX (el siglo en cuya segunda mitad vivió), “su pluma fue estilete”. Vale decir que su escritura tuvo el doble carácter de describir caracteres, objetos y paisajes, y de abrir tumores sociales encapsulados en el medio que le tocó habitar.
‘Esa señora’ ―que, además, se pronuncia Esa, pero no Elsa, por el sonido español de la ç extranjera― fue un autor leído en la Europa finisecular, si no por un público masivo al menos sí por quienes se interesaban por la literatura de la época. Émile Zola, el escritor francés, dijo de Eça de Queirós: “Es mucho más grande que mi querido maestro, Flaubert”.
Un clásico que pocos leen
Difícil imaginar un novelista más grande que Flaubert en tiempos de Flaubert. Y aun cuando hoy sería difícil aceptar el triunfo de Queirós en un mano a mano con Flaubert, sobre todo si el árbitro es Mario Vargas Llosa, no hay duda de que el portugués penetró en los mismos temas vedados que el francés: la hipocresía de la sociedad, los valores burgueses decadentes, el clasismo, la autonomía femenina, el castigo social de las faltas, el amor, el deseo, la culpa, el arrepentimiento, la venganza...
Mayor o menor que Flaubert ―menor, seguramente―, Queirós es considerado en su país como un clásico y como un autor que merecía ser mucho más leído y estudiado de lo que ha sido. El crítico estadounidense Harold Bloom lo incluyó entre los cien escritores geniales de todos los tiempos y señaló que su novela Los Maias es “una de las más impresionantes novelas europeas del siglo XIX”. Impresionante, pero poco conocida. María Filomena Mónica, biógrafa del escritor y profesora de literatura de la Universidad de Lisboa, lamenta que sólo lo lean en Brasil y Portugal. La editora Pinguin Books dejó de publicarlo en inglés porque vendía menos de 300 ejemplares anuales. Mónica atribuye la escasa popularidad de su biografiado a su timidez, que le impidió mezclarse con los grupos de intelectuales cuando vivió en París, a la dificultad de entender hoy la carga irónica de su obra y al poco poder de la lengua portuguesa en el mundo.
Hay que ver si el medio millón de visitantes que acudirá a la Feria del Libro contribuye a descubrir al que muchos críticos celebran como un autor imprescindible. Quizás algunos de los asistentes a la feria hayan visto la película El crimen del padre Amaro (2002) y recuerden que, aunque mexicanizada y actualizada, se basa en una novela de Queirós. La cinta fue candidata al Óscar en la categoría de cine extranjero y arrasó con los premios Ariel.
Folletines, literatura y telenovelas
La obra más celebrada del portugués es, sin embargo, Los Maias, la historia de una familia rica y distinguida de Lisboa que brilla por fuera pero que por dentro está repleta de falsa grandeza, envidias, miserias humanas, vocación trágica, lo que antes se llamaba ‘sexo ilícito’ y, por si algo faltara, incesto. Ya habíamos conocido un caso de incesto light en la novela El primo Basilio (1878), una especie de abrebocas de sus radiografías sociales; en Los Maias padecemos un caso de incesto severo, pero atenuado por el factor ignorancia.
Con los mismos ingredientes que hoy vuelven multimillonarios a los productores de fofas telenovelas, hacían literatura sólida Flaubert con Madame Bovary en 1856 y Queirós con El primo Basilio en 1878 y Los Maias en l888. La prueba es que ambos publicaron folletines. Madame Bovary apareció por entregas durante dos meses y medio y Eça debutó como narrador en El misterio de la carretera de Sintra, una novela que salió por capítulos en el verano de 1870. Sus textos de ficción, recopilaciones de artículos y ensayos suman una bibliografía de 29 títulos.
Posiblemente un crítico dirá que Flaubert hurgó en la sociedad burguesa con mayor hondura sicológica que el portugués. Cierto es. Pero nadie puede negar a Queirós la disección descarnada que practicó a la alta clase lisboeta, con sus adúlteras virginales, sus amigos leales dispuestos a enamorar a la mujer del cuate, sus viejas pomposas llenas de gases, sus victoriosos generales que jamás pelearon una batalla y sus médicos de bolsillo.
Retrato de un arribista
Ah, y sus burócratas. Queirós y Flaubert olieron el tocino del pequeño poder de los grandes oficinistas, que en el siglo XX se apoderarían de buena parte del funcionamiento del Estado. Justamente el libro de Queirós que mejor ha soportado el paso del tiempo es El conde de Abraños, escrito en 1879 pero inédito hasta 1925, un cuarto de siglo después de la muerte del autor. Se trata de los “apuntes biográficos y reminiscencias” del mentado conde, según las pergeñó su secretario Z. Zagallo. En estas breves páginas ―apenas 180― el pobre secretario intenta hacer el elogio de su jefe, pero acaba pintándolo como un trepador, un mediocre, un vanidoso y, en fin, un pavoroso lagarto. Tal es el tono irónico con que escribió Queirós. El humorista español Wenceslao Fernández Flórez dejó en 1930 la mejor traducción al español de esta estupenda obrita.
He mencionado más de una vez la vena satírica de don Eça. Era una vena fructífera y bien alimentada. En los años setenta publicó en Lisboa, junto con su camarada José Duarte Ramalho Ortigâo, una revista mensual “humorística, satírica y literaria” llamada As Farpas (¿Las banderillas?, ¿Las astillas?), que se encargó de poner en solfa las costumbres, la vida literaria y la crónica política de su tiempo.
Tuitero antes de tiempo
Fueron famosas sus frases-dardos, agudas y certeras, de las cuales aparece una muestra en estas páginas. Una de ellas ha dado la vuelta al mundo, pero rara vez se atribuye a él: “A los políticos y los pañales hay que cambiarlos con frecuencia, y a ambos por la misma razón”. Tenía, pues, pluma y lengua picantes, mucho más en una sociedad pacata en la que aterrizaría la Virgen de Fátima. Al leerlo es fácil pensar que habría sido un aceptable aforista o al menos un buen tuitero.
En El primo Basilio, el autor grabó, como si fuera un mármol, la que considero una verdad universal. Dice, describiendo a la hermosa Luisa y su admiración por cierto caballero: “Le encontraba una belleza cuya detenida contemplación la mareaba como si fuera un vino fuerte: era la calva. Siempre había tenido la perversa afición de algunas mujeres a la calvicie de los hombres”. El mayor mérito de este comentario es que don Eça no era calvo.
Queirós era un tipo progresista. Fue miembro sobresaliente de una generación, la identificada como ‘de 1870’, que se distinguió por su lucha en favor de una reforma en la política, la sociedad y las letras. Numerosos artículos de prensa atestiguan su inicial rebeldía. Pese a su rechazo del sistema, ingresó pronto a él como abogado y juez ―su taita fue magistrado y sólo se casó con su progenitora cuando el niño tenía cuatro años y vivía con los abuelos― y más tarde fue diplomático en La Habana, Newcastle, Bristol y París, donde murió al cambiar el siglo.
Probablemente sin aguacero, porque era agosto.
La lengua brava de Eça de Queirós
● ¡Quién se va a enamorar de un hombre como mi marido!
● Mi suegra falleció. Es lo más amable que puede hacer una suegra.
● A este señor no se le oyó jamás exponer una idea original o pronunciar una frase brillante; pero era fecundo y verboso.
● El corazón es un término del que nos servimos, por decencia, para designar otro órgano.
● Pensar y fumar son dos operaciones idénticas consistentes en lanzar nubecitas al viento.
● De muchachos, todos fuimos republicanos y poetas.
● No existiría el derecho de vencer si no existiera el derecho de perdonar.
● ¿Cómo podría impresionar a los diplomáticos extranjeros teniendo a su lado a un padre dedicado a limpiarse los oídos con el meñique?
● Desde Eva, los amores en este mundo consisten en uno que ama y otro que se deja amar.
● Comer es lo que produce hambre.
● Algunas familias de políticos piensan que la política no debe consumir fortunas, sino todo lo contrario: producirlas.
● Los sentimientos más genuinamente humanos se deshumanizan en la ciudad.
● El mayor espectáculo para el hombre será siempre el propio hombre.
● Un poeta no puede ser ministro de Gobierno, pero sí ministro de Marina.
● Para enseñar se necesita una formalidad previa: saber.
● Todo hombre tiene vicios o pasiones o vicios, pero su deber es esconderlos y mostrarse ante sus semejantes como un ser equilibrado.
● En ciertas instituciones, el pobre queda prisionero de la caridad y pierde el derecho a tener hambre.
● ¿Qué merito tiene querer a quien nos quiere?
● La curiosidad es un instinto que lleva a algunos a mirar por el hueco de la cerradura y a otros a descubrir a América.
● Por un gesto juzgamos un carácter; por un carácter juzgamos un pueblo.
● El amor eterno es un amor imposible.
● Ya que no hay patria, que haya familia.